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sábado, 5 de octubre de 2019

#hemeroteca #historia #identidades | La leyenda negra, la persistencia de los tópicos

Imagen: El País / Cristobal Colón en el Nuevo Mundo, grabado de 1590
La leyenda negra, la persistencia de los tópicos.
Un ensayo de José Varela Ortega constata, sin prejuicios ideológicos, la pervivencia de estereotipos sobre España que hunden sus raíces en la realidad y cuyos orígenes el autor estudia con rigor histórico.
Carlos Martínez Shaw | Babelia, El País, 2019-10-05
https://elpais.com/cultura/2019/10/02/babelia/1570009843_668728.html

En un programa televisivo dedicado al fútbol hay un pequeño espacio titulado ‘90 minutos en 90 segundos’, es decir, un resumen de minuto y medio de todo un partido. Aquí nos encontramos en una situación aún más dramática: 100 líneas para explicar 1.000 páginas que dan cuenta de 500 años de la historia de España e incluso de muchos más si incluimos las amplias referencias no solo a los visigodos, a los musulmanes y a los cristianos de la Edad Media, sino también a la “España celtibérica” o a la Hispania romana. Y además cuando se trata de un texto extremadamente rico, lleno de contenidos sugerentes y discutidos arropados por centenares de referencias bibliográficas.

Para aliviar la dificultad de la tarea, nos encontramos por fortuna con un ensayo histórico (y no con una convulsa construcción ideológica) muy bien documentado a base de una copiosa aportación de datos y opiniones que se usan de modo económico para evitar un desbordamiento de la letra impresa. También podemos identificar un tema central: la demostración de la pervivencia de una serie de estereotipos sobre la historia de España (no sobre su “esencia” porque, como muy acertadamente se afirma, la “verdadera España” no existe) mucho más allá de que algunos de los elementos que constituyen estos tópicos pudieran haber tenido que ver con la realidad en tiempos pasados. Finalmente, por un proceso de reducción para hacer inteligible el desarrollo del argumento, estos estereotipos se pueden resumir en dos: el español militante (y apasionado) y el español indolente (y decadente).

Sin embargo, lo más importante es que los estereotipos no se crean de la nada (el hecho, como es lógico, precede al prejuicio, a la construcción), sino que hunden sus raíces en la realidad y, por tanto, tienen una vida: nacimiento, desarrollo y supervivencia más allá del desvanecimiento o incluso la muerte de la causa que le dio origen. Es decir, los estereotipos hay que tratarlos como hechos históricos, que nacen en un momento dado y cambian de aspecto y desaparecen (o no) a lo largo del tiempo.

En este sentido, nada más oportuno que leer la primera de las cuatro partes en que se divide el libro, el momento de la aparición y consolidación de la imagen del español militante, en el siglo XVI o, si se quiere, durante el Siglo de Oro. Es un momento de excepcional expansión y creatividad que todo el mundo conoce y que se impone a tirios y troyanos: el crecimiento económico, el dinamismo social, el progreso de la organización política, la expansión fuera de las fronteras (favorecida por la herencia de Carlos V), las grandes hazañas ultramarinas (del descubrimiento del Nuevo Mundo a la primera circunnavegación, de la ocupación de América a la exploración del Pacífico) y, sobre todo, la eclosión de la cultura en todos los terrenos, desde el pensamiento económico hasta la floración de las letras, de las artes plásticas, de la música. Una cultura que se expande por toda Europa y concita la admiración de todas las naciones europeas, como resumió el malogrado Carlos Gómez-Centurión: “La hegemonía cultural española era aceptada de hecho por la mayoría: su lengua era conocida por las élites cultas de cada nación, su literatura se consumía ávidamente, y las modas y hábitos culturales que emanaban de la corte de Madrid imponían un seguidismo devoto”.

Ahora bien, este éxito tenía su precio, que no es otro sino la imagen negativa que fueron creando sus enemigos, como bien sintetiza Ricardo García Cárcel: “La leyenda negra no fue más que la expresión de una oposición a un poder que todo el mundo temía”. Y en su espléndido trabajo sobre los Siglos de Oro de España, los grandes hispanistas franceses Bartolomé Bennassar (recientemente desaparecido) y Bernard Vincent pueden concluir: “La leyenda negra insistió mucho en los procesos de la Inquisición y en la suerte reservada a los indios de América. Esta visión era a todas luces injusta si tenemos en cuenta que España fue el único país que debatió y cuestionó el proceso de colonización durante el siglo XVI. Pero era el precio que había que pagar por un dominio implacable”.

Tras hacer suyos implícita o explícitamente estos argumentos, José Varela prosigue su relato por los siglos XVII y XVIII, sin apartarse de su propósito de rastrear los orígenes de los estereotipos, ahora del tópico del español indolente (y decadente), de señalar los supuestos de los que parten y de identificar a los más conspicuos representantes de la propaganda antiespañola, cuando “África empezaba en los Pirineos” o cuando los españoles saltaban ante la requisitoria de Nicolas Masson de Morvilliers en la ‘Encyclopédie méthodique’ (“¿Qué ha hecho España por Europa?”), o cuando se pronunciaban vehementemente contra el abate Guillaume-Thomas Raynal y su difundida ‘Histoire philosophique et politique des établissements dans les deux Indes’, justamente en el momento en que la monarquía hispánica y lo mejor de la intelectualidad española estaban abrazando los postulados de la Ilustración.

La tercera parte del libro, igualmente elocuente y bien fundamentada, se lee posiblemente de un modo más distendido, porque en ella se abordan los tópicos más conocidos de la imagen romántica de España, cuando todo el país tendía a confundirse a los ojos de los extranjeros con Andalucía y cuando se fantaseaba con los guerrilleros, los “toreadores” y los bandoleros, por un lado, o cuando el modelo de la mujer española pasaba a ser la universalmente conocida Carmen, en la visión de Prosper Mérimée retocada por los libretistas de Georges Bizet.

Para terminar, hay que decir que José Varela nos ha regalado un sobresaliente ensayo histórico, que culmina con la afirmación de que la transición desde la siniestra dictadura franquista a la democracia ha tenido como uno de sus benéficos efectos, con un cierto retraso (porque los estereotipos son resistentes: como ya dijera Fernand Braudel, “las mentalidades son prisiones de larga duración”), el de permitir que la imagen tópica de España pierda definitivamente terreno ante la realidad de un país que se integra perfectamente en una Europa a la resolución de cuyos problemas actuales puede y debe contribuir como uno de sus socios preferentes.

martes, 17 de septiembre de 2019

#libros #historia #identidades | España, un relato de grandeza y odio : entre la realidad de la imagen y la de los hechos

España, un relato de grandeza y odio : entre la realidad de la imagen y la de los hechos / José Varela Ortega.
Madrid : Espasa, 2019 [09-17].
1088 p.
Colección: F. Colección.
ISBN 9788467056662

/ ES / ENS
/ Colonización / España / Estereotipos / Historia / Identidades / Ítem / Leyenda negra

José Varela Ortega realiza en esta obra una apasionada defensa de España y de sus múltiples valores. Y lo hace desde varios campos: la filosofía, la literatura, el cine o el arte. Analiza la imagen de nuestro país en el extranjero a lo largo de la historia y explica cómo se fue forjando de forma premeditada nuestra leyenda negra, pero resalta que también hubo una época de admiración hacia nuestro país y que, normalmente, se obvia desde España. Es cierto que la imagen de España ha sido distorsionada por los estereotipos y la mirada del otro, pero también por los propios españoles. Sin embargo, nuestra historia es más rica y respetada de lo que a la mayoría nos han hecho creer, y a ello dedica Varela gran parte de su texto, sin dejar de abordar cuestiones controvertidas como la conquista de América, la polémica obra de Bartolomé de las Casas, la piratería como ataque a las conquistas españolas, el mito de los Tercios de Flandes o la Inquisición. Un minucioso trabajo de veinte años que muestra la admiración que se sintió por nuestro país y, al mismo tiempo, el odio y la envidia que despertamos en el mundo entero. 

José Varela Ortega es presidente de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón y editor de El Imparcial. Es doctor por la Universidad de Oxford y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense. Ha sido catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, de la Universidad de Valladolid y de la Universidad Rey Juan Carlos.

jueves, 15 de noviembre de 2018

#hemeroteca #libros #historia | España, país de acomplejados

Imagen: Hoyesarte
España, país de acomplejados.
Luis Pardo | Hoyesarte, 2018-11-15

https://www.hoyesarte.com/literatura/ensayo/espana-pais-de-acomplejados_242248/

“Llegó bailando por el agua con sus galeones y sus armas buscando el nuevo mundo en aquel palacio al sol”. Son los primeros versos de 'Cortez the killer', una de las mejores canciones de Neil Young, escrita en 1975, con esos largos y emocionantes solos de guitarra que definen el sonido eléctrico del canadiense. Basta leer el título para saber que arroja un retrato poco favorecedor del conquistador español Hernán Cortés. Y escuchado el temazo de un grande del rock, pensemos en cuánta gente habrá evitado leer la increíble peripecia de Cortés sabiéndole un indeseable y cómo se las gastaba el extremeño con la población indígena en tierras mexicanas. Por eso es inevitable acordarse del viejo Neil cuando se miran los detalles de la portada de 'Imperiofobia y leyenda negra', de la profesora María Elvira Roca Barea (El Borge, Málaga, 1966). Está ilustrada con el 'Lienzo de Tlaxcala' (1522) y en él vemos a Cortés con cuatro caudillos indios, uno de los cuales explica las condiciones de la alianza alcanzada.

El propio Neil Young ha confesado alguna vez poco conocimiento histórico del asunto. Caso muy distinto es –o debería ser al menos– el de la BBC con su colección de documentales sobre la época de los descubrimientos de los siglos XV y XVI de la mano de ingleses, holandeses, portugueses, turcos o españoles. Y sin embargo, oh sorpresa, en estos documentales, con distribución mundial incluida nuestra televisión pública, únicamente los españoles fueron los que “robaron, mataron y acabaron con edénicas culturas indígenas”. ¿Manía a los españoles? ¿Hispanofobia? Más bien, antipatía crónica a un país que fue un imperio, uno de los cuatro más grandes en términos de extensión territorial tras el británico, el mongol y el ruso.

Escrito en un tono de transparente indignación e incluso a veces de muy saludable cabreo, el libro de Roca Barea analiza todas esas leyendas negras asociadas a los imperios hasta casi formar parte de ellos, explicando al detalle cómo se producen y propagan y por qué oscuros intereses algunas de esas leyendas siguen vigentes tantos años después, hasta hoy mismo, sustituyendo a la historia como la canción de Young. Concretamente la obra repasa las fobias varias que despertó Roma y aún hoy despiertan Rusia, Estados Unidos y España.

No es imperio si no se le odia
Merece la pena sumergirse en un relato que comienza antes de Cristo y llega hasta la actualidad, que sabe trazar conexiones del pasado con el presente y está bien condimentado con no pocas reflexiones de enjundia. Cada imperio tiene su propia cruz, amplificada, pervertida o directamente inventada por la anti-propaganda de los envidiosos: la Roma imperial con la destrucción de Corinto; el todopoderoso Estados Unidos como fuente y plaga de todos los males del mundo (“ahora mismo, una parte grande de la humanidad está convencida de que los estadounidenses, además de medio tontos, son unos ignorantes”) y su “colisión con el islam”; o el gigante ruso contemplado desde los años de la Ilustración como un lugar moralmente inferior habitado por verdaderos bárbaros pese a su aspecto de gente civilizada.

El odio a los distintos imperios que en el mundo han sido no es exactamente igual en todos los casos, pero sí hay elementos comunes que la profesora Roca Barea desmenuza con claridad meridiana: el racismo aunque sea el que proyecta el débil hacia al poderoso; el rechazo al diferente a veces apoyado en el color de la piel y otras en la religión; o el apoyo de una clase intelectual capaz de transformar con eficacia los prejuicios en realidades aceptadas por todos que no admiten discusión.

La religión como arma arrojadiza
La religión fue el fundamento de la hispanofobia profesada por los ingleses desde que Enrique VIII se proclamara cabeza de la Iglesia anglicana en 1534. Desarrollaron un sólido y perdurable aparato propagandístico capaz, como escribe Roca Barea, de convencer “al mundo occidental (y sigue convencido) de que los anglicanos eran grandes defensores de la libertad de conciencia y de la tolerancia religiosa mientras que los católicos eran la encarnación misma de la falta de libertad, la intolerancia, el atraso y la barbarie”.

Una máquina de enorme eficacia a la hora de ensuciar la reputación española cuyas debilidades y contradicciones la autora no se cansa de poner en evidencia con multitud de ejemplos. Uno especialmente revelador: hasta 1850 estaba perseguida por ley la presencia de cualquier miembro de la jerarquía católica en Inglaterra mientras que en España hacía ya unos cuantos años que había desaparecido la institución encargada de velar por la pureza católica. Aun hoy los miembros de la familia real británica deben renunciar al trono si se hacen católicos.

Es éste un ensayo sin tiempos muertos que sin duda alcanza sus mejores momentos cuando pone el foco en las dos cargas más pesadas del imperio español: la Inquisición y su relación con las colonias. Roca Barea admite que es poco menos que imposible derribar la idea sesgada que la mayoría de la gente tiene de la Inquisición como sinónimo de mutilaciones y torturas. Éstas se realizaron en no más del 1 o 2% de los casos y no eran barbaridades de patrimonio exclusivo español. “En Inglaterra una persona podía ser torturada o ejecutada –descuartizada para ser más precisos– por dañar unos jardines públicos, y en Alemania las torturas podían llevar a perder los ojos. En la vecina Francia era admisible desollar viva a la gente”.

Batalla perdida de antemano
Lo que irrita a la autora es las pocas ganas, por parte del ‘personal’, de conocer hoy todo aquello que ayude a desmontar los mitos más denigrantes: a estas alturas parece dar igual que los inquisidores fueran abogados que apoyaban sus conclusiones en pruebas y evidencias y no en rumores ni acusaciones anónimas; o que resulte innegable el papel pionero que tuvieron los legisladores del imperio español en el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas.

A la luz del merecido éxito editorial de esta obra se acaba de reeditar 'La leyenda negra', de Joseph Pérez, que con un estilo bastante más neutro profundiza en los elementos definitorios (la Guerra de Flandes, la Inquisición, las matanzas en las colonias…) de ese periodo de nuestra historia. En la introducción, el hispanista francés se pregunta si España no ha sido desde entonces víctima de una discriminación de orden ideológico, religioso o racial.

La mirada del otro
Lo que es seguro es que la imagen actual de España –la que tienen los propios españoles y la que proyecta fuera de sus fronteras– tendrá no poco que ver con su imagen pasada por mucha modernización, globalización, turismo y redes sociales que hayan contribuido y contribuyan al cambio más favorable. Aun así las transformaciones del siglo pasado y lo que llevamos del actual son innegables. De ello dan buena cuenta en un volumen admirable una veintena de autores, especialistas en historia, política, economía, deporte, literatura o gastronomía. En 'La mirada del otro' queda de manifiesto el papel del arte en el modo en que nos perciben desde fuera más de allá de don juanes y de cármenes, que también: puede ser como seres idealistas y generosos bajo la influencia de Cervantes; puede ser en el otro extremo como seres crueles, fratricidas y brutos con algunos dibujos de Goya en la cabeza; o divertidos, libres y desinhibidos gracias a la mirada almodovariana.

La obra es una excelente oportunidad para conocer cómo nos ven hoy los italianos, los ingleses o los chinos. No está mal que nos perciban como un país capaz de paralizar al planeta cuando se enfrentan sus dos equipos de fútbol más punteros. Y es estupendo que vendamos fuera nuestra cocina insuperable cada vez más y mejor. Pero sería bueno también que en esa poda de complejos nos desprendamos también de algunos otros asociados a nuestro pasado. Nunca es tarde.

  • Imperiofobia y leyenda negra. María Elvira Roca Barea. Editorial Siruela
  • La mirada del otro. La imagen de España ayer y hoy. José Varela Ortega, Fernando R. Lafuente y Andrea Donofrío (eds.). Editorial Fórcola
  • La leyenda negra. Joseph Pérez. Editorial Gadir

viernes, 19 de enero de 2018

#hemeroteca #historia | Leyenda Negra: la peor reputación

Imagen: Leer / Grabado de Theodor de Bry
Leyenda Negra: la peor reputación.
Borja Martínez | Leer, 2018-01-19
http://revistaleer.com/2018/01/leyenda-negra-la-peor-reputacion/

“¡Oh, des­di­chada España! ¡Revuelto he mil veces en la memo­ria tus anti­güe­da­des y anales, y no he hallado por qué causa seas digna de tan por­fiada per­se­cu­ción! Sólo cuando veo que eres madre de tales hijos, me parece que ellos, por­que los criaste, y los extra­ños, por­que ven que los con­sien­tes, tie­nen razón de decir mal de ti…” - Fran­cisco de Que­vedo, ‘España defen­dida’ (1609)

El pasado 1 de octu­bre tuvo lugar en Cata­luña el más extra­or­di­na­rio golpe propagan­dís­tico per­pe­trado recien­te­mente con­tra una nación euro­pea. Los ideólogos del pro­ceso sepa­ra­tista cata­lán con­si­guie­ron llevar a su adver­sa­rio, el Gobierno espa­ñol, a un calle­jón sin salida. La cele­bra­ción del simu­la­cro de refe­réndum acabó como pre­ten­dían sus orga­ni­za­do­res: pro­pi­ciando una estampa de repre­sión diseñada para con­mo­cio­nar espec­ta­do­res, una espesa cor­tina de humo que ocul­taba los hechos políticos cier­tos que unas sema­nas des­pués serían objeto de actua­ción judicial.

La idea de un Estado que reprime con vio­len­cia a ciu­da­da­nos empe­ña­dos en ejer­cer su legí­timo derecho a votar quedó fijada con­tra todo razo­na­miento. Los dise­ña­do­res del ope­ra­tivo con­si­guie­ron ‘internacionalizar el con­flicto’ en las coor­de­na­das desea­das, y de paso que muchos ciu­da­da­nos del resto de España asu­mie­ran la ver­güenza por la supuesta repre­sión gubernamental.

Pero la dichosa inter­na­cio­na­li­za­ción no operó de la manera uní­voca que espe­ra­ban los ideó­lo­gos de la sece­sión. Muchos medios y ana­lis­tas, algu­nos de los cua­les habían lle­gado a com­prar la mer­can­cía de los hiper­ac­ti­vos y volun­ta­rio­sos por­ta­vo­ces del ‘pro­cés’, se toma­ron la moles­tia de some­ter los hechos a un escru­ti­nio minu­cioso y, vír­ge­nes de con­ta­mi­na­ción de la neo­len­gua nacio­na­lista, empezaron a des­acre­di­tar sus argu­men­tos. Las sobre­ac­tua­cio­nes bor­deando la comi­ci­dad de algu­nos pro­ta­go­nis­tas y el férreo res­paldo de la Unión Euro­pea a España ter­mi­na­ron de deva­luar el movimiento. La pro­puesta desde Bru­se­las del huido ‘expre­si­dent’ de la Gene­ra­li­tat de votar la salida de Cata­luña de la UE, poniendo del lado euro­es­cép­tico un par­tido que lleva la pala­bra “Euro­peo” en su marca, fue el penúl­timo epi­so­dio del esperpento.

Ese punto de vista extran­jero y lúcido ha moti­vado que muchos espa­ño­les hasta enton­ces inhi­bi­dos, acom­ple­ja­dos o com­pren­si­vos incluso con las ideas nacio­na­lis­tas se hayan ani­mado a aban­do­nar la muy men­tada en los últi­mos meses ‘equi­dis­tan­cia’. Artícu­los de minu­cioso escla­re­ci­miento, como el del com­ba­tivo escri­tor fran­cés Robert Rede­ker en ‘Le Figaro’ expli­cando a los lec­to­res fran­ce­ses por qué “la derrota mediá­tica de Rajoy lo era tam­bién de la razón”, cir­cu­la­ron por España como lite­ra­tura cien­tí­fica que reve­lara una ver­dad hasta enton­ces oculta.

En ese mismo artículo, Rede­ker seña­laba la iden­ti­fi­ca­ción de la España de hoy con el fran­quismo subya­cente en el dis­curso inde­pen­den­tista. La dic­ta­dura, última encar­na­ción de la mala fama española, se había acti­vado en la memo­ria colec­tiva euro­pea para inter­pre­tar los pro­ce­lo­sos suce­sos catalanes.

Obsesión secular
Un puñado de espa­ño­les difun­diendo un dis­curso intere­sa­da­mente deni­gra­to­rio con­tra la nación; medios y agen­tes forá­neos dando difu­sión a dicho dis­curso y haciendo una lec­tura cap­ciosa de los acon­te­ci­mien­tos; en nues­tro país, exa­ge­rada depen­den­cia de la opi­nión extran­jera, y rabia, ver­güenza y frus­tra­ción por las inter­pre­ta­cio­nes ses­ga­das o intere­sa­das de los hechos en un momento de aguda cri­sis interna. Encon­tra­mos de repente, con­den­sa­dos en un mismo reta­blo, la mayo­ría de indi­cios tradi­cio­nal­mente vin­cu­la­dos a un fenó­meno, a una obse­sión secu­lar espa­ñola como es la lla­mada Leyenda Negra, y coin­ci­diendo ade­más con un rebrote del tema en forma de nove­da­des bibliográficas, un siglo des­pués de que Julián Jude­rías for­ma­li­zara el con­cepto en la obra titu­lada, pre­ci­sa­mente, ‘La Leyenda Negra y la ver­dad his­tó­rica’: desde el exi­toso libro de Elvira Roca Barea, 'Impe­rio­fo­bia y Leyenda Negra' (Siruela, 2016), que quizá ha dado el pis­to­le­tazo de salida a este reno­vado inte­rés por el tema, a 'En defensa de España. Des­mon­tando mitos y leyen­das negras' de Stan­ley Payne, último Pre­mio Espasa.

Lo ve claro Ricardo Gar­cía Cár­cel, uno de los his­to­ria­do­res que más y mejor han escrito sobre la cues­tión y sus reper­cu­sio­nes, y que en su último libro, 'El demo­nio del Sur' (Cáte­dra), aborda la Leyenda Negra en torno a uno de sus obje­ti­vos ini­cia­les, Felipe II. “Curio­sa­mente, ahora, cuando hace un siglo de la publi­ca­ción de la obra de Jude­rías, parece lan­zarse una ofen­siva de rearme del con­cepto de Leyenda Negra, den­tro de un esce­na­rio polí­tico de reno­va­das inquie­tu­des ante el problema de España cau­sa­das, entre otros moti­vos, por los espas­mos nacio­na­lis­tas peri­fé­ri­cos”, señala en el pró­logo. En una entre­vista reciente, Elvira Roca Barea inter­pre­taba el asunto cata­lán como actua­li­za­ción de la Leyenda Negra: “Ese relato vicioso de la His­to­ria de España ha sido una de las fuen­tes de ali­men­ta­ción de este tipo de nacio­na­lismo peri­fé­rico que si es algo, es anti­es­pa­ñol. Porque España es el com­pen­dio de todos los horro­res, y ellos las víc­ti­mas que se quie­ren liberar”.

¿Pero qué es real­mente la Leyenda Negra? ¿Por qué España puede pre­su­mir, como señaló Julián Marías, de algo tan “suma­mente ori­gi­nal” que se entiende uni­ver­sal­mente como un fenó­meno español? Lean si no nos creen la defi­ni­ción que de la expre­sión ‘Black Legend’ da la Enci­clo­pe­dia Bri­tá­nica: “Tér­mino que expresa una ima­gen des­fa­vo­ra­ble de España y los espa­ño­les, acu­sán­do­los de cruel­dad e into­le­ran­cia, pre­do­mi­nante en el pasado en la obra de nume­ro­sos his­to­ria­do­res extran­je­ros, par­ti­cu­lar­mente pro­tes­tan­tes. Ini­cial­mente aso­ciado con la España del siglo XVI y las polí­ti­cas anti­pro­tes­tan­tes de Felipe II, el tér­mino fue popu­la­ri­zado por el his­to­ria­dor espa­ñol Julián Jude­rías en su libro homónimo”.

La defi­ni­ción de Jude­rías, que reco­gió un tér­mino que ya cir­cu­laba pre­via­mente, docu­men­tado por pri­mera vez de boca de Emi­lia Pardo Bazán, es algo más pro­lija. “Por Leyenda Negra enten­de­mos el ambiente creado por los fan­tás­ti­cos rela­tos que acerca de nues­tra patria han visto la luz pública en casi todos los paí­ses; las des­crip­cio­nes gro­tes­cas que se han hecho siem­pre del carác­ter de los españoles como indi­vi­duos y como colec­ti­vi­dad; la nega­ción, o por lo menos la igno­ran­cia sistemática de cuanto nos es favo­ra­ble y hon­roso en las diver­sas mani­fes­ta­cio­nes de la cul­tura y del arte; las acu­sa­cio­nes que en todo tiempo se han lan­zado con­tra España, fun­dán­dose para ello en hechos exa­ge­ra­dos, mal inter­pre­ta­dos o fal­sos en su tota­li­dad, y, final­mente, la afir­ma­ción con­te­nida en libros al pare­cer res­pe­ta­bles y verí­di­cos y muchas veces repro­du­cida, comen­tada y ampliada en la prensa extran­jera, de que nues­tra patria cons­ti­tuye, desde el punto de vista de la tole­ran­cia, de la cultura y del pro­greso polí­tico, una excep­ción lamen­ta­ble den­tro del grupo de nacio­nes euro­peas”. Una incli­na­ción ale­vosa y recal­ci­trante, que ima­gina una España eter­na­mente “inqui­si­to­rial, ignorante, faná­tica”, inculta, “dis­puesta siem­pre a las repre­sio­nes vio­len­tas, enemiga del pro­greso y de las inno­va­cio­nes”, desde tiem­pos de la Reforma y que “no ha dejado de uti­li­zarse en con­tra nues­tra desde enton­ces, y más espe­cial­mente en momen­tos crí­ti­cos de nues­tra vida nacional”.

¿Por qué esa per­sis­ten­cia? ¿Qué extraña cua­li­dad tenían las semi­llas que plan­ta­ron Anto­nio Pérez y fray Bar­to­lomé de las Casas para que su fru­tos se hayan sobre­puesto de tal manera al paso del tiempo y hayan dis­traído la aten­ción de los des­ma­nes de otros impe­ria­lis­mos, y aún peor, de los más crue­les colo­nia­lis­mos europeos?

No es sen­ci­llo dar una res­puesta fac­tual, ni siquiera para quie­nes se han metido de lleno en la mate­ria, aun­que quizá pueda hallarse un prin­ci­pio de la misma en la pro­pia defi­ni­ción de Jude­rías –cuando habla de “excep­ción” y su uso en “momen­tos crí­ti­cos” de nues­tra his­to­ria–, y lle­ga­re­mos a ello al final de este artículo. Lo cierto es que muchos han sido los auto­res empe­ña­dos pri­mero en refu­tar los mitos con­sa­gra­dos por la Leyenda Negra, y una vez cum­plida esa labor en expli­car las cau­sas de su for­ma­ción y vigen­cia. Cuando pare­cía un asunto supe­rado, curio­sa­mente, hoy las nove­da­des vuel­ven al pri­mer movi­miento refu­ta­to­rio, o en el caso más intere­sante de Roca Barea a cru­zar el caso espa­ñol con otros fenó­me­nos de ‘impe­rio­fo­bia’, com­ba­tiendo de paso, aun­que sólo a medias, el mali­cioso virus de la ‘excep­cio­na­li­dad’ española.

Colec­cio­nando enemigos
Uno de los auto­res que ana­li­za­ron con más tino y minu­cio­si­dad este som­brío acervo en torno a nuestro país fue Julián Marías. En 'España inte­li­gi­ble' (1985) esta­ble­ció tres con­di­cio­nes nece­sa­rias y coin­ci­den­tes para que una cons­truc­ción dia­léc­tica de la enver­ga­dura de la Leyenda Negra se materiali­zase: que el país objeto de calum­nia sea “impor­tante”, impres­cin­di­ble en el con­curso internacio­nal; “que exista una secreta admi­ra­ción, envi­diosa y no con­fe­sada, por ese país”; y “una orga­ni­za­ción”, una con­cer­ta­ción de volun­ta­des deni­gra­to­rias simul­tá­neas o suce­si­vas. Marías ve en la inso­len­cia de la España impe­rial y expan­siva recién uni­fi­cada, que parece nece­si­tar empre­sas desmesu­ra­das en las que pro­yec­tar las ener­gías sobran­tes de la Recon­quista, motivo ori­gi­nal de la impor­tan­cia y del recelo. La pro­pia voca­ción hege­mó­nica de la monar­quía his­pá­nica fomen­tará la con­cer­ta­ción dero­ga­to­ria desde Ita­lia, foco ori­gi­nal donde ya la pre­sen­cia ara­go­nesa levantó ampo­llas y se fra­guará la fama de arro­gan­tes, dés­po­tas y gro­se­ros de unos espa­ño­les sos­pe­cho­sos ade­más de estar con­ta­mi­na­dos de san­gre judía –un deta­lle muy mal visto en la tie­rra que inventó el gueto– a la Europa sep­ten­trio­nal y en trance de Reforma, donde la España cató­lica colec­cio­nará antagonistas.

A apo­yar esa con­ver­gen­cia de intere­ses crea­dos llegó un libro que ha sido his­tó­ri­ca­mente con­si­de­rado clave en la cons­truc­ción de la Leyenda Negra. Tras su publi­ca­ción en Sevi­lla en 1552 y cir­cu­lar libremente por España, la ‘Bre­ví­sima rela­ción de la des­truc­ción de las Indias’ de fray Bar­to­lomé de las Casas fue rápi­da­mente tra­du­cido al holan­dés, el fran­cés, el inglés, el ita­liano, el ale­mán e incluso el latín, ilu­mi­nado con los fan­ta­sio­sos gra­ba­dos del tam­bién edi­tor Theo­dor de Bry –impre­sor asimismo de la no menos dero­ga­to­ria ‘His­to­ria del Nuevo Mundo’ del comer­ciante mila­nés Giro­lamo Ben­zoni, o Jeró­nimo Ben­zón para sus ‘ami­gos’ espa­ño­les–. Toda­vía hoy el relato tre­men­dista de Las Casas, enco­men­dero antes que fraile, sos­tiene en Amé­rica su con­di­ción de héroe y pre­cur­sor de los dere­chos nati­vos, aun­que su vida y su obra haya sido some­tida a con­cien­zuda crí­tica aca­dé­mica en España y Esta­dos Uni­dos. Pero su des­fi­gu­rado retrato de la reali­dad his­pa­noa­me­ri­cana, lleno de exage­ra­cio­nes idea­das para con­mo­cio­nar la sen­si­bi­li­dad de la monar­quía cató­lica, dio una pre­ciada y defi­ni­tiva muni­ción a los adver­sa­rios de la corona. Quizá por sus cua­li­da­des fabu­lo­sas, el relato lascasiano se con­so­lidó en el ima­gi­na­rio colec­tivo y ha resis­tido de siglo en siglo.

La leyenda ya estaba en mar­cha y, “por su pro­pia iner­cia, estaba des­ti­nada a cre­cer y pros­pe­rar”, apunta Marías. En ade­lante, cada agra­viado por los intere­ses espa­ño­les, en casi cual­quier con­texto, tenía “ya pre­fa­bri­cado el vehículo para dar cauce y cum­pli­miento a su hos­ti­li­dad o ren­cor”. Un mecanismo que hemos iden­ti­fi­cado más arriba en las gra­ves y recien­tes jor­na­das catalanas.

Se asoma aquí la pecu­lia­ri­dad negro­le­gen­da­ria: esa obs­ti­nada vigen­cia que sobre­vive al pro­pio imperio espa­ñol hasta nues­tros días, sin que las cruel­da­des colo­nia­les del resto de poten­cias euro­peas ni sus fenó­me­nos de into­le­ran­cia reli­giosa hayan gene­rado rela­tos equi­va­len­tes. Y que sólo se explica por la interio­ri­za­ción de la misma por parte de los espa­ño­les que ya advierte Marías, abo­nando el discurso de la deca­den­cia, el fra­caso y la excep­cio­na­li­dad que ha mar­cado nues­tro pen­sa­miento. La Leyenda Negra intro­duce la “vaci­la­ción” en nues­tra vida polí­tica e inte­lec­tual y mata la fres­cura y la “espon­ta­nei­dad”. Un aspecto en cuyas inves­ti­ga­cio­nes ha hecho hin­ca­pié Gar­cía Cárcel.

Con­ta­gia­dos e indignados
Marías fija tres acti­tu­des veri­fi­ca­bles ante la Leyenda Negra, y que de algún modo deter­mi­nan la forma de ser espa­ñol. Están en pri­mer lugar los con­ta­gia­dos por ella, “los que han creído en su ver­dad o, por lo menos han que­dado afec­ta­dos por gra­ves dudas, per­sua­di­dos, tal vez a medias, de su justifica­ción”, y que por ello viven “en estado de depre­sión his­tó­rica”, deni­grando el país y su realidad. Están en segundo lugar los ‘indig­na­dos’, de signo bien dis­tinto a los de las pla­zas del 15-M; aque­llos que se revuel­ven, que recha­zan la crí­tica “de manera abso­luta y sin mati­ces”, “defen­so­res a ultranza de lo bueno y de lo malo” de España hasta ter­mi­nar siendo “des­pre­cia­do­res de lo ajeno”, que sobre­ac­túan y exa­ge­ran la sim­bo­lo­gía y los atri­bu­tos de la nación hasta hacer­los ridícu­los. Y entre ambas acti­tu­des esta­rían los pocos espa­ño­les libres frente al tópico, “abier­tos a la verdad”.

¿Pre­fi­gura la Leyenda Negra las dos Espa­ñas eter­na­mente con­ten­dien­tes, así como esa ter­cera minorita­ria inca­paz de impo­nerse para des­ha­cer el anta­go­nismo? “Nada ha sido más per­tur­ba­dor para la his­to­ria espa­ñola de los últi­mos cua­tro siglos”; sos­tiene Marías, antes de lamen­tar que cuando en el pri­mer ter­cio del XX España pare­cía en vías de superar esta dia­léc­tica enfer­miza, la Gue­rra Civil la vol­vió a con­sa­grar con nue­vos argumentos.

“La Leyenda Negra no puede enten­derse, desde luego, sin la capa­ci­dad pro­pa­gan­dís­tica de la opi­nión pro­tes­tante, pero tam­poco sin la ero­sión del sis­tema desde den­tro de deter­mi­na­das éli­tes inte­lec­tua­les que nunca se iden­ti­fi­ca­ron ple­na­mente con el nacio­nal­ca­to­li­cismo iden­ti­ta­rio”, explica Gar­cía Cár­cel en 'El demo­nio del Sur', antes de ras­trear las impli­ca­cio­nes inter­nas de la Leyenda Negra en los debates nacio­na­les. Ali­men­tando pri­mero el dis­curso de la deca­den­cia de los arbi­tris­tas y des­pués de los libe­ra­les, que impor­ta­rán los argu­men­tos del fana­tismo y la into­le­ran­cia reli­giosa como cau­sas del retraso espa­ñol. Eso cris­ta­li­zará en la visión de nues­tra his­to­ria como una suce­sión de fra­ca­sos, particu­lar­mente, en el XIX, de la bur­gue­sía como clase y del estado en el pro­ceso de nacio­na­li­za­ción del país. Aná­li­sis que tiene tam­bién su com­po­nente mítico: son pro­ce­sos débi­les si se com­pa­ran con otros paí­ses, pero no nece­sa­ria­mente falli­dos. Esta dia­léc­tica deri­vará en el debate fini­se­cu­lar hacia la dis­yun­tiva entre cas­ti­cismo y euro­peísmo, con­di­cio­nará el dis­curso rege­ne­ra­cio­nista y a par­tir del 98 la expre­sión lite­ra­ria del Desastre.

Y andando el tiempo lle­ga­mos al punto en el que hoy nos encon­tra­mos, toda­vía bajo los efec­tos de la trau­má­tica cesura fran­quista. La dic­ta­dura auto­ri­ta­ria y nacio­nal­ca­tó­lica apa­rece como la última gran encar­na­ción de la Leyenda Negra. Si his­tó­ri­ca­mente “el miedo a la eti­queta de ser de dere­chas” ha hecho “estra­gos en la con­cien­cia nacio­nal”, cons­tata Gar­cía Cár­cel, no menos dañina ha sido la “identi­fi­ca­ción del nacio­na­lismo espa­ñol con el fran­quismo”. Lo expre­saba hace unas sema­nas Gabriel Albiac entre­vis­tado por Fer­nando Pal­mero en el dia­rio El Mundo: «El triunfo más espan­toso y más perenne del fran­quismo es que cada uno de noso­tros tiene que hacer un esfuerzo para decir España sin temer estar diciendo fran­quismo”.

La cues­tión latente de la Leyenda Negra y sus con­se­cuen­cias per­ma­nece viva, aun­que haya mutado. Por­que “sigue vigente su punto de par­tida: el com­plejo de infe­rio­ri­dad”, un “com­pli­cado las­tre de inse­gu­ri­da­des e inhi­bi­cio­nes”, en for­mu­la­ción de nuevo de Gar­cía Cár­cel, que con­cluye: “Se ha avanzado poco en la auto­es­tima nacio­nal. Vivi­mos una nueva cri­sis de nues­tra con­cien­cia nacio­nal, con la misma ansie­dad rege­ne­ra­cio­nista de los tiem­pos de Juderías”.

El apo­tegma de Que­vedo citado al prin­ci­pio de este artículo daba pues en el clavo. La Leyenda Negra y sus peo­res con­se­cuen­cias sólo han sido posi­bles con el activo con­curso de los españoles.

‘Indig­nado’ Jude­rías
En 2018 se cum­ple el cen­te­na­rio del fallecimiento de Julián Jude­rías. Su figura ha que­dado engu­llida por el éxito de ‘La leyenda negra’, publi­cado ori­gi­nal­mente en 1914 pero cono­cido espe­cial­mente a par­tir de la reedi­ción de 1917, hace ahora 100 años. Luis Espa­ñol Bou­ché, res­pon­sa­ble de la última edi­ción del libro (La Esfera de los Libros, 2014), se apro­ximó a su bio­gra­fía en ‘Leyen­das negras: vida y obra de Julián Jude­rías’ (Junta de Cas­ti­lla y León, 2007). Tra­duc­tor e intér­prete para el Ministe­rio de Estado gra­cias a su pro­di­gioso don de len­guas, perio­dista, biblio­te­ca­rio del Ate­neo de Madrid, Jude­rías com­binó el inte­rés por la his­to­ria y la socio­lo­gía. Fue autor de nume­ro­sos artícu­los sobre las con­di­cio­nes de vida de la clase obrera. En su ánimo rege­ne­ra­cio­nista se topó con las fal­si­fi­ca­cio­nes de la his­to­ria que habían des­acre­di­tado a España y difi­cul­tado su encaje en Europa y se propuso refu­tar­las. Su dis­curso indig­nado ado­lece de un vic­ti­mismo que tras­lada la culpa de los males nacio­na­les a ‘los demás’ y que trans­mi­tirá a toda la lite­ra­tura deu­dora de su hallazgo. No es casual que la idea de Leyenda Negra aflore en momen­tos de cri­sis o de nece­si­dad de afir­ma­ción nacio­nal; que la buena for­tuna edi­to­rial del libro comen­zara en un año nefasto para España como 1917, o que en 1954, recién fir­ma­dos los deci­si­vos acuer­dos con EEUU, en vís­pe­ras del ingreso en la ONU y con el país ape­lando por última vez a la retó­rica de los años el ais­la­miento a pro­pó­sito de la visita de Isabel II a Gibral­tar, apa­re­ciera una nueva edi­ción con pró­logo de un Areilza a punto de mar­char a Washing­ton como emba­ja­dor de España.

viernes, 3 de febrero de 2017

#hemeroteca #libros #historia | Imperiofobia y leyenda negra. María Elvira Roca Barea

Imagen: El Mundo / Mural de Diego Rivera
Imperiofobia y leyenda negra. María Elvira Roca Barea
Adolfo Carrasco | El Cultural, El Mundo, 2017-02-03
http://www.elcultural.com/revista/letras/Imperiofobia-y-leyenda-negra/39167

Partir de una perspectiva original, establecer conexiones inéditas y opinar libremente con intención de polemizar sobre un asunto, son las características que distinguen al ensayo. Es lo que ha hecho la profesora Elvira Roca (El Borge, 1966), un ensayo que, si no ha generado aún un debate intenso, es porque lleva pocos meses en la calle. Esperemos que se discutan sus ideas, porque son provocadoras, apasionadas y tocan cuestiones de actualidad. Roca aborda la Leyenda Negra y la vincula a un concepto más amplio, la imperiofobia, enfermedad de la opinión producida por el agente patógeno de la propaganda, que han padecido todos los imperios y cuya versión más actual sería el antiamericanismo.

En el caso español, este mal afectó a su imperio cuando existió -desde finales del siglo XV a 1898- y se ha cronificado en forma de hispanofobia. La Leyenda Negra, forma específica de antiespañolismo, nació hace siglos y pervive hoy dentro y fuera de nuestras fronteras. ¿Por qué?

Eso es lo que trata de esclarecer el volumen. Primero rastrea el origen de la Leyenda Negra dentro de una actitud amplia de rechazo y denigración de los imperios, empezando por Roma hasta el norteamericano. Luego identifica los contenidos básicos de esta construcción propagandística contra toda potencia hegemónica -barbarie, codicia, fanatismo religioso, violencia- y explica cómo se han atribuido tales culpas a los españoles -genocidio americano, Inquisición, militarismo, racismo, incultura-. Y por fin denuncia la vigencia de la Leyenda Negra con unos rasgos muy nítidos desde la Ilustración hasta nuestros días, un prejuicio cuya particularidad más singular, y que a la vez le dota de eficacia, es que no solo pervive entre quienes la crearon -extranjeros-, sino que se pasea con buena salud entre los propios españoles, que nos la creemos.

Eso es lo más penoso y peligroso, según Roca, que hayamos asumido los tópicos que se reprochan a la historia de España. Según su argumentación, fueron los humanistas italianos, alemanes y flamencos quienes forjaron la propaganda antiespañola en reacción contra la potencia dominadora en ascenso. Luego los protestantes de todo lugar unieron España y catolicismo porque necesitaban demonizar a sus enemigos. Después actuaron las potencias rivales, Inglaterra, Holanda y Francia, celosas de un imperio transcontinental envidiado. Y para remate ayudaron a la Leyenda los Estados Unidos cuando se lanzaron a sustituir a España en América.

Historiar prejuicios es delicado porque supone estudiar medias verdades, las mentiras más persuasivas. Para ello Roca lidia sin miedo con literatura de diversa naturaleza, manipulaciones más o menos hábiles y colaboradores ingenuos o malintencionados, pues de todo hubo. Hay que reconocer que frente a los notables éxitos de la propaganda extranjera y protestante, las respuestas españolas y católicas tuvieron mínima repercusión.

Lo más lamentable, según la autora, es el proceso de interiorización de la Leyenda Negra, que arranca de la abrumada reacción ante el llamado desastre de 1898. Sin embargo, la pérdida de Cuba y Puerto Rico no fue más que el certificado de defunción de un imperio ya fenecido. Las elites intelectuales y políticas de entonces, en lugar de buscar en ellos mismos y en la historia reciente las causas de la liquidación, optaron por lo más fácil, que fue achacar el colapso del imperio a quienes lo habían puesto en pie en el siglo XVI y XVII, y de ahí que asumiesen los puntos principales de la Leyenda Negra. Por pereza intelectual y por intereses ideológicos la propaganda vence a la historia.

Un caso evidente es la Inquisición, que si bien ha sido objeto de una notable revisión gracias al esfuerzo de los historiadores en las últimas décadas, sin embargo poco de ello ha calado en la opinión pública, sea más o menos formada. Se sigue pensando sobre el Santo Oficio en los términos de antaño, esa visión negra y criminal erigida por los protestantes por motivos obvios, posteriormente proyectada por los ilustrados europeos y hecha suya por españoles como Goya o Llorente. Pues bien, está viva hoy incluso entre universitarios españoles -doy fe de ello por mi experiencia docente. La lucha entre la búsqueda crítica de la verdad y las impresiones prejuiciosas, heredadas y compartidas por la mayoría, no tiene fin y es una tarea tan hercúlea como incierta.

Ahí se sitúa el ensayo de Roca, en la denuncia del catálogo de mentiras y medias verdades que han alimentado la Leyenda Negra y que la mantienen fresca, transformada en verdad por efecto de la repetición y la falta de reacción de quienes tienen la responsabilidad de combatirla.

No hace falta estar de acuerdo con todo lo que dice la autora. De hecho hay planteamientos suyos francamente discutibles, como por ejemplo que el afán de denunciar la reiteración de determinados tópicos por la historiografía le lleve a impugnar la totalidad del trabajo de algunos historiadores españoles muy meritorios; o que induzca a confusión porque mezcla fenómenos como el victimismo nacionalista con la oposición a lo imperial y con la confrontación ideológica o religiosa, fenómenos cercanos pero de diferente configuración y sentido; o que tienda a simplificar las categorías y las comparaciones y con ello desenfoque las particularidades de cada caso.

Aunque no creo que Elvira Roca haya pretendido que el lector esté de acuerdo con todo lo que dice. De hecho, deja clara su postura personal desde el principio y el tono desinhibido, irónico a veces y apasionado siempre de su escritura revela que su objetivo es la agitación del panorama somnoliento dominante, denunciar sin tapujos algunos de los lugares comunes donde habita una parte amplia del mundo académico español. Es honesta intelectualmente y por eso quiere polemizar contra convencionalismos facilones. Ojalá el libro sirva para debatir, como espera la autora y quien firma esta reseña.

Y TAMBIÉN…
Elvira Roca Barea: "Es un milagro que España siga existiendo".
La profesora malagueña publica un libro contra la leyenda negra que -según dice- persigue a España por culpa de la propaganda de sus enemigos.
Alberto Gordo | El Cultural, El Mundo, 2017-02-06
http://www.elcultural.com/noticias/letras/Elvira-Roca-Barea-Es-un-milagro-que-Espana-siga-existiendo/10380 
María Elvira Roca Barea: "Analfabetos ha habido siempre pero nunca habían salido de la universidad".
Emilia Landaluce | El Mundo, 2016-12-17

http://www.elmundo.es/opinion/2016/12/17/58541208268e3e257c8b465c.html
"La leyenda negra española no es un fenómeno excepcional".
La investigadora malagueña María Elvira Roca, antigua profesora en la Universidad de Harvard, presenta esta tarde a las 19 horas en el Ateneo de Málaga 'Imperiofobia y leyenda negra'.
Alfonso Vázquez | La Opinión de Málaga, 2016-12-08
http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2016/12/07/leyenda-negra-espanola-fenomeno-excepcional/894943.html

lunes, 31 de octubre de 2016

#libros #historia | Imperiofobia y leyenda negra : Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español

Imperiofobia y leyenda negra : Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español / María Elvira Roca Barea ; prólogo de Arcadi Espada.
Madrid : Siruela, 2016 [10].
460 p.
Colección : Biblioteca de Ensayo. Serie mayor ; 87.
ISBN 9788416854233 / 26 €

/ ES / ENS
/ América / Colonización / España / Historia / Ideologías / Leyenda Negra

María Elvira Roca Barea acomete con rigor en este volumen la cuestión de delimitar las ideas de imperio, leyenda negra e imperiofobia. De esta manera podemos entender qué tienen en común los imperios y las leyendas negras que irremediablemente van unidas a ellos, cómo surgen creadas por intelectuales ligados a poderes locales y cómo los mismos imperios la asumen. El orgullo, la ‘hybris’, la envidia no son ajenos a la dinámica imperial. La autora se ocupa de la imperiofobia en los casos de Roma, los Estados Unidos y Rusia para analizar con más profundidad y mejor perspectiva el Imperio español. El lector descubrirá cómo el relato actual de la historia de España y de Europa se sustenta en ideas basadas más en sentimientos nacidos de la propaganda que en hechos reales.

La primera manifestación de hispanofobia en Italia surgió vinculada al desarrollo del humanismo, lo que dio a la leyenda negra un lustre intelectual del que todavía goza. Más tarde, la hispanofobia se convirtió en el eje central del nacionalismo luterano y de otras tendencias centrífugas que se manifestaron en los Países Bajos e Inglaterra. Roca Barea investiga las causas de la perdurabilidad de la hispanofobia, que, como ha probado su uso consciente y deliberado en la crisis de deuda, sigue resultando rentable a más de un país. Es un lugar común por todos asumido que el conocimiento de la historia es la mejor manera de comprender el presente y plantearse el futuro.

viernes, 4 de diciembre de 2015

#hemeroteca #historia | El mito de la Inquisición española: menos del 4% acababan en la hoguera

Imagen: ABC / Detalle de 'Expulsión de los judíos de España', Emilio Sala
El mito de la Inquisición española: menos del 4% acababan en la hoguera.
El Santo Oficio fue un aparato represivo que causó un brutal retraso en España, pero su historia está salpicada de mitos en una Europa donde la persecución religiosa fue todavía más cruel. Frente a las 25.000 mujeres ejecutadas por brujas en Alemania, se calculan 300 casos en España.
César Cervera | ABC, 2015-12-04
http://www.abc.es/historia/abci-falsa-leyenda-negra-inquisicion-espanola-solo-18-por-ciento-quemado-hoguera-201512040335_noticia.html

Los inquisidores españoles aparecen representados en películas y novelas como sádicos fanáticos que hicieron de España el territorio más atrasado de Europa y quemaron a una cifra interminable de judíos, brujas, musulmanes y sobre todo protestantes. Se le supone el episodio más terrible y despiadado de la Iglesia Católica. No en vano, el Santo Oficio fue un mecanismo inherente a la Edad Moderna que, a diferencia de la inquisición medieval, respondía directamente a la autoridad real, se empleaba como un órgano de control social y no aceptaba como válidos los testimonios obtenidos por tortura. Y si bien la cifra de muertes que causó la actividad del Santo Oficio en la Península Ibérica fue muy inferior a la que produjeron las guerras de religión, que desangraron Francia, Alemania o Inglaterra durante los siglos XVI y XVII, en el imaginario popular son los españoles los únicos que se ganaron la fama de radicales sanguinarios.

¿Qué tuvo de diferente la Inquisición española en comparación con otros países? ¿Utilizaba métodos más crueles? El historiador francés Marcel Bataillon respondió en su tesis de Erasmo que «la represión española se distinguió menos por su crueldad que por el poder del aparato burocrático, policial y judicial del que dispuso». De esta forma, lo que diferenció la intolerancia religiosa de los territorios de la Corona española, respecto a otros países, es que los Reyes Católicos institucionalizaron esa represión a través del Santo Oficio, que, si bien causó menos derramamiento de sangre, dejó registrada la información detallada de cada ejecución. La propaganda inglesa, francesa y holandesa se encargó de exagerar algo que las «inquisiciones protestantes» realizaban con todavía más violencia y en menos tiempo.

Tomás de Torquemada, el periodo más oscuro
El Santo Oficio fue creado en 1478 para combatir los focos judaizantes que se habían localizado en el arzobispado de Sevilla. En contraste con la inquisición medieval, presente en todos los países de Europa, la Santa Inquisición fue estructurada desde el principio como un tribunal subordinado directamente a la Corona. Originalmente la Inquisición acaparó sus esfuerzos en los núcleos de judaizantes, que hasta entonces habían permanecido inmunes a otras campañas represivas. En 1481, se celebró el primer auto de fe precisamente en Sevilla, donde fueron quemados vivos seis detenidos acusados de judeoconversos. Sin embargo, los resultados no eran los deseados por los Reyes Católicos, que, buscando incrementar el acoso contra los conversos, nombraron a Tomás de Torquemada para el cargo de Inquisidor General de Castilla en 1483.

La incansable actividad de Torquemada llevó a miles de personas al fuego y extendió el clima de terror a todos los niveles de la sociedad y por toda la península. En 1492 ya existían tribunales en ocho ciudades castellanas (Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid) y comenzaban a asentarse en las poblaciones aragonesas. Establecer la nueva Inquisición en los territorios de la Corona de Aragón, asimismo, resultó mucho más complicado. No fue hasta el nombramiento de Torquemada en 1483 también Inquisidor de Aragón, Valencia y Cataluña cuando la resistencia empezó a quebrarse. Torquemada inauguró el mayor periodo de persecución de judeoconversos, entre 1480 a 1530, y donde más personas fueron condenadas a muerte por el tribunal. De forma exagerada se ha dicho que fueron ejecutadas 10.000 personas durante este periodo –según el historiador eclesiástico Juan Antonio Llorente–, aunque estudios modernos a cargo del hispanista Henry Kamen rebajan la cifra a 2.000 personas hasta 1530 y cargan contra la estimación de Llorente.

Desde la década de 1520, los objetivos del Santo Oficio fueron ampliándose a los pequeños grupos de protestantes, de eramistas y otras desviaciones de la ortodoxia. Aquellos que supusieran una novedad intelectual o científica podían ser objetivo de la Inquisición. A partir de 1551, la Inquisición empezó a publicar su propio Índice de libros prohibidos, mucho más extenso que el aprobado por la Curia Romana. Esta actuación inquisitorial actuó como «cordón sanitario» de ideas heréticas y libró a los reinos españoles de los sangrientos conflictos religiosos que asolaron toda Europa en los siglos XVI y XVII, en tanto, fomentó el retraso y la esclerosis cultural de Castilla.

Los protestantes se inventan la leyenda
Precisamente fue a raíz de la propaganda escrita por un líder protestante, Guillermo de Orange, cuando la Inquisición española adquirió su fama de tribunal monstruoso, pese a que el odio religioso estaba presente en todos los rincones de Europa. No mucho tiempo antes, los principales gobernantes europeos habían celebrado la injusta expulsión y persecución de los judíos en España como un síntoma de modernidad. La Universidad de la Sorbona de París trasmitió a los Reyes Católicos sus felicitaciones. De hecho, la mayoría de los afectados por el edicto eran descendientes de los expulsados siglos antes en Francia e Inglaterra. Pero una cosa era expulsar a judíos o a musulmanes y otra diferente, a ojos de sus contemporáneos, perseguir a cristianos, ya fueran luteranos o calvinistas.

En su «Apologie», Guillermo de Orange siente total indiferencia por los judíos pero critica la Inquisición por acosar a los protestantes españoles. Lo que Orange ignora, o quiere ignorar, es que este grupo fue minoritario. Se ha calculado en 2.700 el número de protestantes perseguidos por la Inquisición española entre 1517 y 1648, de los cuales la mayoría eran franceses, británicos flamencos y alemanes. Una cifra nimia en comparación con lo que estaba ocurriendo en países como Inglaterra o Francia, que vivieron auténticas guerras civiles entre católicos y protestantes durante casi dos siglos. Solo en la noche de San Bartolomé (1572), la orden del rey francés de asesinar a los protestantes congregados en París causó más de 3.000 muertos.

Pero Orange no fue el único en criticar la intolerancia que se vivía en España. Antes que él, John Foxe, un inglés exiliado en Holanda en tiempos de la católica María Tudor, escribió un libro ilustrado sobre la intolerancia a través de la historia, cuya parte dedicada al Santo Oficio estaba repleta de errores y de mentiras. Como muchos otros autores, Foxe cita a víctimas de la Inquisición creyendo que son protestantes pero en realidad eran judíos o mahometanas, los cuales suponían el grueso de los muertos en la hoguera.

La mayoría de castigos eran menores
Fue así la persecución protestante –mínima en España– la que llamó la atención en la Europa anglosajona sobre un tribunal encargado de juzgar un amplio grupo de pecados. Los procesos afectaban a grupos tan distantes como los blasfemos, bígamos, heterodoxos, homosexuales e incluso contrabandistas de moneda. Según los estudios de Jaime Contreras y Gustav Henningsen, entre 1540 y 1700 el Santo Oficio persiguió a 49.000 personas (si se suman las cifra anterior y posterior, Joseph Pérez eleva el número total a 125.000 procesos durante sus 350 años en España) de los cuales el 27% fue procesado por blasfemias y palabras malsonantes; el 24% por mahometismo; el 10% por falsos conversos; el 8% por luteranos; el 8% por brujería y distintas supersticiones; y el resto por otros asuntos como la sodomía, la bigamia, la solicitud de los sacerdotes, etc. Cabe recordar que la mayor parte de estos pecados eran igualmente sancionados como delitos en el resto de Europa a través de tribunales ordinarios.

Entre los reos finalmente condenados, los castigos podían ir desde una multa económica, servir en galeras como remeros durante un tiempo específico, penas de prisión o, en los casos más graves, ser quemados vivos. En lo que se refiere al periodo entre 1540 y 1700, las condenas a muerte se dictaron en un 3,5% de los casos, según los cálculos de Gustav Henningsen. Pero solo al 1,8% de los condenados se les aplicó efectivamente la muerte por hoguera. Los otros fueron quemados en efigie, es decir, a través de un muñeco del tamaño de un ser humano que los representaba. Esto se debía a que habían fallecido antes de terminar el proceso, se habían escapado o directamente nunca habían sido capturados. Como ejemplo de ello, en la mayor ejecución sumarial de la Inquisición, celebrada en 1680, fueron 61 los condenados a morir en la hoguera, de los cuales 34 eran estatuas en representación de los reos.

Otro de los errores más comunes es imaginar los multitudinarios autos de fe, que solían contar con la presencia de los Reyes y las autoridades, como lugares donde se presenciaban auténticas matanzas. En realidad, no se ejecutaba a nadie en estos actos, sino que los condenados a muerte, que comparecían ataviados con el tradicional sambenito (una especie de gran escapulario con forma de poncho), eran entregados formalmente a los tribunales reales encargados de ejecutar la sentencia más tarde y sin la presencia de las autoridades. Los miembros de la Iglesia no podían derramar sangre alguna y se limitaban a «relajarlos» al brazo secular, es decir, entregados a los tribunales reales. En caso de que se arrepintieran y reconocieran su herejía, los condenados a la hoguera eran estrangulados previamente mediante garrote vil.

El número de los que realmente fallecían a consecuencia del fuego era muy escaso. Buscando una cifra global de muertos, el número estaría en torno a los 5.000-10.000 muertos durante los 350 años de existencia del tribunal, si bien Geoffrey Parker se atreve a concretar hasta los 5.000 muertos, lo que supone un 4% de todos los procesos abiertos.

La Inquisición contra los tribunales ordinarios
Durante esos 350 años de historia, la Inquisición española fue un aparato muy efectivo en el control social de los súbditos, pero no fue el único ni el más violento. El hispanista Henry Kamen, que ha dedicado varias obras a desmitificar las ideas extendidas sobre el Santo Oficio, ha demostrado con datos que al «comparar las estadísticas sobre condenas a muerte de los tribunales civiles e inquisitoriales entre los siglos XV y XVIII en Europa: por cada cien penas de muerte dictadas por tribunales ordinarios, la Inquisición emitió una».

Lejos de lo que se pueda suponer, la Inquisición ofrecía unas garantías procesales más amplias (ya de por sí insuficientes) que los tribunales ordinarios y, de hecho, mataba menos. Para empezar, la Inquisición recurría a la tortura en escasas ocasiones, y siempre bajo supervisión de un inquisidor que tenía orden de evitar daños permanentes, a menudo junto a un médico, en contraste con las salvajes torturas aplicadas por la autoridad civil. El desarrollo de la tortura era registrado escrupulosamente por los secretarios, incluyendo los quejidos y exclamaciones proferidas por las víctimas. Además, el Santo Oficio tenía un manual de procedimiento que prohibía muchas formas de tortura usadas en otros sitios de Europa y por los tribunales ordinarios. Salvo raras excepciones, se empleaban uno de estos tres sistemas: «potro» (correas que se iban apretando), «toca» (paño empapado que se introducía en la boca y sobre la nariz para crear una sensación de asfixia) y «garrucha» (colgar al reo de las muñecas con las manos atadas arriba o incluso a la espalda). Las confesiones obtenidas durante el tormento no eran válidas por sí mismas y debían ser ratificadas, fuera de él, en las veinticuatro horas siguientes.

La caza de brujas, una cifra mínima en España
Por otra parte llama la atención la escasa incidencia que tuvo en España la persecución de la brujería, que se vinculaba casi exclusivamente a las mujeres. Se considera tradicionalmente que la brujería era a ojos de los inquisidores españoles un mal menor en el que incurrían mujeres de baja extracción y ningún tipo de influencia social o religiosa. La actuación del tribunal se encaminó durante los siglos XVI y XVII a la reinserción de las acusadas de brujería en el seno de la Iglesia más que a la pena de muerte, aunque también se registraron algunas ejecuciones en la hoguera por esta causa. Como ejemplo de condena benigna, una mujer llamada Isabel García, que en 1629 confesó ante el tribunal de Valladolid habérsele aparecido Satanás, con quien pactó, la recuperación de su amante, fue sólo castigada a abjurar de levi y a cuatro años de destierro. Así y todo, hay que tener presente que en la Corona española los tribunales civiles contaban entre sus funciones habituales la represión de la superstición, con lo cual la mayoría de casos pasaron por sus manos, y el registro es más complicado.

Sea como fuere, las cifras demuestran que la caza de brujas fue un problema ajeno al Mediterráneo. Según cálculos del historiador alemán Wolfgang Behringer, la persecución provocó en toda Europa entre 40.000-60.000 víctimas, donde 500 corresponden a la suma de las ejecutadas en España, Portugal e Italia (exceptuando las regiones alpinas de lengua italiana). En esta cifra, correspondiente a la primera parte de la Edad Moderna, Francia habría ejecutado a 4.000 y Alemania al menos a 25.000.

martes, 13 de octubre de 2015

#hemeroteca #colonizacion | Venga, nada que celebrar

Imagen: A sueldo de Moscú
Venga, nada que celebrar.
Don Ricardo | A sueldo de Moscú, 2015-10-13
http://www.asueldodemoscu.net/2015/10/venga-nada-que-celebrar/

Después de la gula, la paciencia es la virtud que más simpática me cae. Ayer, 12 de octubre, día de la Hispanidad, de la raza, del Pilar o cómo quieran ustedes llamarla, hice gala de la virtud de la paciencia todo lo que pude para evitar ser expulsado de las cosmopolitas filas del proletariado -ya se sabe: “nativa o extranjera, la misma clase obrera”-, pero esta mañana ya no he podido soportarlo más: zangolotineando por ese pozo de sabiduría que es twitter, me he topado con un twit magnífico, que no enlazo porque no lo he guardado, y para no humillar innecesariamente a su autor. Dicho twit, indignado con el “Descubrimiento” acababa con un sentido “Un abrazo a América Latina“. Helo:

“Celebrar un genocidio es equiparable a celebrar actos de terrorismo #nadaquecelebrar Un abrazo a América Latina”

Y me ha dado que pensar. Lo primero, he hecho una traslación: ¿Se imaginan ustedes un twit similar escrito por un inglés, manifestando su solidaridad con los americanos originales, los indios de las pelis del oeste, a través de un abrazo a los “Estados Unidos”? Sería, naturalmente, objeto de irrisión, porque en EEUU, a diferencia de la vapuleada “América Latina” a la que saludaba nuestro amigo, no han quedado más que cuatro americanos originales, y al único objeto de exponerlos en circos y atracciones de feria. Pero oigan, la izquierda española riega generosamente sus mitos para que crezcan y se desarrollen. Está muy bien eso…

“Un abrazo a América Latina“. No a la América indígena, ni a la América original. No, el abrazo es para América Latina: es decir, para la América que habla latin, español, portugués, francés, para la América de los criollos, que no eran otra cosa que la burguesía española y europea y sus descendientes, que en un momento determinado comenzó a pensar -con razón o sin ella, no entro en ese asunto- que sus intereses no coincidían con los de la metrópolis y empezó a organizar la independencia, sin tener en cuenta para nada a los indígenas que eran más una molestia que otra cosa. Aquellos estratos criollos dieron lugar a las élites latinoamericanas cuyo poder sólo hoy ha comenzado a limitarse gracias a gobiernos como el de Venezuela o el de Bolivia, pero hasta la fecha, esa América Latina (criolla) a la que nuestro amigo twitero abraza tan generosamente, no ha tratado a los indígenas mucho mejor de como los trató la terrible, despiadada y madrastrona España.

“Celebrar un genocidio es equiparable a celebrar actos de terrorismo”, dice nuestro twitero, antes de proclamar consecuentemente que no tiene nada que celebrar. Si tuviera un condensador de fluzo, pondría el DeLorean camino a La Española, marcando la fecha de 1492 y les preguntaría a los españoles que, mandados por el despiadado Colón, asolaban aquella isla, su opinión sobre “terrorismo” o “invasión”, porque por lo visto, no fue un descubrimiento, sino una invasión. Seguro que me mirarían raro. Después, ajustaría el condensador de fluzo para que me transportara en el tiempo tres décadas más allá, para ir a ver a los aguerridos españoles al mando de Hernán Cortés, y pedirles que, cuando acabasen de vomitar, asqueados y espantados por la forma en que los pacíficos aztecas ajustaban las cuentas con los pueblos a los que sometían, me dieran su opinión sobre genocidio. Probablemente, unos y otros me mirarían como si fuera un marciano.

Conceptos como genocidio o terrorismo no son aplicables a pueblos que no pueden entenderlos. No podemos juzgar a los pueblos y a las personas que actuaron en el pasado, sobre todo si hablamos de un pasado tan lejano, con los criterios morales y políticos de hoy en día. Es así de sencillo.

Por otra parte, tras el absurdo slogan de #NadaQueCelebrar, lo que hay en realidad es un uso torticero del pasado para ajustar cuentas en el presente. Cierta izquierda que se cree más rebelde por negar sistemáticamente la idea de España, la derecha española que usa España como fusta, o los intereses cambiantes y circunstanciales de determinados nacionalismos a los que en ciertos momentos les puede interesar negar a España -pero animan a la roja-, usan la historia a gusto, y la reescriben y la reinterpretan constantemente para adaptarla a sus necesidades, como si la historia justificara o legitimara cualquier cosa que quienes vivimos hoy queramos o no queramos hacer. ¿Mataron los españoles a muchos americanos originales? Sí, probablemente. Como los ingleses en el norte, o como los aztecas sometieron a otros pueblos americanos, o los rusos repoblaron las estepas siberianas. Juzgar todo eso con los criterios de hoy es como reírse de Darwin porque no sabía conducir, que ya le vale…

Dicho lo cual, ¿había ayer, 12 de octubre, algo que celebrar? Para mí, no especialmente, pero eso es una cosa, y otra decir estupideces de manera compulsiva por el Twitter.

Venga... meta ruido por ahí.

Y TAMBIÉN…
Así fue la lucha en el Imperio español por defender los derechos de la población indígena.
Isabel «la Católica» ya advirtió en la Real Provisión del 20 de diciembre de 1503 contra los posibles excesos de los conquistadores: «No consistáis ni deis lugar a que ninguna persona les haga mal a los indios ni ningún daño u otro desaguisado alguno».
César Cervera | ABC, 2015-10-15
http://www.abc.es/espana/20151014/abci-leyes-espanolas-indias-conquistas-201510132047.html
El mito del «Genocidio español»: las enfermedades acabaron con el 95% de la población.
Lejos de lo vertido por la Leyenda Negra contra España, la catástrofe demográfica estuvo causada por las epidemias portadas por los europeos. Los habitantes de América habían permanecido aislados del resto del mundo y pagaron a un alto precio su fragilidad biológica.
César Cervera | ABC, 2015-10-13
http://www.abc.es/espana/20150428/abci-mito-genocidio-america-201504271956.html

sábado, 12 de octubre de 2013

#hemeroteca #colonizacion | Antonio Espino: “Ejecuciones, mutilaciones, violaciones”, así fue la Conquista de América.


Imagen: El Confidencial
Entrevista con Antonio Espino, autor de 'La conquista de América': “Ejecuciones, mutilaciones, violaciones”, así fue la Conquista de América.
El catedrático presenta en su libro una revisión crítica de la colonización española analizando las armas, las batallas, y las sangrientas prácticas cometidas.
Javier Zurro | El Confidencial, 2013-10-12
http://www.elconfidencial.com/cultura/2013-10-12/ejecuciones-mutilaciones-violaciones-asi-fue-la-conquista-de-america_40390/

Masacres, asesinatos, amputaciones de manos y pies, heridas curadas con aceite hirviendo, violaciones… semejantes crímenes parecen sacados de una mente perturbada. Sin embargo esto era el día a día en las batallas que tuvieron lugar durante la conquista de América. Un periodo de nuestra historia que tiende a mitificarse obviando sus pasajes más oscuros. El catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona y especialista en Historia Militar, Antonio Espino López, según cuenta a El Confidencial, propone una mirada sin prejuicios de la colonización hispana en su libro ‘La conquista de América: Una revisión crítica’ (RBA Ediciones). En su obra, Espino se sirve de los testimonios dejados en las numerosas crónicas de Indias para describir con precisión las armas, tácticas, batallas y sangrientas prácticas que 'héroes' como Hernán Cortés llevaron a cabo.

¿Cuándo surge su interés por revisitar la conquista de América?

Desde siempre me he preocupado especialmente por cuestiones relacionadas con la historia de la guerra. Poco a poco fue surgiendo el interés por explicar mejor a mis alumnos las estrategias y tácticas militares empleadas en la conquista de América y ello me llevó a releer un número importante de Crónicas de Indias. Allí descubrí numerosos testimonios de las técnicas utilizadas para someter a las poblaciones aborígenes, todas ellas basadas en el terror, la crueldad y la violencia extrema. Una realidad muchas veces obviada por otros historiadores.

¿Por qué se tiene mitificada la conquista de América por parte de, sobre todo, la ficción?

Por un puro y simple desconocimiento histórico. Aquellos que se dedican a ello pueden conocer algunos datos, pueden tener algunas nociones, pero carecen habitualmente de una perspectiva historiográfica del asunto. Y, en buena medida, los culpables somos los historiadores, claro.

¿En qué son culpables los historiadores?
Una amplia mayoría, hasta hace muy pocos años, apenas se había atrevido a mostrarse crítica con el imperialismo hispano en las Indias, en América. Hay que tener en cuenta que, durante mucho tiempo, se había considerado que mostrarse crítico con las hazañas hispanas era sinónimo de ser un mal español, me atrevería a decir; de hacerle el juego a todos aquellos que habían fomentado la famosa “leyenda negra”. Me da la sensación que, por una cuestión de patriotismo mal entendido, siempre se ha negado cualquier exceso cometido en América o se ha querido justificar como una típica “acción de guerra” que, además, en el caso que nos ocupa duró muy poco tiempo.

¿Cree que existe miedo a reconocer la crueldad que usted describe en su libro?

En realidad todo el mundo es más o menos consciente de que tenemos una factura pendiente con los descendientes de las poblaciones aborígenes. Pero no sólo los españoles, sino todas las potencias europeas imperialistas en las épocas moderna y contemporánea. No hay que tener miedo a la hora de reconocer que cualquier imperialismo es expansionista y agresivo por definición, y prácticamente todos ellos usaron de la crueldad. Lo mejor es tenerlo claro, estudiarlo y aceptarlo para encarar cualquier crítica que se pueda hacer. No somos ninguna excepción. No somos ni mejores ni peores que los demás. Hay que entender este tipo de realidades, conocerlas y procurar erradicarlas en nuestro presente y en el futuro.

Nuestros conquistadores muchas veces son mostrados como héroes...
Una vez más, esa imagen es fruto del desconocimiento o la falta de reflexión. Es fruto de la idea tan generalizada de que los aborígenes ganaron mucho con la presencia hispana en sus tierras. Por lo tanto, si a la larga resultaron beneficiados, las “molestias” causadas eran asumibles y, en el fondo, poco importantes. Por otro lado, los conquistadores siempre se presentaron a sí mismos como héroes, sus ejemplos eran los antiguos hacedores de imperios: Alejandro Magno, Julio César… Los intelectuales de la época jugaron un papel importante transformando sobre todo a Hernán Cortés, y en menor medida a Francisco Pizarro, en nuevos héroes a la altura de los mencionados. Esa imagen fascinó y convenció a lo largo de los años, sobre todo en un país en el que no hubo grandes “héroes” a partir del siglo XVII.

¿Existe algún conquistador que destacara por su compasión?
Yo diría que nos encontramos en general con personas que utilizan la crueldad sólo cuando era necesario, el problema es que lo fue muy a menudo teniendo en cuenta las características de la conquista hispana de las Indias: contingentes hispanos muy reducidos, necesidad de imponerse sobre grandes poblaciones aborígenes, necesidad de demostrar firmeza ante los amerindios aliados…

¿Considera que fueron excesivas las medidas que se tomaron?

Las medidas que se tomaron fueron muy duras. La conquista de América fue un proceso terrible, muy alejado de la imagen idílica que habitualmente se tiene. No fue en absoluto un conflicto de baja intensidad. Fue una guerra muy dura bajo el paraguas jurídico-religioso del derecho hispano a su presencia en aquellas tierras con el único interés por la civilización y la evangelización de sus habitantes, cuando más bien lo que se escondía era un deseo brutal por obtener riquezas. Como se ha afirmado, la codicia fue el verdadero motor de la conquista. Leyendo numerosos testimonios de la época es evidente que fue así.

¿Cree que la conquista del territorio podía haberse llevado a cabo de una manera menos sangrienta?

Sinceramente, creo que no. Creo haber demostrado en mi libro que existió toda una tradición bélica a la hora de enfrentarse a un enemigo diferente, distinto, al europeo. En sus razzias en el norte de África, en la guerra de Granada, en la conquista de Canarias y en los primeros años de presencia hispana en las Antillas (y Panamá), los españoles fueron perfeccionando unas formas de enfrentarse a dichas poblaciones que culminarían en las conquistas de México y Perú. Se trataba de usar el terror para imponerse de manera contundente a un enemigo difícil que podía, en un momento dado, complicar mucho las cosas.

¿Culturalmente cree que la colonización fue positiva?

Claramente, de la atomización cultural aborigen imperante antes de 1492 se pasó a una cierta uniformidad cultural, pero una y otra vez se nos quiere dar a entender que sólo por la adquisición de un idioma europeo el beneficio obtenido puede justificar cualquier exceso cometido, y hay quien duda de que se cometieran excesos. En el caso de América, el etnocidio cultural cometido durante y después de la etapa colonial hispana es evidente.

Respecto a ese tema Carmen Iglesias, miembro de la RAE, declaraba hace poco que “A veces, la leyenda negra predomina, pero les dejamos una herramienta de unidad como es el español”. ¿Qué opina de ese punto de vista?

Es la típica reacción de aquel que, conociendo los muchos excesos cometidos, tiene que buscar una justificación adecuada. Y el idioma, por lo que vemos, es esa justificación. Sería algo así como la herencia amable recibida.

¿Cuántas tribus indígenas pudieron perderse o esclavizarse?
No soy especialista en etnología y, por lo tanto, no puedo ofrecer respuestas concretas. Lo que está claro es que numerosos grupos humanos sufrieron mucho con las guerras de conquista: hubo no sólo matanzas, sino también desplazamientos humanos importantes y ello tuvo consecuencias. Dicha circunstancias alteraban los equilibrios de poder en diversas regiones y todo ello tenía sus repercusiones en forma de nuevos conflictos. También es conocida la táctica hispana de usar los conflictos interétnicos en su provecho: se obtenían indios aliados y se les incitaba a la lucha contra sus enemigos aborígenes. Es de sobra conocido como poblaciones enteras en las islas Bahamas, La Española (Haití y República Dominicana actuales), en la costa de la actual Venezuela, en Panamá, en Ecuador y Colombia actuales, etc., resultaron muy mermadas.

Por otro lado, si bien la Monarquía procuró evitar en la medida de sus posibilidades la esclavitud del indio, lo cierto es que casi todas las poblaciones aborígenes sufrieron un trato equivalente al de la esclavitud

En el libro se citan muchas fuentes, basadas en testimonios, pero muchas de ellas se contradicen en las cifras, ¿qué es más normal en los documentos históricos la exageración o el esconder los hechos reales?
Siempre hay exageraciones a la hora de presentar, por ejemplo, los efectivos del enemigo, porque de esa manera justificamos y magnificamos no sólo la victoria conseguida, sino también las medidas terribles que se hubiesen podido tomar. Por otro lado, he detectado algunos casos en los que hubo una clara voluntad más que por esconder, por reducir a la baja las consecuencias de determinadas conductas basadas en la crueldad, en el terror. El problema es que numerosos historiadores de las últimas décadas, tanto españoles como extranjeros, han exhibido una cierta voluntad por “maquillar” mediante el lenguaje utilizado algunos pasajes de la conquista bastante conflictivos. No me atrevería a hablar de autocensura, pero estaríamos en el límite de la misma. Por otro lado, creo haber detectado entre algunos hispanistas un verdadero esfuerzo por justificar la conquista hispana de América de la mejor forma posible, dado que eran muy conscientes de los excesos cometidos por la denominada “leyenda negra”, un conjunto de opiniones que, en general, se caracterizan por ser muy burdas intelectualmente hablando.
Y TAMBIÉN…
Hernando de Soto, el fiero conquistador que recorrió Estados Unidos en busca de riquezas.
Emprendió en 1539 una expedición de más de 6.000 kilómetros por lo que hoy son diez estados norteamericanos sin hallar los tesoros soñados y con sangrientos conflictos con los nativos.
Manuel Trillo | ABC, 2013-07-15
http://www.abc.es/historia-militar/20130712/abci-hernando-soto-conquistador-201307111340.html