Imagen: El País / María Moliner |
La realidad está cambiando y ahora es difícil dar una clase de Lingüística sin mencionar a alguna investigadora actual.
Lola Pons Rodríguez | El País, 2018-03-04
https://elpais.com/elpais/2018/02/27/opinion/1519757202_315530.html
Como un río que nace y se agota, una noticia podría cartografiarse desde su génesis hasta su extinción u olvido. Si la actualidad se mirase como un atlas, los mapas mostrarían dos clases de ríos. Está, por un lado, el de las noticias que brotan repentinas, inesperadas: fallecimientos, el accidente desgraciado, lo que alguien dice o hace; y está, por otro lado, el río de las noticias esperadas, las que podemos anticipar: el aniversario de una muerte, la celebración de una efeméride, el Día-de-Algo que se celebra en una fecha específica año tras año. A veces los ríos se entrecruzan, sin que sepamos cuál es el principal y cuál es el afluente; se encuentran, en eso que la hidrología llama bellamente la “confluencia”.
Eso ocurrió este año con el 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y eso va a ocurrir con el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Ambas celebraciones se encuentran este año con el ambiente mediático emanado de la etiqueta #MeToo y de su consecuencia de mayor alcance, los manifiestos en torno al admirable Time’s Up. Los actos del 11 de febrero nos familiarizaron con encomiables figuras de biólogas, químicas o ingenieras españolas. Sus trayectorias repiten esquemas similares: fatigoso acceso a ámbitos típicamente masculinos, reservas hacia su capacidad y el frenético funambulismo de equilibrar la carrera investigadora y vida familiar en el país con los peores horarios para la conciliación. No son distintos los inconvenientes con que se han enfrentado otras mujeres científicas a las que, tristemente, un año más se dejó prácticamente fuera de ese río de reivindicaciones: arqueólogas, lingüistas, traductólogas, historiadoras... mujeres “de letras” que también hacemos ciencia y que vemos con algo de escepticismo un día en el que ni nosotras ni nuestras antecesoras somos evocadas. Y eso que, en muchos casos, trabajamos en disciplinas a las que las mujeres accedieron antes y con mayor facilidad que en las áreas tenidas como prototípicamente científicas y técnicas.
Apremiar a reconstruir la historia de la mujer en el ámbito de las Humanidades es en sí mismo un objetivo científico, de descripción historiográfica. La investigación sobre la mujer en la historia de la lingüística, por ejemplo, fue tema de un coloquio que se celebró en la Royal Society de Londres en 2016, y a los resultados del coloquio se han sumado otros textos. La Linguistics Society of America ha hecho su propio informe sobre la historia de las mujeres en la institución desde su fundación en 1924. Salen de él datos llamativos y algunos, pese a su aparente nimiedad, muy reveladores: en las revistas científicas norteamericanas de mitad de siglo se citaba en la bibliografía a las investigadoras con su tratamiento (Miss, Mrs), sin que se consignase nada parecido con los varones.
Pero no solo estamos hablando de hacer una historia de la ciencia más inclusiva y amplia, sino de volver a los trabajos y hallazgos de las mujeres que fueron pioneras en un ámbito científico, porque tal vez sus trabajos merecieron más citas y mayor presencia en las aulas universitarias y en la bibliografía. Pensaba estos días en las queridas filólogas españolas de otro tiempo. Hemos recuperado, sí, la memoria de la lexicógrafa y bibliotecaria María Moliner, autora de un diccionario original y sólido. Pero otros nombres muy destacados siguen siendo conocidos solo para los muy iniciados, como el de María Goyri (1873-1954), autora de páginas brillantes de investigación sobre el romancero hispánico. Fue la primera mujer que estudió en la Facultad de Filosofía y Letras, donde una rutina escalofriante la obligaba a acudir al aula acompañada de un conserje que la escoltaba también en los descansos entre clases. Conocemos por alguna crónica de la época su capacidad crítica; reclamó en una tertulia con Emilia Pardo Bazán la necesidad de brindar a la mujer de su tiempo una educación integrada y no limitada. Una figura intelectual de esa altura hoy es conocida meramente por haber sido la mujer de un colosal maestro como Ramón Menéndez Pidal. Y con el nombre de Goyri, vienen al recuerdo el de otras filólogas empequeñecidas por la historia, como la dialectóloga y autora literaria Josefa Canellada, Jimena Menéndez Pidal, Carmina Pleyan i Cerdà o las muchas mujeres que participaron en campañas y colonias de la Institución Libre de Enseñanza. Sus artículos y libros apenas serán citados en los grados y másteres universitarios dedicados a la lengua y la literatura. Poco nos hablaron de ellas en nuestro periodo formativo. El río del 11 de febrero no las reflejó tampoco. Se han reproducido los mismos silencios.
La realidad está cambiando y ahora es difícil dar una clase de Lingüística sin mencionar un proyecto, un corpus, un artículo, una hipótesis debidos a alguna investigadora actual. Me parece tan común citar a ellas como a ellos en mis clases, y nunca he interiorizado (sería horrible) la necesidad de hacer un discurso paritario en los referentes que menciono a los estudiantes. Estos estudiantes son, por cierto, mayoritariamente mujeres, como ha sido habitual en las carreras de Letras desde hace años.
La confluencia de ríos hace más caudalosas las aguas, más profundas y también más revueltas. Del fango se han rescatado tremendos casos de acoso. Pero también se puede hacer emerger mucho de lo valioso que permanece sumergido, como los nombres de estas mujeres científicas. Rescato sus nombres y dedico sus obras a mis alumnas actuales y a las de otros cursos: algunas se habrán convertido en profesoras y habrán tenido que lidiar con el inquietante machismo que se detecta en las aulas de Secundaria. Recuerdo a estas mujeres para que las tengan presentes también mis doctorandas, cuya apuesta por la maternidad implicará conciliar el sentimiento de culpa con la visión de los trenes que se marchan.
Traigo estos nombres para mis compañeras y para mí misma, porque habremos de tener presentes las historias de estas mujeres silenciadas que no tuvieron la invitación para dar una plenaria en un congreso o la oportunidad de hacer una estancia de investigación que nosotras sí disfrutamos. Y las evoco, en fin, para que no se las vuelva a olvidar en los 11 de febrero y los 8 de marzo que vengan.
Bienvenidos sean estos ríos y todos sus afluentes.
Lola Pons Rodríguez es profesora de Historia de la Lengua en la Universidad de Sevilla.
Eso ocurrió este año con el 11 de febrero, Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, y eso va a ocurrir con el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Ambas celebraciones se encuentran este año con el ambiente mediático emanado de la etiqueta #MeToo y de su consecuencia de mayor alcance, los manifiestos en torno al admirable Time’s Up. Los actos del 11 de febrero nos familiarizaron con encomiables figuras de biólogas, químicas o ingenieras españolas. Sus trayectorias repiten esquemas similares: fatigoso acceso a ámbitos típicamente masculinos, reservas hacia su capacidad y el frenético funambulismo de equilibrar la carrera investigadora y vida familiar en el país con los peores horarios para la conciliación. No son distintos los inconvenientes con que se han enfrentado otras mujeres científicas a las que, tristemente, un año más se dejó prácticamente fuera de ese río de reivindicaciones: arqueólogas, lingüistas, traductólogas, historiadoras... mujeres “de letras” que también hacemos ciencia y que vemos con algo de escepticismo un día en el que ni nosotras ni nuestras antecesoras somos evocadas. Y eso que, en muchos casos, trabajamos en disciplinas a las que las mujeres accedieron antes y con mayor facilidad que en las áreas tenidas como prototípicamente científicas y técnicas.
Apremiar a reconstruir la historia de la mujer en el ámbito de las Humanidades es en sí mismo un objetivo científico, de descripción historiográfica. La investigación sobre la mujer en la historia de la lingüística, por ejemplo, fue tema de un coloquio que se celebró en la Royal Society de Londres en 2016, y a los resultados del coloquio se han sumado otros textos. La Linguistics Society of America ha hecho su propio informe sobre la historia de las mujeres en la institución desde su fundación en 1924. Salen de él datos llamativos y algunos, pese a su aparente nimiedad, muy reveladores: en las revistas científicas norteamericanas de mitad de siglo se citaba en la bibliografía a las investigadoras con su tratamiento (Miss, Mrs), sin que se consignase nada parecido con los varones.
Pero no solo estamos hablando de hacer una historia de la ciencia más inclusiva y amplia, sino de volver a los trabajos y hallazgos de las mujeres que fueron pioneras en un ámbito científico, porque tal vez sus trabajos merecieron más citas y mayor presencia en las aulas universitarias y en la bibliografía. Pensaba estos días en las queridas filólogas españolas de otro tiempo. Hemos recuperado, sí, la memoria de la lexicógrafa y bibliotecaria María Moliner, autora de un diccionario original y sólido. Pero otros nombres muy destacados siguen siendo conocidos solo para los muy iniciados, como el de María Goyri (1873-1954), autora de páginas brillantes de investigación sobre el romancero hispánico. Fue la primera mujer que estudió en la Facultad de Filosofía y Letras, donde una rutina escalofriante la obligaba a acudir al aula acompañada de un conserje que la escoltaba también en los descansos entre clases. Conocemos por alguna crónica de la época su capacidad crítica; reclamó en una tertulia con Emilia Pardo Bazán la necesidad de brindar a la mujer de su tiempo una educación integrada y no limitada. Una figura intelectual de esa altura hoy es conocida meramente por haber sido la mujer de un colosal maestro como Ramón Menéndez Pidal. Y con el nombre de Goyri, vienen al recuerdo el de otras filólogas empequeñecidas por la historia, como la dialectóloga y autora literaria Josefa Canellada, Jimena Menéndez Pidal, Carmina Pleyan i Cerdà o las muchas mujeres que participaron en campañas y colonias de la Institución Libre de Enseñanza. Sus artículos y libros apenas serán citados en los grados y másteres universitarios dedicados a la lengua y la literatura. Poco nos hablaron de ellas en nuestro periodo formativo. El río del 11 de febrero no las reflejó tampoco. Se han reproducido los mismos silencios.
La realidad está cambiando y ahora es difícil dar una clase de Lingüística sin mencionar un proyecto, un corpus, un artículo, una hipótesis debidos a alguna investigadora actual. Me parece tan común citar a ellas como a ellos en mis clases, y nunca he interiorizado (sería horrible) la necesidad de hacer un discurso paritario en los referentes que menciono a los estudiantes. Estos estudiantes son, por cierto, mayoritariamente mujeres, como ha sido habitual en las carreras de Letras desde hace años.
La confluencia de ríos hace más caudalosas las aguas, más profundas y también más revueltas. Del fango se han rescatado tremendos casos de acoso. Pero también se puede hacer emerger mucho de lo valioso que permanece sumergido, como los nombres de estas mujeres científicas. Rescato sus nombres y dedico sus obras a mis alumnas actuales y a las de otros cursos: algunas se habrán convertido en profesoras y habrán tenido que lidiar con el inquietante machismo que se detecta en las aulas de Secundaria. Recuerdo a estas mujeres para que las tengan presentes también mis doctorandas, cuya apuesta por la maternidad implicará conciliar el sentimiento de culpa con la visión de los trenes que se marchan.
Traigo estos nombres para mis compañeras y para mí misma, porque habremos de tener presentes las historias de estas mujeres silenciadas que no tuvieron la invitación para dar una plenaria en un congreso o la oportunidad de hacer una estancia de investigación que nosotras sí disfrutamos. Y las evoco, en fin, para que no se las vuelva a olvidar en los 11 de febrero y los 8 de marzo que vengan.
Bienvenidos sean estos ríos y todos sus afluentes.
Lola Pons Rodríguez es profesora de Historia de la Lengua en la Universidad de Sevilla.
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