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domingo, 8 de diciembre de 2019

#hemeroteca #homofobia #crimenesdeodio | Un planta y un colibrí, el último gesto del arquitecto asesinado de 60 puñaladas

Imagen: Clarín / Adriana Borsato, madre de Pablo
Un planta y un colibrí, el último gesto del arquitecto asesinado de 60 puñaladas.
Se los regaló Pablo Fullana Borsato a su madre en su cumpleaños, unas semanas antes de que lo matara un joven de 18 años. Recorrida por un pueblo conmocionado.
Mauro Aguilar | Clarín, 2019-12-08
https://www.clarin.com/policiales/planta-colibri-ultimo-gesto-arquitecto-asesinado-60-punaladas_0_PrZLR92R.html

Adriana Borsato cumplió 54 años el 25 de noviembre pasado. Pablo Fullana Borsato, artista, arquitecto, militante por la diversidad de género, pero antes que todo eso su hijo, le pidió permiso para decorar la casa a su antojo. Cocinaron, cantaron y él le regló un agapanthus blanco para que “se siga llenando de colores” su jardín.

“Fue el último abrazo que le di”, cuenta la mujer de los ojos transparentes y la voz cansada por el dolor. Seis días después de esa celebración, de ese último abrazo, un joven de 18 años que ya había tenido problemas con la ley lo asesinó con una sevillana.

Adriana no habla de eso. Prefiere recordar a su hijo comentando los árboles que se plantaron para despedirlo o las flores que se obsequiaban. También de su legado artístico. Todo, finalmente, parece conectarse. “Él sembró. No hizo otra cosa más que sembrar”. Es la frase con la que elige resumirlo todo antes de despedirse.

Quince metros más allá hay un roble recién plantado con una estrella de madera y un mensaje: “Pablo es parte de todes”. Es viernes a la mañana y en Colón, una ciudad de 25 mil habitantes ubicada en el norte de Buenos Aires, la gente parece tomarse las cosas con calma. La pesadumbre, sin embargo, enturbia el ambiente, los gestos, la mirada de las personas que se cruzan de vereda para consolar a Adriana.

En la esquina de las calles 17 y 49, los ojos de Pablo parecen observarlo todo. El miércoles, durante una marcha para reclamar justicia por el asesinato, sus amigos y compañeros montaron una gigantografía con su rostro y ahora se acumulan los mensajes alrededor. “Pablo, ya sabemos que estás en el cielo”, dice uno. “Justicia por Pablo. Basta de violencia”, exige otro improvisado sobre una cartulina. Los ojos de él miran todo. Como los que le encantaba dibujar. No casas, no perros: ojos.

Los motivos del ataque, en el departamento donde vivía el artista, todavía no están claros. El fiscal del caso cree que la hipótesis del robo es débil y no ve por el momento elementos para sospechar en un crimen de odio, ya que no existía relación entre la víctima y el detenido. Pero eso es parte de una historia sobre la que Adriana no dirá más que una cosa: cree que su hijo pagó cara la ayuda que intentó ofrecerle a quien se convirtió luego en su victimario y lo mató de 60 puñaladas.

“Me va a faltar verlo, tocarlo, la voz. Lo extraño, pero en 36 años es impresionante lo que hizo. Para qué quiero yo, como la otra mamá (NdR: se refiere a la madre de Leonardo Fazio, detenido y sindicado como presunto autor del crimen), un hijo que viva así... para qué. Fui una bendecida porque parí un ser hermoso. Están haciendo homenajes en todos lados. Me supera tanto amor. Te lo juro. No lo puedo creer”, dice la mujer. El paisaje que la rodea es bucólico. Dos caballos marrones, los silos, la vegetación.

Pablo tenía un currículum demasiado prolífico que de alguna manera desmentía su edad. Se recibió como arquitecto en Rosario, pero inició una carrera artística que fue ganándole espacio a los planos, a las escuadras y a las construcciones.

El arte, algo que su madre cree que heredó de la rama paterna -quizás de las pinturas de su abuela Ana o de la afición del resto de la familia por el canto-, lo desbordaba. Estudió y trabajó en Rosario, Buenos Aires, Italia, México y España. Tomó clases de actuación. Incursionó en improvisación, clown, burlesque. Dirigió cortometrajes y obras teatrales. Escribió guiones. Fue gestor cultural.

En 2018, para las fiestas de fin de año, decidió que era tiempo de volver por un tiempo a su casa natal, en Colón. Su abuela no estaba bien de salud. Su madre está convencida de que volvió para ir “cerrando su ciclo y volar tranquilo”, en especial con la familia. Pero Pablo hizo mucho más que eso.

“Nos atravesó y nos transformó a todos”. La frase es de Evelin (27), pero podría pertenecer a Eloísa (31), a Estefanía (25), a Julián (31) o a Jenny (27). Actores, poetas, fotógrafos, los cinco forman parte del colectivo cultural que Pablo agitó en los últimos meses en Colón, primero desde el Centro Contracultural y luego integrando a otros espacios y propuestas.

Los cinco jóvenes están sentados sobre el césped. Comparten el mate y mil anécdotas. Como Adriana, la mamá de Pablo, prefieren recordar a su amigo y maestro en acción. Cargado de afecto, de consejos, de humor, de ironía, de proyectos. “Era una máquina que no paraba nunca y que rompía prejuicios”, lo define Julián. “Un pilar fundamental del active y la expansión cultural en Colón”, resume Evelin.

Le gustaba el vallenato colombiano y la comida vegetariana. Tenía necesidad de acumular hojas y cuadernos para volcar ideas. Amaba “Bolero”, la obra musical de Maurice Ravel que utilizaba para sus actividades artísticas, pero también para encarar quehaceres domésticos. Pensaba que todo podía resolverse mientras de fondo sonaba una canción. Quizás por ello en la marcha en la que se reclamó justicia por su crimen sonó la melodía de Ravel.

Aunque tenía múltiples proyectos, dos ocuparon buena parte de su tiempo en los últimos meses. El primero era el estreno, el 27 de diciembre próximo, de su obra teatral “Otra vez otoño”. El segundo era todavía más ambicioso porque significará un mojón para Colón: “El museo a cielo abierto”. Nacido de su tesis de sociología urbana, fue declarado de interés municipal.

La idea es concretar sobre un amplio predio municipal que cuenta con lago artificial, vegetación extendida y un pintoresco faro, un polo cultural que aproveche y resignifique distintos espacios. Las dos ideas, la obra y el museo, continuarán adelante más allá de su muerte.

“Mi mayor prioridad es seguir el proyecto y que lleve su nombre. Es el legado que dejó”, explica Adriana sobre el museo. En cuanto a la obra de teatro, Jenny contará que este lunes retoman los ensayos, aunque todos coinciden en que no saben cómo será estar sobre el escenario y que Pablo, los ojos de Pablo, ya no estén ahí.

El agapanthus no es lo único que Adriana recibió de su hijo hace dos semanas, cuando cumplió años. También le obsequió un colibrí. “Para mí el colibrí son las almas. Ese fue el último mensaje de él”, interpreta.

Al final hablará sobre la siembra que dejó Pablo. Lo dirá como quien habla de árboles, de proyectos, de amores. En cualquier caso quiere pensar que Pablo florecerá de distintas maneras. Y esa idea, en medio del alboroto negro de la muerte, mitiga un poco su dolor.

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