Imagen: El País / Fransuá, transexual asesinada en 1989 |
Perú vivió sumido en una guerra durante más de 20 años. Uno de los colectivos más perseguidos fue el de los homosexuales.
Antonio López Díaz | El País, 2016-04-04
http://elpais.com/elpais/2016/04/01/planeta_futuro/1459513097_580273.html
Son las dos de la tarde de un día cualquiera de principios de los años noventa en la ciudad peruana de Tarapoto. Las campanas de la iglesia suenan siete veces y, a pesar de que aún quedan unas horas para el inicio del toque de queda, las calles se vacían repentinamente. Alguien está a punto de morir, es la señal de que los asesinos van a actuar.
Durante casi 20 años, Perú vivió sumido en la oscuridad de una guerra cruel, larga y despiadada. Los enfrentamientos entre el ejército y las guerrillas de Sendero Luminoso y MRTA dejaron más de 70.000 muertos. Soldados, revolucionarios, campesinos… Inocentes, familias enteras, hijos del pueblo, hombres honrados, humildes trabajadores… y homosexuales. El Movimiento Homosexual de Lima (MHOL) estima que más de 500 personas fueron asesinadas entre ambos bandos por su condición sexual.
Los grupos terroristas seguían las teorías maoístas sobre el pensamiento único y el control total de las actividades realizadas por los pobladores de sus áreas de influencia, y se vieron con el don de decidir sobre el bien y el mal, sobre lo moral y lo correcto. En las décadas de los ochenta y noventa, la ciudad de Tarapoto, puerta de la amazonia peruana, fue escenario de enfrentamientos entre el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) y el ejército. Sus habitantes sufrían la violencia de ambos bandos, toques de queda, secuestros, asesinatos.
Dentro de su plan de estrategia el MRTA puso en marcha la llamada limpieza social. Los homosexuales, drogadictos y maleantes pasaron a convertirse en su objetivo denominándolos “Los Indeseables”. Esta limpieza social fue puesta en práctica por los emerretistas que formaban el frente Nororiental en la ciudad de Tarapoto. En aquellos años, solo quedaron dos o tres homosexuales en la ciudad. Lo cuenta ahora Natividad Vázquez Lorenzo, un peluquero conocido en el ámbito homosexual de Tarapoto. "Las personas con diferentes orientaciones sexuales son las que más han sufrido acá, pero también dependía de su conducta”, afirma. Travestis y trabajadoras sexuales fueron los grupos más castigados. “Tenían que salir y vender sus negocios, abandonarlo todo”.
Natividad recuerda que en la discoteca Las Gardenias organizaban el concurso Miss gay de forma clandestina. “No era abierto al público, no se podía, eran reuniones ocultas”. Poco después, el 31 de mayo de 1989 en ese mismo bar, ocurrió uno de los crímenes con más repercusión: el asesinato de ocho travestis y gays acusados por los emerretistas de ser “lacras sociales utilizadas para corromper a la juventud”. Natividad y Lucho están de acuerdo en que entre las víctimas no había nada más que delincuentes, ningún homosexual. “Lo que se difundió fue otra cosa, quizá nació de la prensa”. En memoria a este crimen, el 31 de mayo fue declarado en Perú el Día Nacional de Lucha contra la Violencia y Crímenes de Odio hacia Lesbianas, Trans, Gays y Bisexuales.
Los terroristas bajaban de la selva o aparecían de la nada. Muchos de ellos vivían en la ciudad como un vecino más, ajusticiaban o secuestraban y desparecían de nuevo. Los cuerpos sin vida eran abandonados en los cementerios o en la calle, como el caso de un joven homosexual que fue hallado muerto en febrero de 1989 con un cartel que rezaba "así mueren los maricones”. Era frecuente ver cuerpos rio abajo arrastrados por la corriente. Al ejército se le temía igual, cualquiera que resultara sospechoso podía desaparecer para siempre. “La lucha armada era necesaria, consiguió poner esta tierra en el mapa” declara Sistero García Torres, por entonces conocido como Comandante Ricardo. Él fue jefe del Frente Nororiental de la Selva, uno de los batallones más activos del MRTA, entre 1987 y 1992.
El MRTA fue acogido en un principio de buen agrado por la población. Su objetivo era derrocar al Gobierno burgués y capitalista mediante la lucha armada de guerrillas. El triunfo de vecinas revoluciones, desde Cuba a Nicaragua, hizo crecer las esperanzas en una población ahogada por las diferencias sociales. La limpieza social estaba bien vista por la mayoría de los ciudadanos. “Un sector de los pobladores aceptó como oportunos estos ajusticiamientos; más aún, algunos núcleos poblacionales llegaron a demandar la presencia de los subversivos para realizar campañas de limpieza” se indica en el informe que desarrollo la CVR, Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Para Sistero no existió un alineamiento del MRTA en ese sentido, y califica la limpieza social como un terrible error de un mando militar de la zona que fue trasladado y expulsado. Sistero fue reemplazado por sus superiores y abandonó el MRTA junto a 120 de sus hombres. Mientras, sus antiguos compañeros ordenaron su captura. La intervención del ejército lo salvó y marcó el final del movimiento revolucionario. El Comandante Ricardo se acogió a la ley de arrepentimiento tras tres años de cárcel y hoy es un ciudadano libre. El apoyo de la población despareció mucho antes, al darse cuenta de los abusos que cometían los guerrilleros: asaltos, petición de cupos, control del tráfico de drogas…
El ‘modus operandi’ de los terroristas consistía en enviar una carta anónima a esos "indeseables” con la que invitaban al receptor a abandonar la zona o “regenerarse”. Si no cumplía sería ajusticiado. Lucho González recuerda el caso de su amigo Salomón, una de las primeras víctimas del colectivo LGTB. “Lo mataron ahorcado en la pista del aeropuerto”, lamenta.
Fransuá regentaba un conocido salón de Belleza en Tarapoto y vivía con naturalidad su condición de transexual. Sus allegados le advertían del peligro que corría, pero ella estaba tranquila. “¿Por qué me van a matar si yo no he hecho nada y además les doy plata, ropa y comida?”, solía decir. Fue asesinada de un tiro en la cabeza una tarde de septiembre de 1989. Su hermano Roger Pinchi Vásquez cuenta, conmovido, la historia del sufrimiento de su familia. Roger fue secuestrado durante ocho días, golpeado y violado hasta que alguien sacó de su error a los terroristas, que lo habían confundido con su hermana. Su mujer fue también atacada por los mismos, acusada de “soplona”. La dejaron al borde de la muerte. Mientras Roger trasladaba a un hospital de Lima a su esposa, Fransuá fue asesinada.
Roger confiesa que se casó para ocultar su condición de homosexual, y ahora trabaja en su propia peluquería mientras litiga con el Gobierno para que le devuelva la plaza de profesor que abandonó cuando huyó de todo el horror que había vivido. Asegura que recientemente supo que el asesino de su hermana fue un primo hermano emerretista que no podía tolerar la vergüenza de Fransuá en la familia.
La madre de Simón tenía un bar en una parte de la casa familiar. Él era un adolescente por aquel entonces y sus maneras dejaban claro hacia donde se había desarrollado su sexualidad. Siempre le llamó la atención que los emerretistas no se metieran con él, pero más aún le sorprendían las visitas continuas de los terroristas al bar de su madre. Una noche su hermana mayor, estudiante de medicina con quien compartía habitación, apareció con la ropa ensangrentada y muy agitada. A cambio de su silencio, le declaró a Simón que andaba con los guerrilleros. Ella compartía sus ideales y les curaba las heridas. Acababan de secuestrar y descuartizar con una sierra mecánica a un sospechoso de colaborar con los militares.
Aquella noche Simón comprendió que su hermana era uno de ellos. Todo el miedo que profesaba hacia los guerrilleros, la sensación de desprotección que le paralizaba al salir a la calle, la turbación que hacía que sus piernas volaran para llegar a casa cuando se acercaba la hora del toque de queda... Todos esos fantasmas se reencarnaban en la persona que más quería. Simón pronto comprendió que no solo era su hermana, era su ángel de la guardia.
La historia de Simón va más allá en el sentido estricto de la expresión. Su madre cerró el bar y él es ahora un hombre adulto con un puesto importante en el organigrama de la ciudad de Tarapoto. Medio avergonzado confiesa que en la casa de su madre, su propia familia y los amigos que han pasado por allí han notado presencias, imágenes y conversaciones de los guerrilleros que encontraron un refugio seguro en aquel bar y que todos posteriormente sufrieron una muerte violenta.
Entre los desparecidos que dejó el conflicto peruano también hay terroristas que jamás aparecieron ni vivos ni muertos. Es frecuente escuchar contar a algún vecino de Tarapoto el método que empleaban los militares para hacer desaparecer a los terroristas. Después de torturarlos, los herían a machetazos, los metían en un saco y luego un helicóptero los dejaba caer en medio de la selva.
Tarapoto es hoy en día una ciudad tolerante con la comunidad homosexual. Aún quedan reticencias, como el compromiso del aspirante a la alcaldía de la ciudad en los comicios de 2014 Rubén del Águila del Movimiento Político Nueva Amazonía de rebajar la cifra de homosexuales. La sociedad ha ido evolucionando en la forma de tolerar a los LGTB gracias al trabajo de concienciación de organizaciones como DISAM entre muchas otras. En la actualidad se organizan campeonatos de futbol sala gay, concursos de belleza gay, y no es extraño ver a una pareja del mismo sexo besándose o bailando en una discoteca.
El camino no fue sencillo. Las distintas asociaciones LGTB apostaron por educar a la población, dejar de esconderse. Hacia el año 2000 decidieron participar en el concurso del desfile de carrozas organizado con motivo del aniversario de la fundación de Tarapoto. La cámara de comercio y el Club de leones, ambos organizadores del evento, pusieron el grito en el cielo. Tras su renuncia, la municipalidad se hizo cargo de la organización. La carroza salió acompañada de más de cien homosexuales vestidos para la ocasión y recibió la aprobación y los aplausos de la población. No ganaron el concurso pero ese día dieron un gran paso: se mostraron ante la sociedad tal como son.
Durante casi 20 años, Perú vivió sumido en la oscuridad de una guerra cruel, larga y despiadada. Los enfrentamientos entre el ejército y las guerrillas de Sendero Luminoso y MRTA dejaron más de 70.000 muertos. Soldados, revolucionarios, campesinos… Inocentes, familias enteras, hijos del pueblo, hombres honrados, humildes trabajadores… y homosexuales. El Movimiento Homosexual de Lima (MHOL) estima que más de 500 personas fueron asesinadas entre ambos bandos por su condición sexual.
Los grupos terroristas seguían las teorías maoístas sobre el pensamiento único y el control total de las actividades realizadas por los pobladores de sus áreas de influencia, y se vieron con el don de decidir sobre el bien y el mal, sobre lo moral y lo correcto. En las décadas de los ochenta y noventa, la ciudad de Tarapoto, puerta de la amazonia peruana, fue escenario de enfrentamientos entre el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) y el ejército. Sus habitantes sufrían la violencia de ambos bandos, toques de queda, secuestros, asesinatos.
Dentro de su plan de estrategia el MRTA puso en marcha la llamada limpieza social. Los homosexuales, drogadictos y maleantes pasaron a convertirse en su objetivo denominándolos “Los Indeseables”. Esta limpieza social fue puesta en práctica por los emerretistas que formaban el frente Nororiental en la ciudad de Tarapoto. En aquellos años, solo quedaron dos o tres homosexuales en la ciudad. Lo cuenta ahora Natividad Vázquez Lorenzo, un peluquero conocido en el ámbito homosexual de Tarapoto. "Las personas con diferentes orientaciones sexuales son las que más han sufrido acá, pero también dependía de su conducta”, afirma. Travestis y trabajadoras sexuales fueron los grupos más castigados. “Tenían que salir y vender sus negocios, abandonarlo todo”.
Natividad recuerda que en la discoteca Las Gardenias organizaban el concurso Miss gay de forma clandestina. “No era abierto al público, no se podía, eran reuniones ocultas”. Poco después, el 31 de mayo de 1989 en ese mismo bar, ocurrió uno de los crímenes con más repercusión: el asesinato de ocho travestis y gays acusados por los emerretistas de ser “lacras sociales utilizadas para corromper a la juventud”. Natividad y Lucho están de acuerdo en que entre las víctimas no había nada más que delincuentes, ningún homosexual. “Lo que se difundió fue otra cosa, quizá nació de la prensa”. En memoria a este crimen, el 31 de mayo fue declarado en Perú el Día Nacional de Lucha contra la Violencia y Crímenes de Odio hacia Lesbianas, Trans, Gays y Bisexuales.
Los terroristas bajaban de la selva o aparecían de la nada. Muchos de ellos vivían en la ciudad como un vecino más, ajusticiaban o secuestraban y desparecían de nuevo. Los cuerpos sin vida eran abandonados en los cementerios o en la calle, como el caso de un joven homosexual que fue hallado muerto en febrero de 1989 con un cartel que rezaba "así mueren los maricones”. Era frecuente ver cuerpos rio abajo arrastrados por la corriente. Al ejército se le temía igual, cualquiera que resultara sospechoso podía desaparecer para siempre. “La lucha armada era necesaria, consiguió poner esta tierra en el mapa” declara Sistero García Torres, por entonces conocido como Comandante Ricardo. Él fue jefe del Frente Nororiental de la Selva, uno de los batallones más activos del MRTA, entre 1987 y 1992.
El MRTA fue acogido en un principio de buen agrado por la población. Su objetivo era derrocar al Gobierno burgués y capitalista mediante la lucha armada de guerrillas. El triunfo de vecinas revoluciones, desde Cuba a Nicaragua, hizo crecer las esperanzas en una población ahogada por las diferencias sociales. La limpieza social estaba bien vista por la mayoría de los ciudadanos. “Un sector de los pobladores aceptó como oportunos estos ajusticiamientos; más aún, algunos núcleos poblacionales llegaron a demandar la presencia de los subversivos para realizar campañas de limpieza” se indica en el informe que desarrollo la CVR, Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Para Sistero no existió un alineamiento del MRTA en ese sentido, y califica la limpieza social como un terrible error de un mando militar de la zona que fue trasladado y expulsado. Sistero fue reemplazado por sus superiores y abandonó el MRTA junto a 120 de sus hombres. Mientras, sus antiguos compañeros ordenaron su captura. La intervención del ejército lo salvó y marcó el final del movimiento revolucionario. El Comandante Ricardo se acogió a la ley de arrepentimiento tras tres años de cárcel y hoy es un ciudadano libre. El apoyo de la población despareció mucho antes, al darse cuenta de los abusos que cometían los guerrilleros: asaltos, petición de cupos, control del tráfico de drogas…
El ‘modus operandi’ de los terroristas consistía en enviar una carta anónima a esos "indeseables” con la que invitaban al receptor a abandonar la zona o “regenerarse”. Si no cumplía sería ajusticiado. Lucho González recuerda el caso de su amigo Salomón, una de las primeras víctimas del colectivo LGTB. “Lo mataron ahorcado en la pista del aeropuerto”, lamenta.
Fransuá regentaba un conocido salón de Belleza en Tarapoto y vivía con naturalidad su condición de transexual. Sus allegados le advertían del peligro que corría, pero ella estaba tranquila. “¿Por qué me van a matar si yo no he hecho nada y además les doy plata, ropa y comida?”, solía decir. Fue asesinada de un tiro en la cabeza una tarde de septiembre de 1989. Su hermano Roger Pinchi Vásquez cuenta, conmovido, la historia del sufrimiento de su familia. Roger fue secuestrado durante ocho días, golpeado y violado hasta que alguien sacó de su error a los terroristas, que lo habían confundido con su hermana. Su mujer fue también atacada por los mismos, acusada de “soplona”. La dejaron al borde de la muerte. Mientras Roger trasladaba a un hospital de Lima a su esposa, Fransuá fue asesinada.
Roger confiesa que se casó para ocultar su condición de homosexual, y ahora trabaja en su propia peluquería mientras litiga con el Gobierno para que le devuelva la plaza de profesor que abandonó cuando huyó de todo el horror que había vivido. Asegura que recientemente supo que el asesino de su hermana fue un primo hermano emerretista que no podía tolerar la vergüenza de Fransuá en la familia.
La madre de Simón tenía un bar en una parte de la casa familiar. Él era un adolescente por aquel entonces y sus maneras dejaban claro hacia donde se había desarrollado su sexualidad. Siempre le llamó la atención que los emerretistas no se metieran con él, pero más aún le sorprendían las visitas continuas de los terroristas al bar de su madre. Una noche su hermana mayor, estudiante de medicina con quien compartía habitación, apareció con la ropa ensangrentada y muy agitada. A cambio de su silencio, le declaró a Simón que andaba con los guerrilleros. Ella compartía sus ideales y les curaba las heridas. Acababan de secuestrar y descuartizar con una sierra mecánica a un sospechoso de colaborar con los militares.
Aquella noche Simón comprendió que su hermana era uno de ellos. Todo el miedo que profesaba hacia los guerrilleros, la sensación de desprotección que le paralizaba al salir a la calle, la turbación que hacía que sus piernas volaran para llegar a casa cuando se acercaba la hora del toque de queda... Todos esos fantasmas se reencarnaban en la persona que más quería. Simón pronto comprendió que no solo era su hermana, era su ángel de la guardia.
La historia de Simón va más allá en el sentido estricto de la expresión. Su madre cerró el bar y él es ahora un hombre adulto con un puesto importante en el organigrama de la ciudad de Tarapoto. Medio avergonzado confiesa que en la casa de su madre, su propia familia y los amigos que han pasado por allí han notado presencias, imágenes y conversaciones de los guerrilleros que encontraron un refugio seguro en aquel bar y que todos posteriormente sufrieron una muerte violenta.
Entre los desparecidos que dejó el conflicto peruano también hay terroristas que jamás aparecieron ni vivos ni muertos. Es frecuente escuchar contar a algún vecino de Tarapoto el método que empleaban los militares para hacer desaparecer a los terroristas. Después de torturarlos, los herían a machetazos, los metían en un saco y luego un helicóptero los dejaba caer en medio de la selva.
Tarapoto es hoy en día una ciudad tolerante con la comunidad homosexual. Aún quedan reticencias, como el compromiso del aspirante a la alcaldía de la ciudad en los comicios de 2014 Rubén del Águila del Movimiento Político Nueva Amazonía de rebajar la cifra de homosexuales. La sociedad ha ido evolucionando en la forma de tolerar a los LGTB gracias al trabajo de concienciación de organizaciones como DISAM entre muchas otras. En la actualidad se organizan campeonatos de futbol sala gay, concursos de belleza gay, y no es extraño ver a una pareja del mismo sexo besándose o bailando en una discoteca.
El camino no fue sencillo. Las distintas asociaciones LGTB apostaron por educar a la población, dejar de esconderse. Hacia el año 2000 decidieron participar en el concurso del desfile de carrozas organizado con motivo del aniversario de la fundación de Tarapoto. La cámara de comercio y el Club de leones, ambos organizadores del evento, pusieron el grito en el cielo. Tras su renuncia, la municipalidad se hizo cargo de la organización. La carroza salió acompañada de más de cien homosexuales vestidos para la ocasión y recibió la aprobación y los aplausos de la población. No ganaron el concurso pero ese día dieron un gran paso: se mostraron ante la sociedad tal como son.
Y TAMBIÉN…
“Un católico no puede dar su voto a un candidato que apoye el aborto”.
Un arzobispo peruano califica de "pecado mortal" apoyar en las presidenciales a políticos que apoyen el matrimonio gay o la interrupción del embarazo.
El País, 2016-03-30
http://elpais.com/elpais/2016/03/30/videos/1459338464_979215.html