jueves, 29 de octubre de 2015

#hemeroteca #politica | El ascenso de la religión y el sectarismo en la política turca

Imagen: esglobal / Simpatizantes del partido AKP
El ascenso de la religión y el sectarismo en la política turca.
La inestabilidad del país en un vecindario con una profunda crisis puede derivar en la tormenta perfecta.
Francis Ghilès / Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia | esglobal, 2015-10-29
http://www.esglobal.org/el-ascenso-de-la-religion-y-el-sectarismo-en-la-politica-turca/

Recientemente, en la ciudad de Konya, situada en Anatolia central, unos hinchas turcos de fútbol se negaron a guardar un minuto de silencio en honor de las víctimas del atentado cometido unos días antes en Ankara, el más letal de la historia del país. Según explicó uno de los principales escritores turcos al diario The Financial Times, “cuando las selecciones nacionales de Turquía e Islandia, antes del partido de clasificación para la Eurocopa 2016, guardaron silencio en señal de respeto a los más de cien manifestantes fallecidos en el doble atentado suicida, se oyeron silbidos y abucheos entre los espectadores. Varios entonaron eslóganes ultranacionalistas en turco y gritaron “Allahu Akbar” (Dios es grande). La pena es un elemento de unión entre la gente, incluso en un país dividido, pero no en el caso de Turquía.

Después de 13 años de gobierno de su partido, el AKP, el mayor éxito del presidente turco. Recep Tayyip Erdoğan, es haber vuelto a colocar la religión en el centro del escenario político, y a lo grande. Erdogan no respeta la Constitución, que exige que su cargo esté por encima de la política cotidiana. Utiliza un lenguaje agresivo que, desde luego, satisface aproximadamente al 40% del electorado, sobre todo en la meseta central de Anatolia. El peligro es que Turquía está empezando a parecerse a varios países vecinos en los que las divisiones étnicas y el sectarismo hacen cada vez más difícil cualquier tipo de diálogo. La historia nos enseña, con casos como la política de limpieza de sangre en la España del siglo XVI, la persecución de los protestantes en la Francia de Luis XIV o las 15.000 nuevas iglesias ortodoxas que el presidente ruso, Vladímir Putin, ha autorizado en Rusia desde 2000, que la instrumentalización de la religión, las sectas y las etnias suele acabar en llanto.

En Turquía, la política está cada vez más polarizada y es cada vez más sectaria, y no sólo respecto a los kurdos. Estamos viendo, igual que en varios países árabes de la región -entre ellos, Arabia Saudí-, una línea argumental supremacista de los suníes que irremediablemente agrava los ya imposibles problemas de Oriente Medio. El principal grupo de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), fundado por Mustafá Kemal Ataturk, es cada vez más restrictivo, y casi dos tercios de sus parlamentarios proceden de la minoría religiosa aleví. Al mismo tiempo, un informe reciente del Departamento de Estado de EE UU indica un aumento del antisemitismo, y este año las autoridades dispersaron con gases el desfile del Orgullo Gay de Estambul, el único de este tipo en la región. En lugar de ofrecer un modelo de cómo integrar la religión en un Estado moderno, los años de gobierno del AKP están llevando a un país que se consideraba el más adelantado de Oriente Medio hacia aguas desconocidas. La situación es aún peor si nos atenemos a la impresión de que la región está más a merced de los acontecimientos que nunca desde la caída del Imperio Otomano, hace casi un siglo.

Este peligro se añade a otros dos hechos preocupantes. La dimensión de la matanza en Ankara contribuye a la sensación general de que este atentado, como el que mató a 34 jóvenes activistas en un centro cultural kurdo de la frontera siria en el mes de julio, se debe en parte a un grave fallo de información y seguridad del Estado turco. No parece que el Gobierno esté investigando en serio estas atrocidades, y, como consecuencia, millones de personas no están nada seguras de contar con la protección que cualquier Estado moderno debe garantizar a sus ciudadanos. Hace más de 10 años que en Turquía no se resuelve de forma convincente ninguna de las grandes tramas terroristas ni se lleva con éxito a juicio a ninguno de los asesinos. No es extraño que, según una encuesta reciente, la opinión de más de la mitad del electorado sea que los comicios no son limpias ni fiables.

Es muy probable que el EI esté detrás de estos atentados, pero la existencia de una amenaza terrorista visible es conveniente para los cálculos del presidente Erdoğan. El rival de izquierdas del AKP, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), con raíces en el movimiento kurdo, recibió más del 10% de los votos en los comicios parlamentarios de junio, por lo que impidió que Erdogan contara con mayoría absoluta en la cámara e hiciera realidad su intención de reforzar la presidencia; en vez de intentar construir una coalición con el HDP o el CHP, el jefe del Estado convocó nuevas elecciones para el 1 de noviembre. Las voces discrepantes tienen cada vez más dificultades para hacerse oír, como se ve en el número de caricaturistas demandados y de periodistas encarcelados. El brazo armado de los insurgentes kurdos, el PKK, también parece resentirse de que el avance del HDP lo haya eclipsado.

Recep Tayyip Erdoğan lucha más contra el PKK que contra el Estado Islámico. Si el EI es el responsable de los crímenes recientes en Ankara y otros lugares de Turquía, eso indica que ha decidido seguir una política destructiva que quizá le resulte rentable. Sea cual sea su éxito, se lo deberá en gran parte al Gobierno cada vez más sectario, autoritario y corrupto de un hombre que en otro tiempo fue socio del ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero en la promoción de la Alianza de Civilizaciones. Si la inestabilidad creciente de Turquía se une a la crisis cada vez más profunda de la región, la tarea de los mediadores europeos internacionales no será fácil. Puede muy bien derivar en la ‘tormenta perfecta’.

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