María José Martinez Patiño |
Esta es la historia de la muerte civil (y posterior rehabilitación) de la primera española becada en un centro de alto rendimiento. Expulsada del atletismo por tener un cromosoma masculino, logró después que cambiaran la norma y hoy asesora al COI.
Pedro Cifuentes | El Confidencial, 2021-02-25
https://www.elconfidencial.com/deportes/atletismo/2021-02-25/maria-jose-patino-atletismo-intersexual-genero-deporte_2965083/
María José Martínez Patiño (Vigo, 1961) estaba entonces en el mejor momento de su carrera deportiva, pero terminó viendo los Juegos Olímpicos de Los Ángeles por televisión. Pocos meses antes, el 19 de marzo de 1984, la campeona de España de 100 metros vallas había hecho una donación de médula a su único hermano, Manuel, que batallaba contra una leucemia mieloblástica aguda. Pati arrastró una anemia pertinaz durante toda la primavera. “Me pusieron inyecciones. Iba rodando y me mareaba... Lo intenté con el alma”. Pero la marca de acceso a los Juegos era 13:64, y ella hizo 13:68. La atleta gallega se quedaba por cuatro centésimas sin el gran sueño de su vida, cuatro años después de ser la primera española de la historia becada en un Centro de Alto Rendimiento Deportivo. Después descubrió que esa decepción había sido, sin duda alguna, el mejor momento de los cuatro años siguientes.
“Yo había sido la primera mujer becada en una residencia donde eran todos hombres”, cuenta su protagonista en una larga entrevista con este periódico. Corría el año 1980, en el Madrid de la película ‘el Crack’. “Había tan pocas mujeres deportistas en esa época... Todo el mundo me miraba. Tuve que tragar mucho veneno, aguantar desplantes, la adaptación a Madrid, la inmigrante que llega de Galicia... Yo ya había tenido que superar que a mi madre no le gustase el atletismo. Si llegaba cinco minutos tarde del entrenamiento por la noche, al día siguiente no iba. Si suspendía, no entrenaba. Y toda esa rectitud me sirvió después. Yo llegué a Madrid, con una beca, y era como si estuviese en Alemania Oriental: entrenaba y me cuidaba a rajatabla, hacía lo que me mandaban y me protegía”.
Poco a poco, la chica del pueblo se fue ganando el respeto del grupo. "Yo llegaba del pueblo, con una beca de interna que era muy complicado lograr. No iba a Madrid a perder el tiempo; iba a demostrar lo que valía. La residencia Blume era un cachondeo en esa época, especialmente los fines de semana. Recuerdo mi primera noche, en una habitación de dos camas, la número 404... Atranqué la puerta con la cama del miedo que tenía a que me hicieran algo. Eran todos chicos, y me habían robado la llave de la habitación como novatada. Tenía miedo auténtico. Así que la primera noche atranqué la puerta con el cabecero de la cama”.
La residencia Blume era muy diferente a la actual. “Ahora hay seguimiento y control. Se hacían cosas que ahora son imposibles... A nivel ético era muy diferente. ¿A ti te parece normal, por ejemplo, que un entrenador se pasease con un maletín por el pasillo, habitación por habitación, poniendo electrodos a las deportistas en los muslos? Hay cosas que ahora sería impensable que ocurrieran”.
Ascenso
Pati empezó a hacer buenas marcas. Logró la plusmarca nacional de 60 metros vallas. Y en el verano de 1983 fue una de las tres únicas mujeres españolas que viajaron a Helsinki para competir en el primer Mundial de Atletismo. “Recuerdo que pensaban: ‘esta españolita viene a hacer turismo’, porque antes se iba a una de las dos cosas, a competir o a hacer turismo. Pero yo me lo tomé en serio... Estaba en el mejor momento de mi vida y de mi carrera”.
Patiño pasó la primera ronda, pasó la segunda ronda y por poco se quedó fuera de la semifinal. “Era la primera vez que competía fuera de España, no tenía experiencia”. Al año siguiente había Juegos Olímpicos. Pero justo en ese momento enfermó su hermano: un punto de inflexión en una carrera que hasta entonces solo progresaba. “Todavía no había trasplantes de médulas, estaban empezando en España. Y me llamaron los médicos, en marzo de 1984. Yo estaba extraordinariamente bien. ‘Si hay alguna posibilidad para tu hermano, es un trasplante de médula’, me dijeron. ‘Y te la tienen que sacar a ti’. Tuve que decidir en 48 horas qué hacer... Y no tuve ninguna duda. Mis padres no querían, tenían ya un hijo enfermo y no querían dos... Pero lo hice, por supuesto”.
Dos semanas después de las punciones, cuando volvió a entrenar, Martínez Patiño tenía tres millones y medio de glóbulos rojos y “la hemoglobina por los suelos”. En aquel momento había dejado ya de entrenar con Manuel Pascua, otro protagonista de esta historia y uno de los entrenadores más laureados y polémicos del atletismo español (que sería detenido junto a Marta Domínguez en la célebre operación Galgo contra el dopaje). “Yo entrenaba con Paco Gil. Si Pascua no hubiese tenido tanto poder, yo creo que hubiese ido a Los Ángeles”, dice hoy Patiño. “Pero solo dieron dos plazas para mujeres. Y Pascua era Dios allí en aquel momento. Era el Iván Redondo del atletismo español... En aquel momento, había uno o dos que mandaban mucho, el resto no mandaban nada”.
Aparece la brujería
Pasaron los Juegos y su hermano no ofrecía señales de mejoría. En la Federación Española de Atletismo, además, empezaba a cocerse un escándalo aparentemente pintoresco que tendría a la larga consecuencias funestas para la atleta. Fue acusada de brujería por su entrenador, Pascua, que habría de dimitir cuando el asunto llegó a las páginas de los periódicos. “Todo fue una excusa para justificar que se lesionaba la gente”, explica Patiño. “Había un problema en esa época, no se hacían buenas marcas y la gente se lesionaba mucho. Y para justificarse, extendió el bulo de que algunos atletas se lesionaban porque alguien estaba haciendo brujería”.
“Yo llevaba conmigo una castaña de Indias, que da suerte y en Galicia se lleva; igual que una postal de Santa Gema, que mi madre le tenía mucha devoción, o unos ajos, que en Galicia dan suerte... Pero el tema es que yo le había llevado la contraria a un entrenador muy importante, no me gustaban ciertas cosas que hacía. Le tenía respeto y miedo. Y Pascua, que era todopoderoso, decidió sacrificarme a mí para proteger al resto del grupo. Tenía que justificar lo que estaba pasando con algo... Se le venía el edificio abajo. Pero de eso me doy cuenta ahora, en la madurez. Entonces no lo comprendí”.
“Resulta que todos los demás fueron a un brujo que había en Alcalá, llevados por él. Y él quería que yo también fuera a ver al brujo de Alcalá. ‘¿Qué brujo?’, respondí yo... Me negué absolutamente, era un gilipollas que vendía humo. Así que al final acusaron de brujería a la única que no fue al brujo... Sacrificó a alguien que no era dócil, a quien no podía domar. Y a mí me había costado mucho abandonar a Pascua; yo estaba cautivada por él como entrenador. Era el mejor, dábamos el 110%... Pero eso no puede ser a costa de lo que sea. No puedo pagar tanto tributo al César por ser atleta de alto nivel. Ni yo ni nadie”.
El caso, como se ha dicho, llegó a la prensa y terminó provocando la dimisión del mítico entrenador. Semanas antes, el 4 de octubre de 1984 había fallecido su hermano. “La presión era muy alta, insostenible. Recuerdo que incluso me riñeron en la federación por no contar el tema de la brujería antes, por no ir a la prensa. Pero yo ya no sabía qué hacer. Pascua mandaba más que el propio presidente. Era omnipresente. Se portó realmente mal con una persona que lo único que había hecho era entregarse en cuerpo y alma al atletismo. Lo sabe todo el mundo de la época... Todos le decían ‘sí, bwana’; pero yo le llevé la contraria en algún aspecto. E intentó sacrificarme”.
Era diciembre de 1984. Patiño iba recuperando su estado de forma y sus marcas mientras se reponía “como podía” de la muerte de su hermano: “Totalmente concentrada en cuidarme y en hacer bien mi trabajo”. Pascua ya no estaba, al menos en apariencia. En febrero, la gallega arrolló en Madrid en los Campeonatos de España en pista cubierta. Faltaban unos meses aún para que todo saltara por los aires. “Fueron los tiempos más felices...”, narra la hoy profesora universitaria y asesora del Comité Olímpico Internacional. “No tenía el yugo de Pascua, entrenaba, iba feliz a los entrenamientos, me encontraba fenomenal, había un grupo... Iba relajada a los entrenamientos y a la competición. Era yo, no sé cómo explicarte... Mi vida. Pero luego llegó Kobe y pasó lo que pasó...”
Lo que sucedió en Kobe (Japón), y posteriormente en España durante unos años, habría merecido ya un largometraje de Hollywood si Pati fuese estadounidense. La Universiada de Verano de 1985 ha pasado a la historia por su caso de intersexualidad: la aparición de un cromosoma masculino en sus análisis genéticos, motivo por el que fue excluida de esa competición bajo el argumento de que ella corría con ventaja.
“Es el golpe más duro que he tenido en mi vida”, rememora hoy. “Habíamos ido solo cuatro mujeres, muy pocas, igual que a Helsinki dos años antes. Y tuve que pasarlo todo sola... El caso es que no me dejaron participar en Kobe. Yo pensaba: ¿cómo voy a devolver el dinero del billete de avión si no he podido participar? Acababa de morir mi hermano, y ahora lo de los cromosomas. Primero las brujas y después esto... Me sentía tan sola... Había una nadadora estadounidense con el mismo caso que yo en Kobe, pero a ella sí la dejaron participar. Eso marca la diferencia, lo comprendí después: quién protege a sus deportistas y quién no”.
Oviedo y la bomba
El asunto, al tratarse de una cuestión médica, se llevó al principio de manera confidencial. Hasta que llegó, en enero de 1986, el Gran Premio Pista Cubierta Ciudad de Oviedo. A Patiño la llamaron de la Federación para advertirle de que no debía correr la prueba. “'Si vas se arma', me dijeron. Pero yo llevaba entrenando meses y fui. Me descalificaron, y fíjate, la atleta que ganó la prueba, mi máxima rival [María José Mardomingo] me regaló el trofeo”.
Al día siguiente, el cielo se desplomó sobre su cabeza. El 29 de enero de 1986, el diario' El País' anunciaba en su portada: “María José Martínez Patiño pierde su licencia de atleta por tener cromosomas masculinos”. Era el día después de la explosión del transbordador espacial Challenger o la elección de Juan Barranco como alcalde de Madrid. Después de haber intentado competir en Oviedo, el periódico publicaba su condición intersexual con todos los datos (incluido el informe médico enviado desde Japón). “Lo tenían entero. Y se vengaron...”
Cuando llegó el informe de Kobe a la Federación Española de Atletismo, el médico era Eufemiano Fuentes, estrella máxima del dopaje en nuestro país. La conversación, según confirma un testigo a este periódico, fue aproximadamente así: “¡Tengo una bomba! ¡La Pati es un tío!”. “La de Dios...", dice ahora Patiño: "Te caes para atrás. Tenían una bomba y la soltaron, no calibraron el daño... Yo también he sido periodista, lo entiendo, hizo su trabajo. Podía haberlo hecho de otra forma, haber dicho ‘cuestión genética’ y no ‘cromosomas masculinos’, dulcificarlo un poco. ¿Te imaginas un titular ‘Rafa Nadal no puede competir más porque tiene cromosomas femeninos’”?
“Lo que pasó con los titulares de 'El País' fue un arma arrojadiza, para intentar destruirme. No como deportista... Como deportista ya intentó destruirme la normativa: me apartaron de todo, ya no tenía derecho a competir nunca más. Lo que intentaron con los titulares fue destruirme como persona. Ese titular es para acabar con la vida de una persona. Y no terminaron con mi vida, pero yo en algún momento pensé que no podía más... Me encontraba tan sola, tan abandonada en un país en el que yo el día anterior era campeona de España con récord nacional, mundialista... Y de la noche a la mañana la gente te cierra la puerta de la Residencia, te quitan la beca y te dicen: ‘Búsquese usted la vida y vuélvase a su pueblo’. Y yo dije que no. Me lo pidió el presidente, Juan Manuel de Hoz, pero yo dije que no, no podía aceptarlo de ninguna manera”.
Ese día, cuando decidió no desaparecer del mapa y volverse a Galicia, comenzó la lucha pionera de Martínez Patiño en el deporte mundial (que le ha convertido hoy en un referente académico internacional). Al día siguiente de la portada, después de una rueda de prensa celebrada en la sede de la agencia EFE, unos fotógrafos le atravesaron el coche en plena Castellana para hacerle fotos. Se había convertido en un personaje muy conocido. “Fue un momento tremendo; hui y me refugié en la sierra. La rueda de prensa había sido brutal. Tremendamente dura. Prácticamente todos los periodistas presentes estaban a favor de la Federación. Repetían que me habían ofrecido la posibilidad de retirarme discretamente y que yo me había negado. Que todo había salido a la luz porque me había negado a irme”.
“Fue como una bomba... Como la explosión del Challenger ese mismo día. La soltaron sin llamarme antes y me encontré totalmente sola”. La prensa siguió persiguiéndola durante semanas. “Rueda de prensa hubo solo una, pero me llamaban continuamente de la ‘tele’ y la radio. Le dije no a Mercedes Milá, y eso que la admiro mucho. Pero le tenía pánico. Verdadero pánico. No me atreví a ir a su programa... Tenía que salir a la calle con gafas de sol. En serio, era algo propio de un país que no había evolucionado, en el que la prensa tenía tanto poder para hacer daño, aunque el día anterior fueras la misma persona... Hay maneras y maneras de explicar las cosas. Pero bueno, en su momento les sirvió para vender periódicos y dar una exclusiva... No pasa nada, lo he perdonado. Les he perdonado a todos, pero primero me he tenido que perdonar yo. Porque yo pensaba que la que tenía la culpa de todo era yo, por haber nacido como he nacido... Primero tiene que sanarse uno”.
12 metros cuadrados
Pati se buscó un trabajo de monitora en un gimnasio y decidió quedarse en Madrid. Se mudó a un estudio de 12 metros cuadrados “en el entresuelo de un edificio muy lujoso de la glorieta Álvarez de Castro, ... “Yo solo quería volver a los tacos”, repite 10 o 15 veces a lo largo de la entrevista. De hecho, seguía entrenando, pero en soledad, proscrita y de noche, para que nadie la viera. La hoy profesora universitaria en Las Palmas de Gran Canaria, Covadonga Mateos, su gran amiga de la época (por entonces campeona de España en salto de altura), le sacaba bocadillos y fruta de la residencia Blume para que se alimentase mejor. “Era un auténtico escrache”, recuerda hoy Mateos. “Recuerdo que alguna vez la escupieron, que le hacían gestos obscenos, que la señalaban en el aeropuerto. María José estaba señalada, estigmatizada... Era lo peor de lo peor. Muy diferente del caso de Caster Semenya, que ha estado muy apoyada. María José estuvo completamente sola”.
“Yo sabía que iba a volver a competir...”, asegura Patiño, “pero nadie se lo creía. Hubo alguna noche que tenía tanto dolor en el alma, tanto dolor, me encontraba tan sumamente sola donde vivía, tan poco apoyada en esa habitación minúscula, y con un sueldo que apenas bastaba para pagar el alquiler, que pensé que lo mejor era cerrar los ojos y no despertar. No intentar hacerme nada, porque eso no lo pensé, pero sí dormir y desaparecer...”.
Martínez Patiño interpuso una demanda contra la Federación por atentado contra el honor. Pero su objetivo principal, asegura, no era el dinero, sino regresar a la competición. (Como se verá después, nunca cobró su indemnización). “Todos los organismos deportivos decían que era imposible cambiar la norma”, recuerda: “La Federación no me ayudaba, no podía entrenarme, no tenía donde agarrarme. Porque una demanda contra la Federación, aunque la ganes, no te da derecho a volver a competir; yo lo que quería era demostrar que se habían equivocado conmigo”.
La pista a oscuras
Por las noches, Patiño se iba andando desde Chamberí hasta la ribera del Manzanares y saltaba la valla del INEF para entrenar a oscuras. “Ahora no puedes entrar en el INEF, hay controles y cámaras, pero yo saltaba la valla e iba a la pista... No había nadie, y yo entrenaba sola con la luz lejana de los colegios mayores. El olor que tenía esa pista... Tocar el grano de la pista de tartán, poner tu cara cerca de la pista, en la calle dos o tres, sentir eso... Sentir ‘me habéis eliminado, pero prometo que voy a volver’. Yo le prometí a la pista que iba a volver. Saltaba, entrenaba, corría, pero era imposible, estaba sola, no podía sacar las vallas del almacén. Aun así, entrenaba. Y sobre todo le decía a mi mente: ‘Tienes que seguir luchando para volver aquí’. Y eso que vas generando en tu cerebro es lo que luego, si vences, te da la fuerza para encarar otras cosas en la vida”.
Al año y medio “o así”, María José Martínez Patiño empezó a vislumbrar la otra orilla. Contactó con expertos mundiales en genética y medicina deportiva que se interesaron en su caso: concluyeron que no había ventaja deportiva alguna en su alteración genética, su cuerpo no reaccionaba a la testosterona. Y sin darse cuenta, empezó la segunda carrera de su biografía, la académica: hoy es doctora en Ciencias del Deporte, profesora en la Universidad de Vigo y miembro del Comité de Expertos de la Comisión Médica y Científica del Comité Olímpico Internacional. Ha publicado más de 50 artículos científicos con expertos internacionales, da conferencias todo por el mundo y es la española de ciencias del deporte con más citas en la prestigiosa revista 'The Lancet'.
“No olvidemos que la intersexualidad es un tema médico”, explica la exatleta viguesa. “Es un tema genético. Entre el 0,5%-1,7% de la población mundial tiene alguna variabilidad que no se ajusta a la categoría de hombre o mujer, por alguna anomalía genética... Uno no decide cómo lo hacen. Y tal como ha nacido tiene que plantar cara a la vida. Una sociedad del primer mundo tiene que aceptar un tema médico, genético, hormonal. Eso no puedes cuestionarlo. Otra cosa es la orientación, lo que cada uno quiera hacer con su vida, pero no me meta usted en el mismo saco. Esto es una cuestión biológica; hay un gran número de genes que intervienen y que pueden producir una mutación en el momento del proceso para determinar la diferenciación sexual”.
“Yo entiendo que el periódico tenía una bomba... ¡Pero era algo médico! La demanda que gané a la Federación era por revelar un asunto médico, una cuestión de honor. Pero fíjate si yo amaba el atletismo, que me compensaban con 20 millones del año ochenta y tantos y nunca los cobré; retiré la demanda contra la Federación para poder volver a competir. Me dijeron que era una de las condiciones para regresar a la pista. Yo demostré que tenía razón y solo por el hecho de volver a los tacos de salida ya me había compensado. A mí 20 millones me daban igual, y era un dineral, ojo. Podía incluso haber pedido la ejecución provisional de la sentencia. Pero no lo hice, quería volver a competir. Porque me habían quitado todo: las marcas, los récords, mi honor... Como si nunca hubiese existido o entrenado. Es lo que más dolor me produjo. Tantas horas, tanto cuidado... Todo desapareció de repente del mapa”.
La llamada de Seúl
El 4 de octubre de 1988, Patiño recibió una llamada desde Seúl. Era el cuarto aniversario de la muerte de su hermano. La llamada era para darle la enhorabuena: la Comisión Médica del COI se había reunido y decidido que podía regresar a la competición. “Fue el mismo día, cuatro años después... Puedes pensar lo que te dé la gana, pero es muy curioso... El mismo día”.
Los investigadores habían averiguado que la atleta gallega no tenía receptores celulares para la testosterona; es decir, no generaba ningún tipo de respuesta androgénica (debido a una mutación genética). “Es como una llave que entra en la cerradura, pero no abre la puerta”, explica: “Hay una mutación en el receptor de andrógenos. Las mujeres como yo no tenemos prácticamente vello, porque no hay respuesta a la testosterona. Por eso pude volver a competir. Aunque yo tomara anabolizantes, no tengo el mecanismo de respuesta a los andrógenos. Que es un caso muy distinto al de Caster Semenya. A ella sus andrógenos le funcionan perfectamente, a nosotras no”.
Esta condición genética, muy poco frecuente, se llama Insensibilidad a los Andrógenos (SIA). Se da en una de cada 20.000 personas, pero es poco conocida: “Hay estigma y silencio”. Patiño afirmará varias veces a lo largo de la entrevista que fue el expresidente de la Federación, José María Odriozola (bioquímico de formación), quien se esforzó por pelear su caso. (También "quien sentó las bases del atletismo español moderno").
Al día siguiente de recibir la llamada, el 5 de octubre, Patiño volvió a las vallas. Pero esa segunda etapa deportiva no se pareció ya nunca a esos primeros años de la década: “Había perdido completamente el tren”, reconoce: “Es como si cuando volví a la pista ya hubiese logrado lo que quería. Gasté tanta energía en volver a los tacos que luego no me quedó más. Imagínate el esfuerzo que había representaba para mí estar entrenando y apagando fuegos a la vez: Pascua, mi hermano, las brujas, los cromosomas... Hacen falta muchos condicionantes para poder entrenarse en cuerpo y alma”.
A pesar de ello, siguió compitiendo. En septiembre de 1991 se fue sola a entrenar a la Unión Soviética ("Patiño emigra a la URSS”, tituló algún periódico). “Estaba buscando el motor... Pero tenía que haberme ido antes. Fue uno de los mejores momentos de mi vida como atleta: era anónima, no me conocía nadie. Estudié allí y aprendí ruso. Me comportaba como una rusa, vestía como una rusa, hacía la cola para la leche y el pan. Me levantaba muy pronto, a las dos de la tarde ya era de noche, a treinta y tantos grados bajo cero. Estuve una época entrenando en Sochi (Mar Negro). Era una pasada, no te puedes imaginar, muy planificado, muy enriquecedor... Me dio mucha pena, pero no había tiempo material, estaba en la última etapa y lo sabía, había consumido ya todo mi tiempo antes…”
“Fue muy injusto”, continúa. “Mientras yo estaba parada, mis rivales pudieron seguir entrenando. Y cuando tuve que competir con ellas, había perdido la forma de antes. Lo intenté. Fui a Estados Unidos a competir, hice el circuito, bastante bien, pero no pude llegar a los Juegos de Barcelona. Me quedé relativamente cerca de nuevo. Una pena. Yo me inicié cuando vi a Nadia Comaneci en los Juegos de Montreal en 1976; la veía y me quedaba extasiada. Y me dije: ‘Me gustaría algún día estar en los Juegos Olímpicos’. Y debo estar agradecida de formar parte de alguna manera de la Familia Olímpica”.
José María García
Cuando abandonó el atletismo, en 1992, José María García la fichó para su equipo de reporteros. Estuvo con el legendario periodista once años, cubriendo Juegos Olímpicos y campeonatos mundiales. “Yo he sido competitiva en la pista y fuera de ella. Lo que me ha enseñado el deporte es a ser competitiva, a dar en todo momento lo mejor de mí misma. García tenía el enfrentamiento con De la Morena, y yo era la primera en conseguir la entrevista del día. Porque claro, si viajas por todo el mundo conoces a los atletas. Sabía dónde meterme para conseguirlo un día antes que el resto. García respetaba muchísimo mi trabajo. No era fácil trabajar con él, pero a mí me respetaba y me quería. Y aprendí muchísimo con él. Tenía que viajar sola por todo el mundo, preparar todo, retransmitir, entrar en informativos. Yo estaba en la Cope cuando tres atletas españoles quedaron primero, segundo y tercero en Helsinki, retransmitiendo el campeonato de Europa. Y abrieron el informativo con eso”.
Después de esa etapa, Patiño se enfocó en el trabajo universitario y el deporte desde otra perspectiva (fue la primera entrenadora de Ana Peleteiro, plusmarquista española y campeona de Europa de triple salto). “Han cambiado muchas cosas desde mi época”, afirma, “pero lo que no ha cambiado es que el atleta tiene que trabajar, entrenar, cuidarse y sacrificarse. Ha evolucionado tanto el deporte mundial, hay tanta gente haciendo lo mismo, que o haces algo diferente o no tienes nada que hacer”.
Asesora del Comité Olímpico Internacional y de la Federación Española de Atletismo, Patiño es bastante rotunda cuando habla del deporte español: “El deporte no necesita ninguna marca España. ¡Si el deporte es por lo que somos más conocidos! Lo que hace falta es alguien que se preocupe por los deportistas. No necesito hacer la pelota a Alejandro Blanco ni a nadie, pero quien se preocupa diariamente es el Comité Olímpico Español (COE). Y no solo cuando alguien gana la medalla y se hacen la foto, sino preocupándose por el futuro, las lesiones. Hay gente que está preparada para retirarse y gente que no... Es muy duro estar en la burbuja 15-20 años y salir de repente. Hay deportistas que se quedan como muñecos rotos, y hay que cuidarlos. Y eso lo ha hecho y lo hace el COE. No podemos dar la espalda después a los deportistas... Se trata de ver más allá, de crear los cimientos del deporte español de los próximos 20 o 30 años... Y eso no puede depender del Gobierno. Hay pilares que no se pueden mover, respetar lo que da buenos resultados; y no eliminarlo, sino fortalecerlo. ¿Quién representa mejor a España hoy? Los deportistas. Su protección ha de estar garantizada por ley, que no dependa de quién esté en el poder”.
“Cuando veo”, prosigue, “a estos gurús del deporte que dan lecciones (y lo más redondo que han visto, como decía García, es una onza de chocolate), alucino. No saben lo que es el deporte. El sentimiento… Por eso, los políticos que llevan el tema deberían haber orinado sangre, haber vomitado con una pájara, haber llegado a la meta y no poderse ni mover del ácido láctico que tienen, y haber superado que te levantas por la mañana y no puedes moverte, que debes seguir una dieta estricta, que tienes que levantarte a entrenar aunque no quieras, que tienes dolores, que tienes dudas, frustración, que tienes miedo cuando entras en el estadio, en el túnel, el miedo cuando ruge el estadio y tienes a 100.000 personas (como en Helsinki)... El que vence todo eso luego puede plantarle cara a la vida y demostrar que puede hacer otras cosas. Bien encauzado, claro... Yo tuve la suerte de poder estudiar”.
El milagro femenino español
“Se dice que somos el país milagro del deporte, y es cierto. No se puede tener tanto nivel en deportes individuales y colectivos con tan pocos medios. Pero el auténtico milagro es el deporte femenino español. En menos de dos décadas, estamos a un nivel que les ha costado a otros países mucho más tiempo. Baloncesto, balonmano, natación, rítmica, sincronizada, tenis, atletismo, waterpolo... Si existiese el apoyo económico que debiera tener un país como España, esto sería tremendo”.
Y entonces reivindica su legado: “Hemos tenido que tragar mucho y hemos abierto no un camino, sino una autopista a las nuevas generaciones. Se habla mucho del deporte femenino, pero ¿quién abrió el camino...? Ha cambiado todo muchísimo; lo único que no ha cambiado son los políticos, que son iguales. Antes había una diferencia muy grande en cómo nos preparaban frente a otros países. Ahora hablamos de tú a tú a cualquiera, pero en ese momento estábamos asustadas. Éramos una generación de mujeres deportistas atrasadas. Ahora competimos contra cualquiera”.
Dedicada enteramente a la vida académica, Patiño dice sentirse ahora en “los tres últimos obstáculos de la carrera. Hay veces que no sabes de dónde sale la fortaleza para poder salir adelante. Yo quiero entender lo que me ha tocado vivir, y creo que ha sido hacer un mundo un poco mejor, y como pionera, traer algún cambio. Y creo que ha valido la pena. Ha sido un orgullo representar a España en el mundo, poder entrenar, estar ahora en el COE y en el COI, aportar mi experiencia. ¿Rencor...? He sanado ese rencor, aunque cuando lo recuerdo me produce dolor: pensar que podía haber sido de otra manera... Porque yo era muy buena atleta, y no he llegado adonde tenía que haber llegado. Fueron obstáculos muy duros, que tuve que superar sola”.
“Mi fuerza es saber que tenía razón. Me daba igual la normativa, lo que dijera el mundo... Mis compañeras me veían desnuda, yo me miraba al espejo y decía ‘tengo un tipazo de puta madre’. ¿Cómo se puede dudar de algo así? Si yo me hubiese marchado, les hubiese dado la razón, como si yo hubiese tratado de engañarles. Quedándome, luchaba para demostrar que se habían equivocado. Y eso ha servido para ayudar a muchas mujeres como yo, y a que cambiaran la norma. Sigue habiendo casos, por supuesto, y pueden competir. Nadie les destruye, no se tienen que retirar. En ese momento se sabía tan poco de genética, de intersexualidad, que soltar eso hacía mucho daño. Ahora se parten de la risa”.
“Les he perdonado”, concluye, “y a Pascua también. Creo que hice bien en dejarle, en ser firme y subirme a otro carro. Él no me lo perdonó, me la guardó. Pero se la devolví, porque he podido transformar lo negativo en positivo... Ahí es donde le he ganado la batalla. No por haber competido, sino por reconvertirme y salir fortalecida. No ganaron los que quisieron hacerme daño. Hay unas leyes del universo que están por encima de todos nosotros. Y todo el daño que uno pueda hacer, tarde o temprano te vuelve [...] Sinceramente, hay cosas que no se comprenden. Y a algunos se les tiene que caer ahora la cara de vergüenza. Ahora que pienso en ellos y serán padres y abuelos, me pregunto: ¿les habrá compensado? Cuándo se sienten a mirar a sus hijas y a sus nietas, ¿qué pensarán? ¿Podían dormir tranquilos sabiendo que habían eliminado a una persona que no les había hecho nada, que lo único que hizo fue darlo todo por el atletismo? ¿Por qué tanto daño innecesario? Al final, la gente cuando conoce tu historia te respeta. Le dan igual tus cromosomas”.
“Yo había sido la primera mujer becada en una residencia donde eran todos hombres”, cuenta su protagonista en una larga entrevista con este periódico. Corría el año 1980, en el Madrid de la película ‘el Crack’. “Había tan pocas mujeres deportistas en esa época... Todo el mundo me miraba. Tuve que tragar mucho veneno, aguantar desplantes, la adaptación a Madrid, la inmigrante que llega de Galicia... Yo ya había tenido que superar que a mi madre no le gustase el atletismo. Si llegaba cinco minutos tarde del entrenamiento por la noche, al día siguiente no iba. Si suspendía, no entrenaba. Y toda esa rectitud me sirvió después. Yo llegué a Madrid, con una beca, y era como si estuviese en Alemania Oriental: entrenaba y me cuidaba a rajatabla, hacía lo que me mandaban y me protegía”.
Poco a poco, la chica del pueblo se fue ganando el respeto del grupo. "Yo llegaba del pueblo, con una beca de interna que era muy complicado lograr. No iba a Madrid a perder el tiempo; iba a demostrar lo que valía. La residencia Blume era un cachondeo en esa época, especialmente los fines de semana. Recuerdo mi primera noche, en una habitación de dos camas, la número 404... Atranqué la puerta con la cama del miedo que tenía a que me hicieran algo. Eran todos chicos, y me habían robado la llave de la habitación como novatada. Tenía miedo auténtico. Así que la primera noche atranqué la puerta con el cabecero de la cama”.
La residencia Blume era muy diferente a la actual. “Ahora hay seguimiento y control. Se hacían cosas que ahora son imposibles... A nivel ético era muy diferente. ¿A ti te parece normal, por ejemplo, que un entrenador se pasease con un maletín por el pasillo, habitación por habitación, poniendo electrodos a las deportistas en los muslos? Hay cosas que ahora sería impensable que ocurrieran”.
Ascenso
Pati empezó a hacer buenas marcas. Logró la plusmarca nacional de 60 metros vallas. Y en el verano de 1983 fue una de las tres únicas mujeres españolas que viajaron a Helsinki para competir en el primer Mundial de Atletismo. “Recuerdo que pensaban: ‘esta españolita viene a hacer turismo’, porque antes se iba a una de las dos cosas, a competir o a hacer turismo. Pero yo me lo tomé en serio... Estaba en el mejor momento de mi vida y de mi carrera”.
Patiño pasó la primera ronda, pasó la segunda ronda y por poco se quedó fuera de la semifinal. “Era la primera vez que competía fuera de España, no tenía experiencia”. Al año siguiente había Juegos Olímpicos. Pero justo en ese momento enfermó su hermano: un punto de inflexión en una carrera que hasta entonces solo progresaba. “Todavía no había trasplantes de médulas, estaban empezando en España. Y me llamaron los médicos, en marzo de 1984. Yo estaba extraordinariamente bien. ‘Si hay alguna posibilidad para tu hermano, es un trasplante de médula’, me dijeron. ‘Y te la tienen que sacar a ti’. Tuve que decidir en 48 horas qué hacer... Y no tuve ninguna duda. Mis padres no querían, tenían ya un hijo enfermo y no querían dos... Pero lo hice, por supuesto”.
Dos semanas después de las punciones, cuando volvió a entrenar, Martínez Patiño tenía tres millones y medio de glóbulos rojos y “la hemoglobina por los suelos”. En aquel momento había dejado ya de entrenar con Manuel Pascua, otro protagonista de esta historia y uno de los entrenadores más laureados y polémicos del atletismo español (que sería detenido junto a Marta Domínguez en la célebre operación Galgo contra el dopaje). “Yo entrenaba con Paco Gil. Si Pascua no hubiese tenido tanto poder, yo creo que hubiese ido a Los Ángeles”, dice hoy Patiño. “Pero solo dieron dos plazas para mujeres. Y Pascua era Dios allí en aquel momento. Era el Iván Redondo del atletismo español... En aquel momento, había uno o dos que mandaban mucho, el resto no mandaban nada”.
Aparece la brujería
Pasaron los Juegos y su hermano no ofrecía señales de mejoría. En la Federación Española de Atletismo, además, empezaba a cocerse un escándalo aparentemente pintoresco que tendría a la larga consecuencias funestas para la atleta. Fue acusada de brujería por su entrenador, Pascua, que habría de dimitir cuando el asunto llegó a las páginas de los periódicos. “Todo fue una excusa para justificar que se lesionaba la gente”, explica Patiño. “Había un problema en esa época, no se hacían buenas marcas y la gente se lesionaba mucho. Y para justificarse, extendió el bulo de que algunos atletas se lesionaban porque alguien estaba haciendo brujería”.
“Yo llevaba conmigo una castaña de Indias, que da suerte y en Galicia se lleva; igual que una postal de Santa Gema, que mi madre le tenía mucha devoción, o unos ajos, que en Galicia dan suerte... Pero el tema es que yo le había llevado la contraria a un entrenador muy importante, no me gustaban ciertas cosas que hacía. Le tenía respeto y miedo. Y Pascua, que era todopoderoso, decidió sacrificarme a mí para proteger al resto del grupo. Tenía que justificar lo que estaba pasando con algo... Se le venía el edificio abajo. Pero de eso me doy cuenta ahora, en la madurez. Entonces no lo comprendí”.
“Resulta que todos los demás fueron a un brujo que había en Alcalá, llevados por él. Y él quería que yo también fuera a ver al brujo de Alcalá. ‘¿Qué brujo?’, respondí yo... Me negué absolutamente, era un gilipollas que vendía humo. Así que al final acusaron de brujería a la única que no fue al brujo... Sacrificó a alguien que no era dócil, a quien no podía domar. Y a mí me había costado mucho abandonar a Pascua; yo estaba cautivada por él como entrenador. Era el mejor, dábamos el 110%... Pero eso no puede ser a costa de lo que sea. No puedo pagar tanto tributo al César por ser atleta de alto nivel. Ni yo ni nadie”.
El caso, como se ha dicho, llegó a la prensa y terminó provocando la dimisión del mítico entrenador. Semanas antes, el 4 de octubre de 1984 había fallecido su hermano. “La presión era muy alta, insostenible. Recuerdo que incluso me riñeron en la federación por no contar el tema de la brujería antes, por no ir a la prensa. Pero yo ya no sabía qué hacer. Pascua mandaba más que el propio presidente. Era omnipresente. Se portó realmente mal con una persona que lo único que había hecho era entregarse en cuerpo y alma al atletismo. Lo sabe todo el mundo de la época... Todos le decían ‘sí, bwana’; pero yo le llevé la contraria en algún aspecto. E intentó sacrificarme”.
Era diciembre de 1984. Patiño iba recuperando su estado de forma y sus marcas mientras se reponía “como podía” de la muerte de su hermano: “Totalmente concentrada en cuidarme y en hacer bien mi trabajo”. Pascua ya no estaba, al menos en apariencia. En febrero, la gallega arrolló en Madrid en los Campeonatos de España en pista cubierta. Faltaban unos meses aún para que todo saltara por los aires. “Fueron los tiempos más felices...”, narra la hoy profesora universitaria y asesora del Comité Olímpico Internacional. “No tenía el yugo de Pascua, entrenaba, iba feliz a los entrenamientos, me encontraba fenomenal, había un grupo... Iba relajada a los entrenamientos y a la competición. Era yo, no sé cómo explicarte... Mi vida. Pero luego llegó Kobe y pasó lo que pasó...”
Lo que sucedió en Kobe (Japón), y posteriormente en España durante unos años, habría merecido ya un largometraje de Hollywood si Pati fuese estadounidense. La Universiada de Verano de 1985 ha pasado a la historia por su caso de intersexualidad: la aparición de un cromosoma masculino en sus análisis genéticos, motivo por el que fue excluida de esa competición bajo el argumento de que ella corría con ventaja.
“Es el golpe más duro que he tenido en mi vida”, rememora hoy. “Habíamos ido solo cuatro mujeres, muy pocas, igual que a Helsinki dos años antes. Y tuve que pasarlo todo sola... El caso es que no me dejaron participar en Kobe. Yo pensaba: ¿cómo voy a devolver el dinero del billete de avión si no he podido participar? Acababa de morir mi hermano, y ahora lo de los cromosomas. Primero las brujas y después esto... Me sentía tan sola... Había una nadadora estadounidense con el mismo caso que yo en Kobe, pero a ella sí la dejaron participar. Eso marca la diferencia, lo comprendí después: quién protege a sus deportistas y quién no”.
Oviedo y la bomba
El asunto, al tratarse de una cuestión médica, se llevó al principio de manera confidencial. Hasta que llegó, en enero de 1986, el Gran Premio Pista Cubierta Ciudad de Oviedo. A Patiño la llamaron de la Federación para advertirle de que no debía correr la prueba. “'Si vas se arma', me dijeron. Pero yo llevaba entrenando meses y fui. Me descalificaron, y fíjate, la atleta que ganó la prueba, mi máxima rival [María José Mardomingo] me regaló el trofeo”.
Al día siguiente, el cielo se desplomó sobre su cabeza. El 29 de enero de 1986, el diario' El País' anunciaba en su portada: “María José Martínez Patiño pierde su licencia de atleta por tener cromosomas masculinos”. Era el día después de la explosión del transbordador espacial Challenger o la elección de Juan Barranco como alcalde de Madrid. Después de haber intentado competir en Oviedo, el periódico publicaba su condición intersexual con todos los datos (incluido el informe médico enviado desde Japón). “Lo tenían entero. Y se vengaron...”
Cuando llegó el informe de Kobe a la Federación Española de Atletismo, el médico era Eufemiano Fuentes, estrella máxima del dopaje en nuestro país. La conversación, según confirma un testigo a este periódico, fue aproximadamente así: “¡Tengo una bomba! ¡La Pati es un tío!”. “La de Dios...", dice ahora Patiño: "Te caes para atrás. Tenían una bomba y la soltaron, no calibraron el daño... Yo también he sido periodista, lo entiendo, hizo su trabajo. Podía haberlo hecho de otra forma, haber dicho ‘cuestión genética’ y no ‘cromosomas masculinos’, dulcificarlo un poco. ¿Te imaginas un titular ‘Rafa Nadal no puede competir más porque tiene cromosomas femeninos’”?
“Lo que pasó con los titulares de 'El País' fue un arma arrojadiza, para intentar destruirme. No como deportista... Como deportista ya intentó destruirme la normativa: me apartaron de todo, ya no tenía derecho a competir nunca más. Lo que intentaron con los titulares fue destruirme como persona. Ese titular es para acabar con la vida de una persona. Y no terminaron con mi vida, pero yo en algún momento pensé que no podía más... Me encontraba tan sola, tan abandonada en un país en el que yo el día anterior era campeona de España con récord nacional, mundialista... Y de la noche a la mañana la gente te cierra la puerta de la Residencia, te quitan la beca y te dicen: ‘Búsquese usted la vida y vuélvase a su pueblo’. Y yo dije que no. Me lo pidió el presidente, Juan Manuel de Hoz, pero yo dije que no, no podía aceptarlo de ninguna manera”.
Ese día, cuando decidió no desaparecer del mapa y volverse a Galicia, comenzó la lucha pionera de Martínez Patiño en el deporte mundial (que le ha convertido hoy en un referente académico internacional). Al día siguiente de la portada, después de una rueda de prensa celebrada en la sede de la agencia EFE, unos fotógrafos le atravesaron el coche en plena Castellana para hacerle fotos. Se había convertido en un personaje muy conocido. “Fue un momento tremendo; hui y me refugié en la sierra. La rueda de prensa había sido brutal. Tremendamente dura. Prácticamente todos los periodistas presentes estaban a favor de la Federación. Repetían que me habían ofrecido la posibilidad de retirarme discretamente y que yo me había negado. Que todo había salido a la luz porque me había negado a irme”.
“Fue como una bomba... Como la explosión del Challenger ese mismo día. La soltaron sin llamarme antes y me encontré totalmente sola”. La prensa siguió persiguiéndola durante semanas. “Rueda de prensa hubo solo una, pero me llamaban continuamente de la ‘tele’ y la radio. Le dije no a Mercedes Milá, y eso que la admiro mucho. Pero le tenía pánico. Verdadero pánico. No me atreví a ir a su programa... Tenía que salir a la calle con gafas de sol. En serio, era algo propio de un país que no había evolucionado, en el que la prensa tenía tanto poder para hacer daño, aunque el día anterior fueras la misma persona... Hay maneras y maneras de explicar las cosas. Pero bueno, en su momento les sirvió para vender periódicos y dar una exclusiva... No pasa nada, lo he perdonado. Les he perdonado a todos, pero primero me he tenido que perdonar yo. Porque yo pensaba que la que tenía la culpa de todo era yo, por haber nacido como he nacido... Primero tiene que sanarse uno”.
12 metros cuadrados
Pati se buscó un trabajo de monitora en un gimnasio y decidió quedarse en Madrid. Se mudó a un estudio de 12 metros cuadrados “en el entresuelo de un edificio muy lujoso de la glorieta Álvarez de Castro, ... “Yo solo quería volver a los tacos”, repite 10 o 15 veces a lo largo de la entrevista. De hecho, seguía entrenando, pero en soledad, proscrita y de noche, para que nadie la viera. La hoy profesora universitaria en Las Palmas de Gran Canaria, Covadonga Mateos, su gran amiga de la época (por entonces campeona de España en salto de altura), le sacaba bocadillos y fruta de la residencia Blume para que se alimentase mejor. “Era un auténtico escrache”, recuerda hoy Mateos. “Recuerdo que alguna vez la escupieron, que le hacían gestos obscenos, que la señalaban en el aeropuerto. María José estaba señalada, estigmatizada... Era lo peor de lo peor. Muy diferente del caso de Caster Semenya, que ha estado muy apoyada. María José estuvo completamente sola”.
“Yo sabía que iba a volver a competir...”, asegura Patiño, “pero nadie se lo creía. Hubo alguna noche que tenía tanto dolor en el alma, tanto dolor, me encontraba tan sumamente sola donde vivía, tan poco apoyada en esa habitación minúscula, y con un sueldo que apenas bastaba para pagar el alquiler, que pensé que lo mejor era cerrar los ojos y no despertar. No intentar hacerme nada, porque eso no lo pensé, pero sí dormir y desaparecer...”.
Martínez Patiño interpuso una demanda contra la Federación por atentado contra el honor. Pero su objetivo principal, asegura, no era el dinero, sino regresar a la competición. (Como se verá después, nunca cobró su indemnización). “Todos los organismos deportivos decían que era imposible cambiar la norma”, recuerda: “La Federación no me ayudaba, no podía entrenarme, no tenía donde agarrarme. Porque una demanda contra la Federación, aunque la ganes, no te da derecho a volver a competir; yo lo que quería era demostrar que se habían equivocado conmigo”.
La pista a oscuras
Por las noches, Patiño se iba andando desde Chamberí hasta la ribera del Manzanares y saltaba la valla del INEF para entrenar a oscuras. “Ahora no puedes entrar en el INEF, hay controles y cámaras, pero yo saltaba la valla e iba a la pista... No había nadie, y yo entrenaba sola con la luz lejana de los colegios mayores. El olor que tenía esa pista... Tocar el grano de la pista de tartán, poner tu cara cerca de la pista, en la calle dos o tres, sentir eso... Sentir ‘me habéis eliminado, pero prometo que voy a volver’. Yo le prometí a la pista que iba a volver. Saltaba, entrenaba, corría, pero era imposible, estaba sola, no podía sacar las vallas del almacén. Aun así, entrenaba. Y sobre todo le decía a mi mente: ‘Tienes que seguir luchando para volver aquí’. Y eso que vas generando en tu cerebro es lo que luego, si vences, te da la fuerza para encarar otras cosas en la vida”.
Al año y medio “o así”, María José Martínez Patiño empezó a vislumbrar la otra orilla. Contactó con expertos mundiales en genética y medicina deportiva que se interesaron en su caso: concluyeron que no había ventaja deportiva alguna en su alteración genética, su cuerpo no reaccionaba a la testosterona. Y sin darse cuenta, empezó la segunda carrera de su biografía, la académica: hoy es doctora en Ciencias del Deporte, profesora en la Universidad de Vigo y miembro del Comité de Expertos de la Comisión Médica y Científica del Comité Olímpico Internacional. Ha publicado más de 50 artículos científicos con expertos internacionales, da conferencias todo por el mundo y es la española de ciencias del deporte con más citas en la prestigiosa revista 'The Lancet'.
“No olvidemos que la intersexualidad es un tema médico”, explica la exatleta viguesa. “Es un tema genético. Entre el 0,5%-1,7% de la población mundial tiene alguna variabilidad que no se ajusta a la categoría de hombre o mujer, por alguna anomalía genética... Uno no decide cómo lo hacen. Y tal como ha nacido tiene que plantar cara a la vida. Una sociedad del primer mundo tiene que aceptar un tema médico, genético, hormonal. Eso no puedes cuestionarlo. Otra cosa es la orientación, lo que cada uno quiera hacer con su vida, pero no me meta usted en el mismo saco. Esto es una cuestión biológica; hay un gran número de genes que intervienen y que pueden producir una mutación en el momento del proceso para determinar la diferenciación sexual”.
“Yo entiendo que el periódico tenía una bomba... ¡Pero era algo médico! La demanda que gané a la Federación era por revelar un asunto médico, una cuestión de honor. Pero fíjate si yo amaba el atletismo, que me compensaban con 20 millones del año ochenta y tantos y nunca los cobré; retiré la demanda contra la Federación para poder volver a competir. Me dijeron que era una de las condiciones para regresar a la pista. Yo demostré que tenía razón y solo por el hecho de volver a los tacos de salida ya me había compensado. A mí 20 millones me daban igual, y era un dineral, ojo. Podía incluso haber pedido la ejecución provisional de la sentencia. Pero no lo hice, quería volver a competir. Porque me habían quitado todo: las marcas, los récords, mi honor... Como si nunca hubiese existido o entrenado. Es lo que más dolor me produjo. Tantas horas, tanto cuidado... Todo desapareció de repente del mapa”.
La llamada de Seúl
El 4 de octubre de 1988, Patiño recibió una llamada desde Seúl. Era el cuarto aniversario de la muerte de su hermano. La llamada era para darle la enhorabuena: la Comisión Médica del COI se había reunido y decidido que podía regresar a la competición. “Fue el mismo día, cuatro años después... Puedes pensar lo que te dé la gana, pero es muy curioso... El mismo día”.
Los investigadores habían averiguado que la atleta gallega no tenía receptores celulares para la testosterona; es decir, no generaba ningún tipo de respuesta androgénica (debido a una mutación genética). “Es como una llave que entra en la cerradura, pero no abre la puerta”, explica: “Hay una mutación en el receptor de andrógenos. Las mujeres como yo no tenemos prácticamente vello, porque no hay respuesta a la testosterona. Por eso pude volver a competir. Aunque yo tomara anabolizantes, no tengo el mecanismo de respuesta a los andrógenos. Que es un caso muy distinto al de Caster Semenya. A ella sus andrógenos le funcionan perfectamente, a nosotras no”.
Esta condición genética, muy poco frecuente, se llama Insensibilidad a los Andrógenos (SIA). Se da en una de cada 20.000 personas, pero es poco conocida: “Hay estigma y silencio”. Patiño afirmará varias veces a lo largo de la entrevista que fue el expresidente de la Federación, José María Odriozola (bioquímico de formación), quien se esforzó por pelear su caso. (También "quien sentó las bases del atletismo español moderno").
Al día siguiente de recibir la llamada, el 5 de octubre, Patiño volvió a las vallas. Pero esa segunda etapa deportiva no se pareció ya nunca a esos primeros años de la década: “Había perdido completamente el tren”, reconoce: “Es como si cuando volví a la pista ya hubiese logrado lo que quería. Gasté tanta energía en volver a los tacos que luego no me quedó más. Imagínate el esfuerzo que había representaba para mí estar entrenando y apagando fuegos a la vez: Pascua, mi hermano, las brujas, los cromosomas... Hacen falta muchos condicionantes para poder entrenarse en cuerpo y alma”.
A pesar de ello, siguió compitiendo. En septiembre de 1991 se fue sola a entrenar a la Unión Soviética ("Patiño emigra a la URSS”, tituló algún periódico). “Estaba buscando el motor... Pero tenía que haberme ido antes. Fue uno de los mejores momentos de mi vida como atleta: era anónima, no me conocía nadie. Estudié allí y aprendí ruso. Me comportaba como una rusa, vestía como una rusa, hacía la cola para la leche y el pan. Me levantaba muy pronto, a las dos de la tarde ya era de noche, a treinta y tantos grados bajo cero. Estuve una época entrenando en Sochi (Mar Negro). Era una pasada, no te puedes imaginar, muy planificado, muy enriquecedor... Me dio mucha pena, pero no había tiempo material, estaba en la última etapa y lo sabía, había consumido ya todo mi tiempo antes…”
“Fue muy injusto”, continúa. “Mientras yo estaba parada, mis rivales pudieron seguir entrenando. Y cuando tuve que competir con ellas, había perdido la forma de antes. Lo intenté. Fui a Estados Unidos a competir, hice el circuito, bastante bien, pero no pude llegar a los Juegos de Barcelona. Me quedé relativamente cerca de nuevo. Una pena. Yo me inicié cuando vi a Nadia Comaneci en los Juegos de Montreal en 1976; la veía y me quedaba extasiada. Y me dije: ‘Me gustaría algún día estar en los Juegos Olímpicos’. Y debo estar agradecida de formar parte de alguna manera de la Familia Olímpica”.
José María García
Cuando abandonó el atletismo, en 1992, José María García la fichó para su equipo de reporteros. Estuvo con el legendario periodista once años, cubriendo Juegos Olímpicos y campeonatos mundiales. “Yo he sido competitiva en la pista y fuera de ella. Lo que me ha enseñado el deporte es a ser competitiva, a dar en todo momento lo mejor de mí misma. García tenía el enfrentamiento con De la Morena, y yo era la primera en conseguir la entrevista del día. Porque claro, si viajas por todo el mundo conoces a los atletas. Sabía dónde meterme para conseguirlo un día antes que el resto. García respetaba muchísimo mi trabajo. No era fácil trabajar con él, pero a mí me respetaba y me quería. Y aprendí muchísimo con él. Tenía que viajar sola por todo el mundo, preparar todo, retransmitir, entrar en informativos. Yo estaba en la Cope cuando tres atletas españoles quedaron primero, segundo y tercero en Helsinki, retransmitiendo el campeonato de Europa. Y abrieron el informativo con eso”.
Después de esa etapa, Patiño se enfocó en el trabajo universitario y el deporte desde otra perspectiva (fue la primera entrenadora de Ana Peleteiro, plusmarquista española y campeona de Europa de triple salto). “Han cambiado muchas cosas desde mi época”, afirma, “pero lo que no ha cambiado es que el atleta tiene que trabajar, entrenar, cuidarse y sacrificarse. Ha evolucionado tanto el deporte mundial, hay tanta gente haciendo lo mismo, que o haces algo diferente o no tienes nada que hacer”.
Asesora del Comité Olímpico Internacional y de la Federación Española de Atletismo, Patiño es bastante rotunda cuando habla del deporte español: “El deporte no necesita ninguna marca España. ¡Si el deporte es por lo que somos más conocidos! Lo que hace falta es alguien que se preocupe por los deportistas. No necesito hacer la pelota a Alejandro Blanco ni a nadie, pero quien se preocupa diariamente es el Comité Olímpico Español (COE). Y no solo cuando alguien gana la medalla y se hacen la foto, sino preocupándose por el futuro, las lesiones. Hay gente que está preparada para retirarse y gente que no... Es muy duro estar en la burbuja 15-20 años y salir de repente. Hay deportistas que se quedan como muñecos rotos, y hay que cuidarlos. Y eso lo ha hecho y lo hace el COE. No podemos dar la espalda después a los deportistas... Se trata de ver más allá, de crear los cimientos del deporte español de los próximos 20 o 30 años... Y eso no puede depender del Gobierno. Hay pilares que no se pueden mover, respetar lo que da buenos resultados; y no eliminarlo, sino fortalecerlo. ¿Quién representa mejor a España hoy? Los deportistas. Su protección ha de estar garantizada por ley, que no dependa de quién esté en el poder”.
“Cuando veo”, prosigue, “a estos gurús del deporte que dan lecciones (y lo más redondo que han visto, como decía García, es una onza de chocolate), alucino. No saben lo que es el deporte. El sentimiento… Por eso, los políticos que llevan el tema deberían haber orinado sangre, haber vomitado con una pájara, haber llegado a la meta y no poderse ni mover del ácido láctico que tienen, y haber superado que te levantas por la mañana y no puedes moverte, que debes seguir una dieta estricta, que tienes que levantarte a entrenar aunque no quieras, que tienes dolores, que tienes dudas, frustración, que tienes miedo cuando entras en el estadio, en el túnel, el miedo cuando ruge el estadio y tienes a 100.000 personas (como en Helsinki)... El que vence todo eso luego puede plantarle cara a la vida y demostrar que puede hacer otras cosas. Bien encauzado, claro... Yo tuve la suerte de poder estudiar”.
El milagro femenino español
“Se dice que somos el país milagro del deporte, y es cierto. No se puede tener tanto nivel en deportes individuales y colectivos con tan pocos medios. Pero el auténtico milagro es el deporte femenino español. En menos de dos décadas, estamos a un nivel que les ha costado a otros países mucho más tiempo. Baloncesto, balonmano, natación, rítmica, sincronizada, tenis, atletismo, waterpolo... Si existiese el apoyo económico que debiera tener un país como España, esto sería tremendo”.
Y entonces reivindica su legado: “Hemos tenido que tragar mucho y hemos abierto no un camino, sino una autopista a las nuevas generaciones. Se habla mucho del deporte femenino, pero ¿quién abrió el camino...? Ha cambiado todo muchísimo; lo único que no ha cambiado son los políticos, que son iguales. Antes había una diferencia muy grande en cómo nos preparaban frente a otros países. Ahora hablamos de tú a tú a cualquiera, pero en ese momento estábamos asustadas. Éramos una generación de mujeres deportistas atrasadas. Ahora competimos contra cualquiera”.
Dedicada enteramente a la vida académica, Patiño dice sentirse ahora en “los tres últimos obstáculos de la carrera. Hay veces que no sabes de dónde sale la fortaleza para poder salir adelante. Yo quiero entender lo que me ha tocado vivir, y creo que ha sido hacer un mundo un poco mejor, y como pionera, traer algún cambio. Y creo que ha valido la pena. Ha sido un orgullo representar a España en el mundo, poder entrenar, estar ahora en el COE y en el COI, aportar mi experiencia. ¿Rencor...? He sanado ese rencor, aunque cuando lo recuerdo me produce dolor: pensar que podía haber sido de otra manera... Porque yo era muy buena atleta, y no he llegado adonde tenía que haber llegado. Fueron obstáculos muy duros, que tuve que superar sola”.
“Mi fuerza es saber que tenía razón. Me daba igual la normativa, lo que dijera el mundo... Mis compañeras me veían desnuda, yo me miraba al espejo y decía ‘tengo un tipazo de puta madre’. ¿Cómo se puede dudar de algo así? Si yo me hubiese marchado, les hubiese dado la razón, como si yo hubiese tratado de engañarles. Quedándome, luchaba para demostrar que se habían equivocado. Y eso ha servido para ayudar a muchas mujeres como yo, y a que cambiaran la norma. Sigue habiendo casos, por supuesto, y pueden competir. Nadie les destruye, no se tienen que retirar. En ese momento se sabía tan poco de genética, de intersexualidad, que soltar eso hacía mucho daño. Ahora se parten de la risa”.
“Les he perdonado”, concluye, “y a Pascua también. Creo que hice bien en dejarle, en ser firme y subirme a otro carro. Él no me lo perdonó, me la guardó. Pero se la devolví, porque he podido transformar lo negativo en positivo... Ahí es donde le he ganado la batalla. No por haber competido, sino por reconvertirme y salir fortalecida. No ganaron los que quisieron hacerme daño. Hay unas leyes del universo que están por encima de todos nosotros. Y todo el daño que uno pueda hacer, tarde o temprano te vuelve [...] Sinceramente, hay cosas que no se comprenden. Y a algunos se les tiene que caer ahora la cara de vergüenza. Ahora que pienso en ellos y serán padres y abuelos, me pregunto: ¿les habrá compensado? Cuándo se sienten a mirar a sus hijas y a sus nietas, ¿qué pensarán? ¿Podían dormir tranquilos sabiendo que habían eliminado a una persona que no les había hecho nada, que lo único que hizo fue darlo todo por el atletismo? ¿Por qué tanto daño innecesario? Al final, la gente cuando conoce tu historia te respeta. Le dan igual tus cromosomas”.
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