viernes, 6 de enero de 2017

#hemeroteca #franquismo | Cuando Vitoria fue capital para Franco

Imagen: El Diario
Cuando Vitoria fue capital para Franco.
La ciudad, traidora a la II República desde el minuto uno, fue sede de los Ministerios de Educación y Justicia en el primer Gobierno franquista, desde donde se controlaron colegios, publicaciones, cárceles, registros y hasta los asuntos religiosos.
Iker Rioja Andueza | El Diario, 2017-01-06
http://www.eldiario.es/norte/euskadi/sociedad/Vitoria-capital-Franco_0_593890958.html

La ciudad de Vitoria fue traidora a la legalidad constitucional de la II República desde el primer minuto en el que el general Francisco Franco inició la sublevación militar. El historiador Iker Cantabrana sostiene que el “nuevo Estado” convirtió a Álava “en uno de los primeros campos de prueba” de lo que iban a ser casi cuatro décadas de dictadura fascistoide al inicio y autócrata al final.

Durante la Guerra Civil (1936-1939) y mientras Bizkaia y parte de Gipuzkoa ensayaban la primera experiencia autonómica vasca, Vitoria fue capital para la España “nacional”, un verdadero centro de poder político y base de operaciones militares conjuntas entre España, Alemania e Italia.

‘La Vanguardia’ del 11 de mayo de 1937, entonces todavía controlada por los republicanos, informaba en sus páginas diarias sobre “la guerra de España contra el fascismo” de que el corresponsal en Bilbao de la agencia de noticias francesa Havas tenía informes de que “el EM [Estado Mayor] alemán ha establecido su cuartel general en un hotel de Vitoria”, presumiblemente en el desaparecido hotel del Frontón Vitoriano de la actual calle de San Prudencio.

Reseña el periodista que “el día del cumpleaños de Hitler desfilaron ante el EM los pilotos alemanes y el personal auxiliar”. De hecho, hay fotografías de un acto de exaltación del régimen nazi, esvásticas incluidas, en el propio frontón, ubicado junto al hotel. No obstante, hay que matizar que la cruz gamada, aunque con connotaciones diferentes, no era un símbolo ajeno para la ciudad. En 1934, el PNV celebró en la ciudad su Aberri Eguna (‘día de la patria vasca’) y existe una fotografía del autobús llegado desde el cercano pueblo de Araia con un cartel que lucía dos esvásticas (llevaba también un ‘lauburu’).

Efectivamente, Alemania y más en concreto su aviación estableció en Vitoria su base de operaciones en el norte de España. En el entonces nuevo aeródromo del Este de la ciudad, hoy engullido por las nuevas edificaciones de Salburua, se llegaron a contar hasta 70 aparatos de la Luftwaffe de Hitler.

Un avión alemán en el centro de la ciudad
Aquellos soldados alemanes saltaron a los periódicos en varias ocasiones. En una ocasión, mientras realizaban una exhibición aérea sobre Vitoria, un pequeño aparato colisionó con los tejados de los edificios que rodean la Plaza de España. La nave cayó a la calle y mató a dos vecinos, jóvenes trabajadores ambos. Se cuenta que funcionarios del Ayuntamiento, entonces como ahora en la plaza, corrieron a pintar de rojo la esvástica que lucía el avión. ¿Pretendían acaso simular que la torpeza del piloto nazi era en realidad un ataque de los rojos republicanos sobre Vitoria? Aparentemente, no consiguieron tapar un suceso acontecido en pleno centro de la ciudad y a plena luz del día.

Y otros tres militares de la Wehrmacht también tuvieron un accidente un poco más al norte, en el pueblo de Urbina. Fue en abril de 1937. En la zona, unos pocos meses después de la batalla de Villarreal, el mismísimo general Emilio Mola, uno de los prohombres de Franco, supervisaba junto a los mandos alemanes la preparación de lo que luego serían los macabros bombardeos de Durango o Gernika, ejecutados por la Luftwaffe. Mientras manipulaban un cañón, Emil Creutz (23 años), Johann Fischer (23 años) y Karl Rettenmaies (27 años) fallecieron por causas que aún no están del todo claras, según el experto Josu Aguirregabiria.

El régimen colocó a la entrada de Urbina, cerca del actual polígono industrial de Goiain, una estela que recordaba los hechos y ponía nombre y apellidos a las tres víctimas. ‘El Correo’ publicó en octubre un reportaje sobre ese monolito escrito en alemán y con la típica tipografía nazi y a finales de noviembre ya era ilegible a pesar de que había estado 79 años allí. Aparentemente tampoco se conserva ya el avión alemán estrellado en la Plaza de España a pesar de que quedó abandonado durante años en el viejo campo de aviación de Salburua, que llegó a ser llamado General Mola y que fue sustituido hace unas décadas por las modernas instalaciones del aeropuerto de Foronda. Vitoria ha perdido dos piezas valiosas para conocer su pasado no tan lejano y mostrárselo a las nuevas generaciones para evitar que se vuelvan a repetir semejantes atrocidades.

Fue a finales de abril de 1937 cuando partieron desde Vitoria los aparatos que masacraron Gernika y otras localidades vizcaínas. La aviación alemana dejó para la historia imágenes desgarradoras de su capacidad de matar y aquellas operaciones se convirtieron en un verdadero banco de pruebas de lo que sucedería a partir de 1939 en la II Guerra Mundial. Hoy, una placa y la escultura de un avión recuerda en Salburua esos acontecimientos.

Sede ministerial del primer Gobierno
Y llegó 1938. En enero, Franco tenía lo suficientemente avanzada la estrategia bélica como para conformar ya su primer Gobierno nacional, la primera piedra del “nuevo Estado”. Aquel gabinete tuvo su sede en Burgos, pero Vitoria ejerció como subcapital al acoger, desde febrero de aquel año, dos importantísimos ministerios, el de Educación Nacional y el de Justicia.

El actual edificio de la Escuela de Artes y Oficios se convirtió en sede del Ministerio de Educación Nacional (con competencias en materia de “Prensa y Propaganda” incluidas). Al frente, el general golpista situó al madrileño Pedro Sainz Rodríguez, monárquico de Acción Española y colaborador activo en la conspiración que llevó al golpe de Estado en 1936. Muy cerca, a escasos 50 metros, se instaló el Ministerio de Justicia. Lo hizo en la sede de la Diputación Foral de Álava.

El titular de la cartera fue el navarro Tomás Rodríguez Arévalo, Conde de Rodezno. Tradicionalista acérrimo y ultrarreligioso, asumió no sólo la dirección de la Administración de Justicia, sino el control de todos los registros, las cárceles y los denominados “asuntos eclesiásticos”. Su nombre ha sido polémico hasta fechas muy recientes, ya que hasta abril de 2016 tuvo una plaza en su honor en Pamplona, ahora rebautizada como Plaza de la Libertad.

La hemeroteca de la época muestra que Educación y Justicia tuvieron un papel clave en la configuración de las bases de la España franquista que sólo quedarían desmontadas en 1978 con la Constitución democrática. Sainz Rodríguez, por ejemplo, diseñó desde la ciudad el nuevo sistema de enseñanza y adoctrinamiento de la dictadura, lo que incluyó la elaboración de una lista de autores y títulos prohibidos en las escuelas.

“Los programas y textos escolares fueron la preocupación de los Gobiernos marxistas para infiltrar a través de aquellos su política antirreligiosa, constituyendo, por tanto, uno de los principales cometidos de la España nacional atajar precisamente este mal por medio de la promulgación de cuestionarios y textos donde la emoción patriótica y la unción religiosa sirvan de alimento espiritual a la generación que estamos forjando”, escribió Romualdo de Toledo, ‘número dos’ del ministro. Según los nacionales iban conquistando territorio, altos funcionarios recibían instrucciones en Vitoria y eran nombrados inspectores educativos provinciales con la misión de tener atado y bien atado el sistema escolar.

Otra de las preocupaciones manifiestas de este Ministerio fue que los “rojófilos”, denominación despectiva de los republicanos, estaban llevando a Francia “patrimonio nacional” a través del paso fronterizo de La Perthus. El responsable de Patrimonio en aquel Ejecutivo, el conocido escritor catalán Eugenio D’Ors i Rovira, se encargó de recuperar fondos del Museo del Prado de Madrid enviados por seguridad a Ginebra (Suiza) por el Gobierno republicano.

Sobre el ministro de Justicia, textos de la época recogieron lo siguiente: “En memoria de todos está el fervor con que Rodezno contribuyó al servicio de la España que renacía al desempeñar el Ministerio de Justicia. En la plaza provinciana –que es como decir quieta y sosegada- de Vitoria, en el edificio de la Diputación Foral, donde se instaló aquella dependencia ministerial, laboró callada y eficazmente para reparar la obra de la antipatria, cuya restauración era necesario complemento de la obra genial estratégica del Caudillo de España”.

‘La Vanguardia’, que cuando cayó Barcelona pasó a ser ‘La Vanguardia Española’, recogió a principios de 1939 que el Ministerio de Justicia aprobó en Vitoria el reglamento para “el empleo de reclusos para obras por cuenta de las entidades oficiales”. Se les pagaba “4,50 pesetas por día y obrero” y se podía tirar de ellos “en aquellas obras que, de no hacerse con ellos, no podrían efectuarse por falta de medios económicos o por falta de rentabilidad”. Es decir, se abría la puerta a hacer obra pública a base de explotación de los presos políticos.

Muestra internacional de arte sacro
Fue el 1 de abril de 1939 cuando Franco dio por concluida la guerra tras su entrada en Madrid. Todavía hasta agosto, más o menos, el Gobierno siguió operando desde Burgos y, por lo tanto, también en Vitoria. Aquella primavera del denominado “año de la victoria” colmó las ciudades de toda España de homenajes de exaltación de la figura de Franco. Una de las mayores preocupaciones del régimen era resarcir a la Iglesia católica, un gran apoyo durante la guerra, y que entendían que había sido vilipendiada y saqueada por los republicanos.

Para ello, el Gobierno franquista encomendó a Eugenio D’Ors la organización de una “exposición internacional de arte sacro” en Vitoria, evento que se celebró finalmente en mayo de 1939. La inauguración se celebró con una misa en la catedral de Santa María con presencia del nuncio vaticano y del ministro de Justicia, “que asistió a los actos en representación del jefe del Estado” por lo que “a la entrada y a la salida” se le rindieron “honores de Generalísimo”.

Vinieron a Vitoria los alcaldes de Bilbao, San Sebastián y Pamplona, prelados de Burgos y otras localidades, mandos militares, los embajadores de Alemania, Italia y Portugal y “350 seminaristas de Vergara” que “cantaron música gregoriana”, según la crónica publicada el 23 de mayo de 1939 en el ‘ABC’.

Tras la ceremonia religiosa, las autoridades fueron en comitiva hasta la sede de la exposición, el palacio de Villa Suso, que acogió hasta 1.500 piezas de arte sacro e incluso altavoces que reproducían música religiosa. “El exterior presentaba un aspecto extraordinariamente artístico en el que se ha instalado un pequeño campanario con la imagen de la Virgen”. “Se veían muchos gallardetes con banderas pontificales, de la exposición, de países concurrentes a la misma [once en total] y emblemas cristianos”, abundaba la crónica periodística.

Cuenta ‘ABC’ que “terminada la ceremonia, todas las personalidades se dirigieron al Ayuntamiento, donde el alcalde de la ciudad dio una comida en honor de todos ellos”. Ya por la tarde, la noticia fue la llegada a la exposición del embajador de Francia, el mariscal Phillipe Pétain, que fue recibido por D’Ors. Juntos hicieron una “detenidísima” visita y Pétain “hizo grandes elogios de la instalación” antes de partir hacia San Sebastián. Al día siguiente ‘La Vanguardia’ contaría cómo Pétain ayudó a España a recuperar parte del patrimonio exportado por los republicanos. Apenas unos meses después de su paso por Vitoria, en 1940, Pétain pasaría a ser jefe de Estado en Francia y acabó condenado por “alta traición” al dirigir un régimen colaboracionista con la Alemania nazi.

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