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Christo Casas, autor de 'Maricas malas': “Reivindico luchar desde la perspectiva colectiva por la vivienda, trabajo y vejez digna”
El autor conquense presenta su primer libro de no-ficción y explica: “Puedes sacar al marica de Cuenca pero no a Cuenca del marica”
Francisca Bravo | El Diario, 2023-09-29
https://www.eldiario.es/castilla-la-mancha/social/christo-casas-escritor-activista-reivindico-luchar-perspectiva-colectiva-vivienda-trabajo-vejez-digna_1_10553285.html
Maricón. Una palabra “cubierta de crímenes, insultos, semen, sangre, silencio, soledad e intemperie”. 'Maricas malas' es el primer ensayo del escritor conquense Christo Casas (Henarejos, 1991) en el que la principal propuesta es “construir un futuro colectivo desde la disidencia”. Lo colectivo, frente a lo individual, lo extravagante frente a lo normativo. Esta es la propuesta del escritor que abandonó su pueblo en Cuenca para poder desarrollarse profesional y personalmente, primero en València y ahora en Barcelona. 'Maricas Malas' (Paidós, 2023) es su primer trabajo de no ficción tras 'El Power Ranger rosa', una novela en la que contaba la historia de un “niño que nace siendo marica en la España rural”.
“No necesariamente hablo de mi pueblo”, reflexiona Casas, sino que se trataba de una manera de abrir la puerta a exponer las dificultades por las que pasa una persona del colectivo LGTBI. “Especialmente cuando eres el único del pueblo”. Dificultades que también se viven en la ciudad, pero que son diferentes. “Los pueblos tienen su propia LGTBIfobia, igual que las ciudades. Son caminos distintos, no mejores ni peores”, señala. Casas rechaza de este modo la perspectiva que ve generalmente en los medios de comunicación cuando se produce una agresión homófoba en alguna localidad más pequeña. “Tristemente llevan a la España rural a ser un lugar de homofobia. Y a la vez construimos Madrid y Barcelona como una meca, como un lugar al que debemos migrar porque la vida ahí es mejor. Pero no necesariamente es así”, explica.
'El Power Ranger rosa' fue un paso adelante, explica. “Mi familia ya conocía cuál era mi posicionamiento. Es una suerte que siempre hayan respetado mi orientación sexual, mi identidad de género y todo el acercamiento que he vivido ha sido desde los cuidados y el cariño. Pero eso no quita que yo haya sufrido situaciones LGTBIfóbicas”, recalca. Su ensayo busca exponer un planteamiento transversal, desde la perspectiva 'queer', hasta la lucha de clases. Nació, recuerda, en un pueblo en el que todavía no hay fibra óptica. Desde ahí parte todo.
¿Por qué decides entrar en el género de la no-ficción?
Precisamente por haber crecido como la marica del pueblo, cuando llegas a la ciudad y empiezas a conocer a otros maricas, reconoces que la diversidad del colectivo es precisamente la de clase. Yo nunca había conocido a una marica rica, que son las protagonistas en los medios, o en los parlamentos, que es lo que ocurre cuando políticos o políticas del colectivo LGTBI llegan a posiciones de poder. Llego a la ciudad y veo a amigos maricas de distintos orígenes de clase y cómo nuestras necesidades están marcadas por nuestras condiciones materiales.
Es por eso que propongo un análisis de perspectiva de clase de la identidad marica y exponer cómo estas personas más aceptadas y respetadas, ya sea porque tienen familia, hipoteca, un jardín o una piscina, estas maricas ricas se desentienden de las maricas pobres.
¿Exactamente qué es una 'marica mala'?
Es dejar de dar explicaciones por tu modo de vivir y reivindicar que es tan válido como el de las personas no maricas. Que nuestro modo de vivir y sentir es válido. Siento que todo el mundo tiene la necesidad de abrazar lo peor de sí mismas y mucha necesidad de verse en ello. Y me alegro mucho de poner mi piedra en este camino para ser menos exigentes y actuar desde la ternura y los cuidados.
Villano Antillano es un claro ejemplo de marica mala. Es una persona que se resiste a dar una imagen limpia e higienizada de lo que es ser una persona LGTBI y quiere reivindicar desde la rebeldía el no ser respetable pero a la vez tremendamente deseable. Lo que transmite es ambicioso, para que otras personas se vean en ella y vean que no hay nada malo en ser estridente. Y eso también es lo que yo reivindico. Ser deseables, promiscuas, sucias, trabajadoras y colectivas. Es decir, que dejemos de dejar de luchar por una superación individual y lo hagamos desde una perspectiva colectiva, como las necesidades de vivienda, de trabajo, o de disfrutar de una vejez digna y con gente que cuide de nosotras.
Has planteado que desde el colectivo LGTBI se han olvidado luchas como de la vivienda en favor de otras como el matrimonio igualitario. ¿Esto qué significa?
Un sindicato de inquilinas es tremendamente LGTBI. Cualquier defensa de clase es LGTBI y al revés, cualquier política LGTBI también es defensa de clase. Y es que si analizas los datos de las condiciones de clase que nos atraviesan, como la vivienda, es especialmente violento con las personas LGTBI. Ocurre también con el sinhogarismo, porque muchas personas son expulsadas de su casa al salir del armario. Y es frecuente que vas a una inmobiliaria y se te niegue el alquiler de una casa por tener demasiada pluma.
Cualquier política de vivienda como construir vivienda pública, las de 'housing first' o los sindicatos pueden dar una respuesta a nuestro colectivo, y son innegablemente de clase. Este es uno de los puentes que establezco. Pero también, por ejemplo, la soledad que pueden sufrir las personas de clase obrera, especialmente las mujeres. Una mujer rica puede pagar una asistenta, pero las que viven solas se encuentran sin nadie que las cuide en su tercera edad. Esta también es una realidad del colectivo LGTBI, que tienen tendencia a perder lazos afectivos y familiares precisamente por su identidad afectiva y sexual. Existe estadística al respecto. Cualquier iniciativa que ayude a los cuidados es una política LGTBI y también de clase.
Y volvemos a los pueblos. En estos lugares no se dan los casos de mujeres que mueren solas porque son acompañadas por sus vecinas. Todo el mundo se conoce. Y es cierto que hay una fobia especialmente violenta, porque cuando eres marica te sientes señalada por todo el pueblo. Pero en paralelo, hay redes afectivas muy densas y tienes a mucha gente pendiente de ti. Si se pasan tres días sin verte, se preguntarán qué pasa contigo. Quizás podamos recuperar estas dinámicas en red de los pueblos de la España vaciada para cuidar las unas de las otras.
Has vivido personalmente la necesidad de abandonar tu lugar de nacimiento para desarrollar tu vida, este exilio. ¿Cómo has vivido este proceso?
Yo tuve que irme de mi pueblo para encontrar un proyecto de vida, pero en mi generación también había más personas de mi edad que eran heterosexuales y se identificaban como cis y también tuvieron que irse. No sólo se trata de LGTBIfobia, ni sólo del llamado 'sexilio', sino que es toda una generación la que tuvo que abandonar la España vaciada porque no tiene a su alcance servicios mínimos como un ambulatorio, una farmacia o un hospital a menos de una hora. Pero efectivamente, el colectivo LGTBI es mayormente de clase obrera y esto siempre se solapa.
Imagina que desde mi pueblo la manera más rápida para llegar al hospital es en helicóptero. Entonces, todo esto que burocratiza lo que en la ciudad te puedes encontrar andando, complica mucho la vida en la España vaciada. Las estrategias deben ser de fijar población, con los servicios, y la población aumentará. Otra política nos favorecería a todos.
¿Qué es lo que buscas al escribir 'Maricas malas'?
Espero que todas las personas que cargan con un estigma de lo que les han dicho de su persona se den cuenta de que lo que les han hecho creer es lo peor de sí mismas es realmente lo mejor que tienen. No sólo las maricas somos corregidas. Muchos hombres heteros son corregidos y por tanto han renunciado a cuidar, a ser cuidados y eso construye una fuente de frustraciones. Me gustaría que pudiésemos pensar en todo aquello que podemos hacer y que lo hagamos sin vergüenza.
¿Qué sientes al lanzar un trabajo de este tipo en un momento en el que la extrema derecha ha irrumpido en la política española?
Precisamente porque vivimos en un tiempo en el que han resurgido estos discursos de extrema derecha, siento que es el momento de dar el golpe en la mesa y tirar hacia otro lado. Creo que la extrema derecha es muy hábil en mover discursos de odio y hacer más ruido del que representa. Son muy pocos pero hacen mucho ruido. Las latas vacías hacen más ruido que las llenas y tienen la capacidad de llamar la atención, aunque su discurso esta hueco. Es por eso que debemos construir alianzas y hacer frente a este clima reaccionario. Si empezamos a hablar de vivienda o soledad, de ley de extranjería, derechos laborales, y si lo enfocamos desde la perspectiva LGTBI, es una manera de encontrar alianzas entre colectivos minorizados. Y esta es la manera de hacer frente a esto.
¿Qué diferencias ves entre la realidad en Barcelona y en pueblos como el tuyo en este frente del que hablas?
Se había hecho un retrato falaz y torpe de que la extrema derecha era algo eminentemente rural. Pero irrumpió en las ciudades. Y hay una nueva etapa política en la que tendremos que debatir ideas que creíamos enterradas. Barcelona, donde vivo, tiene un tejido tan reivindicativo que seguramente va a resistir mejor el envite de la extrema derecha que aquellos lugares que no tienen una personalidad histórica como la de la ciudad.
Pero también pongo en duda de que lugares como Castilla-La Mancha no tengan tejido asociativo. Las abuelas de mi pueblo que salen a tomar el fresco... Eso también es tejido asociativo. Puede que no tengan un NIF, desde luego. Pero dependen de unas y de otras. Saben qué necesidades tienen y lo que ocurre con sus vecinas. Son asociativas igual que el sindicato de inquilinas. Son estructuras análogas, en los que se ofrece un espacio de cuidados. Y estoy segura de que si una mujer entre las amigas de mi abuela saliera del armario como bollera, el resto de sus amigas la cuidaría y nunca le darían la espalda. Esto tiene un potencial tremendo.
¿Cómo trabajas esta construcción de una identidad fuera de tu lugar de origen?
Aunque el marica salga de Cuenca, Cuenca no sale del marica. Efectivamente, hay dinámicas urbanocentristas que no contemplo. No se me pasan por la cabeza o que, finalmente, no entiendo. Y veo, efectivamente, una ausencia de perspectiva rural en muchas problemáticas que se plantean en las ciudades. Pero igualmente invito al desarraigo. Porque es una manera distinta de abrazar quién eres. Tener identidades cambiantes o mutantes es muy enriquecedor.
“No necesariamente hablo de mi pueblo”, reflexiona Casas, sino que se trataba de una manera de abrir la puerta a exponer las dificultades por las que pasa una persona del colectivo LGTBI. “Especialmente cuando eres el único del pueblo”. Dificultades que también se viven en la ciudad, pero que son diferentes. “Los pueblos tienen su propia LGTBIfobia, igual que las ciudades. Son caminos distintos, no mejores ni peores”, señala. Casas rechaza de este modo la perspectiva que ve generalmente en los medios de comunicación cuando se produce una agresión homófoba en alguna localidad más pequeña. “Tristemente llevan a la España rural a ser un lugar de homofobia. Y a la vez construimos Madrid y Barcelona como una meca, como un lugar al que debemos migrar porque la vida ahí es mejor. Pero no necesariamente es así”, explica.
'El Power Ranger rosa' fue un paso adelante, explica. “Mi familia ya conocía cuál era mi posicionamiento. Es una suerte que siempre hayan respetado mi orientación sexual, mi identidad de género y todo el acercamiento que he vivido ha sido desde los cuidados y el cariño. Pero eso no quita que yo haya sufrido situaciones LGTBIfóbicas”, recalca. Su ensayo busca exponer un planteamiento transversal, desde la perspectiva 'queer', hasta la lucha de clases. Nació, recuerda, en un pueblo en el que todavía no hay fibra óptica. Desde ahí parte todo.
¿Por qué decides entrar en el género de la no-ficción?
Precisamente por haber crecido como la marica del pueblo, cuando llegas a la ciudad y empiezas a conocer a otros maricas, reconoces que la diversidad del colectivo es precisamente la de clase. Yo nunca había conocido a una marica rica, que son las protagonistas en los medios, o en los parlamentos, que es lo que ocurre cuando políticos o políticas del colectivo LGTBI llegan a posiciones de poder. Llego a la ciudad y veo a amigos maricas de distintos orígenes de clase y cómo nuestras necesidades están marcadas por nuestras condiciones materiales.
Es por eso que propongo un análisis de perspectiva de clase de la identidad marica y exponer cómo estas personas más aceptadas y respetadas, ya sea porque tienen familia, hipoteca, un jardín o una piscina, estas maricas ricas se desentienden de las maricas pobres.
¿Exactamente qué es una 'marica mala'?
Es dejar de dar explicaciones por tu modo de vivir y reivindicar que es tan válido como el de las personas no maricas. Que nuestro modo de vivir y sentir es válido. Siento que todo el mundo tiene la necesidad de abrazar lo peor de sí mismas y mucha necesidad de verse en ello. Y me alegro mucho de poner mi piedra en este camino para ser menos exigentes y actuar desde la ternura y los cuidados.
Villano Antillano es un claro ejemplo de marica mala. Es una persona que se resiste a dar una imagen limpia e higienizada de lo que es ser una persona LGTBI y quiere reivindicar desde la rebeldía el no ser respetable pero a la vez tremendamente deseable. Lo que transmite es ambicioso, para que otras personas se vean en ella y vean que no hay nada malo en ser estridente. Y eso también es lo que yo reivindico. Ser deseables, promiscuas, sucias, trabajadoras y colectivas. Es decir, que dejemos de dejar de luchar por una superación individual y lo hagamos desde una perspectiva colectiva, como las necesidades de vivienda, de trabajo, o de disfrutar de una vejez digna y con gente que cuide de nosotras.
Has planteado que desde el colectivo LGTBI se han olvidado luchas como de la vivienda en favor de otras como el matrimonio igualitario. ¿Esto qué significa?
Un sindicato de inquilinas es tremendamente LGTBI. Cualquier defensa de clase es LGTBI y al revés, cualquier política LGTBI también es defensa de clase. Y es que si analizas los datos de las condiciones de clase que nos atraviesan, como la vivienda, es especialmente violento con las personas LGTBI. Ocurre también con el sinhogarismo, porque muchas personas son expulsadas de su casa al salir del armario. Y es frecuente que vas a una inmobiliaria y se te niegue el alquiler de una casa por tener demasiada pluma.
Cualquier política de vivienda como construir vivienda pública, las de 'housing first' o los sindicatos pueden dar una respuesta a nuestro colectivo, y son innegablemente de clase. Este es uno de los puentes que establezco. Pero también, por ejemplo, la soledad que pueden sufrir las personas de clase obrera, especialmente las mujeres. Una mujer rica puede pagar una asistenta, pero las que viven solas se encuentran sin nadie que las cuide en su tercera edad. Esta también es una realidad del colectivo LGTBI, que tienen tendencia a perder lazos afectivos y familiares precisamente por su identidad afectiva y sexual. Existe estadística al respecto. Cualquier iniciativa que ayude a los cuidados es una política LGTBI y también de clase.
Y volvemos a los pueblos. En estos lugares no se dan los casos de mujeres que mueren solas porque son acompañadas por sus vecinas. Todo el mundo se conoce. Y es cierto que hay una fobia especialmente violenta, porque cuando eres marica te sientes señalada por todo el pueblo. Pero en paralelo, hay redes afectivas muy densas y tienes a mucha gente pendiente de ti. Si se pasan tres días sin verte, se preguntarán qué pasa contigo. Quizás podamos recuperar estas dinámicas en red de los pueblos de la España vaciada para cuidar las unas de las otras.
Has vivido personalmente la necesidad de abandonar tu lugar de nacimiento para desarrollar tu vida, este exilio. ¿Cómo has vivido este proceso?
Yo tuve que irme de mi pueblo para encontrar un proyecto de vida, pero en mi generación también había más personas de mi edad que eran heterosexuales y se identificaban como cis y también tuvieron que irse. No sólo se trata de LGTBIfobia, ni sólo del llamado 'sexilio', sino que es toda una generación la que tuvo que abandonar la España vaciada porque no tiene a su alcance servicios mínimos como un ambulatorio, una farmacia o un hospital a menos de una hora. Pero efectivamente, el colectivo LGTBI es mayormente de clase obrera y esto siempre se solapa.
Imagina que desde mi pueblo la manera más rápida para llegar al hospital es en helicóptero. Entonces, todo esto que burocratiza lo que en la ciudad te puedes encontrar andando, complica mucho la vida en la España vaciada. Las estrategias deben ser de fijar población, con los servicios, y la población aumentará. Otra política nos favorecería a todos.
¿Qué es lo que buscas al escribir 'Maricas malas'?
Espero que todas las personas que cargan con un estigma de lo que les han dicho de su persona se den cuenta de que lo que les han hecho creer es lo peor de sí mismas es realmente lo mejor que tienen. No sólo las maricas somos corregidas. Muchos hombres heteros son corregidos y por tanto han renunciado a cuidar, a ser cuidados y eso construye una fuente de frustraciones. Me gustaría que pudiésemos pensar en todo aquello que podemos hacer y que lo hagamos sin vergüenza.
¿Qué sientes al lanzar un trabajo de este tipo en un momento en el que la extrema derecha ha irrumpido en la política española?
Precisamente porque vivimos en un tiempo en el que han resurgido estos discursos de extrema derecha, siento que es el momento de dar el golpe en la mesa y tirar hacia otro lado. Creo que la extrema derecha es muy hábil en mover discursos de odio y hacer más ruido del que representa. Son muy pocos pero hacen mucho ruido. Las latas vacías hacen más ruido que las llenas y tienen la capacidad de llamar la atención, aunque su discurso esta hueco. Es por eso que debemos construir alianzas y hacer frente a este clima reaccionario. Si empezamos a hablar de vivienda o soledad, de ley de extranjería, derechos laborales, y si lo enfocamos desde la perspectiva LGTBI, es una manera de encontrar alianzas entre colectivos minorizados. Y esta es la manera de hacer frente a esto.
¿Qué diferencias ves entre la realidad en Barcelona y en pueblos como el tuyo en este frente del que hablas?
Se había hecho un retrato falaz y torpe de que la extrema derecha era algo eminentemente rural. Pero irrumpió en las ciudades. Y hay una nueva etapa política en la que tendremos que debatir ideas que creíamos enterradas. Barcelona, donde vivo, tiene un tejido tan reivindicativo que seguramente va a resistir mejor el envite de la extrema derecha que aquellos lugares que no tienen una personalidad histórica como la de la ciudad.
Pero también pongo en duda de que lugares como Castilla-La Mancha no tengan tejido asociativo. Las abuelas de mi pueblo que salen a tomar el fresco... Eso también es tejido asociativo. Puede que no tengan un NIF, desde luego. Pero dependen de unas y de otras. Saben qué necesidades tienen y lo que ocurre con sus vecinas. Son asociativas igual que el sindicato de inquilinas. Son estructuras análogas, en los que se ofrece un espacio de cuidados. Y estoy segura de que si una mujer entre las amigas de mi abuela saliera del armario como bollera, el resto de sus amigas la cuidaría y nunca le darían la espalda. Esto tiene un potencial tremendo.
¿Cómo trabajas esta construcción de una identidad fuera de tu lugar de origen?
Aunque el marica salga de Cuenca, Cuenca no sale del marica. Efectivamente, hay dinámicas urbanocentristas que no contemplo. No se me pasan por la cabeza o que, finalmente, no entiendo. Y veo, efectivamente, una ausencia de perspectiva rural en muchas problemáticas que se plantean en las ciudades. Pero igualmente invito al desarraigo. Porque es una manera distinta de abrazar quién eres. Tener identidades cambiantes o mutantes es muy enriquecedor.
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