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Luisgé Martín | Zenda, 2018-04-11
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La regulación de la prostitución es uno de los asuntos más polémicos de los últimos tiempos. Un sector del activismo feminista ha impulsado con energía el prohibicionismo, que sostiene que cuando alguien alquila su cuerpo no lo hace libremente, sino movido por un estado de necesidad o por una opresión cultural. En ninguna o casi ninguna de estas reflexiones sociopolíticas se hace mención a la prostitución masculina: cuando se habla de la prostitución se da por supuesto que sólo se prostituyen las mujeres y por tanto que la trata de seres humanos y el machismo heteropatriarcal están en sus fundamentos. Esos fundamentos, sin duda, condicionan el debate: nadie puede estar a favor de la esclavitud y de la dominación sexista.
La prostitución masculina revienta completamente las costuras de la discusión, y por eso los prohibicionistas suelen evitar mencionarla en sus planteamientos. Iván Zaro, por un lado, y Óscar Guasch y Eduardo Lizardo, por otro, han dedicado sendos libros a estudiarla y ofrecen puntos de vista que merecen ser considerados. La crónica y el ensayo han servido siempre para alimentar el pensamiento y para guiar las disputas, y ambos libros son útiles en este sentido.
‘La difícil vida fácil: Doce testimonios sobre prostitución masculina’, de Iván Zaro, ofrece, como su título promete, el relato de doce vidas de chaperos (o gigolós, o escorts, o chicos, o chulos: el nombre también tiene un significado social y una diferente estigmatización), la mayoría de ellos dedicados en exclusiva a la prostitución con hombres, pero se incluye también el testimonio de algunos que han ofrecido sus servicios a mujeres (un asunto, por cierto, bastante ausente también de la literatura, aunque haya excepciones notables, como la última novela de Rosa Montero, ‘La carne’, cuya protagonista vive una historia sexual y emocional con un gigoló).
Zaro es un trabajador social que lleva desde 2004 dedicando sus esfuerzos a la prevención del sida y a la atención psicológica de los seropositivos. Ha seguido la historia personal de muchos chaperos a través de los años y conoce bien su trabajo. Esa cercanía ha sido fundamental para lograr la sinceridad de la confidencia y trascender lo anecdótico. El libro está escrito con la voz de los chicos, quienes, en primera persona, cuentan sus vidas. Cada capítulo aborda un tema específico —la prostitución callejera, los pisos invisibles, los juegos de rol, el mundo del porno…— y, después de una introducción del autor, lo ilustra con una historia particular. ‘La difícil vida fácil’, así, tiene el doble valor de la sociología y la literatura; del análisis y de la representación humana.
El título muestra bien el contenido: los chicos de vida fácil han llevado en general vidas difíciles. Pero los relatos no son nunca dramáticos ni atormentados. “Si a mí me preguntan, yo no reniego de lo que trabajo. En cierta manera, estoy muy orgulloso porque ni estoy robando ni cometiendo ningún delito. Estoy ahí para ganar dinero”, dice Joan, un tarraconense de veinticuatro años que entró en la prostitución gracias a un amigo que se dedicaba a ella. “Recuerdo que una compañera de mi antiguo trabajo se declaraba a sí misma partidaria de la abolición de la prostitución. Supongo que porque estaba de moda, porque, cuando te ponías a hablar con ella, descubrías que su discurso no era para nada abolicionista. No hablaba de la prostitución como tal, hablaba de otra serie de historias. Hablaba de la explotación, de las mafias, de otras historias. Cuando comenzamos a hablar sobre el tema, le dejé entrever, por no plantearle el hecho en crudo, que yo hablaba con conocimiento de causa, en primera persona, y cuando al final lo supo su posición ya era distinta. Muchas cosas ni se las había planteado, ella misma lo reconocía, simplemente argumentaba que ella no podría dedicarse a eso”, explica Juanjo, un chapero especializado en los juegos de dominación del BDSM.
Las ventanas literarias que Zaro nos abre dejan ver lo más transgresor de todo: la cotidianeidad del trabajo. Las relaciones con los compañeros, el miedo al envejecimiento, el uso de drogas o de fármacos, la ternura que puede encontrarse en las relaciones fugaces, los caprichos de los clientes o el dinero que se gana.
Es el retrato de una profesión. Difícil, singular, pero de una profesión. “Cuando uno hace servicios con parejas y hace el amor con una mujer, es cuando ya se siente profesional. Porque ahí tienes que controlar mucho la mente para que no se te desempalme y poder hacerlo y correrte con una mujer”, dice de nuevo Joan. Y Mario, por ejemplo, cuenta: “Se sentó en el sofá, dejó su garrota, le quité la ropa y cuando lo tuve desnudo confirmé que tenía noventa y un años. Yo no he visto ni a mi abuelo desnudo, así que me quedé flipado. Me llegó a resultar un poco patético, con ese cuerpo tan pequeño y arrugado, pero bueno, era lo que aquella persona deseaba, había confiado en mí, y yo miré de cumplir con sus deseos. Obviamente, sabía que a nivel sexual había poco que hacer, así que le senté en la cama y me tumbé desnudo a su lado. Comencé a acariciarlo mientras él me tocaba. Fue algo muy naïf, muy básico y delicado. Una relación basada en el roce”.
El libro de Guasch y Lizardo es completamente diferente en su tono y en su propósito, aunque el retrato que acaba haciendo es muy semejante. Se titula transparentemente ‘Chaperos’ y plantea un análisis académico y formal sobre el asunto. Tiene seis capítulos principales que nos permiten conocer los tres tipos de prostitución predominante que se han ido sucediendo en la historia reciente —callejera, de pisos o ‘indoor’, y ‘online’— y adentrarnos luego en cuestiones de fondo que tienen que ver con las tipologías de los trabajadores y los clientes, con el racismo y la identidad, y con los aspectos sociosanitarios.
Guasch y Lizardo secundan implícitamente de entrada una tesis que no esquiva la polémica: “Algunos autores han argumentado que el clásico debate feminista acerca de si la prostitución puede ser o no una forma de trabajo (en vez de ser siempre e inevitablemente una forma de opresión y explotación) ya ha sido superada en la práctica por un vasto cuerpo de investigaciones empíricas que señala la gran diversidad de escenarios, actores y formas que adopta esta forma de comercio”. Y explícitamente opinan que las mejoras de las condiciones laborales de los trabajadores sexuales es el camino para resolver los problemas graves y las vulnerabilidades indiscutibles que existen.
Los estudios académicos están sustentados sobre datos y sobre hechos, y en ese sentido este trabajo aporta una arquitectura de interés para la investigación de la prostitución masculina moderna. Guasch y Lizardo revisan una bibliografía bastante exhaustiva (entre ella, el libro de Iván Zaro) y obtienen sus conclusiones con un método científico, aunque la mirada del análisis en ocasiones tenga el velo de algunos juicios ideológicos que el lector no tiene por qué compartir.
‘La difícil vida fácil’ y ‘Chaperos’ son dos excelentes libros que retratan un universo árido, secreto, invisible y estigmatizado. Si la literatura sirve para alumbrar lo que no se ve, estos libros lo hacen. La narrativa tampoco ha sido muy prolija en la descripción de la narración, pero hay algunas excepciones. La célebre novela de Eduardo Mendicutti ‘Los novios búlgaros’, que contaba —con el humor y la brillantez expresiva característicos del autor— el romance entre un hombre y su novio inmigrante y heterosexual. ‘Chapero’, de Denis Cooper, que ofrecía una historia brutal —y también humorística— de un prostituto asesino. O ‘El mal mundo’, ‘Chicos’ o ‘Fácil’, algunos de los textos en los que Luis Antonio de Villena, confeso admirador de ese mundo, hurga en las esquinas de la prostitución masculina.
Los pasadizos oscuros son los que tienen verdadero interés literario. En ellos se observa con más desnudez el hueso del alma humana. Los chicos de vida fácil son uno de esos pasadizos oscuros, y lo que todos estos libros muestran es el nudo de las contradicciones que sostienen nuestra mirada hacia ellos. El goce puro y la exclusión. La vergüenza y el poder. La miseria y el dinero abundante. Los excesos y la vulgaridad. El deseo y el asco.
La prostitución masculina revienta completamente las costuras de la discusión, y por eso los prohibicionistas suelen evitar mencionarla en sus planteamientos. Iván Zaro, por un lado, y Óscar Guasch y Eduardo Lizardo, por otro, han dedicado sendos libros a estudiarla y ofrecen puntos de vista que merecen ser considerados. La crónica y el ensayo han servido siempre para alimentar el pensamiento y para guiar las disputas, y ambos libros son útiles en este sentido.
‘La difícil vida fácil: Doce testimonios sobre prostitución masculina’, de Iván Zaro, ofrece, como su título promete, el relato de doce vidas de chaperos (o gigolós, o escorts, o chicos, o chulos: el nombre también tiene un significado social y una diferente estigmatización), la mayoría de ellos dedicados en exclusiva a la prostitución con hombres, pero se incluye también el testimonio de algunos que han ofrecido sus servicios a mujeres (un asunto, por cierto, bastante ausente también de la literatura, aunque haya excepciones notables, como la última novela de Rosa Montero, ‘La carne’, cuya protagonista vive una historia sexual y emocional con un gigoló).
Zaro es un trabajador social que lleva desde 2004 dedicando sus esfuerzos a la prevención del sida y a la atención psicológica de los seropositivos. Ha seguido la historia personal de muchos chaperos a través de los años y conoce bien su trabajo. Esa cercanía ha sido fundamental para lograr la sinceridad de la confidencia y trascender lo anecdótico. El libro está escrito con la voz de los chicos, quienes, en primera persona, cuentan sus vidas. Cada capítulo aborda un tema específico —la prostitución callejera, los pisos invisibles, los juegos de rol, el mundo del porno…— y, después de una introducción del autor, lo ilustra con una historia particular. ‘La difícil vida fácil’, así, tiene el doble valor de la sociología y la literatura; del análisis y de la representación humana.
El título muestra bien el contenido: los chicos de vida fácil han llevado en general vidas difíciles. Pero los relatos no son nunca dramáticos ni atormentados. “Si a mí me preguntan, yo no reniego de lo que trabajo. En cierta manera, estoy muy orgulloso porque ni estoy robando ni cometiendo ningún delito. Estoy ahí para ganar dinero”, dice Joan, un tarraconense de veinticuatro años que entró en la prostitución gracias a un amigo que se dedicaba a ella. “Recuerdo que una compañera de mi antiguo trabajo se declaraba a sí misma partidaria de la abolición de la prostitución. Supongo que porque estaba de moda, porque, cuando te ponías a hablar con ella, descubrías que su discurso no era para nada abolicionista. No hablaba de la prostitución como tal, hablaba de otra serie de historias. Hablaba de la explotación, de las mafias, de otras historias. Cuando comenzamos a hablar sobre el tema, le dejé entrever, por no plantearle el hecho en crudo, que yo hablaba con conocimiento de causa, en primera persona, y cuando al final lo supo su posición ya era distinta. Muchas cosas ni se las había planteado, ella misma lo reconocía, simplemente argumentaba que ella no podría dedicarse a eso”, explica Juanjo, un chapero especializado en los juegos de dominación del BDSM.
Las ventanas literarias que Zaro nos abre dejan ver lo más transgresor de todo: la cotidianeidad del trabajo. Las relaciones con los compañeros, el miedo al envejecimiento, el uso de drogas o de fármacos, la ternura que puede encontrarse en las relaciones fugaces, los caprichos de los clientes o el dinero que se gana.
Es el retrato de una profesión. Difícil, singular, pero de una profesión. “Cuando uno hace servicios con parejas y hace el amor con una mujer, es cuando ya se siente profesional. Porque ahí tienes que controlar mucho la mente para que no se te desempalme y poder hacerlo y correrte con una mujer”, dice de nuevo Joan. Y Mario, por ejemplo, cuenta: “Se sentó en el sofá, dejó su garrota, le quité la ropa y cuando lo tuve desnudo confirmé que tenía noventa y un años. Yo no he visto ni a mi abuelo desnudo, así que me quedé flipado. Me llegó a resultar un poco patético, con ese cuerpo tan pequeño y arrugado, pero bueno, era lo que aquella persona deseaba, había confiado en mí, y yo miré de cumplir con sus deseos. Obviamente, sabía que a nivel sexual había poco que hacer, así que le senté en la cama y me tumbé desnudo a su lado. Comencé a acariciarlo mientras él me tocaba. Fue algo muy naïf, muy básico y delicado. Una relación basada en el roce”.
El libro de Guasch y Lizardo es completamente diferente en su tono y en su propósito, aunque el retrato que acaba haciendo es muy semejante. Se titula transparentemente ‘Chaperos’ y plantea un análisis académico y formal sobre el asunto. Tiene seis capítulos principales que nos permiten conocer los tres tipos de prostitución predominante que se han ido sucediendo en la historia reciente —callejera, de pisos o ‘indoor’, y ‘online’— y adentrarnos luego en cuestiones de fondo que tienen que ver con las tipologías de los trabajadores y los clientes, con el racismo y la identidad, y con los aspectos sociosanitarios.
Guasch y Lizardo secundan implícitamente de entrada una tesis que no esquiva la polémica: “Algunos autores han argumentado que el clásico debate feminista acerca de si la prostitución puede ser o no una forma de trabajo (en vez de ser siempre e inevitablemente una forma de opresión y explotación) ya ha sido superada en la práctica por un vasto cuerpo de investigaciones empíricas que señala la gran diversidad de escenarios, actores y formas que adopta esta forma de comercio”. Y explícitamente opinan que las mejoras de las condiciones laborales de los trabajadores sexuales es el camino para resolver los problemas graves y las vulnerabilidades indiscutibles que existen.
Los estudios académicos están sustentados sobre datos y sobre hechos, y en ese sentido este trabajo aporta una arquitectura de interés para la investigación de la prostitución masculina moderna. Guasch y Lizardo revisan una bibliografía bastante exhaustiva (entre ella, el libro de Iván Zaro) y obtienen sus conclusiones con un método científico, aunque la mirada del análisis en ocasiones tenga el velo de algunos juicios ideológicos que el lector no tiene por qué compartir.
‘La difícil vida fácil’ y ‘Chaperos’ son dos excelentes libros que retratan un universo árido, secreto, invisible y estigmatizado. Si la literatura sirve para alumbrar lo que no se ve, estos libros lo hacen. La narrativa tampoco ha sido muy prolija en la descripción de la narración, pero hay algunas excepciones. La célebre novela de Eduardo Mendicutti ‘Los novios búlgaros’, que contaba —con el humor y la brillantez expresiva característicos del autor— el romance entre un hombre y su novio inmigrante y heterosexual. ‘Chapero’, de Denis Cooper, que ofrecía una historia brutal —y también humorística— de un prostituto asesino. O ‘El mal mundo’, ‘Chicos’ o ‘Fácil’, algunos de los textos en los que Luis Antonio de Villena, confeso admirador de ese mundo, hurga en las esquinas de la prostitución masculina.
Los pasadizos oscuros son los que tienen verdadero interés literario. En ellos se observa con más desnudez el hueso del alma humana. Los chicos de vida fácil son uno de esos pasadizos oscuros, y lo que todos estos libros muestran es el nudo de las contradicciones que sostienen nuestra mirada hacia ellos. El goce puro y la exclusión. La vergüenza y el poder. La miseria y el dinero abundante. Los excesos y la vulgaridad. El deseo y el asco.
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