Imagen: 20 Minutos / Eva Pascual, Uge Sangil, Violeta Assiego y Nacho Vidal |
Violeta Assiego | 1 de cada 10, 20 Minutos, 2017-06-09
http://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2017/06/09/la-revolucion-trans-ha-comenzado/
Este texto es parte de la intervención de Violeta Assiego en la mesa redonda que se celebró el pasado martes en el ARN Culture & Business Pride en Tenerife en la que se habló de la 'Revolución Trans' junto con Nacho Vidal, Uge Sangil y Eva Pascual.
Tiene sentido pensarlo. Sí, es cierto, la ‘Revolución Trans’ se ha iniciado y hechos como la respuesta social a la insistente (y cansina) presencia del autobús de la organización Hazte Oír en las calles españolas lo confirma.
Niñas, niños, jóvenes y adultos que rompen las normas de género son concebidos cada vez menos como un problema desde el punto de vista médico o psicológico. El mensaje que se ofrece a la opinión pública por parte de los medios empieza a ser otro, y no solo en nuestro país. Portadas de revistas como National Geographic, Time o Vogue amplifican una idea: lo trans es sinónimo de diversidad, no de problema. La ‘Revolución Trans’ ha comenzado, es el momento de repensar el género, de deconstruir prejuicios, de cuestionar la normatividad. Pero queda mucho por hacer, especialmente en esos otros espacios cotidianos e invisibles a los focos más mediáticos donde el mensaje transfobo del autobús naranja puede calar con su gota a gota.
La transfobia existe, y no se ha ido por la puerta con la cada vez mayor visibilización y empoderamiento de las personas trans. Es más, está muy anclada en nuestras actitudes y comportamientos. Está la que destila el autobús de Hazte Oír, que es evidente, pero hay otras más latentes que se anidan en el subconsciente, también en el de los llamados ‘gayfriendly’ y en el de quienes formamos parte del ‘abanico de letras’ de la diversidad sexual.
Un ejemplo es que del trato tránsfobo que recibió Cassandra Vera (la tuitera condenada por bromear sobre Carrero Blanco) durante la vista oral, apenas se percataron esos mismos medios y entidades que, semanas antes, habían alzado su voz contra el autobús de Arsuaga. En ese caso no les parecía evidente la transfobia que contenía el tratamiento como varón que se le otorgó a esta mujer. Al fin y al cabo, se argumentaba, en su documentación figuraba como Ramón.
Otra situación nos puso a prueba hace unas semanas sin que tuviera gran repercusión. Una mujer trans era acusada de violencia de género por unos hechos que sucedieron cuando “ella era oficialmente él”… ¿Se le debe aplicar la Ley de Violencia de Género? Sin conocer en detalle los hechos ni la vivencia de la mujer víctima (algo clave para formarse una opinión jurídica) había un mensaje claro a salvaguardar: la persona acusada siempre fue mujer y darle un tratamiento masculino en los medios o cuestionar su identidad no es más que otro modo de transfobia. Nadie está a salvo de ella, y así nos encontramos con corrientes dentro del feminismo a las que les cuesta aceptar que una mujer sin vulva es igual de mujer.
Lo cierto es que no habrá verdadera ‘Revolución Trans’ hasta que logremos repensar los clichés, los roles, los estereotipos y las creencias que tenemos sobre el género y el papel que juega el binarismo dentro de este. Pero además, la ‘Revolución Trans’ que se ha iniciado no se consumará hasta que…:
Tiene sentido pensarlo. Sí, es cierto, la ‘Revolución Trans’ se ha iniciado y hechos como la respuesta social a la insistente (y cansina) presencia del autobús de la organización Hazte Oír en las calles españolas lo confirma.
Niñas, niños, jóvenes y adultos que rompen las normas de género son concebidos cada vez menos como un problema desde el punto de vista médico o psicológico. El mensaje que se ofrece a la opinión pública por parte de los medios empieza a ser otro, y no solo en nuestro país. Portadas de revistas como National Geographic, Time o Vogue amplifican una idea: lo trans es sinónimo de diversidad, no de problema. La ‘Revolución Trans’ ha comenzado, es el momento de repensar el género, de deconstruir prejuicios, de cuestionar la normatividad. Pero queda mucho por hacer, especialmente en esos otros espacios cotidianos e invisibles a los focos más mediáticos donde el mensaje transfobo del autobús naranja puede calar con su gota a gota.
La transfobia existe, y no se ha ido por la puerta con la cada vez mayor visibilización y empoderamiento de las personas trans. Es más, está muy anclada en nuestras actitudes y comportamientos. Está la que destila el autobús de Hazte Oír, que es evidente, pero hay otras más latentes que se anidan en el subconsciente, también en el de los llamados ‘gayfriendly’ y en el de quienes formamos parte del ‘abanico de letras’ de la diversidad sexual.
Un ejemplo es que del trato tránsfobo que recibió Cassandra Vera (la tuitera condenada por bromear sobre Carrero Blanco) durante la vista oral, apenas se percataron esos mismos medios y entidades que, semanas antes, habían alzado su voz contra el autobús de Arsuaga. En ese caso no les parecía evidente la transfobia que contenía el tratamiento como varón que se le otorgó a esta mujer. Al fin y al cabo, se argumentaba, en su documentación figuraba como Ramón.
Otra situación nos puso a prueba hace unas semanas sin que tuviera gran repercusión. Una mujer trans era acusada de violencia de género por unos hechos que sucedieron cuando “ella era oficialmente él”… ¿Se le debe aplicar la Ley de Violencia de Género? Sin conocer en detalle los hechos ni la vivencia de la mujer víctima (algo clave para formarse una opinión jurídica) había un mensaje claro a salvaguardar: la persona acusada siempre fue mujer y darle un tratamiento masculino en los medios o cuestionar su identidad no es más que otro modo de transfobia. Nadie está a salvo de ella, y así nos encontramos con corrientes dentro del feminismo a las que les cuesta aceptar que una mujer sin vulva es igual de mujer.
Lo cierto es que no habrá verdadera ‘Revolución Trans’ hasta que logremos repensar los clichés, los roles, los estereotipos y las creencias que tenemos sobre el género y el papel que juega el binarismo dentro de este. Pero además, la ‘Revolución Trans’ que se ha iniciado no se consumará hasta que…:
- La aceptación social / familiar / personal siga dependiendo del contexto donde se vive, del lugar de nacimiento, de la clase social, del color de la piel, de la situación legal, de cumplir o no los cánones de la belleza… El acceso de las personas trans a sus derechos no puede estar vinculado a ‘los privilegios’ de tener la tez blanca, de ser de clase media-alta, de ser nacional, de responder a un patrón estético, de tener dinero o relaciones clave…
- Las leyes sobre transexualidad sean patologizantes y arrebatar a las personas la soberanía sobre sus cuerpos negándoles de esta forma su derecho a la libre autodeterminación. En España, la Ley de 2007 -mucho más avanzada que otras normas europeas- todavía condiciona el cambio registral de nombre a los dos años de tratamiento hormonal y diagnóstico psiquiátrico. Eso es patologizar.
- Se sigan dando agresiones y siendo asesinadas las personas trans, algo que pasa completamente desapercibido a ojos de la opinión pública y mediática. En los últimos 10 años, al menos 2.343 asesinatos a personas trans fueron reportados en 69 países. Una cifra que, sin duda, oculta una realidad mucho más dramática al no tener una información completa.
- Las leyes del mercado y el neoliberalismo estén al acecho para hacer caja y apropiarse de esta revolución. De ser así, no será posible repensar esos patrones y roles de género para combatir la retórica de rechazo y de odio que presiona y castiga a quienes abanderan la disidencia y desobediencia sexual.
La ‘Revolución Trans’ le ha dado al ‘botón de ON’, no dudo de ello, pero si no queremos que se frustre necesitamos que se erija desde una ‘Ética trans’ similar (y puede que inspirada) en la 'Ética marica' que describe Paco Vidarte:
“Con el tiempo me he convencido de que las nativas tenemos algo de cabras, siempre acabamos tirando al monte del consumismo, de la insolidaridad, de la conquista egoísta de privilegios privados, a la connivencia con el poder, al ‘pisacuellismo’ de los que están peor que nosotros. Por eso no dejo de darle vueltas a una Ética Marica en la que no siempre primen los intereses de clase y los privilegios de cuna, una Ética que no comparta los presupuestos de las éticas universalmente aceptadas, sancionadas socialmente, mayoritarias, solo porque se considera que defienden reivindicaciones más globales, más comunes.
Si siempre priman otros y otras convicciones que no se ponen en cuestión, nos va a ir muy malamente. Sobre todo a las que siempre les va mal. Les va a seguir yendo fatal a las que siempre les va fatal. Maricas o no. Y ser marica no sirve para intentar cambiar esto que es tan viejo, ¿para qué demonios sirve? Por supuesto, para perpetuar situaciones de opresión, marginación, exclusión y desigualdad social. Pues para esto no hacían falta tantas alforjas. Para convertirnos en instrumentos del poder, del capitalismo y del mercado yo no quiero ser marica”.
Sin ética trans, la revolución no será.
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