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lunes, 4 de noviembre de 2024

#hemeroteca #punitivismo | Análisis del caso de los empresarios de Murcia

La Opinión de Murcia / Protesta 'feminista' en Murcia, 2024-10-06 //

Análisis del caso de los empresarios de Murcia

Hoja de ruta de un feminismo carcelario, conservador y abolicionista de la prostitución
Lucía Barbudo | Zona de Estrategia, 2024-11-04
https://zonaestrategia.net/caso_empresarios_murcia/

Samuel, las menores de Murcia, la chica de Totana, la chica de Bilbao, la mujer de Francia. Peligro y terror sexual; abusos, violaciones: Alcàsser en bucle. Viene bien tener a mano la ‘Microfísica sexista del poder’, de Nerea Barjola, para recordar cómo se enciende el ruido mediático con la postproducción de este tipo de noticias, qué mensajes se están mandando, cómo la sociedad los está encajando y qué estamos haciendo las feministas con eso políticamente, tanto en la calle como en nuestros canales de pedagogía y difusión.

“Todas las niñas de Murcia están en peligro de que les pase lo mismo que a la mía”, decía una de las madres de las adolescentes implicadas en la red de trata de menores en una entrevista. El mensaje, de inconfundible pánico y alerta social, se reenvió a muchos de nuestros móviles, curiosamente, dentro de grupos organizados como feministas. ¿No resulta llamativo que sean precisamente las mujeres, vinculadas, además, a movimientos feministas, las que estén hilando los mensajes siguiendo la secuencia: miedo-Estado/Aparato Judicial/Penal-cárcel? ¿No nos rechina?

Frente a estos relatos de pavor, desamparo y desvalimiento que acompañan la violencia sexual (“La hundió para toda su vida”, “Le rompieron toda su vida”, seguía la misma madre en la entrevista) se han articulado afortunadamente otras contranarrativas menos fatalistas, más empoderantes, generadoras de respuestas emocionales más allá del trauma, que nos argumentan por qué hay vida después de una violación. Quizás el mejor ejemplo sea el desarrollado en la ‘Teoría King Kong’ de Virginie Despentes, donde se resignifica la experiencia de violación para desactivarla como trauma insuperable para las mujeres. Frases como: “Hablo por todas las niñas y madres de Murcia”, hacen eco de un sujeto-víctima único, inamovible, solidificado y generalizado hasta tal extremo que parece que no deja hueco a sobrevivir estas experiencias de otra manera. Generalizar es, en el mejor de los casos, poco honesto, y en el peor, peligroso. “El poder necesita consensos”, escribía Mithu M. Sanyal en su desafiante obra ‘Violación’, en la que se responden interrogantes que muchas veces, si no estamos intelectualmente alerta, ‘feministamente’ alerta, caemos en el peligro de plantearlos como clichés: ideas estereotipadas que repiten un mantra que se nos enquista y no nos deja seguir hacia delante. El guión que el patriarcado ha escrito para nosotras sobre la violación es realmente terrorífico.

La infantilización de las víctimas es también algo que se repite. Las mismas lógicas que se aplicaron con “las ‘niñas’ de Alcàsser” son ahora las que se hacen eco de “las ‘niñas’ prostituidas de Murcia”; indudablemente hay más indefensión en la infancia, más carnaza mediática también, pero es que no eran niñas (la infancia se considera desde los 6 hasta los 12 años), eran adolescentes, menores (entre los 14 y los 17 años), eso sí, pero adolescentes. Y esto no tiene por qué restarle gravedad al asunto. La edad resulta asimismo relevante porque tampoco podemos hablar de pederastia (que se considera una relación sexual no consentida entre una persona adulta y une niñe), al igual que no podemos hablar de empresarios puteros ni de proxenetas (como les encanta decir a las abolicionistas) pues las adolescentes no eran putas. De esta última afirmación se desprende que tampoco es acertado hablar de prostitución, sino de trata de menores con fines de explotación sexual.

El feminismo putófobo saca tajada
Decía Silvia Federici en el prólogo de ‘Microfísica’: “No podemos depender de los medios para que representen nuestra lucha (...) Los medios no son espectadores pasivos”. Solo basta echar un vistazo a cómo la prensa ha abordado el caso de los empresarios violadores de Murcia para darse cuenta de que el frente abolicionista de la prostitución está sacando músculo. Este pasado viernes 25 de octubre, de hecho, la Coordinadora Feminista de València sacaba un cartel con una convocatoria frente a la Ciutat de la Justicia en el que podía leerse: “En solidaridad con las abolicionistas de Murcia”. ¿Por qué en solidaridad con las abolicionistas? ¿No deberían realizarse actos reivindicativos en la calle en solidaridad con las menores y en su apoyo?

Quisiera incidir en el uso malintencionado que se está haciendo de la palabra ‘prostitución’ en este contexto donde lo apropiado es hablar de trata de menores con fines de explotación sexual. Los medios locales de Murcia, los periódicos de La Opinión y La Verdad así como la rama local de eldiario.es, están difundiendo información hablando de ‘prostitución de menores’ en un ejercicio que considero de grave irresponsabilidad periodística. Las feministas llevamos décadas apuntando a la importancia que el lenguaje tiene para la transformación de nuestra realidad política y social. Señores y señoras periodistas, las palabras importan. (in)Fórmense antes de hacer un uso equivocado de ellas, no utilicen sus altavoces mediáticos y la posición de poder que ostentan como formadores de la opinión pública para tergiversar la realidad y estigmatizar aún más a un colectivo que ya está históricamente estigmatizado y criminalizado: el de las trabajadoras sexuales.

La prostitución o el trabajo sexual implica una relación consentida entre adultes y con las menores no hay consentimiento puesto que no hay horizontalidad al no ser una relación entre iguales. Con las menores no podemos hablar de prostitución porque incurrimos en una contradicción de términos. Con las menores debemos hablar de abuso, violación, extorsión y coacción. El movimiento abolicionista del trabajo sexual está utilizando perversamente el caso de la red de trata de menores en Murcia para manipular conceptos.

La cárcel es justicia patriarcal
Muchas tenemos ya desactivado que la policía sea una herramienta útil para la seguridad de las mujeres y las disidencias o para la lucha contra las violencias que sufrimos. Esta desactivación se la debemos a los procesos de politización y al activismo de calle, ya que éste la mayoría de las veces acaba enmarcado en un cordón policial. Ya tenemos hecho el análisis desde nuestros colectivos críticos y disidentes de que ‘A mí me cuidan mis amigas, no la policía’ y que ésta sólo existe para proteger los intereses del gobierno (la Ley Mordaza aún vigente es buena prueba de ello) y que es una forma de ejercer discriminación y violencia institucional contra las personas más vulnerables y desprotegidas. Consecuentemente, la policía ha trabajado históricamente a favor de la represión de minorías marginales tales como las personas migrantes, con un sesgo racista y colonial bastante tocho. Sin embargo, cuando eres blanca o militas entre las filas del feminismo blanco, no es tan fácil llegar a la conclusión de que el sistema penal y el sistema carcelario forman parte de lógicas no sólo heterosexistas y patriarcales, sino también racistas y coloniales. ¿Quiénes conforman la población carcelaria?

Por si esto no está lo suficientemente claro, volvamos al caso de Murcia: ¿quiénes han entrado ya en prisión? Las mujeres acusadas de ser las que captaban adolescentes en las puertas de los institutos y discotecas, así como el hombre que hacía de chofer transportado a las menores, todas estas personas de origen latino.

Decían desde el Movimiento Feminista de Murcia en su nota de prensa: “Desde el Movimiento Feminista no compartimos que la solución a las violencias que soportamos pase por la entrada a ninguna cárcel. Las cárceles no son parte de la solución nunca sino parte del problema. Nos declaramos antipunitivistas y exigimos como alternativa una justicia restaurativa que escuche a las víctimas y las atienda en sus necesidades para reparar el daño.” En esta misma línea, Laura Macaya, referenta del activismo antipunitivista en el estado español, en ‘Conflicto no es lo mismo que abuso’”, afirma: “para pensar otras formas de administrar justicia (...) es imprescindible pensar en procesos que involucren a la persona afectada, pero también a quien comete el daño y a la comunidad.” A este respecto, cinco de las entonces adolescentes declararon que no querían que los empresarios entraran en prisión y que ellas se daban por satisfechas si ellos admitían que estuvo mal lo que hicieron y se comprometieran a no volver a hacerlo nunca más. Sin embargo, tres de las víctimas sí expresaron que querían cárcel para los empresarios, movidas, según la magistrada Concepción Roig, por el pulso que se estaban echando en la calle los movimientos feministas pidiendo el encarcelamiento de los empresarios violadores.

Qué fracaso que, como movimiento regenerativo y pretendidamente transformador, a las personas que nos nombramos disidentes y feministas sólo se nos ocurra hablar con el sistema penal en la boca y mirar hacia las cárceles como solución a nuestras violencias. ¿No es es el mismo perro con distinto collar? ¿De qué manera entonces pensamos, construimos, existimos, somos diferentes y disidentes? ¿Qué estamos proponiendo?

Para las que militamos entre las filas del feminismo antipunitivista y anticarcelario es triste y preocupante que cada vez que sale un caso que implica violencia sexual contra las mujeres se aproveche el ruido mediático para apuntalar la idea de que las cárceles van a acabar con las violencias perpetradas contra las mujeres y otros cuerpos minorizados y/o disidentes. Ni la cultura del castigo, ni el refuerzo vía penal, ni las lógicas carcelarias (está ya más que demostrado que no existe una correlación entre el aumento del número de cárceles y la disminución del número de delitos) deberían estar en nuestro horizonte como un modelo político-social deseable con el que avanzar para transformar la sociedad.

Cualquier discurso que prometa “proteger a las víctimas” –ya sea desde las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, del propio Estado a través de todo su aparataje judicial-penal, sus instituciones y partidos políticos– alimenta la ficción de nuestra vulnerabilidad, acentuando la victimización de las mujeres. Por otro lado, también justifica que se necesiten leyes más duras, más penas, más condenas, más años, más cárcel, más castigo para luchar contra esas violencias.

Me gusta pensar que con cada caso de violencia sexual contra las mujeres y otras disidencias tenemos la oportunidad de empezar a pensar, o mejor dicho, seguir pensando, qué tipo de marcos queremos para convivir con las violencias: si no es cárcel, si no es justicia con forma de juzgado de lo penal, con forma de barrotes, con forma de tortura, entonces, ¿qué hacemos? Con cada “Pocos años me parecen”, retrocedemos a las lógicas dictatoriales de las que creíamos haber salido, a las estructuras del castigo, del punitivismo, a las lógicas ultraconservadoras y autoritarias en la que crece, se desarrolla y nunca muere la represión contra la que tanto luchamos. Con cada “Que se pudran en la cárcel” se nos pudre a nosotras algo por dentro. Se nos pudre la posibilidad de cambiar. Y el no-cambio es, paradójicamente, nuestra cárcel. La cárcel es, desde todos los ángulos que queramos abordarla, justicia patriarcal.

La rabia, la frustración, el enfado, el miedo, el cabreo... ¿legitimar las emociones es realmente equiparable a esgrimirlas ‘per se’ como herramientas útiles para nuestro propio proyecto político-feminista? ¿Es muy descabellado pensar que se están instrumentalizando nuestras emociones para reforzar (desde los medios, desde el Estado) un sistema carcelario-penal que asegura existir para “cuidar” nuestras heridas, para “protegernos”? ¿Nos empoderamos las mujeres y otros sujetos concebidos sociopatriarcalmente como vulnerables pidiendo cárcel, cadena perpetua, castración química? ¿No estaremos delegando en papá-Estado, marido-Estado, confiando nuestra seguridad de nuevo a esas lógicas heterosexistas del Estado-que-castiga-es-el-Estado-que-nos-protege? ¿Acaso no había ya cárceles, sistema penal, leyes, tribunales y jueces cuando los empresarios violaron a las menores hace diez años? ¿Sirvió la existencia de todo ese engranaje punitivo para que se lo pensaran dos veces?

Otros modelos de justicia

En “¿Se puede terminar con la prisión?”, Paz Francés y Diana Restrepo nos invitan a hacer un recorrido crítico de nuestro sistema de justicia penal al tiempo que nos proponen alternativas. Los modelos de ofrecen la posibilidad de aproximarnos a los conflictos desde una perspectiva menos punitiva, centrándonos en las necesidades de la víctima y haciendo uso de esquemas de mediación y diálogo; la asunción de responsabilidad por parte de quien comete el delito es imprescindible para reparar el daño.

Este modelo de justicia incluye procesos de análisis y reflexión, así como la implicación de la comunidad. Si bien la justicia restaurativa resulta menos problemática que la justicia penal por su carácter menos punitivo, para estas autoras la propuesta más radical sería la denominada justicia consensual. Esta fija su potencial transformador en el diálogo y, como su propio nombre indica, en la construcción y consecución de consensos. Este modelo entra en confrontación directa con la cultura del castigo (tan asumida en nuestras sociedades) ya que deja de equiparar justicia con castigo en cualquiera de sus formas. Supone una renuncia a cualquier medida impositiva como son los castigos de cualquier tipo, puesto que el principio fundamental en el que se basa es que el castigo (la cosa punitiva en cualquiera de sus múltiples formatos) alimenta la espiral de la violencia, formando siempre parte del problema y no de la solución. “Las condiciones que permiten que ocurra la violencia deben ser transformadas. Las respuestas estatales y sistémicas a la violencia, incluido el sistema legal penal, no solo no logran promover la justicia individual y colectiva, sino que también toleran y perpetúan los ciclos de violencia”, afirman Francés y Restrepo.

Decía Nina Simone que para ella la libertad era no tener miedo. A ese miedo por las agresiones y las violencias a las que como sujetos configurados vulnerables estamos expuestas, yo le añadiría el miedo a reproducir las estructuras de las que se alimentan en el imaginario colectivo todas esas violencias, el miedo a ser una herramienta más del amo. Desaprender las violencias que tenemos interiorizadas y normalizadas, como es el caso de la defensa del sistema penal-penitenciario, y trabajar colectivamente en otros modelos de aplicación de justicia es nuestra tarea pendiente como movimiento social.

miércoles, 19 de mayo de 2021

#libros #feminismo | Alianzas rebeldes : un feminismo más allá de la identidad

Alianzas rebeldes : un feminismo más allá de la identidad / Clara Serra Sánchez, Cristina Garaizabal, Laura Macaya (coords.).

Barcelona : Bellaterra, 2021 [05-19].
250 p.

/ ES / ENS / Libros / Feminismo / Identidades / Interseccionalidad / Punitivismo / Sexualidad / Trans
📘 Ed. impresa: ISBN 9788418684111 / 17,00 €

[.es] Este libro es un ejercicio de libertad. Es una alianza rebelde entre distintas voces comprometidas con el valor la pluralidad y el disenso en el interior del feminismo. Frente a las falsas unidades impuestas, que siempre son excluyentes, y también contra el cinismo y la indiferencia, este proyecto asume que no hay uno sino muchos feminismos y que tenemos no solo la posibilidad de disentir con algunos de ellos sino el deber de explicar nuestras discrepancias. Las autoras y autores que participan lo hacen desde sus propias perspectivas, diferentes entre sí, pero aliadas en torno a un libro decididamente crítico que afronta los principales debates que atraviesan hoy a los feminismos y toma posición con respecto a ellos. La crítica al uso excesivo que algunos feminismos han hecho de las vías penales y de diversas formas de censura reúne a una serie de voces comprometidas contra algunas derivas dogmáticas y punitivas de ciertos discursos feministas. La defensa de perspectivas no culpabilizadoras ni moralistas en el ámbito de la sexualidad es el compromiso de una serie de textos que toman posición frente a discursos feministas centrados en el peligro sexual. La defensa de un feminismo en alianza con otros movimientos y luchas sociales -en alianza con las trabajadoras sexuales, las personas trans, las mujeres migrantes y otras tantas personas atadas a vidas precarias- aglutina a una serie de autoras que toman distancia con feminismos excluyentes. La crítica a los feminismos centrados en exclusiva en las mujeres como sujeto y la apuesta por un feminismo que nos reúna no por quiénes somos sino por las ideas y proyectos que deseamos defender en común es la idea que subyace a esta defensa rebelde de las alianzas en tiempos en los que parece tan difícil hacer política feminista más allá de la identidad.
 
👥 Autoría: Miriam Solá, Paloma Uría, Santiago Alba Rico, Paz Francés, Violeta Assiego, Laura Pérez Castaño, Miren Otrubay, Noemi Parra, Miquel Missé, Sejo Carrascosa, Nuria Alabao, Mamen Briz y Siobhan Guerrero.

  • ÍNDICE
  • 11 / Prólogo. Empar Pineda
  • 15 / Introducción
  • 25 / Agradecimientos
  • 29 / Primera parte. Debate, pluralidad y disenso. Contra la censura y la imposición de la unidad
  • 31 / 1. El feminismo surca aguas procelosas, Paloma Uría Ríos
  • 41 / 2. Más allá de nosotras mismas, Clara Serra
  • 57 / 3. Vivir en peligro, Santiago Alba Rico
  • 63 / Segunda parte. Transformación social y justicia versus castigo. Contra el punitivismo
  • 65 / 4. A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos, Paz Francés
  • 79 / 5. Justicia feminista: la revolución inaplazable, Violeta Assiego
  • 91 / 6. Una institución feminista, Laura Pérez
  • 99 / 7. Violencia sexista: qué podemos esperar del derecho penal, Miren Ortubay Fuentes
  • 107 / Tercera parte. Un feminismo de la libertad. Contra normatividades sexuales, purezas y moralismos
  • 109 / 8. La violación o la vida: subjetividades punitivas, Laura Macaya Andrés
  • 123 / 9. El sexo en disputa. Relatos feministas sobre sexualidad, Cristina Garaizabal
  • 137 / 10. ¿La juventud está perdida? Jóvenes y sexualidad: entre el placer y el peligro, Noemi Parra Abaunza
  • 145 / Cuarta parte. Construir alianzas. Un feminismo más allá de la identidad
  • 147 / 11. No necesitamos aliados, Miquel Missé
  • 159 / 12. Dime cómo te identificas y te diré qué me chirría, Sejo Carrascosa
  • 167 / 13. Los hombres en el feminismo, Josetxu Riviere Aranda
  • 177 / Quinta parte. Redistribución y derechos para todas. Contra el capitalismo, las fronteras y la desigualdad estructural
  • 179 / 14. ¿A quién libera el feminismo? Clase, reproducción social y neoliberalismo, Nuria Alabao
  • 189 / 15. Un feminismo que defienda los derechos de todas, también de las prostitutas, Mamen Briz
  • 199 / 16. Trabajadoras del hogar y de los cuidados: el feminismo que habitamos, Mamen Briz
  • 209 / 17. Los feminismos de la hispanidad, Siobhan Guerrero Mc Manus
  • 217 / Bibliografia

lunes, 1 de marzo de 2021

#hemeroteca #libertadsexual #feminismo | Objeciones feministas al actual proyecto de Ley de libertades sexuales

Imagen: El País

Objeciones feministas al actual proyecto de Ley de libertades sexuales.

Resulta indefendible la introducción en el Código Penal de delitos sexuales que quedan establecidos volviendo inválido e irrelevante el consentimiento de las mujeres.
Cristina Garaizabal / Laura Macaya / Empar Pineda / Clara Serra | El País, 2021-03-01
https://elpais.com/opinion/2021-02-28/objeciones-feministas-al-actual-proyecto-de-ley-de-libertades-sexuales.html 

Quienes firmamos estas líneas consideramos que dentro de los feminismos existe una rica y poderosa genealogía de luchas por la emancipación que es hoy especialmente importante para hacer frente tanto a la desposesión y precarización generalizada que produce el capitalismo financiero global como a los proyectos reaccionarios que amenazan con recortar nuestros derechos y libertades. Necesitamos hoy un feminismo que apueste por políticas transformadoras fuera del abuso del código penal que caracteriza a la política conservadora, comprometido con ampliar nuestros márgenes de autonomía y libertad y que defienda los derechos de las mujeres más precarias y vulnerables.

Por ello, consideramos urgente y necesario destacar los problemas que en este sentido supone la aprobación del Anteproyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual tal y como ha sido propuesto por el actual Gobierno de coalición. Encontramos en él una preocupante apuesta por el punitivismo, detectamos una deriva puritana que no hace más que reforzar los argumentos patriarcales de la sacralidad del sexo de las mujeres e identificamos medidas que van a suponer aun mayores obstáculos y dificultades para mujeres que ya sobreviven en condiciones de alta precariedad, como es el caso de las trabajadoras sexuales.

Este proyecto de ley es punitivo al suponer una ampliación de las conductas que pueden ser consideradas delitos, como es el caso del acoso sexual callejero, la tercería locativa y una nueva definición de proxenetismo no coactivo. Nos parece que un feminismo emancipador debe ser crítico con las formas tradicionales de ejercer el poder y con el endurecimiento de un sistema penal que siempre recae con más intensidad sobre las poblaciones más vulnerables. En cuanto a las formas de comportamiento sexista más leves que las mujeres pueden vivir —tanto en la calle como en otros espacios—, creemos que el feminismo está hoy en día capacitado para combatir el machismo a través de la educación, la pedagogía y la disputa cultural de los sentidos comunes, pero nunca colaborando en la construcción de un sentido común punitivo que solo puede acabar siendo funcional al avance de las derechas.

El abordaje penal de las violencias de género no se ha demostrado eficaz como estrategia de prevención del delito y no ha dado resultados significativos respecto a la disminución de los índices de violencia. Creemos que el feminismo tiene que apostar más por la transformación de las conductas que por la sanción y el castigo. Si algo sigue estando pendiente en las políticas públicas feministas es la puesta en marcha de políticas basadas en el fortalecimiento de la capacidad de agencia y de decisión de las mujeres. Esperamos por parte de un gobierno progresista la apuesta tanto por un derecho penal mínimo como por políticas decididas contra la pobreza, la precariedad y la falta de independencia económica de las mujeres. En este sentido nos parece preocupante la propuesta de un reforzamiento penal que no está basada en la eficacia y que parece tener más que ver con el derecho penal simbólico o las rentabilidades políticas del populismo punitivo.

Esta ley, de orden proteccionista y centrada en las “soluciones” penales, desatiende que el principal reto para ampliar la libertad de las mujeres es el de deshacer la tradicional estigmatización del deseo y el placer femeninos. En este sentido, la petición de un sexo explicitado que hace la ley, supuestamente purificado de todas las ambigüedades, dudas, inconsciencias o incluso malentendidos que forman inevitablemente parte de la negociación sexual, nos parece que no va a suponer una ampliación del margen de las mujeres para explorar los deseos con libertad, sino un contraproducente incremento de la regulación sexual en nombre de la seguridad. La definición de consentimiento recogida en el anteproyecto de ley, que establece que todo acto sexual en el que no se manifieste la voluntad expresa de participar en el mismo puede ser considerado delito, nos parece que refuerza la imagen patriarcal tradicional de la vulnerabilidad y la fragilidad femeninas. Esta manera de entender el consentimiento promueve una visión sacralizada e infantilizada de la sexualidad de las mujeres al impedirles elaborar, por sí mismas y al margen del proteccionismo estatal, estrategias para establecer límites sexuales ante conductas intrusivas de baja entidad.

Basándose en esta mirada victimizadora de las mujeres y en un excesivo proteccionismo estatal, se niega la capacidad de decisión de las trabajadoras sexuales al establecer como delito el proxenetismo no coactivo. Queremos manifestar nuestro rechazo a un texto legal que considera a las mujeres no aptas para otorgar consentimiento, dando por hecho que encontrarse en una situación de vulnerabilidad te convierte en alguien que no sabe lo que quiere. De nuevo creemos que la tarea de las instituciones ha de ser garantizar derechos para fortalecer, empoderar y ampliar la capacidad de negociación, pero nunca poner en duda la mayoría de edad de las mujeres. No creemos que las mujeres tengan siempre razón —como no lo creemos de los hombres—, pero, como feministas, combatimos el tradicional descrédito que el patriarcado ha hecho de la voz de las mujeres. En este sentido nos parece indefendible, y menos en nombre de lemas como “Yo sí te creo”, la introducción en nuestro código penal de delitos sexuales que quedan establecidos volviendo inválido e irrelevante el consentimiento de las mujeres. Manifestamos nuestra profunda preocupación por la posibilidad de que, en nombre del consentimiento de las mujeres, se apruebe un texto legal que supone la anulación del valor del consentimiento de las mujeres.

Laura Macaya
es especialista en intervención y diseño de políticas públicas en violencia de género. Activista en Proyecto X. Empar Pineda Erdozia es cofundadora de la Comisión proderecho al aborto y del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid. Clara Serra es filósofa, profesora e investigadora de la Universidad de Barcelona y Cristina Garaizabal es activista feminista y psicóloga. Cofundadora del Colectivo Hetaira.

Firman además este texto Virginie Despentes. Escritora. Carolina del Olmo. Filósofa y escritora. Itziar Ziga. Activista feminista, periodista y escritora. Paloma Uría. Doctora y militante feminista y antifranquista de Asturias Raquel Osborne. Socióloga feminista. Miren Ortubay. Profesora de Derecho Penal. Dolores Juliano. Antropóloga feminista. Nuria Sánchez Madrid. Filósofa y profesora de la UCM. Maria Luisa Maqueda Abreu. Catedrática de Derecho Penal de la Universidad de Granada. Ruth Mestre i Mestre. Profesora de Filosofía del Derecho de la U.V. Nuria Alabao. Periodista y activista. Miguel Missé. Sociólogo y activista trans. Rosa Montero. Periodista y escritora. Alba Pez. Socióloga y militante feminista. Fefa Vila Núñez. Activista queer y profesora UCM. Mamen Briz. Periodista y activista feminista. Rommy Arce. Militante de Anticapitalistas. Marta Jiménez Jaen. Profesora de Sociología del género de la Universidad de La laguna. Noemi Parra Abaúnza. Profesora de Trabajo Social de la ULPGC. María Teresa Márquez González. Abogada y militante feminista Sara Rodríguez Pérez. Pedagoga y sexóloga. Belén González. Educadora social. Programa Por los Buenos Tratos- Acción en red Andalucía. Nerea Fillat. Editora y miembro de la Fundación de los Comunes. Isabel Cercenado Calvo. Activista feminista. Máster en Género y Políticas de Igualdad UV. Belén Gutiérrez García. Feminista y educadora infantil. Sejo Carrascosa Lopez. Activista marika. Lumagorri cisheteroaren aurkako taldea. Ester Pérez González. Periodista. Antonio Navarro Escudero. Miembro de la Ejecutiva Regional de CCOO Castilla la Mancha. Maria Victoria Delicado Useros. Profesora Titular de la Universidad de Castilla la Mancha. María Nebot. Profesora de Filosofía, activista feminista y ex Consejera de Igualdad del Cabildo GC. Santiago Alba Rico. Filósofo y escritor. Concha García Altares. Activista feminista, Cofundadora del Colectivo Hetaira. Josetxu Riviere. Especialista en trabajo en masculinidades e igualdad. Zelia Garcia, Periodista, consello redacción Andaina. Nanina Santos, Equipo redacción ‘ANDAINA, revista galega de pensamento feminista’. María López Montalbán. Educadora y exvicepresidenta de la Asamblea Regional de Murcia. Norma Vázquez García. Terapeuta feminista. Elo Mayo Cabero. Experta en políticas públicas de género. María Valvidares. Profesora de Derecho Constitucional Universidad de Oviedo. Mª Antonia Caro. Educadora social. Activista feminista. Josefina Jiménez Betancor. Enfermera. Activista feminista. Estefanía Acién González. Profesora de Antropología Social de la Universidad de Almería. Participante en la iniciativa #UniversidadSinCensura. Carmen Heredero. Feminista y sindicalista. Especialista en coeducación. Paky Maldonado López. Psicóloga, orientadora educativa, docente LGTBI

domingo, 8 de marzo de 2020

#hemeroteca #feminismo #transfobia | Sin miedo

Imagen: El Diario / Una marcha contra los feminicidios en México
Sin miedo.
Las mujeres saben mucho del miedo, porque es la verdadera marca del maltrato; miedo a desaparecer, a no valer para nada, a no ser nadie; la cara más perversa de la violencia machista es su cara amable y simpática.
Clara Serra | El Diario, 2020-03-08
https://www.eldiario.es/zonacritica/miedo_6_1003759622.html

De lo que es el feminismo se han dado muchas definiciones preciosas entre las que es difícil elegir la mejor. Pero seguramente alguna sabia debió de decir alguna vez que el feminismo es la lucha contra el miedo. Vuelvo de Ciudad de México después de pasar unos días. En México son asesinadas diez mujeres al día. Es un país que tiene 129 millones de habitantes frente a los 46 millones del nuestro. Pero aunque México tiene 2,8 veces más población que el estado español, hay 85 veces más feminicidios. Sólo en 2019 han asesinado a más de 3.800 mujeres. El miedo de ser mujer en México se siente muy fuerte al salir a la calle, se respira en el aire. A pesar del miedo, desde hace un año las mexicanas han roto el silencio, se levantan cada vez con más fuerza y han tomado las calles. Dicen que quieren enfrentar la violencia, pero que no quieren que el miedo más urgente lo ocupe todo y paralice otras demandas importantes; quieren también abordar la precariedad, el empleo y los cuidados. Hablo con Yesenia, madre de una hija asesinada por dos hombres a los que nadie ha detenido aún. Se la llevaron en coche, la agredieron en una habitación y la tiraron por la ventana. Uno de ellos sigue dando clases como profesor desde su intocable puesto de trabajo. Yesenia me dice que lleva años luchando sin descanso contra la impunidad y que lo va a seguir haciendo, pero me habla con esperanza, con alegría e incluso con humor de lo peleonas y guerreras que han sido este 8 de marzo. Y yo pienso ¿Cómo no va a ganar un movimiento que es capaz de enfrentar el terror más destructivo con alegría, esperanza y lucha colectiva?

Las mujeres saben mucho del miedo, porque es la verdadera marca del maltrato. Miedo a desaparecer, a no valer para nada, a no ser nadie. La cara más perversa de la violencia machista es su cara amable y simpática. Lo más difícil de todo es enfrentarse a una violencia que pasa desapercibida allí afuera, pero que se instala y alimenta un terror destructivo en lo más hondo del cuerpo. ¿Cómo escapar de un maltratador que es un buen tipo para todo el mundo? ¿Cómo creer más en ti misma que en tu entorno? ¿Cómo no invisibilizar, naturalizar y acabar conviviendo con tu propio miedo, sino verlo, aislarlo, apartarlo y vencerlo? El feminismo nos ha enseñado a analizar el miedo y a ponerle palabras. Pero la verdadera fuerza del feminismo no está en constatar el miedo, sino en constatar que, hasta en las condiciones más adversas, podemos superarlo. No solo somos víctimas. Somos, sobre todo, supervivientes.

Y quienes le han tenido que plantar cara al miedo tienen mucho que decir de los tiempos que vienen para todos. Hace poco, mi compañera Laura Macaya analizaba en unas jornadas una pintada en una pared con un lema feminista que decía: "El miedo va a cambiar de bando". Con una argumentación muy acertada, dijo que no deberíamos querer que el miedo cambie de bando. Nosotras no debemos querer miedo. Me parece clave en tiempos de incertidumbre social y política en los que una ultraderecha punitiva y populista agita las peores pasiones y redirige el miedo –el miedo a la precariedad, al desempleo, a la falta de certezas– contra los más débiles y vulnerables.

Me parece que una de las lecturas clave de nuestro presente ha de ser que los hombres, esos a los que se les ha enseñado a demostrar su masculinidad y esconder las fragilidades, esos hombres tienen también mucho miedo. Quizás a perder privilegios, pero también a no poder cumplir con su papel tradicional de padre sustentador, proveedor de seguridad para su familia y de prosperidad para sus hijos. Vox está tratando de canalizar eso contra las mujeres, los migrantes y las personas que viven su identidad de género y su sexualidad de modo amenazante para la masculinidad tradicional. Justamente porque los hombres tienen también miedo, creo que las feministas debemos ser capaces de entenderlo en parte –lo cual nunca fue justificar– para saber cómo desactivarlo. El miedo de los hombres no va a traer nada bueno para las mujeres y nuestra victoria, frente a quienes quieren agitar esos miedos y volverlos contra las mujeres, los extranjeros y las personas LGTB, es derrotarlo entre todos. Tenemos que combatir la precariedad, la desigualdad, la pobreza, la imposibilidad de tener garantizado el derecho a la vivienda, el reparto de los cuidados y las actuales leyes de extranjería. Abordar todas esas cosas es una batalla contra el miedo y el fascismo que vive de él.

Y tenemos que hacerlo con toda la modestia que, frente a los grandes relatos heroicos patriarcales, puede aportar el feminismo. Nosotras no estamos vacunadas contra la violencia, ni exentas de cometer errores. Nuestra actitud crítica consiste precisamente en saber que nosotras no estamos a salvo de reproducir exclusiones o volver nuestros miedos contra otras. Estos últimos meses, muchas feministas han señalado a uno de los colectivos de mujeres más vulnerables, las mujeres trans, y han agitado absurdos e irracionales miedos contra ellas. Puede que estas feministas, algunas de las cuales son históricas militantes feministas a las que debemos grandes cosas, tengan miedo a perder su lugar en la Academia, sus puestos institucionales, su voz y su discurso.

Creo, sinceramente, que nada de eso justifica las absurdas fobias que hemos leído en tantos medios. El hecho de que existan personas trans y que haya quienes no se identifican con el género que se les asignó al nacer plantea, es cierto, un enorme reto teórico y político al feminismo. Pero deberíamos abordarlo con confianza y sin miedo. En el mundo patriarcal que habitamos, las que nacemos con vagina, es cierto, tenemos un destino asignado. Sufrimos una violencia estructural que sexualiza, agrede y mutila nuestros cuerpos. Pero no es menos cierto que ese mismo orden patriarcal desata toda su violencia contra las mujeres que no tienen vagina, a las que agrede por poner en duda las normas y los repartos de roles asignados. Esa violencia es también una violencia machista y patriarcal y nos compete a las feministas abordarla. Como, por cierto, nos compete pensar por qué los hombres con pluma que encarnan una feminidad indebida son también carne de la exclusión e incluso de la violencia sexual. ¿Por qué no podemos abordar todas esas cuestiones? ¿A qué tenemos miedo?

Este 8 de marzo será una victoria si demostramos, una vez más, que el amor vence al odio y que la esperanza vence al miedo. "Yo no soy una víctima" dice Yesenia. Prefiere ser, como muchas otras, una luchadora. Sale este día, junto a muchas mujeres mexicanas, argentinas, chilenas, españolas, inglesas o italianas a combatir el miedo. Si las madres luchadoras contra el feminicidio en México son capaces de salir con alegría y esperanza a las calles, si llenamos esas calles junto a las mujeres trans, verdaderas supervivientes de la violencia y el miedo, si lo hacemos incluso junto a hombres que pueden reconocer que ellos también tienen miedos y quieren abordarlos con nosotras y no contra nosotras, ¿cómo no vamos a ganar?

miércoles, 29 de enero de 2020

#hemeroteca #punitivismo | ¡Con nosotras quien quiera! Sobre el caso Arandina

Imagen: Google Imágenes / Uno de los condenados del Caso Arandina
¡Con nosotras quien quiera! Sobre el caso Arandina.
Que una condena de 38 años sea entendida como un logro feminista es algo que el movimiento no puede permitirse.
Laura Macaya | ctxt, 2020-01-29
https://ctxt.es/es/20200115/Firmas/30692/caso-arandina-punitivismo-feminismo-violencia-machista-laura-macaya.htm

Lo siento, pero no, mucha de la gente que nos hemos indignado con la condena de 38 años de prisión por agresión sexual del llamado Caso Arandina por considerarla abusiva, extremadamente punitivista y éticamente inaceptable, no es porque hemos “estado violando muy alegremente”, como alguna feminista ha argumentado estos días. De hecho, algunas de estas personas estamos profundamente comprometidas en luchar contra las violencias de género e incluso muchas de nosotras trabajamos y militamos cada día para combatirlas. Y, precisamente por ello, nos indigna que estas violencias estén sirviendo para legitimar la rama coactiva y punitiva del Estado, la cual no solo no soluciona el problema, sino que además es ejecutora de nuevas violencias y agravios contra las mujeres más vulnerables.

Pero, ¡qué sorpresa! Una buena parte del feminismo se ha mostrado, si no satisfecho, convencido de que esta pena resulta ejemplarizante para la sociedad y los “potenciales agresores” y que repara y corrige la reiterada culpabilización a las víctimas por parte de los tribunales en este tipo de procesos. Y aunque la expresión de sorpresa es irónica y no es la primera vez que desde algunos sectores feministas se defiende abiertamente o se omite la crítica al punitivismo, en este caso resulta especialmente grave, desesperanzador y preocupante. Que una condena de 38 años, que implica que tres personas pasen una buena parte de su vida privadas de libertad, sea entendida como un logro feminista es algo que el feminismo no puede permitirse. De hecho, creo que este caso tiene que servir como punto de inflexión para plantearse un debate profundo sobre los límites del argumento de la protección a las mujeres y para el cuestionamiento radical del papel del sistema penal en el mismo.

En primer lugar, porque una de las principales justificaciones de la pena en nuestro derecho, la llamada “prevención general negativa”, que consiste en suponer que el castigo tendrá un efecto disuasorio para cometer delitos en general, no se ha mostrado empíricamente eficaz en ningún caso y mucho menos en aquellos delitos de los que son víctimas, de forma prioritaria, las mujeres –como han señalado Elena Larrauri o Paz Francés y Diana Restrepo–. De hecho, penalistas y juristas críticos, como por ejemplo Iñaki Rivera, apuntan al carácter criminógeno de la prisión. Es decir, la cárcel puede ser un elemento contraproducente al destruir la comunidad, la personalidad, la salud y la propia identidad de quien es sometido a la pena privativa de libertad.

Por otra parte, y en cuanto al argumento de la ejemplaridad de la pena, es imprescindible tener en cuenta que este argumento hace una interpretación del sujeto que delinque muy similar a la del sujeto paradigmático de las políticas criminales de “tolerancia cero” ante el delito. Las políticas de “tolerancia cero” son típicas de la ultraderecha y de la derecha neoliberal y no cabe más que recordar las propuestas de José María Aznar de “tolerancia cero con los intolerantes que fomenten el terrorismo” o las propuestas de Vox en defensa de la “tolerancia cero con la inmigración ilegal” para dar cuenta de ello. Según este modelo de administrar la seguridad, quien delinque lo hace tras una valoración racional de costes y beneficios y, por tanto, es necesario aumentar de forma desmesurada las consecuencias negativas del delito, es decir las penas, con la finalidad de que a nadie le sea rentable delinquir. Esta concepción del sujeto que delinque justifica la tipificación de nuevos delitos, el aumento de las penas al margen de la gravedad del daño cometido y una asfixiante presión policial y control preventivo sobre los supuestos grupos productores de riesgo, que no son otros que aquellos establecidos con la marca de la inadaptación a los valores de la cultura occidental de las clases medias, con el sesgo racista y clasista que conlleva, lo que se evidencia en los análisis de la procedencia cultural y de clase de la población penitenciaria.

La ambivalencia de algunos feminismos respecto a la aplicación de sanciones penales a personas que agreden a las mujeres “redibuja inadvertidamente las mismas configuraciones y efectos del poder que pretenden derrotar”, como acertadamente señala Wendy Brown. Y, en este caso, esto sucede al legitimar y consolidar una de las instituciones que más injusticias y violencias ejerce contra las mujeres más marginalizadas: el sistema penal y la prisión en sus versiones más duras y neoliberales.

Pero no es este el único elemento en el que estas propuestas de más penas y penas más duras pueden estar redibujando los mismos efectos que dicen pretender combatir. Uno de los problemas menos evidentes del uso de la estrategia penal es el de cómo esta acaba rediseñando y fortaleciendo las identidades de género patriarcales tanto en los hombres como en las mujeres. Uno de los argumentos clave para defender, o como mínimo no desaprobar, la aplicación de estas penas “ejemplares” en el llamado Caso Arandina ha sido el de que estas servían para reparar el daño y desculpabilizar a la víctima. La defensa de la víctima se ha construido como un argumento inapelable para plantear cualquier tipo de propuesta, sobre todo en estos tiempos en que las víctimas reales han sido desplazadas por un imaginario más interesante para cualquier poder (pero especialmente para el poder punitivo): el de la víctima impotente e irresponsable. Ante esto creo que resulta imprescindible que el feminismo tenga en cuenta los efectos que esta idea de víctima tiene sobre la configuración, no solo de la experiencia de las mujeres víctimas de la violencia de género, sino sobre la configuración de todas las mujeres como categoría.

Defender o conformarse con la solución punitiva a las violencias de género significa renunciar a transformar las condiciones que favorecen y generan esa violencia, como pueden ser la cárcel y la cultura del castigo, pero también, la legislación en materia de extranjería o la precariedad de los sectores laborales feminizados. Además, significa olvidar que todos esos mecanismos de dominación constituyen a los sujetos y los distribuyen en relaciones de asimetría y usurpación. Es el caso del sistema penal, el cual, no solo representa y protege a las mujeres, de hecho, eso es precisamente lo que menos hace, sino que las constituye mediante la exigencia de cumplimiento de su normativa hegemónica de género como condición para ser reconocidas como víctimas. La “buena víctima” es irresponsable, pasiva, pacífica, bondadosa, infantil, sincera y a poder ser, sexualmente poco activa, poco cómplice de los ‘sucios deseos masculinos’ y conservadora de la virtud del sexo santificado, sano o, en estos tiempos, de aquel que se define como “bueno” invocando al feminismo.

Lamentablemente todas estas atribuciones que el derecho penal va a exigir a la víctima para, con suerte, garantizar su protección son reforzadas por algunos discursos feministas. Esto no tiene en cuenta que estas atribuciones son las mismas que han configurado la feminidad clásica y patriarcal y que sirven para desproteger y castigar a las mujeres que no cumplen con el mandato. Pues no, no creo que las víctimas de violencia de género sean más buenas, sinceras, pacíficas ni éticamente admirables que ninguna otra víctima, pero tampoco que ninguna otra persona. Esencializar estos valores en las víctimas de la violencia de género, siendo además que esta atribución, la de víctima, se naturaliza en la totalidad de las mujeres, nos hace un flaco favor a todas y además va a encontrar oposición en aquellas que pensamos que los derechos y el reconocimiento nada tienen que ver con la excelencia moral de quien debe disfrutarlos.

En el Caso Arandina, por ejemplo, muchas han sido las voces que han reclamado la gravedad de los hechos argumentando que la víctima era una “niña” atacada por “hombres” en un uso perverso de la dicotomía entre la inocencia infantil de la víctima y la perversión sexual del hombre adulto, cuando la diferencia de edad entre los agresores y la víctima era escasa. El sexo consentido entre una chica de 15 años y un hombre adulto, cuando además la diferencia de edad no es significativa, no me parece, en sí mismo, éticamente reprobable y nos vamos a encontrar con muchas dificultades cuando queramos defender la libertad y la autonomía sexual de las chicas jóvenes si seguimos por ese camino. Lo que es reprobable e inadmisible en este caso es el abuso de poder, la falta de consentimiento y la camaradería masculina ante la violencia y la agresión en último término. Y para abordar todo ello es necesario que nos alejemos de las soluciones centradas en el litigio individualizado, porque este no puede hacerse cargo de abordar la complejidad de las causas de la violencia. Las lógicas del litigio construyen un escenario confrontado y dicotómico que necesita de la construcción de un agresor deshumanizado y perverso y una víctima inocente, este último, elemento clave para la posterior culpabilización de las víctimas “incumplidoras”.

Es urgente revisar otras formas de administrar justicia que no estén basadas en la afrenta y la eliminación del otro, que realmente reparen el daño a la víctima y promuevan la transformación de todas aquellas estructuras e instituciones que generan y promueven más violencias, más castigos y más precariedad. Solo de este modo es posible reflexionar juntas acerca de propuestas que refuercen nuestras comunidades, en lugar de destruirlas, para que podamos elaborar formas propias de garantizar la libertad y la protección individual y colectiva con el fin de permanecer más fuertes y unidas a la hora de enfrentarnos a los sistemas de distribución injustos, las normativas sexuales y de género, la represión y la punitividad que, no olvidemos, atentan especialmente contra las comunidades más vulnerables.

Que el feminismo no es un movimiento unitario, es una obviedad, pero en estos momentos me parece urgente visibilizar esa fractura. Es imprescindible luchar por un feminismo que favorezca el acceso a mayor libertad en cuanto a las normativas sexuales y de género y mayor igualdad en cuanto a la distribución de recursos y prerrogativas para las mujeres y personas disidentes de los géneros normativos, pero no en exclusiva, ni en contradicción con la libertad de otros colectivos igualmente dominados. Algunas feministas no vamos a dejar de defender un feminismo que acoja y que priorice la libertad no contrapuesta a la igualdad en el acceso a los recursos, ni entendida como licencia de un sujeto infantilizado. ¡Con nosotras quien quiera!

Laura Macaya Andrés es experta en atención directa y diseño de políticas públicas en materia de violencias de género. Forma parte del colectivo “Proyecto X”.

lunes, 12 de agosto de 2019

#hemeroteca #musica #censura | No me irriten el pussy

Imagen: Catalunyaplural / Fotograma del videoclip 'Booty', de C. Tamgana
No me irriten el pussy.
Dar por hecho que un hombre hablando de sexo duro debe resultar vejatorio para las mujeres supone poner en juego la idea patriarcal de que la sexualidad de las mujeres es ética y emotiva. Aludir a que las canciones de C.Tangana son sexistas o incluso promueven la violación culpabiliza a las miles de seguidoras a las que les ponen (y mucho) sus letras y que, en su inmensa mayoría, no son chicas inocentes que buscan ser sometidas por el macho alfa.
Laura Macaya Andrés | Catalunyaplural, 2019-08-12
https://catalunyaplural.cat/es/no-me-irriten-el-pussy/

Justo hacía unas horas que hablaba con una amiga, en broma pero en serio, de que quizás la música ‘trap’ era el nuevo punk. Compartimos algunas imágenes subidas a redes sociales por algunas divas del trap en las cuáles ellas, entre orgullosas y desafiantes, mostraban sus cuerpos tatuados, agujereados, cubiertos de escasas redes, tangas, máscaras de cuero, rodeadas de otras personas de estéticas igualmente incomprensibles para muchxs. Cuerpos excesivamente feminizados, putizados y no todos ellos podían identificarse con lo que cualquiera de nosotras identificaríamos con una Mujer.

Poco antes publiqué una entrada en Instagram, esa red amable y mezquina que vuelve nuestras vidas miserables al compararse con las de lxs demás, en la que aludía a la identificación que en ocasiones sentía con la masculinidad de C.Tangana. Tenía el objetivo de ironizar sobre el esencialismo que seguía imperando respecto a las cualidades de la masculinidad, la cual era objetable cuando era encarnada en un cuerpo leído hombre, mientras se ocultaba cuán despreciables o potentes podían ser también esas masculinidades cuando éramos nosotras quienes las llevábamos a cabo.

En la conversación con mi amiga ella dijo algo que me pareció excepcional respecto a los paralelismos entre el trap y el punk: parece que están gritando porque de otra forma nadie escucharía una mierda de lo que dicen. Y esos gritos podrían ser sin duda sus masculinidades y feminidades hiperbólicas, la pantomima de masculinidades que reducen a las mujeres a “booty”, mientras ellas no dejan de autodenominarse como “bitches” y muestran sus traseros al aire moviéndose en ejercicios imposibles. A pesar de todo ello, hacía mucho tiempo que no veía feminidades tan empoderadas. Feminidades que han convertido la falta y el estigma en potencia y que parecen azotar los culos de la izquierda bienpensante.

Esa misma izquierda bienpensante que en las recientes horas se ha servido de la supuesta promoción que hace C.Tangana de la cultura de la violación para censurar su actuación en las fiestas de Bilbao. El Ayuntamiento ha reculado, tras programar al trapero, ante el “aluvión de críticas” y un supuesto clamor social que ha recabado más de 10.000 firmas para prohibir su actuación.

La prohibición del consistorio, promovida por la petición de plataformas ciudadanas pero también de otros grupos municipales de izquierdas, me resulta profundamente problemática en varios aspectos.

El más evidente es el uso de la censura y la prohibición, elementos más propios de la cultura punitiva y de castigo que de aquellos movimientos que pretenden la transformación social, como puede ser el feminismo. No me parece especialmente complicado entender que la censura no transforma absolutamente nada, ni en las personas que son seguidoras del cantante, ni en la reflexión que podría pretenderse que hiciera el mismo, ni en la imperante cultura machista.

Pero además el uso de estrategias punitivas lo único que consigue es legitimarlas y abonar el campo para usarlas en cualquier otro sentido, mientras que culpabiliza de las violaciones o del sexismo a las personas individuales a quien se censura, obviando la complicidad estructural e institucional en la pervivencia de los valores machistas. Hasta aquí la crítica básica al uso de las estrategias punitivas por parte de los movimientos de liberación.

Ahora bien, como feminista me es imposible pasar por alto otra cuestión que es más difícil de visibilizar debido al imperante puritanismo sexual que ha promovido una parte de la izquierda y del feminismo. La cuestión que me parece más urgente y más peliaguda de abordar es la de si, más allá de las formas, el fin es legítimo, si la acción que produce la censura es realmente antagónica al feminismo.

Desde algunos feminismos se podría aducir que la censura no es una estrategia válida, pero que es incuestionable que el mensaje que promocionan las canciones de C.Tangana u otrxs traperxs, es sexista, poco o nada feminista y que debiera transformarse la cultura y los mensajes que la “chavalería inconsciente” reproduce y que tanto mal produce en las mujeres. El problema es que algunas feministas albergamos nuestras dudas ante tales afirmaciones.

Dar por hecho que un hombre hablando de sexo duro debe resultar vejatorio en si mismo para las mujeres supone poner en juego la consabida idea patriarcal y puritana de que la sexualidad de las mujeres es una sexualidad ética, emotiva, pacífica y no contradictoria. Aludir a que las canciones de C.Tangana son sexistas y que necesitan un filtro feminista o incluso que promueven la violación, culpabiliza a las miles, millones de seguidoras del cantante a las que les “ponen” (y mucho) sus letras y que, en su inmensa mayoría, no son chicas inocentes que buscan ser sometidas por el macho alfa.

Con estos mensajes se culpabilizan las sexualidades transgresoras de las mujeres, transgresoras porque transgreden los dogmas implícitos de los placeres éticos femeninos. La culpabilización de los deseos sexuales de las mujeres desempodera a las mismas en la priorización del placer, la libertad sexual y el descubrimiento de sus propios límites e impone normativas sexuales ficticias que poco o nada entienden de la configuración de los deseos.

La fuerza, la potencia, la agresividad, el sexo casual y explícito son características atribuidas tradicionalmente al hombre, pero que pertenecen a todas las personas. Al denigrarlas, no sólo se les niega a los hombres, sino que se desaprueban y se prohíben para todo el mundo (Badinter, 2004)* bajo el riesgo de ser tildadx de poco o nada feminista.

Todo ello contribuye a que las mujeres tiendan a priorizar el factor “riesgo” en su sexualidad, el cual conduce a la constricción sexual y al miedo, mientras que olvidamos que la búsqueda responsable del placer y la experimentación son la clave para el empoderamiento sexual de las mujeres y la lucha por la defensa de sus libertades sexuales.

Por otra parte, también resulta problemático el resbaladizo concepto de “cultura de la violación” en sus actuales usos, extendidos a cualquier conducta supuestamente sexista. La cultura de la violación hace referencia a todos aquellos actos que legitiman y normalizan la violencia sexual, como pueden ser los cuestionamientos a las víctimas, los relatos culpabilizadores a las mismas, etc.

Al culpar a Tangana de promover la cultura de la violación se equipara una canción, una explicitación de una fantasía a una práctica violenta, de la misma forma que, desde algunos feminismos, se argumenta que la pornografía es la teoría de la violación o que incluso incita a ella. Pero como dice Paloma Uría, «la pornografía responde en realidad a las fantasías sexuales, al deseo y no al orden de la realidad y del acto»**.

Todo ello sin entrar en los prejuicios clasistas y edadistas que hay implícitos en la condena no solo a C.Tangana, sino también a toda la cultura de la música trap, en la cual chicos, chicas y chicxs de diversas corporalidades y clases sociales gritan, como en el punk, ante un público que de otra forma no les hubiera escuchado.

Si desde el consistorio bilbaíno han considerado que esta era la mejor idea para proteger a las mujeres de sus propias cadenas, a mi parecer van muy desencaminadxs en sus iniciativas. Por una parte, no coincido con la reprobabilidad que se le atribuye a algunas de las letras de C.Tangana, pero tampoco creo que las mujeres solo debamos/podamos escuchar (leer, visionar, etc.) contenidos de ética intachable.

El ministro de cultura en funciones ha afirmado no aprobar la censura pero entenderla “al estar relacionado con temas de género” dando a entender una idea cada vez más popular: ante mensajes que puedan resultarnos incómodos a las mujeres, o al menos a una parte de ellas, es necesario aplicar la censura, el escrache o la desaprobación, acciones que no hacen más que ahondar en la clásica y patriarcal idea de la frágil emocionalidad femenina a la cual la más mínima desavenencia en el lenguaje o la acción puede impactarla de forma fatal.

Nadie viola por escuchar determinada letra, al igual que nadie mata por consumir muchos videojuegos. Desconocer el funcionamiento multicausal de la violencia y atribuir cualquier acción masculina al afán de dominación va en detrimento de pensarnos como sujetos responsables, que actúan y experimentan, siendo esta la base del empoderamiento sexual de las mujeres. Por favor, no me irriten el pussy, lo tengo clean.

* Badinter, E. (2004) Por mal camino. Madrid: Alianza Editorial
**Uria, P.(2018) El largo camino del feminismo: dogmas y disensos

Laura Macaya Andrés. Laura Macaya Andres és militant anarcofeminista i especialista en violències de gènere. Des de l’àmbit de l’atenció i la consultoria de polítiques públiques treballa específicament per a combatre les violències de gènere cap a les feminitats transgressores i en la promoció d’abordatges interseccionals i empoderadors cap a les mateixes.