martes, 24 de junio de 1980

#hemeroteca #trans #testimonios | Violeta la Burra

Imagen: Google Imágenes / Violeta La Burra y su madre. 1978. Fotografía de Humberto Rivas
Violeta la Burra.
Francisco Umbral | El País, 1980-06-24
https://elpais.com/diario/1980/06/24/sociedad/330645608_850215.html

Va de petenera desvencijada o de violetera contracultural, entre los metales nocturnos, bajo ese sol de los muertos que es la luna. Va de melenita negra, barba con granos, blusa de flores y sandalias ambiguas, en la mañana laboral y contractual. Violeta la Burra, artista fina del género español se llama Pedro, tiene 43 años y es de un pueblo de Sevilla.
-Que mi mare desía que quiero un varón, que quiero un varón, cuando iba a nacé yo, aversimentiendes, que quiero un varón, que quiero un varón, la pobresita, y nasí yo.

Andalucía, esa inmensa Andalucía atroz, que no crece, que no la dejan crecer por el 143 ni por el 151, ha dado siempre y da el pueblo más original y oriental/ occidental de España, un pueblo que dos veces por siglo entra a saco en las tierras del señorito, hasta morir litografiado de sangre entre los trigos, un pueblo que, individualmente, se salva y desclasa en la espiral del torero, el «torbellino de colores» de Lola, que le dijo Pemán, o la noche oscura del alma y la garganta de Manolo Caracol. El andaluz que no quiere morir de pie la muerte del paro, antes se hacía torero, cantaor o folklórica: ahora se hace travesti.

-Ya tú ves, miarma; yo, de mujé, nada, miarma, pero me ha ido muy bien en el arte, ya ves cómo me arreglo, lo guapa que me pongo, todo los días compro frores nuevas, miarma, para la cabesa, y aquí, en la grande siudade, hay porveni y comprensión para nozotro loartizta.

Hemos ido juntos a un sitio oficial y ha sido un cante cuando el conserje nos ha pedido el carné de identidad, y Violeta, tan hembra, ha sacado su carné virilísimo: el conserje miraba el carné y la miraba a ella/él y volvía a lo mismo:

-Pero éste será el carné de su marido.

-Que es er mío, señó, que soy artizta.

Andalucía, siempre machiembrada, entre el 143 y el 151, entre el lujo metafórico de Góngora y la miseria y el tracoma de los niños almerienses, Andalucía es Violeta la Burra. Andalucía, de la que los oligarcas madrileños sólo toman un torero, una Tirana, una Lola, un Caracol, como flor exquisita de percal popular. Andalucía, que ha sido planchada en un disco, decorada con lunares de pólvora en la bata de cola que es su día inmenso y general. Andalucía, donde hoy arden cosechas como en la República -«ahora vais a comer República»-, por no dar trabajo ni pagar mano de obra, según dicen que dicen que me han dicho. Andalucía, asesinada en Lorca, renaciente en Felipe, trocada y trucada en Violeta la Burra para no ser mujer ni hombre, perder su identidad entre dos párrafos constitucionales que no entiende, como la ha perdido Violeta, que antes era la Dulce y ahora es la Burra y se come las flores. Andalucía.

-Le peó fue, miarma, cuando de chiquitiyo le dije yo a mi mare de que si podía depilarme un poco las cejas. «Pero sólo unos pelitos», me desía la pobre. Ahí empesó tó y aquí me tiés triunfando.

Hace en su show una Violetera, con nabos y butifarras, que viene a destruir uno de los totems infraculturales del sentimentalismo nacional, una Violetera desgarrada y macho, que nos despoja para siempre de la querencia familiar y kitsch de Raquel Meller. Es una agresión a la burguesía que silba de oído el tiempo pasado, porque todo tiempo pasado fue mejor, cuando la verdad es que en todo tiempo se han fusilado andaluces, quemado cosechas, criado niños a los que el tracoma hace sagrados.

-Y tú que ere tan importante, un señó tan importante, un ezcritó, yo no te leído ná, pero lo zé. Ay, Dió mío, y el Gran Podé, que nunca morvida.

Religiosa y supersticiosa, la Andalucía amarga del Amargo, tan bien escrita por Barrios, y por Grosso, y por Halcón. Tras la complacencia señoril de Valera, Rivas y Alarcón. Andalucía es Violeta la Burra, mitad burra de carga, mitad violeta de Juan Ramón, que pierde su identidad en un travesti o se suicida de amor como Belmonte. Pero se recupera, eterna, en cuanto Alberti recita o Alfonso Guerra pega cuatro gritos.