20 Minutos / Roberta Marrero, 2018 // |
Víctor Mora | 1 de cada 10, 20 Minutos, 2022-01-09
https://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2022/01/09/sobre-las-fronteras-la-abolicion-del-genero-y-les-hijes-de-otres/
https://blogs.20minutos.es/1-de-cada-10/2022/01/09/sobre-las-fronteras-la-abolicion-del-genero-y-les-hijes-de-otres/
A propósito de la afirmación tan contundente como poco específica de la “abolición del género”, se despliegan de tanto en tanto tormentas de críticas y agresiones en red (que más pronto que tarde, como sabemos, pueden transformarse en otra cosa). El uso de ‘todes’, por ejemplo, como marca de género neutro, se critica hasta la náusea por parte de ‘abolicionistas del género’. Es frecuente también ver el enfrentamiento violento contra personas o familias que optan por una crianza crítica con los estándares del género. Una crianza crítica que puede ir desde cuestionar los elementos tradicionales asociados al género y ponerlos en disputa, hasta posicionarse políticamente en el uso lingüístico de ese neutro en lo que refiere a sus hijes, para generar con ello un espacio de habitabilidad del género más libre y, en fin, respirable. Quienes se enfrentan y tratan de ridiculizar estos posicionamientos hablan como si utilizar las marcas de género binarias y tradicionales no fuera también un posicionamiento político que, por demás, es continuista de la violencia que la estructura misma del género contiene. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de abolición del género?
Hasta hace unos años afirmar que el género era una cuestión cultural, una construcción (esto es: no natural) era algo común salvo, claro está, en reductos conservadores. Las implicaciones de la naturaleza quedaban atrás desde el consabido “no se nace mujer” para comenzar un nuevo camino en la desarticulación de la subordinación de las mujeres, sometidas a una opresión política, social y cultural, que nada tenía de natural (o ‘biológico’). Mucho ha llovido desde entonces.
La desvinculación de la “naturaleza” del sexo de sus devenires políticos supuso una revolución epistémica que sigue siendo difícilmente rebatible, aunque de unos años a esta parte, no obstante, se haya pretendido desmantelar todo el trayecto en nombre, paradójicamente, de la lucha contra la misma opresión. Quizá, lo más difícil de desmantelar era la propia noción de género, por lo que se ha pretendido afirmar que como tal ‘construcción cultural’ no era, pues la ‘opresión verdadera’, que pasaría a ser, entonces, el sexo (ese natural, ese biológico). Lo único cierto es que el hecho de que unos genitales sean visibles y tangibles y la normatividad de género no sea algo medible en los mismos términos no quiere decir, evidentemente, que el género no exista o exista menos. La primera opresión que se administra al sexo es, efectivamente, el género, como conjunto de códigos sociales, culturales y políticos que se administran simbólicamente a cada criatura que nace con unos genitales determinados.
Aquí hay dos problemas, el primero es entender que ese “simbólicamente” conlleva toda una estrategia establecida de códigos que se traducen también en elementos físicos (como ropa, adornos, juguetes o libros) y en otros que, nuevamente, no por no ser físicos existen menos (comportamientos, actividades sociales, formas de hablar, etc.). Todo ello está marcado por el género. El segundo problema, y es el más difícil de comprender porque no tiene una respuesta concreta (ni tiene porqué tenerla, pero ya hablaremos de eso), es que si bien todas las existencias en sociedad, todos los cuerpos, están marcados por una relación entre el sexo y el género, es una relación que en muchos aspectos permanece velada para nosotros, es diversa, inesperada, no es siempre binaria, y sigue siendo, en gran medida, misteriosa. Los códigos culturales de la masculinidad y la feminidad se imbrican en los cuerpos de maneras variadas, complejas y plurales. El binarismo es un empeño (contextual, cultural y situado) que no se corresponde con el despliegue de múltiples formas de habitar el espectro que conforma la relación sexo-género. Históricamente hemos tratado de buscar respuestas paramédicas, morales, religiosas... todas han contribuido a la violencia. Y es que el género es la violencia, y en esa afirmación podríamos encontrar un principio de acuerdo, pero, ¿desde dónde/cuándo comenzamos?
Primero, quizá, por asumir que sea cual sea nuestro habitar sexo-género, hubo un principio de imposición de un modelo (patriarcal, cis, binario, heterosexual) que se dio por hecho cuando nacimos y que se nos desplegó encima con toda su fuerza cultural (y toda su violencia implícita).
Decir que el género es la violencia, es afirmar que es una opresión que nos afecta a todes, lo cual no significa que sus implicaciones sean equivalentes. Sí significa, sin embargo, que es una cuestión estructural que atraviesa a todos los cuerpos y que organiza su distribución en el espacio social, y condiciona el acceso a la redistribución y el reconocimiento, como lo hacen todas las opresiones estructurales. Si decimos que el género es la violencia, ¿convenimos en que abolir el género es un objetivo común? De acuerdo, por qué no, vamos a probarlo. ¿Cuáles son las estrategias? Veamos dos de ellas.
Una de las estrategias más recientes en nuestro contexto, en nombre de la abolición del género, ha sido atacar a una minoría vulnerable. Como sabemos el argumento que más se suele utilizar contra las personas trans (concretamente contra las mujeres trans) es que perpetúan los roles de género, y como lo que se pretende es abolir el género, atacar a las mujeres trans se ha convertido en el estandarte de un sector que se autodenomina ‘radical’ y que, desde luego, ha reproducido y esparcido radicales violencias. Sobre el problema TERF, es interesante ver el video que compartió en 2019 la youtuber ContraPoints, titulado ‘Gender Critical’, en el que expone claramente todos los puntos (hasta el absurdo) de este posicionamiento político (porque es un posicionamiento político, que elige la exclusión de cuerpos vulnerables y la violencia sobre los mismos). ContraPoints explica que un buen símil podría ser posicionarse políticamente en contra de la existencia de las fronteras geopolíticas, y como estamos en contra de las fronteras geopolíticas, nos negamos a dar la documentación a los migrantes que las cruzan, porque lo que hay que hacer es abolir las fronteras. Y más allá, en lugar de ir en contra de las instituciones políticas que recrudecen la división fronteriza, elegimos ir en contra de los migrantes que las cruzan, es decir, de las personas que más sufren esta división política. Otra estrategia podría ser la de asumir que las fronteras existen y que, como el género, por más que no sean visibles o tangibles, los parámetros históricos y políticos han levantado estas divisiones que desembocan en situaciones, a veces, de invivible injusticia. Si asumimos que las fronteras, como el género, existen, por más que nuestra intención final sea abolirlas (esto es: que no sean necesarias), el camino que tenemos por delante, el primer paso, el urgente, es hacer que sea lo más habitable, lo más fácil, lo menos violento posible para todas las personas.
A la luz de esta idea (que también es un posicionamiento político), parece que, por ejemplo, una crianza crítica con los estándares del género, que los enfrente, que no asuma el despliegue patriarcal cis heterosexual sobre unos genitales como necesario y dé por hecho una identidad esencial, es un posicionamiento que va, precisamente, contra las estructuras y no contra personas o colectivos. Es un posicionamiento que genera otro espacio posible de desarrollo, no sometido a los estándares que el sexo-género impone, y que tratará de dar la mayor autonomía y libertad posibles sobre el propio reconocimiento. En resumen, parece que las tentativas críticas de agitación de los estándares, la transformación de usos lingüísticos, la reapropiación de conceptos y el intento de generación de espacios de intimidad y desarrollo más respirables, al final, hacen más por deconstruir la estructura del género que ir en contra de las personas que más se perjudican de esta división binaria, construida y cultural (y que no por construida y cultural, insisto, existe menos).
Quizá no se trata tanto de imponer un eslogan contundente que caiga en lo inespecífico (y que sirva como excusa para llevarse por delante a quien te incomoda), sino de tratar de crear más y más espacios de libertad con alternativas posibles para hacer que el género sea (o intentar, al menos, que acabe siendo) un lugar habitable para más personas, menos violento, menos determinista y lo más fluido posible.
Hasta hace unos años afirmar que el género era una cuestión cultural, una construcción (esto es: no natural) era algo común salvo, claro está, en reductos conservadores. Las implicaciones de la naturaleza quedaban atrás desde el consabido “no se nace mujer” para comenzar un nuevo camino en la desarticulación de la subordinación de las mujeres, sometidas a una opresión política, social y cultural, que nada tenía de natural (o ‘biológico’). Mucho ha llovido desde entonces.
La desvinculación de la “naturaleza” del sexo de sus devenires políticos supuso una revolución epistémica que sigue siendo difícilmente rebatible, aunque de unos años a esta parte, no obstante, se haya pretendido desmantelar todo el trayecto en nombre, paradójicamente, de la lucha contra la misma opresión. Quizá, lo más difícil de desmantelar era la propia noción de género, por lo que se ha pretendido afirmar que como tal ‘construcción cultural’ no era, pues la ‘opresión verdadera’, que pasaría a ser, entonces, el sexo (ese natural, ese biológico). Lo único cierto es que el hecho de que unos genitales sean visibles y tangibles y la normatividad de género no sea algo medible en los mismos términos no quiere decir, evidentemente, que el género no exista o exista menos. La primera opresión que se administra al sexo es, efectivamente, el género, como conjunto de códigos sociales, culturales y políticos que se administran simbólicamente a cada criatura que nace con unos genitales determinados.
Aquí hay dos problemas, el primero es entender que ese “simbólicamente” conlleva toda una estrategia establecida de códigos que se traducen también en elementos físicos (como ropa, adornos, juguetes o libros) y en otros que, nuevamente, no por no ser físicos existen menos (comportamientos, actividades sociales, formas de hablar, etc.). Todo ello está marcado por el género. El segundo problema, y es el más difícil de comprender porque no tiene una respuesta concreta (ni tiene porqué tenerla, pero ya hablaremos de eso), es que si bien todas las existencias en sociedad, todos los cuerpos, están marcados por una relación entre el sexo y el género, es una relación que en muchos aspectos permanece velada para nosotros, es diversa, inesperada, no es siempre binaria, y sigue siendo, en gran medida, misteriosa. Los códigos culturales de la masculinidad y la feminidad se imbrican en los cuerpos de maneras variadas, complejas y plurales. El binarismo es un empeño (contextual, cultural y situado) que no se corresponde con el despliegue de múltiples formas de habitar el espectro que conforma la relación sexo-género. Históricamente hemos tratado de buscar respuestas paramédicas, morales, religiosas... todas han contribuido a la violencia. Y es que el género es la violencia, y en esa afirmación podríamos encontrar un principio de acuerdo, pero, ¿desde dónde/cuándo comenzamos?
Primero, quizá, por asumir que sea cual sea nuestro habitar sexo-género, hubo un principio de imposición de un modelo (patriarcal, cis, binario, heterosexual) que se dio por hecho cuando nacimos y que se nos desplegó encima con toda su fuerza cultural (y toda su violencia implícita).
Decir que el género es la violencia, es afirmar que es una opresión que nos afecta a todes, lo cual no significa que sus implicaciones sean equivalentes. Sí significa, sin embargo, que es una cuestión estructural que atraviesa a todos los cuerpos y que organiza su distribución en el espacio social, y condiciona el acceso a la redistribución y el reconocimiento, como lo hacen todas las opresiones estructurales. Si decimos que el género es la violencia, ¿convenimos en que abolir el género es un objetivo común? De acuerdo, por qué no, vamos a probarlo. ¿Cuáles son las estrategias? Veamos dos de ellas.
Una de las estrategias más recientes en nuestro contexto, en nombre de la abolición del género, ha sido atacar a una minoría vulnerable. Como sabemos el argumento que más se suele utilizar contra las personas trans (concretamente contra las mujeres trans) es que perpetúan los roles de género, y como lo que se pretende es abolir el género, atacar a las mujeres trans se ha convertido en el estandarte de un sector que se autodenomina ‘radical’ y que, desde luego, ha reproducido y esparcido radicales violencias. Sobre el problema TERF, es interesante ver el video que compartió en 2019 la youtuber ContraPoints, titulado ‘Gender Critical’, en el que expone claramente todos los puntos (hasta el absurdo) de este posicionamiento político (porque es un posicionamiento político, que elige la exclusión de cuerpos vulnerables y la violencia sobre los mismos). ContraPoints explica que un buen símil podría ser posicionarse políticamente en contra de la existencia de las fronteras geopolíticas, y como estamos en contra de las fronteras geopolíticas, nos negamos a dar la documentación a los migrantes que las cruzan, porque lo que hay que hacer es abolir las fronteras. Y más allá, en lugar de ir en contra de las instituciones políticas que recrudecen la división fronteriza, elegimos ir en contra de los migrantes que las cruzan, es decir, de las personas que más sufren esta división política. Otra estrategia podría ser la de asumir que las fronteras existen y que, como el género, por más que no sean visibles o tangibles, los parámetros históricos y políticos han levantado estas divisiones que desembocan en situaciones, a veces, de invivible injusticia. Si asumimos que las fronteras, como el género, existen, por más que nuestra intención final sea abolirlas (esto es: que no sean necesarias), el camino que tenemos por delante, el primer paso, el urgente, es hacer que sea lo más habitable, lo más fácil, lo menos violento posible para todas las personas.
A la luz de esta idea (que también es un posicionamiento político), parece que, por ejemplo, una crianza crítica con los estándares del género, que los enfrente, que no asuma el despliegue patriarcal cis heterosexual sobre unos genitales como necesario y dé por hecho una identidad esencial, es un posicionamiento que va, precisamente, contra las estructuras y no contra personas o colectivos. Es un posicionamiento que genera otro espacio posible de desarrollo, no sometido a los estándares que el sexo-género impone, y que tratará de dar la mayor autonomía y libertad posibles sobre el propio reconocimiento. En resumen, parece que las tentativas críticas de agitación de los estándares, la transformación de usos lingüísticos, la reapropiación de conceptos y el intento de generación de espacios de intimidad y desarrollo más respirables, al final, hacen más por deconstruir la estructura del género que ir en contra de las personas que más se perjudican de esta división binaria, construida y cultural (y que no por construida y cultural, insisto, existe menos).
Quizá no se trata tanto de imponer un eslogan contundente que caiga en lo inespecífico (y que sirva como excusa para llevarse por delante a quien te incomoda), sino de tratar de crear más y más espacios de libertad con alternativas posibles para hacer que el género sea (o intentar, al menos, que acabe siendo) un lugar habitable para más personas, menos violento, menos determinista y lo más fluido posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.