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Paco Tomás en Madrid, el 2 de julio de 2025 // |
Entrevista a Paco Tomás, periodista y escritor: "Si algún partido empieza a repetir tu discurso, es que te está capitalizando"
Público conversa con el presentador del "programa LGTBIQ+ más longevo de España", Wisteria Lane (RNE), en vísperas de que se cumplan 1.000 episodios.
María Martínez Collado | Público, 2025-07-04
Paco Tomás se presenta prácticamente solo. Es un referente intergeneracional, especialmente entre las comunidades LGTBIQ+. El escritor y está a punto de grabar el episodio número 1.000 de , el "programa más longevo" del país. Llega a la entrevista como casi todas en estas semanas de Orgullo, con calor y cierto sabor agridulce. Es una sensación generalizada esa que nos hace percibir que solo durante las vísperas del día internacional por los derechos LGTBIQ+ se habla de los problemas, necesidades y logros de estas comunidades. Y, ciertamente, eso ya dice mucho del punto en el que nos encontramos como sociedad, pero también como medios de comunicación. Lo menciona justo antes de empezar con las preguntas.
Paco Tomás no se corta a la hora de opinar y en esta conversación nos ofrece algunas de sus impresiones sobre el panorama sociopolítico que nos ha tocado vivir, la escalada bélica a nivel mundial, las decepciones para con respecto a algunos supuestos referentes LGTBIQ+, y la necesidad de cuidarnos y acuerparnos desde los márgenes frente al ascenso de los discursos de odio.
P. ¿Cómo fue tu aproximación al activismo por los derechos LGTBIQ+ desde tus primeros pasos como guionista, columnista y comunicador hasta tu labor actual al frente de Wisteria Lane? ¿Qué papel ha jugado la visibilidad en tu recorrido, y cómo has visto evolucionar la relación entre medios y comunidad LGTBIQ+ en estos años?
A mí me interesaba el periodismo y fue lo que estudié. Nunca me planteé que mi orientación sexual fuera determinante en mi carrera. Llegó un momento en que yo estaba haciendo La transversal, un programa los domingos por la noche en Radio Nacional de España. Entonces me propusieron hacerme cargo del programa LGTBIQ+ que había en RNE en ese momento. Lo había empezado Leopoldo Alas, creo, en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Luego lo hizo Luis Antonio de Villena. Y en ese momento me dijeron que si quería hacerlo yo.
Creo que también su idea era quitarme La transversal y pensaron: "Vamos a darle algo a este chiquillo porque le vamos a quitar el programa". Así que me dieron este otro programa, que salió adelante. Empecé a hacer Wisteria Lane y, realmente, ahí es donde empiezo a tomar conciencia de muchas cosas que hasta ese momento para mí eran muy difusas. Empiezo a tomar conciencia de mi orientación, de la lucha, de lo importante que es estar unidas en esta pelea, de las reivindicaciones de cada una de las comunidades.
Aunque yo no me considero activista —dentro de los grupos activistas dicen que sí soy parte de ese entramado—, para mí una activista es alguien que se sube a un barco rumbo a Gaza, que golpea la mesa de un ministerio para ser escuchada, como la gente de ACT UP con sus bolsas de sangre frente a las farmacéuticas. Eso es activismo. Yo soy un comunicador que está ahí en medio. Eso fue lo que me llevó, no solo dentro del espacio de Wisteria, sino también fuera, a empezar a reivindicar lo que iba aprendiendo en el programa. Porque todo lo que yo sé, me lo han aportado les invitades que han pasado por Wisteria Lane. De todo ese magma he aprendido.
Últimamente siento —y lo he comentado mucho— que eso, de alguna manera, ha perjudicado mi carrera periodística. Siento que solo puedo hablar de lo LGTBIQ+. Que a mi alrededor se ha creado una especie de "Paco habla de este tema", cuando he estudiado una carrera y puedo hablar de política, de Gaza, de la ley de autónomos… Pero solo se cuenta conmigo para hablar de lo LGTBIQ+. Siento que las personas LGTBIQ+ que no se visibilizan, que no hacen bandera de su orientación o identidad, tienen más posibilidades laborales. Aunque sean abiertamente LGTBIQ+, si no lo mencionan, parece que tienen más opciones que quienes sí lo hacemos. Y de eso me estoy dando cuenta ahora.
P. ¿Cuál ha sido la entrevista que más ilusión te ha hecho, de la que más has aprendido o que recuerdas con más cariño?
Es que son muchas entrevistas con las que he aprendido. He aprendido muchísimo del activismo: de escuchar a Boti García Rodrigo, a Beatriz Gimeno, a Miguel Ángel Fernández… Toda esa gente que estuvo en el activismo que nos ha llevado a celebrar ahora los 20 años de matrimonio igualitario. He aprendido mucho de escuchar a las disidencias: al Orgullo Vallekano, al Orgullo Crítico, a la gente de Proyecto Chueco. Y también a ensayistas, escritores, cantantes… No es una persona concreta. Y eso es bonito, porque demuestra la importancia de la comunidad, de cómo tejemos una red que entre todes nos salva.
P. Habiendo participado en proyectos como Wisteria Lane o habiendo seguido otros de cerca como es de la Berkana, has podido ser testigo de la importancia que tienen estos espacios como generadores de genealogías queer, comunidad, conocimiento o incluso archivo...
Total. Y, además, creo que los medios tienden a equivocarse en cómo plantean los temas LGTBIQ+. Hace poco hubo una pregunta parlamentaria al presidente de RTVE sobre Wisteria Lane, que es un programa de dos medias horas semanales. Preguntaban si no sería importante darle más presencia o mejor horario. Y desde la presidencia contestaron que no tenían claro si era buena idea hacer programas específicos para la población LGTBIQ+, porque era mejor tratarlo de forma transversal.
La transversalidad, que es una idea utópica muy interesante, no es real. La mayoría de temas que tratamos en Wisteria, los libros que están en Berkana, no aparecen en los programas de mañana, de tarde o de fin de semana. Tampoco en los mainstream. Llevar a Pablo Alborán o a Vanesa Martín no es hacer contenido LGTBIQ+. Son personas visibles, sí, pero hacer contenido LGTBIQ+ es hablar de ensayos sobre identidad de género, sobre familias queer, sobre maternidades queer. Eso no está en los programas generalistas.
Ahí empiezo a ver la trampa de la transversalidad. Esa idea de "no crear guetos". Para nosotras esos espacios no son guetos, son espacios seguros. Y eso hay que potenciarlo. Ahora que vamos a cumplir 1.000 programas de Wisteria Lane, la gente nos dice: "Gracias por darnos la oportunidad de contar nuestros proyectos en un espacio que normalmente no tenemos". Si eso sigue pasando después de 16 años, significa que la transversalidad no es real. Se habla del asesinato de Samuel Luiz, pero no de ensayos sobre la violencia hacia las comunidades LGTBIQ+.
P. Una idea, la de transversalidad, que además no es nada nueva. Volviendo un poco atrás... Pienso en cómo nos vendieron los años 80. ¿Realmente crees que se rompieron tantas barreras como a veces se recuerda? ¿O pasa como con la trasversalidad y hay más mito que realidad?
Casi todo es mito. Los 80 están brutalmente sobrevalorados. Muy bien sobrevalorados, porque funcionó la estrategia: la Movida Madrileña, valenciana, gallega… Todo eso sirvió para no contar lo que pasaba realmente. Lo real era que el PSOE abría las puertas al neoliberalismo con políticas parecidas a las de Thatcher o Reagan. Y el activismo LGTBIQ+ vivía un adormecimiento total. Líderes como Jordi Petit lo han reconocido: hubo un parón, una sensación de conformismo, hasta que llegó la pandemia del VIH/sida.
Al principio, ese activismo del VIH fue rechazado dentro de los colectivos, especialmente gays, porque creían que coartaba la libertad sexual. Ir a un local gay con condones era como ir de monja. Y los colectivos pensaban que eso era cosa del Ministerio de Sanidad, no suya. Ahí jugaron un papel fundamental activistas de Radical Gai o LSD. Además, muchas lesbianas que se habían ido del movimiento por el machismo del hombre homosexual regresan para apoyar a sus hermanos maricas y a sus hermanas trans. Eso fue muy potente.
Pero pasó mientras estábamos muriendo. Generaciones desaparecieron. Y hoy se habla del VIH como algo de los 90, pero en los 80 ya moría muchísima gente. Los 80 no fueron un parque temático de color y fantasía, fueron durísimos. Para mí, como adolescente marica en un barrio, fueron durísimos.
P. Precisamente una compañera a la que he pedido consejo de cara a esta entrevista me sugería que te preguntara cuál fue tu relación con colectivos como Radical Gai o las LSD en los años 90. ¿Qué opinas de los colectivos actuales que beben de aquellos referentes, como el Movimiento Marika Madrid (MMM), Bloque Bollero, Trans En Lucha o ARROASEX?
Las disidencias hacen un trabajo fundamental. Desde el margen están ampliando el centro, y son necesarias. Es cierto que no tenemos por qué estar de acuerdo con todo lo que cada colectivo defiende —somos muy diversas—, pero necesitamos esas voces críticas. Si no las hay, estamos jodidas. Porque nos aburguesamos, nos adormecemos, y pensamos que el Orgullo son 27 carrozas con marcas haciendo pinkwashing. Eso es peligroso.
Lo que pasó en Budapest tiene que hacernos ver que el enemigo es el mismo para todes: para el MADO, para el Orgullo Crítico, el Orgullo Vallekano, el del pueblecito más pequeño, los colectivos rusos, ucranianos, estadounidenses… Es el mismo. Y cada vez más fuerte. Cuando entendamos eso, nuestro Orgullo no necesitará carrozas ni a Sonia y Selena cantando (que está fenomenal porque es una manera de de divertirnos). Pero nos vamos a dar cuenta de que no es determinante. De que eso es una celebración y que cuando nos juntemos todas a reivindicarnos y a protegernos, no vamos a necesitarlo. Las disidencias hacen ese trabajo, y hay que tenerlas presentes, incluso para criticarlas.
La última convocatoria del Orgullo Crítico recibió críticas, por ejemplo, por plantear abolir la psicología. Y me parece que es muy interesante que, además, dentro del Orgullo Crítico escuchen esas críticas. La psicología ha hecho mucho daño, sobre todo a las personas trans, sí. Pero también nos ha salvado la vida. Hay psicólogas ahora con un enfoque completamente distinto, que nos han dado herramientas.
O, por ejemplo, que haya bloques no mixtos… yo creo que necesitamos ser más mixtas que nunca. No que los maricas vayan en un sitio, las lesbianas en otro, las personas trans en otro… No. Necesitamos ir juntas. Pero bienvenida sea siempre la crítica y la disidencia. Porque nos hace crecer.
P. Es muy pertinente ese tema que mencionas de los bloques no mixtos, viendo la gran brecha que se está abriendo en la orientación ideológica de mujeres y hombres. Hace unas semanas salió el Informe de Juventud en España 2024, donde había un dato muy revelador: el 63 % de las mujeres jóvenes decían estar comprometidas con esos derechos, mientras que entre los hombres jóvenes apenas se alcanzaba el 40 %. Esto se repite con muchos otros posicionamientos, como el reconocimiento de la violencia machista o el feminismo. ¿Qué está ocurriendo?
Si lo piensas, mientras el enemigo es el que aparece en esos datos que comentas y vemos que chicos entre 18 y 24 años llegan a decir cosas como que prefieren un régimen duro a una democracia... Si ese es el caldo de cultivo al que nos enfrentamos, no sé si estamos en un momento para pelearnos entre nosotras, discutiendo quién representa a quién, o diciendo que si eres gay y blanco ya eres el enemigo.
Creo que todo el activismo que se ha hecho, y toda la permeabilidad que hemos tenido respecto a lo aprendido del feminismo, ha transformado también a las comunidades LGTBIQ+. Es cierto que el colectivo gay ha tenido actitudes misóginas y machistas, pero creo que hay una nueva generación que ha dado un giro muy importante, igual que ha ocurrido en otras comunidades. Tenemos que darnos cuenta de que juntas somos invencibles y que fragmentadas estamos jodidas. El mensaje del Partido Popular el 28 de junio fue muy claro. Su lema era: "Orgullo y punto", con el punto del PP. Quitaron lo de LGTBIQ+, borraron directamente las identidades. Y luego decían: "Ante quienes pretenden colectivizar, viva la libertad".
No nos quieren colectivizadas, no nos quieren juntas. Nos quieren separadas porque separadas somos más frágiles. Por eso creo que este es el momento de reivindicar nuestras diferencias, sí, pero también nuestra unidad. Porque no somos una única comunidad LGTBIQ+, somos muchas comunidades. Y dentro de cada letra hay otra inmensa pluralidad. Claro que hay diferencias de enfoque, pero ante el enemigo tenemos que ser una piña. Si no, pasan estas cosas: una cantidad de gente joven que no se siente interpelada.
Eso ha pasado porque muchos medios de comunicación han dado alas a ese discurso. Pensaban que no era tan peligroso, que el lobo no era tan fiero, y ahora ahí lo tienes: con altavoz, con consignas, con poder simbólico. En el fondo, muchos de esos discursos se basan en proteger el privilegio. La norma es el privilegio. Si opinas así es porque sientes que no te interpelan, y no te interpelan porque estás en un lugar privilegiado. Muchas reacciones responden a eso. Entonces sientes que el feminismo pone en peligro tu lugar, y en lugar de cuestionarte tu privilegio, decides atacar al movimiento feminista. Porque es más cómodo. Sentarte a deconstruirte es un trabajo duro, requiere compromiso.Hay quien prefiere decir: "Mira, esto me da pereza, mejor voy contra el feminismo, el movimiento LGTBI, el racializado…". Es más fácil atacar que cuestionarse. Porque a lo mejor pensabas que tu privilegio era poder entrarle a una tía en un bar porque llevaba escote, como si eso fuera una invitación a tocarle las tetas. Y no, no lo es. Hay que cuestionarse eso.
P. Y, ¿no crees que hay algo más? ¿No crees que hay un asunto relacionado con la identidad? Pienso en los hombres, en cómo se ha cuestionado su masculinidad blanca, occidental, etc. Pero también en algunas mujeres que atacan los discursos trans. Su malestar va más allá del privilegio... Alguien les está diciendo que hay muchas maneras de ser, que no hay una prescripción, un manual... ¿Qué te parece?
Totalmente. Se dan la mano. Esos hombres que sienten que su masculinidad hegemónica está en peligro, que dicen que ahora lo que se lleva es el "hombre blandengue" —como decía el Fary—, se dan la mano con el feminismo transexcluyente que decide qué es ser una mujer. Esos machirulos dictan lo que es un hombre, y las feministas transexcluyentes deciden qué es una mujer. Y lo hacen para excluir a otras personas. Eso me parece peligrosísimo. No hay diferencia entre lo que hizo el Partido Popular saliendo a la calle con los obispos —que creo que solo han salido una vez en la historia— para quitar derechos a otras personas, y una manifestación transexcluyente que hace exactamente lo mismo: ejercer una discriminación.
Manifestarse para quitar derechos a otros seres humanos tiene consecuencias históricas, y estoy convencido de que esas consecuencias llegarán. Como decías, todo esto tiene que ver con desde dónde han vivido esas personas su privilegio. En el caso de los hombres está clarísimo. Pero en el caso de esas mujeres transexcluyentes que lideran ese discurso, yo no he visto a ninguna que venga de los márgenes. Ni una. Son mujeres privilegiadas. Esto pasa también en el feminismo de siempre. Las sufragistas eran mujeres muy privilegiadas, que salían a pedir el voto mientras otra mujer —negra, pobre, esclava, migrante— cuidaba de sus hijos y limpiaba su casa. Entonces, ¿realmente estaban reivindicando también los derechos de esa otra mujer? ¿O solo los suyos?
P. ¿Qué posición crees que deberían tener las disidencias sexuales ante la escalada bélica de la que estamos siendo testigos? Bajo este contexto internacional es imposible no plantearse esta pregunta...
Las comunidades LGTBIQ+ sabemos lo que es la violencia porque la hemos sufrido en nuestras propias carnes. Sabemos lo que es que te esperen en la puerta del colegio para pegarte, que te tiren una botella a la cara. Por eso, de forma natural, somos pacifistas y antibelicistas, y debemos tener una postura clara. Si empezamos a decir cosas como "Israel tiene derecho a defenderse", estamos traicionando nuestra historia. Estamos dándole la mano al enemigo. A esa cultura heteropatriarcal que usa la violencia como herramienta de poder. La misma cultura que te pegaba en el colegio y ahora bombardea Gaza.
En Palestina hay maricas, lesbianas, personas trans. Y sí, también están en peligro allí, como aquí, como en EEUU, como en Helsinki. Pero eso no justifica que un Estado extermine a una población. Yo estuve en Israel, me invitaron al Orgullo de Tel Aviv. Vi el cartón desde el minuto uno. Tel Aviv es un parque temático diseñado para parecerse a Occidente. Pero sales de allí, vas a Jerusalén, a Belén… y como marica, lesbiana o persona trans te apedrean. Tel Aviv acoge a quienes escapan de otras ciudades israelíes. Y lo que hace el Estado de Israel con las personas LGTBIQ+ palestinas es cruel: las usan para espiar a su propio pueblo, y si no colaboran, las denuncian ante sus familias. por respeto a nuestra historia, a nuestro relato, no tenemos otra opción que posicionarnos claramente en contra de eso.
P. Y en el plano nacional, ¿crees que una figura que ha sido premiada por ser un supuesto referente LGTBIQ+, como Fernando Grande-Marlaska, ha cumplido con las expectativas que se depositaron sobre él cuando fue nombrado ministro del Interior?
Claramente no. Aunque él pensará: "No tengo por qué cumplir con vuestras expectativas". Y tiene razón, en parte. Porque las comunidades LGTBIQ+ somos muy diversas. Dentro de ellas, también hay quienes anteponen su privilegio a la memoria histórica colectiva. Pero siento que con Marlaska ha habido una oportunidad perdida. No sé si volveremos a tener un ministro del Interior abiertamente gay. Era una ocasión para entrar en temas que siguen pendientes desde la democracia.
Por ejemplo: ¿quién hay en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado? ¿Qué ideología hay? ¿Qué actitud tienen hacia las comunidades gays, trans y demás? Porque si para perseguir la droga consideran que deben acosar a la comunidad gay, eso es discriminación. El líder de la oposición fue en un barco con un narcotraficante. No he visto redadas en la sede del Partido Popular. Consideran que la comunidad gay y drogas va a la par, y entonces hay un hostigamiento, una persecución y una criminalización de la comunidad gay que es absolutamente discriminatoria y que responde a un prejuicio. Esto no sucede en otros lugares y zonas de ocio donde también hay drogas. En la calle Ponzano seguro que las hay. No sé si hacen redadas, pero que las hay, seguro.
P. Además, cuando se ha tratado de visibilizar esto ante el propio Ministerio, la respuesta ha sido: "Denuncia los presuntos abusos de la Policía ante la Policía"...
Es como decirle a una mujer maltratada que le diga a su maltratador que lo va a denunciar. Eso es inconcebible, y un ministro del Interior no puede permitirlo. Necesitamos mecanismos seguros para denunciar sin poner en riesgo nuestra integridad. Porque entrar a una comisaría a denunciar a un policía… no quiero ni imaginarlo. Es cierto que hay colectivos dentro de las fuerzas de seguridad que trabajan por el cambio, pero son minoría. Y cada vez les cuesta más que sus compañeros acudan a formaciones. Van 4, 10, 20 personas… pero los cuerpos son miles. Y la mayoría no está en ese lugar tan necesario para la convivencia democrática.
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