lunes, 15 de junio de 2015

#hemeroteca #machismo | Me dejé violar por amor

Imagen: Pikara / Emma Gascó
Me dejé violar por amor
Durante 26 años ejerciendo la prostitución, jamás he sido agredida por ningún cliente, pero acabo de vivir una violación por parte de un amante. El amor romántico, ese estado de imbecibilidad asociado al enamoramiento, me ha puesto en mayor riesgo que ofreciendo sexo de pago.
Montse Neira | Pikara, 2015-06-15
http://www.pikaramagazine.com/2015/06/me-deje-violar-por-amor/

Hace días que estoy dándole muchas vueltas a publicar o no esta historia. Lo cómodo es guardarlo para mí; total, solamente han sido dos agresiones más de las múltiples que he recibido en mi vida. Si he podido sobrevivir sin traumas, también sobreviviré a estas… y tampoco es “tan grave”…

Finalmente he decidido hacerlo público, por varios motivos. En primer lugar, porque me he hecho pública y me he mediatizado, precisamente en un tema, el de la prostitución, que desata duros debates dentro del feminismo. Mi postura, como prostituta que soy (esto es, me gano la vida prostituyéndome desde el año 1989), es defender los derechos fundamentales de las personas que ejercen la prostitución -no así la de los “empresarios”, que quede claro-: lucho contra el estigma de la prostituta y contra que se nos trate como “pobrecitas” que no sabemos tomar decisiones ni asumir riesgos. Asimismo, defiendo que no todos los hombres que recurren al sexo de pago son maltratadores, ni violadores, sino que, mayoritariamente, las relaciones se pactan entre adultos (prácticas sexuales a realizar, obligación de usar preservativo, tiempo, etc.).

Cuando me preguntan si nunca he sido agredida por parte de algún cliente, -aunque solo sea por estadística, me tenía que haber tocado- mi respuesta es ‘no, jamás he sido agredida por ninguno de los ya decenas de miles de hombres con los que he tenido relaciones’. ¿Que ha habido y hay agresores potenciales? Por supuesto, he sido testigo y he llorado con compañeras, pero en mi caso, he sabido prevenir las situaciones de riesgo potencial. Tampoco consiento el acoso callejero y sé enfrentarme a esos acosadores. Entonces, ¿en qué contexto he sufrido agresiones? En la vida cotidiana, fuera del ámbito de la prostitución, y siempre, siempre, con hombres con los que había una relación previa de confianza: hombres de mi familia, vecinos del barrio, jefes en varios de los trabajos que he tenido, compañeros de trabajo y un “enamoramiento” por parte mía (leáse la “emoción del anamoramiento”).. Sí, he sufrido acoso sexual, abusos sexuales, y finalmente dos violaciones por parte de hombres de mi entorno de confianza.

Cuando publiqué mi libro ‘Una mala mujer’, ya expliqué los malos tratos y la violencia en la que nací y crecí, por parte de mi padre y mi madre; después, una violación por parte de los vecinos “gamberros” del barrio, cuando tenía 12 años, así como los abusos sexuales, de uno de mis jefes, en los que realmente me sentía “puta” y sucia, pero por miedo a perder el trabajo, una mierda de trabajo, todo hay que decirlo, porque no salía de la miseria, accedía a todo lo que él me pedía, fingiendo que a mí también me gustaba ser “su amante”, pero ni él me gustaba, ni yo quería tener relaciones con él, las tenía por puro miedo. No expliqué otros episodios de tocamientos, también en la adolescencia, con dos primos, que a mí me dejaron entre sentir la excitación por lo prohibido y el asco que me daba que me tocaran, porque no me pedían permiso, simplemente lo hacían y punto y yo, pues yo me dejaba…

Y así, con estos antecedentes, llegamos a la actualidad: ¿Cómo es que una mujer que en 26 años ejerciendo la prostitución jamás ha sido agredida por ningún cliente es violada y abusada sexualmente -“tocamientos” por encima de la ropa por parte de un conocido y que ahora no relataré para no extenderme- en cuestión de semanas? Pues desde aquel episodio de los 12 años, y que yo pensé que nunca más me volvería a pasar, he sido violada por enamoramiento, por ese estado de imbecilidad que me dejó bloqueada y me impidió reaccionar.

Es un hombre que conocí por las redes sociales, que previamente admiraba mucho, que un día dio un paso de acercamiento y yo por esa admiración bajé la guardia, que supo ilusionarme primero, y después enamorarme, con bonitas palabras, y haciendo apreciaciones sobre mis inquietudes y con un sexo virtual muy excitante y que francamente disfruté. Finalmente, llegué a creerme que de verdad le importaba como persona, que no le importaba que me ganase la vida como prostituta, porque me implicó totalmente en su vida cotidiana, dándome a conocer a su familia, diciéndome que estaba en proceso de separación, me decía que me amaba… Cuando llegó el momento de conocernos en persona, yo deseaba ese encuentro sexual. Lo que no me esperaba, porque nada de su actitud me lo había hecho sospechar, es que iba a ser tan agresivo.

Nos citamos en un hotel, yo llegué antes y lo esperaba excitada y con ansía, tenía preparado el preservativo, encima de la mesita… Él llegó puntual y, después de cuatro besos, cuatro besos literalmente, dados de cualquier manera (que ya me tenían que haber alertado), me empezó a tocar agresivamente, muy bruto, los senos, la vagina por debajo del vestido, y en ese momento yo ya me bloqueé, fui incapaz de pararle, de frenarle, de decirle “¡oye no seas tan bruto!”, de empujarle. ¿Lo demás? Ya no soy capaz de recordar detalles, sé que en un instante estaba tirada en la cama y sin bragas y el sólo se bajó los pantalones y sencillamente me penetró, así tal cuál. Eso sí, se corrió enseguida, terminó, se levantó, “me tengo que ir”… Todo en apenas unos minutos…

Y yo me quedé llorando, pensando: “Pero… ¿qué ha pasado? Sí… ¡Me ha violado!” Y sí, “me la he metido sin preservativo”, “no me ha preguntado si puedo quedarme embarazada, o si tomo anticonceptivos”, “no me ha preguntado qué me gustaba y qué no”, “no era así como teníamos que haber estado”, “¿cómo no he sido capaz de salir de la habitación, nada más tocarme de esa manera?”… “pero… pero… ¿cómo he podido dejar que me tratara así? y ¿qué hago ahora?”, “¿Por qué me ha pasado esto y he bajado la guardia?” Después de varios días de meditar, se lo conté a dos “amigas”, lo vieron más como una aventura que había salido mal. Solamente una compañera de trabajo, es decir, prostituta, tuvo empatía conmigo y coincidía conmigo en identificarlo como violencia machista, además sin ningún escrúpulo, hacía las mujeres incluida su propia mujer.

Todo esto es reflejo de la violencia estructural machista. Un grave problema de educación machista, que arrastramos generación tras generación, por el que las mujeres no tenemos y nos cuesta encontrar las herramientas necesarias para saber gestionar las emociones como el miedo o el enamoramiento. Ese “amor romántico” que internalizamos desde pequeñitas y que hace que nos entreguemos, sin más cuestionamientos, y que por más que luego aprendamos y sepamos que es una construcción cultural perversa, ¡qué difícil es no caer en sus redes! Nos afecta a todas las mujeres, sin distinción de niveles socioculturales, en mayor o menor medida… Y me indigna más si cabe porque, en mi caso particular, en el contexto de sexo de pago lo controlo todo y reacciono, no me bloqueo.

Así es la magnitud y la sutileza de esta violencia machista. Todas las mujeres somos vulnerables, tenemos mucho que hacer si queremos dejar el mundo mejor que lo hemos encontrado y evitar que las siguientes generaciones sigan reproduciendo esta estructura. Me indigna que no tengamos una educación sexual y afectiva desde la niñez… No sé qué más decir… Solo espero que compartiendo esta experiencia, si todavía no hay quién conozca la envergadura de esta violencia machista, sea plenamente consciente de cómo se manifiesta. Una violación no es solamente que seamos violadas a la fuerza, con amenazas y agresiones físicas, una violación también se da cuando un estado emocional provocado por esa educación nos impide reaccionar, y no solo el miedo a recibir una agresión mayor o el miedo al rechazo o el miedo a que piense que “soy una estrecha”.

Si me defino como feminista es porque lucho para que las mujeres podamos expresarnos como realmente queramos, cada una en su contexto y en sus circunstancias personales, y que no seamos oprimidas por esta cultura machista que hace que seamos incapaces de decir: “¡No, así no!” y “¡nada ni nadie me va a impedir que, por ser mujer, no pueda ser yo, ni pueda realizar mis sueños!”

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