Imagen: ABC / Cancela García López |
Nació como José Antonio y luego Candela llegó a ser una de las artistas de la corte de la transgresora Esmeralda.
Félix Machuca | ABC, 2020-03-21
https://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-candela-garcia-lopez-largo-y-tortuoso-camino-202003210816_noticia.html
Es muy probable que Candela no sepa quién fue Tiresias. Ni falta que le hace. Pero Tiresias, el advino mitológico griego que fue hombre y mujer, sí pudo saber cómo sería el largo y tortuoso camino de José Antonio García López, un chico con alma de chica que hoy, como se lee en sus papeles, es Candela García López. Conseguir ser lo que sentía, pasar de José Antonio a Candela, fue un infierno. Un largo y tortuoso camino que arrancó en las calles de su infancia, donde jugaba más con las muñequitas de las niñas del vecindario que con el balón de los muchachos. Ahí empezó a comprender, por las chanzas hirientes que soportó, que ser Candela lo iba a dejar helado más de una vez, para sentirse como cantaba la estrofa de aquella canción de los Beatles: «Muchas veces he estado solo y muchas veces he llorado». Hasta que llegó a ser una de las más floreadas artistas de la corte transgresora de La Esmeralda, Candela conoció el lado oscuro de ser diferente.
Y eso tenía un precio. Muy alto y a pagar en el instante. Como aquella vez que fue a tallarse en la calle Baños para hacer la mili y le dijeron que era más aconsejable, dada su pinta efébica, que se acogiera a una ley que lo eximía de hacerla, dado que era el único hijo de un matrimonio mayor de sesenta y cinco años. O aquella noche tristísima, trabajando en la limpieza de barcos en el puerto de Barcelona, de regreso a su casa, cuando inopinadamente la secreta de la época se lo llevó sin cargo alguno, pese a que le recriminaban que fuera maricón. Le cayeron, por ley tan abusiva, cinco meses y medio de cárcel en la Modelo. Toda su vida ha sido el pago desmedido de la hipoteca de ser distinto. Para colmo no pudo estudiar, trabajó siendo adolescente y desde Suiza a Cataluña pasando por Francia, sus manos y sus rodillas se descarnaron en los trabajos que la emigración menos preparada asumía para sobrevivir. Fue trapero, pinche, fregasuelos y todo aquello que le permitiera un salario para sobrevivir y enviarlo a casa de los padres. Qué buen nombre escogió para hacerlo leyenda de su vida: Candela.
La vida la marcó. Pero no se dejó abrasar por tanto infierno. Le hizo hueco en un corazón tan exigido a la parte más frívola y alegre de la noche. Antes de entrar a trabajar, como solista, cantando cuplés y canción española en el «Califa» sevillano echó sus horas en las güisquerías del ramo. Tuvo muy buena planta, jaquetona y risueña, rubia aleonada como una fiera de la selva de las barras de lucecitas de colores. La buscaban porque daba palique, te hacía el vaso largo chispeante y no faltaba en los labios del combinado la guinda verde. Los que le pidieron un servicio más completo siempre se llevaron el mismo chasco: imposible, cariño, hoy hay tomate... Un recurso que Candela hacía verosímil impregnando en mercromina sus prendas más íntimas. Una noche coincidió su actuación con el despliegue arrebatado y jaranero de las niñas de La Esmeralda en la sala Califa. Y allí mismo llegaron a un acuerdo para que pasara a formar parte del elenco más desvergonzado, insolente y descocado de los travestis y transexuales sevillanos. La Candela empezaba a prender en la chimenea del éxito para darse calor tras una vida tan glacial. Pillando calentones como el de aquella tarde en Alcalá por culpa de un GPS. Estaba loquita por ver a Pastora Soler. Pidió que la llevaran. Y la llevaron hasta Alcalá. Pero no daban con el sitio donde actuaba la Soler. El amigo encendió el GPS y, aún así, el coche daba más vueltas que el de Carlos Sainz en el Dakar. Y la Candela, escamadita perdía, le dijo: «Oye, Pepe, tú tendrás mucha amistad con la mujer esa del GPS, pero mejor paras el coche y le preguntas al primero que pase dónde actúa Amparo Soler. No me fío de esa tía...» Tampoco confió mucho en un naturista que fue a ver. Se lo había recomendado una sobrina suya que decía era un tipo muy profesional. Candela fue a verlo y se dejó inspeccionar con una lupa. Le vio los ojos y le dijo: «Usted tiene anemia». Prosiguió el doctor la exploración y le avanzó otro diagnóstico: «La regla también la tiene desajustada». Candela esbozó una sonrisa irónica que, inmediatamente, le reprochó el especialista. «¿Va a saber usted más que yo?», le preguntó el naturista. Y Candela le dijo: «Más que usted seguro que no. Pero de mí lo sé todo y le garantizo que no puedo tener la regla porque soy un hombre». Un hombre del que quiso desprenderse a lo largo de una vida. Para convertir tan duro y espinoso tránsito personal en un largo y tortuoso camino por ser Candela en vez de José Antonio...
Y eso tenía un precio. Muy alto y a pagar en el instante. Como aquella vez que fue a tallarse en la calle Baños para hacer la mili y le dijeron que era más aconsejable, dada su pinta efébica, que se acogiera a una ley que lo eximía de hacerla, dado que era el único hijo de un matrimonio mayor de sesenta y cinco años. O aquella noche tristísima, trabajando en la limpieza de barcos en el puerto de Barcelona, de regreso a su casa, cuando inopinadamente la secreta de la época se lo llevó sin cargo alguno, pese a que le recriminaban que fuera maricón. Le cayeron, por ley tan abusiva, cinco meses y medio de cárcel en la Modelo. Toda su vida ha sido el pago desmedido de la hipoteca de ser distinto. Para colmo no pudo estudiar, trabajó siendo adolescente y desde Suiza a Cataluña pasando por Francia, sus manos y sus rodillas se descarnaron en los trabajos que la emigración menos preparada asumía para sobrevivir. Fue trapero, pinche, fregasuelos y todo aquello que le permitiera un salario para sobrevivir y enviarlo a casa de los padres. Qué buen nombre escogió para hacerlo leyenda de su vida: Candela.
La vida la marcó. Pero no se dejó abrasar por tanto infierno. Le hizo hueco en un corazón tan exigido a la parte más frívola y alegre de la noche. Antes de entrar a trabajar, como solista, cantando cuplés y canción española en el «Califa» sevillano echó sus horas en las güisquerías del ramo. Tuvo muy buena planta, jaquetona y risueña, rubia aleonada como una fiera de la selva de las barras de lucecitas de colores. La buscaban porque daba palique, te hacía el vaso largo chispeante y no faltaba en los labios del combinado la guinda verde. Los que le pidieron un servicio más completo siempre se llevaron el mismo chasco: imposible, cariño, hoy hay tomate... Un recurso que Candela hacía verosímil impregnando en mercromina sus prendas más íntimas. Una noche coincidió su actuación con el despliegue arrebatado y jaranero de las niñas de La Esmeralda en la sala Califa. Y allí mismo llegaron a un acuerdo para que pasara a formar parte del elenco más desvergonzado, insolente y descocado de los travestis y transexuales sevillanos. La Candela empezaba a prender en la chimenea del éxito para darse calor tras una vida tan glacial. Pillando calentones como el de aquella tarde en Alcalá por culpa de un GPS. Estaba loquita por ver a Pastora Soler. Pidió que la llevaran. Y la llevaron hasta Alcalá. Pero no daban con el sitio donde actuaba la Soler. El amigo encendió el GPS y, aún así, el coche daba más vueltas que el de Carlos Sainz en el Dakar. Y la Candela, escamadita perdía, le dijo: «Oye, Pepe, tú tendrás mucha amistad con la mujer esa del GPS, pero mejor paras el coche y le preguntas al primero que pase dónde actúa Amparo Soler. No me fío de esa tía...» Tampoco confió mucho en un naturista que fue a ver. Se lo había recomendado una sobrina suya que decía era un tipo muy profesional. Candela fue a verlo y se dejó inspeccionar con una lupa. Le vio los ojos y le dijo: «Usted tiene anemia». Prosiguió el doctor la exploración y le avanzó otro diagnóstico: «La regla también la tiene desajustada». Candela esbozó una sonrisa irónica que, inmediatamente, le reprochó el especialista. «¿Va a saber usted más que yo?», le preguntó el naturista. Y Candela le dijo: «Más que usted seguro que no. Pero de mí lo sé todo y le garantizo que no puedo tener la regla porque soy un hombre». Un hombre del que quiso desprenderse a lo largo de una vida. Para convertir tan duro y espinoso tránsito personal en un largo y tortuoso camino por ser Candela en vez de José Antonio...