Colita vista por Pepe Encinas // |
Gabriel Jaraba | Catalunya Plural, 2024-01-01
https://catalunyaplural.cat/es/colita-adios-a-la-mirada-de-la-catalunya-moderna/
La mirada de Colita quedará como una mirada global, omniabarcante de las distintas facetas de la vida cotidiana, y no sólo un testimonio de la actualidad o de la actividad artística. Artista era ella, y no sólo quienes retrataba, porque no se conformaba con trasladar al papel fotográfico su imagen, sino que reproponía y reconstituía sus personalidades.
El fin de año nos sorprende con la muerte de Colita, mucho más que una gran fotógrafa antes una personalidad muy destacada de la vida cultural catalana de la segunda mitad del siglo XX. Doctora Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Barcelona, aportó una mirada del todo singular a las realidades y los personajes que marcaban el despertar de la vida ciudadana de nuestro país a medida que caminábamos hacia la democracia y nos adentrábamos en ella.
Colita no fue “la fotógrafa de ‘Gauche Divine’”, como volvemos a leer. Fue una artista de la fotografía y una fotoperiodista que superó los límites de ese encasillamiento y de cualquier otro. Fue una militante de izquierdas, partidaria del socialismo de Joan Reventós y Raimon Obiols, y una activista feminista que mostró el camino a muchas mujeres. Laboralmente luchó por una dignificación de las condiciones laborales y económicas de los fotógrafos, y ayudó a ensanchar los límites de sus entornos: no quedó limitada por ciertos mandarinatos de quienes creían que la actividad fotoperiodística era exclusiva suya –y se repartían el trabajo entre ellos, cerrando el paso a los jóvenes– e hizo de maestra, en el viejo sentido artesanal de la palabra, de los fotógrafos noveles, como Kim Manresa, hoy maestro él mismo.
La exposición antológica de su obra, en 2014 en La Pedrera, comisariada por Laura Terré y custodiada por Francesc Polop, fue una re-visión –con guión, volver a ver para verlo mejor– de los años y la gente que han dado forma a la Catalunya moderna. La mirada de Colita quedará como una mirada global, omniabarcante de las distintas facetas de la vida cotidiana, y no sólo un testimonio de la actualidad o de la actividad artística. Artista era ella, y no sólo quienes retrataba, porque no se conformaba con trasladar al papel fotográfico su imagen sino que reproponía y reconstituía sus personalidades. Cuando hizo la fotografía fija de ‘Los Tarantos’, filme de Francesc Rovira Beleta, mostró un rostro de Carmen Amaya que reflejaba dramáticamente toda la profundidad del arte llamado flamenco, que es en realidad una epopeya de tradición oral desde que las invasiones musulmanas ahuyentaron al pueblo romaní de la India hace 1.500 años. La imagen impactante de la bailarina del Somorrostro barcelonés, que sólo Colita supo llevar a la realidad, le abrió las puertas del mundo del flamenco. Había sido apadrinada por Paco Rebés, coleccionista de arte, galerista, pintor y fotógrafo, y representante de los más importantes artistas flamencos, y entró como laboratorista y estilista en el estudio de Xavier Miserachs, aprendiendo después de Oriol Maspons y Francesc Català Roca.
Colita se convirtió en digna sucesora de estos artistas (añadiremos a Ricard Terré y Ramon Masats) y aportó una mirada juvenil, aparentemente informal, pero en realidad humorística (García Márquez con la cabeza cubierta con un ejemplar de ‘Cien años de soledad’) y transgresora (las secretarias de Jordi Herralde enseñando las bragas en el despacho de la editorial Anagrama). Esto hizo que algunos ignorantes la hayan asociado a la frivolidad, confundiendo humor y veleidad, mientras que ella fue siempre consciente de la impostada falsa trascendencia que ha empapado la cultura catalana; supo introducir un remedio del todo necesario y se asoció con gente que se sentía del mismo, como Terenci Moix, Anna Maria Moix, Juan Manuel Serrat, Ángel Pavlovski, Rosa María Sardà, Nazario Luque o un gran número de profesionales del espectáculo que han hecho que Cataluña sea como es y no como una minoría quisiera que fuera.
La fotografía de Colita, humorística, testimonial, inquisitiva, reveladora, sensible, compasiva, combatiente, todo esto a la vez, dignificaba la apertura de la mirada del país a todas las sensibilidades de la segunda mitad del siglo XX. La antología de su obra es un compendio de lo que todos hemos sido durante estas décadas; de hecho, un retrato colectivo. Un país moderno, diverso, complejo, plural, hecho de luces y sombras en el que todo el mundo tiene un papel. No es una mirada parcial o sectorial, es una mirada humana, muy humana, que acepta todo lo que el humano es y hace. Una humanidad que incluye a los animales, a los que la artista amaba tanto, como parte de su esfera de vida. Cualquier visión parcial de Colita hace que el fragmento mienta sobre ella; cuando se abraza su trabajo de manera global e inseparable uno se encuentra de repente con un retrato integral de la condición humana.
Recientemente Colita recibió el galardón Oficio de Periodista, concedido por el Col·legi de Periodistes de Catalunya como distinción por toda su carrera. Esto le gustó mucho, porque la Colita artista era también fotoperiodista, y le gustaba sentirse como tal. Su trabajo sirvió de estímulo para la irrupción de toda una generación de fotoperiodistas mujeres, y ella misma quiso recuperar el nombre de Joana Biarnés, la pionera y la primera; Colita había sido la segunda pues en aquella época las periodistas femeninas en las redacciones se contaban con los dedos de una mano; los fotoperiodistas eran hombres.
En la mencionada antológica de La Pedrera participé con Colita en un coloquio sobre su obra –con Laura Terré, Enric Majó y Pilar Aymerich–, y me presentó a la señora Biarnés, la mujer que fotografió a los Beatles. Las abracé a ambas y un escalofrío me recorrió la espalda, me sentí como si John Lennon me hubiera presentado a Paul McCartney. Joana Biarnés murió poco después. Siempre se lo agradeceré a Colita, Isabel Steva Hernández.
El fin de año nos sorprende con la muerte de Colita, mucho más que una gran fotógrafa antes una personalidad muy destacada de la vida cultural catalana de la segunda mitad del siglo XX. Doctora Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Barcelona, aportó una mirada del todo singular a las realidades y los personajes que marcaban el despertar de la vida ciudadana de nuestro país a medida que caminábamos hacia la democracia y nos adentrábamos en ella.
Colita no fue “la fotógrafa de ‘Gauche Divine’”, como volvemos a leer. Fue una artista de la fotografía y una fotoperiodista que superó los límites de ese encasillamiento y de cualquier otro. Fue una militante de izquierdas, partidaria del socialismo de Joan Reventós y Raimon Obiols, y una activista feminista que mostró el camino a muchas mujeres. Laboralmente luchó por una dignificación de las condiciones laborales y económicas de los fotógrafos, y ayudó a ensanchar los límites de sus entornos: no quedó limitada por ciertos mandarinatos de quienes creían que la actividad fotoperiodística era exclusiva suya –y se repartían el trabajo entre ellos, cerrando el paso a los jóvenes– e hizo de maestra, en el viejo sentido artesanal de la palabra, de los fotógrafos noveles, como Kim Manresa, hoy maestro él mismo.
La exposición antológica de su obra, en 2014 en La Pedrera, comisariada por Laura Terré y custodiada por Francesc Polop, fue una re-visión –con guión, volver a ver para verlo mejor– de los años y la gente que han dado forma a la Catalunya moderna. La mirada de Colita quedará como una mirada global, omniabarcante de las distintas facetas de la vida cotidiana, y no sólo un testimonio de la actualidad o de la actividad artística. Artista era ella, y no sólo quienes retrataba, porque no se conformaba con trasladar al papel fotográfico su imagen sino que reproponía y reconstituía sus personalidades. Cuando hizo la fotografía fija de ‘Los Tarantos’, filme de Francesc Rovira Beleta, mostró un rostro de Carmen Amaya que reflejaba dramáticamente toda la profundidad del arte llamado flamenco, que es en realidad una epopeya de tradición oral desde que las invasiones musulmanas ahuyentaron al pueblo romaní de la India hace 1.500 años. La imagen impactante de la bailarina del Somorrostro barcelonés, que sólo Colita supo llevar a la realidad, le abrió las puertas del mundo del flamenco. Había sido apadrinada por Paco Rebés, coleccionista de arte, galerista, pintor y fotógrafo, y representante de los más importantes artistas flamencos, y entró como laboratorista y estilista en el estudio de Xavier Miserachs, aprendiendo después de Oriol Maspons y Francesc Català Roca.
Colita se convirtió en digna sucesora de estos artistas (añadiremos a Ricard Terré y Ramon Masats) y aportó una mirada juvenil, aparentemente informal, pero en realidad humorística (García Márquez con la cabeza cubierta con un ejemplar de ‘Cien años de soledad’) y transgresora (las secretarias de Jordi Herralde enseñando las bragas en el despacho de la editorial Anagrama). Esto hizo que algunos ignorantes la hayan asociado a la frivolidad, confundiendo humor y veleidad, mientras que ella fue siempre consciente de la impostada falsa trascendencia que ha empapado la cultura catalana; supo introducir un remedio del todo necesario y se asoció con gente que se sentía del mismo, como Terenci Moix, Anna Maria Moix, Juan Manuel Serrat, Ángel Pavlovski, Rosa María Sardà, Nazario Luque o un gran número de profesionales del espectáculo que han hecho que Cataluña sea como es y no como una minoría quisiera que fuera.
La fotografía de Colita, humorística, testimonial, inquisitiva, reveladora, sensible, compasiva, combatiente, todo esto a la vez, dignificaba la apertura de la mirada del país a todas las sensibilidades de la segunda mitad del siglo XX. La antología de su obra es un compendio de lo que todos hemos sido durante estas décadas; de hecho, un retrato colectivo. Un país moderno, diverso, complejo, plural, hecho de luces y sombras en el que todo el mundo tiene un papel. No es una mirada parcial o sectorial, es una mirada humana, muy humana, que acepta todo lo que el humano es y hace. Una humanidad que incluye a los animales, a los que la artista amaba tanto, como parte de su esfera de vida. Cualquier visión parcial de Colita hace que el fragmento mienta sobre ella; cuando se abraza su trabajo de manera global e inseparable uno se encuentra de repente con un retrato integral de la condición humana.
Recientemente Colita recibió el galardón Oficio de Periodista, concedido por el Col·legi de Periodistes de Catalunya como distinción por toda su carrera. Esto le gustó mucho, porque la Colita artista era también fotoperiodista, y le gustaba sentirse como tal. Su trabajo sirvió de estímulo para la irrupción de toda una generación de fotoperiodistas mujeres, y ella misma quiso recuperar el nombre de Joana Biarnés, la pionera y la primera; Colita había sido la segunda pues en aquella época las periodistas femeninas en las redacciones se contaban con los dedos de una mano; los fotoperiodistas eran hombres.
En la mencionada antológica de La Pedrera participé con Colita en un coloquio sobre su obra –con Laura Terré, Enric Majó y Pilar Aymerich–, y me presentó a la señora Biarnés, la mujer que fotografió a los Beatles. Las abracé a ambas y un escalofrío me recorrió la espalda, me sentí como si John Lennon me hubiera presentado a Paul McCartney. Joana Biarnés murió poco después. Siempre se lo agradeceré a Colita, Isabel Steva Hernández.
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