Imagen: El País / Kader Attia |
Francés de origen argelino, el último premio Duchamp mantiene la esperanza en las primaveras árabes y reivindica el papel de las activistas del mundo musulmán en la construcción del futuro.
Ángela Molina | El País, 2016-11-17
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/11/14/babelia/1479128007_159896.html
Acaba de ser reconocido con el premio Duchamp —el más prestigioso de las artes plásticas por detrás del León de Oro de la Bienal de Venecia— que concede la Asociación para la Difusión Internacional del Arte Francés (ADIAF). Nacido en el seno de una familia musulmana de origen argelino, Kader Attia (1970) trabaja como un antropólogo, un filósofo, un arquitecto, un psicoanalista y un sociólogo, pero él se define sencillamente como un artista investigador. Sus impactantes instalaciones atraen a los comisarios de bienales y documentas, las últimas en Kassel (13) y la 56ª edición de la Bienal de Venecia (2015). Tiene su estudio en Berlín y acaba de abrir otro espacio en París, La Colonial, parecido a un Cabaret Voltaire donde habrá actividad política, música y también poesía.
Pregunta. Como muchos artistas de su generación, usted ha ejercido su derecho a la diáspora, a establecerse a través de las fronteras de varias culturas y naciones. Siempre ha negado tener una sola identidad o una sola religión. ¿Cree que en la era del capitalismo global deberíamos reformular lo que significa 'pertenecer a'?
Respuesta. En el siglo XXI parece normal que uno nazca en una cultura, crezca en otra y termine su vida en una tercera. Es lo que Édouard Glissant llamó ‘criollidad’ y que se ha convertido en una condición habitual del ser humano aunque el sistema económico neoliberal nos empuje a construir una imagen uniforme a través del culto al individualismo.
P. Argel y Tánger se han convertido, como las ciudades de Calvino, en invisibles. En su obra los paisajes también son genéricos, en ellos hay objetos rotos o reparados y cuerpos sin rostro, siguiendo la tradición musulmana de la iconoclastia, como la impactante ‘Ghost 2008’ (filas de figuras de rodillas, rezando, hechas con moldes de papel de aluminio). ¿Podría explicar esa idea recurrente en su obra de que “todo sistema de vida es un infinito proceso de reparación”?
R. Es de ese sentido del tiempo, de un tiempo absurdo, de lo que trato en las obras efímeras y que las teorías de la física cuántica llaman el “ahora que pasa”. Creo que el tiempo no existe sino en una forma absurda de “eterno ahora”. En ‘Ghost’, la particularidad de este “eterno ahora” da a la forma artística su ‘raison d’être’ formal. En mi práctica artística la forma es tan importante como el concepto, pues describe la presencia fundamental del espacio dentro de ese diálogo inseparable que tiene con el tiempo. El lazo que liga esos estados paradójicos podría ser una reparación.
P. Su trabajo se ha encasillado con la etiqueta de “arte poscolonial”. ¿No estamos siendo poco precisos? Las relaciones coloniales todavía perduran.
R. Cierto, las heridas de las relaciones coloniales y poscoloniales no sólo perduran, sino que piden ser reparadas. Y negar u olvidar eso es contribuir a la negación de una parte de la memoria silenciosa que produce un silencio ruidoso y genera conflicto entre los seres humanos. Es algo que no nos dejará vivir tranquilamente.
P. Eso nos lleva a otro silencio ruidoso, el de las mujeres, víctimas de la violencia masculina no sólo del código islámico, también de los procesos coloniales y de desarrollo económico. ¿Cree que las experiencias de resistencia de las mujeres árabes pueden ser una oposición activa que enriquezca el movimiento feminista internacional?
R. Creo que el feminismo en el mundo árabe-musulmán merece más atención desde fuera. Desde siempre las sociedades musulmanas han considerado a la mujer como una figura secundaria. Ya el filósofo Averroes escribió que deberíamos incluir a la mujer en la vida económica de la sociedad y dejar de encarcelarla en el espacio privado “como si la mujer fuera una planta verde”. Hoy, las feministas que luchan contra estos dogmas medievales están construyendo el futuro. Fundamentalmente, porque el feminismo actual se ha convertido en una forma de activismo “académico”. El feminismo debe ser una lucha inagotable. Recuerdo a mi padre que nos decía cuando teníamos la moral baja por no disponer de medios durante la guerra: “No luchamos para ganar o perder, sencillamente luchamos”.
P. ¿Ve posible volver a encauzar las energías liberadoras de aquellas ‘primaveras árabes’ de 2011 o fueron sólo la demostración de una imposibilidad?
R. Las ‘primaveras árabes’ fueron los signos de un posible cataclismo en el mundo árabe si no ayudamos a las fuerzas intelectuales y libertarias a sobrevivir frente los ‘oulémas’ (guardianes de la nación universal musulmana). Hay que mantener la esperanza en estos movimientos libertarios, al menos para entender hasta qué punto el mundo occidental está inmerso en un conflicto cuyas raíces son unas profundas heridas que necesitan reparación para conseguir una armonía universal. De momento, lo que vemos hoy es lo contrario.
P. Nuestra época ha producido más refugiados y parias que cualquier otra en la historia. Sobre esta problemática, su trabajo ‘La Piste d’atterrisage’ (1997-1999) habla de los espacios inhóspitos del cinturón del norte de París donde aterrizan los transexuales y travestis que, tras viajar a Francia y no haber conseguido su residencia legal, tienen que prostituirse. Acaba de recibir el Premio Duchamp. En el acto, el creador del premio, Gilles Fuchs, definió Francia como “tierra de acogida cuyo universalismo es su mayor fundamento”.
R. Francia siempre ha sido una tierra de acogida. Pensemos en la guerra civil española, cuántos artistas se exiliaron en París. Aunque la historia sólo recuerde a autores célebres, hubo una comunidad enorme. Lo que está pasando ahora forma parte de acontecimientos de escala aún mayor y no van a parar. Francia cambió mucho y la vida de Montparnasse de los años veinte y treinta no es la de los suburbios de París de los años post 11-S. Estamos viviendo una aceleración del movimiento de una ola humana de refugiados y vamos a tener que ser muy creativos para inventar una sociedad nueva.
P. Estudió Filosofía en París y Artes Plásticas en Barcelona. Vivió en el Congo-Brazzaville y Kinshasa, donde tuvo su primera exposición importante (1996). ¿Cómo vivió aquella experiencia? ¿Se sintió, como Kurtz, un europeo en el corazón de África?
R. Más bien como un africano de regreso a casa. Unos pocos días después de llegar a Brazzaville para pasar dos años de servicio público, un funcionario agente de la compañía eléctrica me dijo: “¡Attia, pero si este es un nombre africano”.
Pregunta. Como muchos artistas de su generación, usted ha ejercido su derecho a la diáspora, a establecerse a través de las fronteras de varias culturas y naciones. Siempre ha negado tener una sola identidad o una sola religión. ¿Cree que en la era del capitalismo global deberíamos reformular lo que significa 'pertenecer a'?
Respuesta. En el siglo XXI parece normal que uno nazca en una cultura, crezca en otra y termine su vida en una tercera. Es lo que Édouard Glissant llamó ‘criollidad’ y que se ha convertido en una condición habitual del ser humano aunque el sistema económico neoliberal nos empuje a construir una imagen uniforme a través del culto al individualismo.
P. Argel y Tánger se han convertido, como las ciudades de Calvino, en invisibles. En su obra los paisajes también son genéricos, en ellos hay objetos rotos o reparados y cuerpos sin rostro, siguiendo la tradición musulmana de la iconoclastia, como la impactante ‘Ghost 2008’ (filas de figuras de rodillas, rezando, hechas con moldes de papel de aluminio). ¿Podría explicar esa idea recurrente en su obra de que “todo sistema de vida es un infinito proceso de reparación”?
R. Es de ese sentido del tiempo, de un tiempo absurdo, de lo que trato en las obras efímeras y que las teorías de la física cuántica llaman el “ahora que pasa”. Creo que el tiempo no existe sino en una forma absurda de “eterno ahora”. En ‘Ghost’, la particularidad de este “eterno ahora” da a la forma artística su ‘raison d’être’ formal. En mi práctica artística la forma es tan importante como el concepto, pues describe la presencia fundamental del espacio dentro de ese diálogo inseparable que tiene con el tiempo. El lazo que liga esos estados paradójicos podría ser una reparación.
P. Su trabajo se ha encasillado con la etiqueta de “arte poscolonial”. ¿No estamos siendo poco precisos? Las relaciones coloniales todavía perduran.
R. Cierto, las heridas de las relaciones coloniales y poscoloniales no sólo perduran, sino que piden ser reparadas. Y negar u olvidar eso es contribuir a la negación de una parte de la memoria silenciosa que produce un silencio ruidoso y genera conflicto entre los seres humanos. Es algo que no nos dejará vivir tranquilamente.
P. Eso nos lleva a otro silencio ruidoso, el de las mujeres, víctimas de la violencia masculina no sólo del código islámico, también de los procesos coloniales y de desarrollo económico. ¿Cree que las experiencias de resistencia de las mujeres árabes pueden ser una oposición activa que enriquezca el movimiento feminista internacional?
R. Creo que el feminismo en el mundo árabe-musulmán merece más atención desde fuera. Desde siempre las sociedades musulmanas han considerado a la mujer como una figura secundaria. Ya el filósofo Averroes escribió que deberíamos incluir a la mujer en la vida económica de la sociedad y dejar de encarcelarla en el espacio privado “como si la mujer fuera una planta verde”. Hoy, las feministas que luchan contra estos dogmas medievales están construyendo el futuro. Fundamentalmente, porque el feminismo actual se ha convertido en una forma de activismo “académico”. El feminismo debe ser una lucha inagotable. Recuerdo a mi padre que nos decía cuando teníamos la moral baja por no disponer de medios durante la guerra: “No luchamos para ganar o perder, sencillamente luchamos”.
P. ¿Ve posible volver a encauzar las energías liberadoras de aquellas ‘primaveras árabes’ de 2011 o fueron sólo la demostración de una imposibilidad?
R. Las ‘primaveras árabes’ fueron los signos de un posible cataclismo en el mundo árabe si no ayudamos a las fuerzas intelectuales y libertarias a sobrevivir frente los ‘oulémas’ (guardianes de la nación universal musulmana). Hay que mantener la esperanza en estos movimientos libertarios, al menos para entender hasta qué punto el mundo occidental está inmerso en un conflicto cuyas raíces son unas profundas heridas que necesitan reparación para conseguir una armonía universal. De momento, lo que vemos hoy es lo contrario.
P. Nuestra época ha producido más refugiados y parias que cualquier otra en la historia. Sobre esta problemática, su trabajo ‘La Piste d’atterrisage’ (1997-1999) habla de los espacios inhóspitos del cinturón del norte de París donde aterrizan los transexuales y travestis que, tras viajar a Francia y no haber conseguido su residencia legal, tienen que prostituirse. Acaba de recibir el Premio Duchamp. En el acto, el creador del premio, Gilles Fuchs, definió Francia como “tierra de acogida cuyo universalismo es su mayor fundamento”.
R. Francia siempre ha sido una tierra de acogida. Pensemos en la guerra civil española, cuántos artistas se exiliaron en París. Aunque la historia sólo recuerde a autores célebres, hubo una comunidad enorme. Lo que está pasando ahora forma parte de acontecimientos de escala aún mayor y no van a parar. Francia cambió mucho y la vida de Montparnasse de los años veinte y treinta no es la de los suburbios de París de los años post 11-S. Estamos viviendo una aceleración del movimiento de una ola humana de refugiados y vamos a tener que ser muy creativos para inventar una sociedad nueva.
P. Estudió Filosofía en París y Artes Plásticas en Barcelona. Vivió en el Congo-Brazzaville y Kinshasa, donde tuvo su primera exposición importante (1996). ¿Cómo vivió aquella experiencia? ¿Se sintió, como Kurtz, un europeo en el corazón de África?
R. Más bien como un africano de regreso a casa. Unos pocos días después de llegar a Brazzaville para pasar dos años de servicio público, un funcionario agente de la compañía eléctrica me dijo: “¡Attia, pero si este es un nombre africano”.
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