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viernes, 17 de mayo de 2019

#hemeroteca #lgtbifobia | «Soy mujer, soy trans, soy migrante; las etiquetas que imposibilitan integrarse en una sociedad»

Imagen: National Geographic / Fotografía de Jorge Saavedra
«Soy mujer, soy trans, soy migrante; las etiquetas que imposibilitan integrarse en una sociedad»
Hoy, Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, 72 países del mundo aún condenan las relaciones entre personas del mismo sexo.
Cristina Crespo Garay | National Geographic, 2019-05-17
https://www.nationalgeographic.es/historia/2019/05/soy-mujer-trans-migrante-son-las-etiquetas-que-imposibilitan-integrarse-en-sociedad

«Hoy, he decidido soñar. Soñar libremente con alguien a quien pueda contar todo, con quien pueda abrir mi corazón». Así da comienzo el documental de Eli Jean Tahchi, que relata cómo miles de personas de la comunidad LGTBIQ+ graban sus historias en cintas para tratar de encontrar asilo en otros países.

A día de hoy, siete de cada diez personas LGTBI aún se ven obligadas a ocultar su orientación sexual. A pesar de que, cuando escuchamos las cifras de la homofobia y la transfobia, parezca que nos hubiéramos trasladado un par de siglos atrás, la realidad a día de hoy continúa siendo escalofriante.

Aún 173 países prohíben casarse con alguien del mismo sexo, 22 estados cuentan con ‘leyes morales’ contra homosexuales y, de los 72 países que persiguen el amor según el género que lo practique, ocho lo hacen incluso con la pena de muerte, según datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

En Irán, Arabia Saudí, Yemen, Sudán, algunas provincias de Somalia y Nigeria, e Irak y Siria en las zonas controladas por el Dáesh, amar libremente es una completa utopía, y hacerlo a escondidas tiene un alto precio a pagar.

¿Y en España?
De los 59 países europeos evaluados en la octava edición de la Revisión anual de ILGA-Europa 2019 (Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersexuales), España se encuentra en noveno lugar con un 67% de los objetivos del informe conseguidos. Pero aún queda mucho camino por recorrer.

Hasta el pasado año, la transexualidad aún estaba catalogada de forma internacional como enfermedad mental. La Organización Mundial de la Salud marcaba en junio un punto clave en su normalización al excluirla como enfermedad mental de la Clasificación Internacional de Enfermedades.

“La transfobia cruza todas las fronteras de los colectivos sociales”, cuenta a National Geographic España Fabiana Castro Hernández, mujer transexual y migrante que reside en España desde hace 3 años. “Yo no esperaba que desde el propio colectivo LGTBI fueran a tener prejuicios hacia mí, pero me di cuenta de que hay transfobia en todos los rincones de la sociedad. “Ahora, aparte de estar buscándome un espacio como mujer trans, también me lo tengo que buscar como mujer migrante, y ahí se me cierran muchas más puertas”.

Una vida luchando por derribar prejuicios
Tras una vida luchando contra la transfobia en todos los aspectos de su vida, Fabiana también tiene que luchar a diario contra el machismo, dentro incluso del propio colectivo. “Ahora que estoy en España, yo veo en mi proceso migratorio a hombres trans que están aceptados socialmente. Como la sociedad es machista, los hombres trans suben un escaño, sin embargo nosotras como mujeres vamos en retroceso”.

A la lucha por una orientación sexual libre se suma la lucha por una identidad de género también libre y por la igualdad de derechos de las mujeres, y de los migrantes. “Hay una permisibilidad y una libertad social muy fuerte de agredirte cuando eres una mujer trans”, afirma Fabiana, que lo afronta como un desafío diario convertido en un reto y una motivación personal para eliminar los prejuicios de la sociedad y visibilizar la diversidad.

De Latinoamérica a España
Entre 2008 y 2016, fueron registrados 2.600 asesinatos a personas transexuales; el 78% en Latinoamérica. Fabiana llegó a España huyendo del miedo que comenzó a sentir en su país. “Sucedieron cosas que me alertaron sobre mi integridad, y entonces ya me quedé aquí. Tú sabes cómo funcionan las cosas en México: las personas desaparecen, son agredidas e incluso cortan las cabezas de quienes están liderando los distintos movimientos sociales, y desde 2008 yo estaba trabajando en defensa de los derechos de las personas LGTB en el norte de México”.

Al margen del estigma social e incluso las agresiones, derechos como encontrar piso donde vivir o un trabajo digno se ven en tela de juicio por la transfobia que aún queda arraigada en nuestra sociedad.

“En México acostumbrábamos a ayudar a las personas migrantes que querían pasar a EEUU, para conseguirles comida, servicios médicos y lugares donde dormir. Yo en mi vida me había planteado la posibilidad de ser migrante, de pasar de ser la que ayudaba a ser la que busca las ayudas”, cuenta Fabiana.

“He tenido compañeras que un día están y luego ya no. Yo, mientras esté, seguiré trabajando en pro de los derechos de las que vienen detrás de mí. Debemos aprender a respetar a todas las personas de este mundo diverso, y entender que la diversidad nos enriquece, pero es el respeto lo que nos une”.

miércoles, 27 de junio de 2018

#hemeroteca #lgtbi #testimonios | 12 personalidades LGBT históricas que cambiaron el mundo

Imagen: National Geographic / Bayard Rustin
12 personalidades LGBT históricas que cambiaron el mundo.
Activistas, artistas, médicos y escritores que ejercieron una influencia duradera en comunidades de distintos puntos del planeta.
National Geographic, 2018-06-27
https://www.nationalgeographicla.com/historia/2018/06/12-personalidades-lgbt-historicas-que-cambiaron-el-mundo

El Orgullo es un momento de celebración y aceptación. Se izan banderas arcoíris, la gente acude en tropel a los desfiles y las personas identificadas dentro del movimiento LGTB y sus defensores portan sus mejores accesorios del Orgullo. Pero también es un momento para homenajear a las personas que han allanado el camino del activismo por los derechos de los homosexuales y trans, como Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson, o que se han convertido en iconos culturales a través de su obra, como Virginia Woolf o Ifti Nasim.

En honor al Mes del Orgullo, descubre algunas de las personalidades LGTB más prominentes de la historia y sus efectos duraderos.

Sylvia Rivera
Sylvia Rivera era latina, queer y drag queen autoproclamada. Luchó incansablemente por los derechos transgénero, así como por los derechos de las personas no conformes con su género. Tras los disturbios de Stonewall, donde se dice que lanzó el primer ladrillo, Rivera fundó S.T.A.R. (Street Transvestite Action Revolutionaries), una organización centrada en proporcionar refugio y apoyo a la juventud queer sin hogar, con Marsha P. Johnson. También luchó contra la exclusión de las personas transgénero de la Ley de no discriminación por orientación sexual de Nueva York. Fue una activista hasta su lecho de muerte, y se reunió con la organización Empire State Pride Agenda para hablar de la inclusión trans.

Marsha P. Johnson
Marsha P. Johnson fue una mujer transexual negra, trabajadora sexual y activista que pasó gran parte de su vida luchando por la igualdad. Ejerció de figura materna para las drag queen, las mujeres trans y la juventud sin hogar de Christopher Street, en la ciudad de Nueva York. Estuvo junto a Sylvia Rivera al comienzo de los disturbios de Stonewall y juntas fundaron S.T.A.R. Johnson, junto con Rivera, fue una figura central al principio del movimiento de liberación gay en los años 70 en Estados Unidos.

Josephine Baker
Josephine Baker fue una famosa artista de la Era del Jazz y se identificaba como bisexual. Fue una de las artistas afroamericanas de más éxito en la historia francesa y usó su fama para defender la supresión de la segregación, negándose a actuar en locales segregados y hablando en la Marcha sobre Washington en 1963. Baker también trabajó como espía para los franceses durante la Segunda Guerra Mundial, transmitiendo secretos que escuchaba mientras actuaba para soldados alemanes.

Karl Heinrich Ulrichs
Ulrichs es para muchos el pionero del movimiento gay moderno y la primera persona que "salió del closet" públicamente. De hecho, Volkmar Sigusch, un destacado estudioso alemán sobre ciencia sexual, lo describió como "el pionero más decisivo e influyente en la emancipación homosexual en la historia mundial". Ulrichs era juez en Alemania, pero le obligaron a dimitir en 1854 cuando un colega descubrió que era gay. Tras dimitir, se convirtió en activista por los derechos homosexuales. Escribió panfletos sobre ser gay en Alemania y, el 29 de agosto de 1867, Ulrichs habló en Múnich en el Congreso de Juristas para demandar la igualdad de derechos legales para todas las sexualidades.

Michael Dillon
Michael Dillon fue el primer hombre trans que se sometió a una faloplastia, o la construcción quirúrgica de un pene. También se cree que fue la primera persona que se sometió a terapia con testosterona para empezar su transición. Más adelante, Dillon se convirtió en médico y acabó sirviendo como médico naval. Sin embargo, la prensa descubrió que, al nacer, a Dillon se le había asignado género femenino, y la atención mediática hizo que huyera a la India. Allí hizo votos para convertirse en monje en un monasterio budista.

Virginia Woolf
La emblemática escritora feminista se casó con Leonard Woolf al mismo tiempo que tenía una aventura con la escritora Vita Sackville-West, abiertamente bisexual. Cuando escribió sobre la aventura y su matrimonio, Woolf dijo en su diario: "La verdad es que una tiene cabida para muchas relaciones".Se cree que su novela, ‘Orlando’, es una carta de amor a su relación con Sackville-West. El hijo de Sackville-West describió la novela como "la carta de amor más larga y encantadora de la literatura".

Bayard Rustin
Bayard Rustin era íntimo amigo y asesor de Martin Luther King Jr., y organizador de la Marcha sobre Washington de 1963. Sin embargo, por ser abiertamente gay, no obtuvo un amplio reconocimiento por su papel fundamental en el movimiento de los derechos civiles. La sexualidad de Rustin se usó en su contra y en contra del Dr. King por parte de sus opositores, que amenazaron con difundir mentiras sobre su relación. Esto obligó a Rustin a trabajar en la sombra para evitar traer más polémica al Dr. King y la Marcha sobre Washington. Pese a esto, Rustin siguió siendo activista gay y político, y trabajó para que la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) prestase atención a la crisis del SIDA.

Eleanor Roosevelt
La ex primera dama fue una consagrada filántropa, dirigió el comité que redactó el borrador de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para las Naciones Unidas y promovió el activismo social durante y después de su estancia en la Casa Blanca. Estando casada con el presidente Franklin D. Roosevelt, se cree que Eleanor Roosevelt tuvo una aventura con la periodista Lorena Hickok, primera mujer cuyo nombre como autora apareció en la primera página del ‘New York Times’. Sus cartas, casi 4.000, son una crónica de un apasionado romance. Una incluye una nota de Roosevelt diciendo: "Fue fantástico escuchar tu voz, era muy inadecuado intentar decirte lo que significaba, Jimmy estaba cerca y no podía decir “je t’aime et je t’adore” ("te amo y te adoro"), como deseaba hacer, pero siempre recuerdo decirlo e irme a dormir pensando en ti, repitiendo nuestro dicho".

Frida Kahlo
Frida Kahlo fue una pintora de gran talento abiertamente bisexual. Usó su soporte para representar temas tabú, como la sexualidad femenina, el dolor y los estándares de belleza femeninos, principalmente a través de sus autorretratos. También rindió honor a la cultura indígena mexicana a través de su arte, que atrajo la atención del pintor mexicano Diego Rivera. Rivera se convirtió en su mecenas y, finalmente, se casaron. Durante su matrimonio, Kahlo tuvo aventuras con hombres y mujeres, como Josephine Baker y León Trotski.

Nancy Cárdenas
Se cree que la guionista y directora Nancy Cárdenas fue una de las primeras mexicanas que salió del armario abiertamente en televisión. Gran parte de su trabajo giró en torno a su identidad lésbica y escribió colecciones de poesía y obras de teatro sobre temas gays y lésbicos. No fue solo escritora: también fue activista. Cárdenas contribuyó a iniciar la lucha contra los prejuicios homosexuales en México y luchó por la igualdad de derechos para todos, fuera cual fuera su sexualidad.

Simon Nkoli
Simon Nkoli es para muchos el héroe central de la lucha gay y lésbica en Sudáfrica. Fue un activista antiapartheid, por los derechos homosexuales y del VIH/SIDA, fundador de la Gay and Lesbian Organisation of the Witwatersrand (GLOW). En 1990, Nkoli y GLOW organizaron la primera Marcha del Orgullo de Johannesburgo. También desempeñaron un papel fundamental a la hora de convencer al Congreso Nacional Africano, el partido político que gobernaba en Sudáfrica, para que reconociera los derechos de los gais y las lesbianas del país. Cinco años después, Nkoli declaró que era seropositivo y empezó a trabajar para desestigmatizar el VIH/SIDA.

Ifti Nasim
Ifti Nasim fue un poeta pakistaní gay que se mudó a los Estados Unidos para huir de la persecución por su sexualidad. Se cree que su colección de poemas, ‘Narman’, fue el primer libro de poesía temática gay escrito y publicado en urdu. También fundó SANGAT/Chicago, una organización que apoyó a la comunidad LGTB de Asia Meridional. Nasim fue homenajeado en 1996, cuando lo admitieron en el Chicago Gay and Lesbian Hall of Fame.

lunes, 6 de febrero de 2017

#hemeroteca #mujeres | Los peligros de nacer niña en distintas partes del mundo

Los peligros de nacer niña en distintas partes del mundo.
Violaciones, mutilación genital, represión, embarazo precoz... El estremecedor relato de nacer niña en muchas partes del planeta.
Alexis Okeowo | National Geographic, 2017-02-06
http://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/los-peligros-nacer-nina-distintas-partes-del-mundo_11111

Sierra Leona es uno de los peores lugares del mundo para ser niña. En este país del África occidental, habitado por unos seis millones de personas, desgarrado por una cruenta guerra civil que duró más de una década y devastado por el ébola, el simple hecho de nacer niña se traduce en una vida de barreras y tradiciones que a menudo dan más valor a su cuerpo que a su mente.

La mayoría de las mujeres de Sierra Leona –el 90% según Unicef– han sido sometidas a la mutilación genital, una práctica que las inicia en la vida adulta y supuestamente las hace más deseables para el matrimonio, pero que también es un método de represión sexual profundamente arraigado en su cultura.

Casi la mitad de las chicas se casan antes de los 18 años, y muchas se quedan embarazadas mucho más jóvenes, a menudo en su segundo o tercer ciclo menstrual. Muchas son víctimas de la violencia sexual; las violaciones suelen quedar impunes. En 2013 más del 25% de las sierraleonesas de entre 15 y 19 años estaban embarazadas o ya eran madres, lo que supone una de las tasas de gestación más elevadas del mundo para esa franja de edad.

Y demasiadas mueren en el parto: es el porcentaje más alto del mundo, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud y otras entidades internacionales. La mutilación genital femenina puede elevar el riesgo de sufrir complicaciones obstétricas.

«Si vas a las provincias te encuentras con chicas de 13 años, de 15 años, ya casadas y con sus bebés en brazos», dice Annie Mafinda, comadrona del Rainbo Center, que ayuda a víctimas de la violencia sexual en Freetown, la capital de Sierra Leona. Muchas de las pacientes atendidas en este centro tienen entre 12 y 15 años.

Cuando conocí a Sarah en Freetown, una ciudad que se levanta sobre una península montañosa junto a un puerto rutilante, tenía 14 años y estaba embarazada de seis meses, aunque parecía varios años más joven. Hablaba en un susurro, era bajita y menuda, llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo y el pelo bien recogido bajo un pañuelo de color melocotón. Me contó que la había violado un muchacho, vecino de su familia, que se marchó de la ciudad tras la supuesta agresión.

Cuando su madre se enteró de que estaba embarazada, la echó de casa. Ahora Sarah (cuyo apellido nos reservamos) vive con la madre del chico que según ella la forzó. La madre del supuesto violador fue la única que se prestó a acogerla; en Sierra Leona las mujeres suelen vivir con la familia del esposo.

Sarah tiene que cocinar, limpiar la casa y hacer la colada. Me contó que la madre del chico le pega cuando, de puro agotamiento, no cumple con sus tareas. Con tantas trabas, ¿cómo puede una chica como Sarah sobrevivir y salir adelante en Sierra Leona?

En un país pobre regido por un Gobierno que no parece demasiado interesado en proteger a las niñas, lo más sensato que estas pueden hacer es intentar escapar del entorno en el que han nacido. En un universo lleno de amenazas, la escuela puede ser su único refugio.

Estudiar es complicado porque cuesta dinero, pero al mismo tiempo constituye un rayo de esperanza. Sacarse la secundaria puede traducirse en una mayor libertad económica y en la oportunidad de tomar las riendas de su propia vida, quizás abriéndoles las puertas de la universidad o de un empleo cualificado. Sin embargo, se calcula que entre 2008 y 2012 solo una de cada tres chicas cursaron estudios se­cundarios; en este sentido el embarazo supone una de las barreras más importantes. No en vano el ministro de Educación de Sierra Leona ha vedado la entrada en los centros escolares de las jóvenes gestantes.

El objetivo de esta política, formalizada por el Gobierno en 2015, es impedir que influyan en sus compañeras y protegerlas de las burlas. La prohibición de que las chicas embarazadas acudan a la escuela «es un ejemplo de moralismo anticuado e irreflexivo que lanza un mensaje equivocado –declara la escritora Aminatta Forna, quien en 2003 fundó una pequeña escuela rural en Sierra Leona–. Hablamos de jóvenes vulne­rables, que en este país son objeto de continuas depredaciones».

Elizabeth Dainkeh fue coordinadora de un centro educativo de Freetown para jóvenes en edad escolar que estuvieran en estado de gestación o que ya fuesen madres, financiado por Unicef y el Ministerio de Educación sierraleonés, y otras instituciones.

Marginación tras el embarazo
«Cuando te quedas embarazada, te marginan», me dice. Estamos en el fondo de un aula sofocante en la que chicas con los cabellos trenzados y tocados de vivos colores, algunas con bebés en el regazo, se abanican con los libros de texto mientras escuchan a la maestra con atención.

«Yo creí que les daría vergüenza volver al colegio, pero no, están encantadas», dice con orgullo. La propia Dainkeh se quedó embarazada a los 17 años, y su padre la echó de casa. La hija que tuvo murió de desnutrición antes de cumplir un año de vida. Ahora, a sus 35 años, Dainkeh aconseja a sus alumnas que perseveren: que se olviden de los años que han estado desescolarizadas y sigan adelante.

Mary Kposowa, exdirectora de uno de esos centros femeninos, explica que algunas de sus antiguas alumnas se habían topado con dificultades al querer matricularse de nuevo en escuelas ordinarias después de dar a luz.

Para complicar aún más las cosas, en agosto de 2016 los centros para chicas embarazadas cerraron sus puertas; Unicef declara que se abrieron como un «puente» alternativo a la educación cuando la crisis del ébola tuvo cerradas escuelas de todo el país du­­rante nueve meses. En aquellos centros había matriculadas unas 14.000 jóvenes embarazadas o puérperas, lo que hace temer a Dainkeh que actualmente haya en el país «un gran número de chicas marginadas del sistema educativo».

Los sierraleoneses suelen decir que el trauma de su país tiene su origen en la guerra civil que enfrentó a grupos rebeldes y al Gobierno. Desde 1991 y durante más de 10 años, miles de niñas y mujeres fueron violadas. Decenas de miles de personas fueron asesinadas. Y más de dos millones se vieron desplazadas. Más recientemente ha sido el virus del Ébola el que ha hecho estragos en el país, cobrándose unas 4.000 vidas en menos de dos años. La epidemia afectó a muchas familias, y dejó huérfanas a un gran número de niñas que tuvieron que hacerse cargo de sus hermanos sin estar aún preparadas para ello.

El país ha ido evolucionando a trompicones hacia la democracia, pero la opresión de las niñas y las mujeres no ceja. «En este país no importa la vida, ni el cuerpo, ni el alma de las mujeres jóvenes –afirma Fatou Wurie, nacida en Sierra Leona, criada en el extranjero y que regresó a su país natal, a Freetown, donde trabaja en pro de los derechos de las mujeres–. Hasta la última política que implantamos excluye la voz de las jóvenes sierraleonesas».

A pesar de que he pasado largas temporadas en diversos lugares de África occidental, la primera vez que pisé Sierra Leona me quedé profundamente impactada. He estado en Nigeria, Ghana, Senegal y Costa de Marfil, pero Sierra Leona me pareció diferente: menos acogedora, menos exuberante, más suspicaz y recelosa. Sin embargo, también descubrí que incluso en este país tan turbulento hay jóvenes que encuentran la manera de sobreponerse por encima de todo.

Regina Mosetay está en la biblioteca de su colegio de Freetown mientras sus compañeras de clase almuerzan entre risas en el patio. Se ha preparado los exámenes finales todo cuanto ha podido. Madre a los 17 años, Regina no puede estudiar como antes porque tiene que cuidar de su hija, Aminata, pero saca tiempo para los libros entre tomas y mudas. Tiene los ojos almendrados y un rostro ovalado que ladea cuando reflexiona sobre algo. Creció en un barrio obrero de calles estrechas y abarrotadas de peatones, tiendas de ropa y de electrónica, y puestos de comida. Su madre la crió a ella, a su hermano y a su hermana en una casa donde también vivían su abuela, primos, un tío y más familiares; en total, 11 personas.

La echaron del colegio por estar embarazada, una experiencia «dolorosa de verdad», dice. Le encantaba estudiar; su asignatura preferida era lengua (es muy habladora). Nunca pensó que acabaría formando parte del colectivo de adolescentes embarazadas de Sierra Leona, pero en 2014 el ébola empezó a propagarse por Freetown y el Gobierno cerró los colegios para contener la epidemia.

Entonces, en 2015, fue cuando se quedó embarazada de su novio, Alhassan, que en ese momento estaba terminando sus estudios universitarios. «Durante el ébola muchas chicas se quedaron embarazadas –cuenta Regina–. Como no había clase, teníamos mucho tiempo libre». «Sentí que estaba decepcionando a todo el mundo. Tenía vergüenza –confiesa–. Algunas compañeras decían que éramos un mal ejemplo». Esa primavera se quedó encerrada en casa sin nada que hacer ni nadie con quien hablar mientras sus amigas estaban en el colegio. Al cabo de unos meses, una tía le habló de los nuevos centros que daban a las embarazadas o madres en edad escolar la oportunidad de no quedarse atrás en los estudios para que pudiesen retomarlos más adelante.

Regina quiso apuntarse al momento, y habló de esos centros a todas las chicas que conocía que estuvieran en estado o acabaran de parir. Casi todo lo que le enseñaban ya lo sabía, pero disfrutaba estando de nuevo en un aula, sentada en un pupitre de madera con los libros y la libreta abiertos, leyendo, atendiendo, pensando. Llevaba un bebé dentro, sí, pero seguía teniendo cerebro, y eso era fundamental para ella.

«Era feliz solo con estar allí, y no en casa sin hacer nada», me cuenta Regina. Estudió en aquel centro tres meses; fue una de las 180 chicas que pasaron una temporada más o menos larga en el año inaugural del programa. Regresó a la escuela pública un mes después de dar a luz a Aminata en diciembre de 2015. Desde que ha vuelto, Regina aconseja a todas sus amigas que tengan cuidado con los chicos si no quieren que les pase lo mismo que a ella.

Ya no está desescolarizada. «No quiero que mi hija pase por lo mismo que yo. Quiero que tenga un futuro mejor», dice. Vive con su novio, ya graduado en ciencias empresariales, y con la madre y la abuela de este, que ayudan en el cuidado de Aminata. Confía en poder formar una familia con él y sabe que terminar los estudios es crucial. Quiere trabajar en alguna organización de ayuda a la infancia, para que los niños –y sobre todo las niñas– tengan una vida mejor. «Cuando termine los estudios podré cuidar de mi familia; cuidaré de mí misma», asegura.

Salmatu Fofanah vive en una ladera de Mountain Cut, un barrio muy poblado de Freetown. Tiene 17 años, es tímida, esbelta y muy gua­pa, y ya está acostumbrada a cuidar de sí misma. Tanto su madre como su padrastro contrajeron el virus del Ébola hace dos años. Él enfermó tras asistir a un funeral en 2014. (Su padre biológico había muerto de malaria en 2011).

La madre de Salmatu, enfermera de profesión, cuidó a su marido en casa. No tenían ni idea de que había una epidemia de ébola. Cuando el enfermo empeoró, intentó llevarlo al hospital, pero se le murió en el coche. Ella cayó enferma unos días después y falleció en casa un mes más tarde. Entonces Salmatu empezó a encontrarse mal. Le dolía la cabeza y tenía fiebre. Lo mismo les pasó a su tía, su tío, su hermana mayor, su hermano, su abuelo y varios primos. «Todos teníamos miedo», me cuenta Salmatu. Ingresaron en un centro de tratamiento. Solamente sobrevivieron ella y tres primos. Todos los demás murieron. A principios de diciembre de 2014 llegó a Mountain Cut, tambaleante por las náuseas y la pena, para vivir con otros tíos y primos en una amplia casa.
Cada vez que se sentía enferma, le entraba el pánico. En marzo regresó al colegio, temiendo que sus amigas le dieran de lado por haber tenido ébola, pero se llevó una grata sorpresa. «No me marginaron en absoluto», explica. Cada vez que se acuerda de cómo era todo antes de la epidemia de ébola, sus amigas intentan animarla. Salmatu entra en Facebook y WhatsApp para buscar chistes, solo para volver a reír, y cuanto más duerme, mejor se siente.

Asiste a un grupo de ayuda psicológica donde puede hablar de sus problemas. «Me gusta contar lo que me preocupa; me quito un peso de encima», dice. Cuando me entrevisté con ella, su mayor preocupación eran los exámenes finales. «Tienes que pasar página y concentrarte en el futuro. Debes ser feliz con lo que tienes». La asignatura favorita de Salmatu es historia; le gusta conocer lo que ha ocurrido en su país y aspira a ser periodista. Sale con un chico que acaba de terminar el instituto, pero no le permite que la presione para hacer nada que no desee. Quiere seguir cantando y yendo a la playa con sus amigas. A veces ir a clase le da una pereza infinita. («Me encanta dormir, es mi hobby», me confiesa con una sonrisa. Cuando de pequeña cogía una rabieta, su madre la ponía a dormir y se le pasaba). Pero entonces recuerda las metas que se ha marcado. Su madre murió por su familia. ¿Cómo no va ella a terminar los estudios y llevar una vida de la que su madre se habría enorgullecido?

Kadiatu Kamara, a quien todos llaman KK, nació en un pueblo costero llamado Bureh, a orillas del Atlántico. Es un torbellino de fuerza y energía, con un racimo de estrellas tatuadas en el cuello. Ha vivido aquí toda su vida; sus padres la criaron –junto con cuatro hermanos y una hermana– en esta compacta comunidad. Se ganaban la vida vendiendo carbón que recogían en la zona. Cuando su padre falleció siendo ella muy joven, las cosas se pusieron difíciles. Su madre, Baby, se vio muy apurada –como todavía se ve hoy– para ganar lo suficiente, y solo pudo permitirse costear los estudios de dos de sus hijos: KK y un hermano mayor.

KK tiene 19 años, es la benjamina de la familia y siempre ha tendido a buscar aquellos entornos en los que siente que encaja. Vive con su madre y otros familiares, así que anhela un espacio propio. Hace cuatro años se fundó en la playa un club de surf al que asistían muchos chicos de su pueblo, y a ella le apeteció ver cómo era. Solo había visto surfistas en las revistas que se dejaban en la playa los turistas extranjeros. Para KK el mar es un bálsamo. Cuando se mete en el agua, se siente más libre, más serena. «Cuando surfeo, es como si estuviese en otro país», dice. Al principio ni siquiera sabía nadar bien. Un día se le soltó la cuerda del tobillo y las olas se llevaron la tabla. Un compañero tuvo que ir a rescatarla porque se ahogaba.

KK es una de las pocas surferas de Sierra Leona. Conoce chicas que se quedaron en estado y dejaron los estudios o que acabaron con hombres que les doblan la edad, pero siempre ha sabido que no quiere eso para ella. Cuando en el colegio las advirtieron contra las relaciones sexuales prematuras, ella tomó nota. El surf la ayudó a no perder el norte.

«A algunas chicas sus madres no pueden pa­garles el colegio, así que van con los chicos para que ellos les den el dinero, explica KK. A veces les cobran el favor en especias y las abandonan cuando se quedan embarazadas, por lo que las chicas acaban en la calle. A su madre jamás le ha sobrado el dinero, pero como KK es hábil y trabajadora, está ganando su propio dinero y nunca ha tenido que recurrir a ningún chico. Trabaja en la cocina del chiringuito de la playa y a veces vende galletas a los bañistas. Se levanta a las seis o siete de la mañana, surfea un poco si hay buenas olas y luego se va a clase. Está en el colegio toda la tarde hasta la noche, y cuando vuelve a casa estudia y hace la cena. KK ayuda a su madre dándole parte de lo que gana.

Un sábado por la tarde del pasado mes de julio la vi estirarse en la arena tórrida de Bureh Beach. Luego se levantó de un salto y se lanzó, intrépida, con la tabla de surf contra una ola espumosa en las aguas turquesas. Remó con los brazos, flotando boca abajo, aguardando con paciencia a que llegase otra ola alta. Los chicos se empeñaban en cabalgar olas flojas y se caían todo el rato. Un mu­chacho flaco se persignó antes de zambullirse. KK lanzó un grito de júbilo cuando la descabalgó una ola frustrada.

KK quiere fabricar sus propias tablas. Su meta es abrir una tienda para venderlas y tener una escuela de surf. «Quiero enseñar a otras chicas», me dice. Entre tanto, surfea varios días a la semana, sobre todo durante la estación lluviosa, cuando las olas llegan a alcanzar los dos metros de altura. KK está perfeccionando su técnica. Cree que si mejora lo bastante, podrá dedicarse profesionalmente a este deporte.

Le gustaría estudiar medicina o contabilidad, pero no sabe si tendrá suficiente nivel para entrar en la universidad. A veces los profesores no les enseñan nada, y ella tiene problemas con la lectura.

«Si me dedico al surf, a lo mejor algún día viene alguien al club, me ve y me escoge [para patrocinarme] –me dijo, llena de esperanza–. Y así podré mantener siempre a mi familia».

jueves, 8 de enero de 2015

#hemeroteca #transexualidad | El templo de los transexuales

Imagen: National Geographic
El templo de los transexuales
DPA | National Geographic, 2015-01-08
http://www.ngenespanol.com/fotografia/lo-mas/14/08/01/templo-transexuales

Kanta y Sudha aguardan a los fieles en el templo hindú de Becharaji, un pueblo a las afueras del estado indio de Gujarat. Sus angulosos rostros masculinos contrastan con los muchos pendientes con los que se adornan estas dos hijras, como se conoce allí a los transexuales. Con cierta incomodidad, pero también con esperanza, muchos visitantes acuden a ellas con sus hijos en busca de su bendición.

Para los hindúes de India, los hijras son sagrados. Se los considera tocados por los dioses y su bendición es sinónimo de buena suerte. Por eso, a menudo se los invita a bodas, nacimientos, inauguraciones de viviendas y otras celebraciones a cambio de cuantiosas propinas. Otros recorren los vagones de trenes o esperan a los conductores en los semáforos en rojo para conseguir dinero por sus buenos deseos.

En el templo de Becharaji puede verse a muchos hijras entre la multitud, pues allí reside una importante diosa: Mahuchara Mata. La pequeña estatua dorada, que representa a una mujer empuñando una espada, se sitúa en un altar con forma de cueva en medio del complejo religioso. "Todos los años acuden decenas de miles de hijras para ser bendecidos por la deidad", señala Gunvant B. Joshi miembro del comité del templo.

En la epopeya india "Mahabharata", explica Joshi, el héroe Arjuna se viste de mujer en Becharaji y vive un año como transexual. Así, pasa a llamarse Brihannala y comienza a enseñar baile y canto en palacio. Antes de su transformación, esconde su flecha y su arco en el árbol que hoy sigue estando en el patio del templo.

No obstante, esa no es la única leyenda de Becharaji. Según cuenta la tradición, una vez el jefe del pueblo tuvo una hija, pero como necesitaba un hijo para continuar con la línea sucesoria, decidió sencillamente anunciar que había nacido un varón. Después, al pequeño lo casaron con una chica de un pueblo cercano. Un día, el "niño" fue con una yegua al estanque del pueblo y, cuando ésta bebió agua, se transformó en semental. La niña también bebió y se convirtió en chico. "Así que el jefe del pueblo se ahorró el embrollo", cuenta Joshi.

Actualmente, varias decenas de hijras residen en la casa de invitados junto al templo. "Somos los jóvenes de la diosa, que nos ayuda en la vida", explica Gita. "Hemos consagrado nuestras vidas a la fe", dice sentada junto a Kanta y Sudha. Según cuenta, es incapaz de imaginarse la vida como empleada en una oficina, trabajando en el campo o como ama de casa en una familia.

En cualquier caso, eso sería difícil: aunque la mayoría de hindúes en India cree que los hijras poseen una fuerza especial, los apartan de sus familias y de la sociedad. En abril, el Tribunal Supremo del país dictó que es necesario proteger especialmente a las comunidades de hijras debido a su enorme retraso económico y social.

Según calculan las organizaciones humanitarias, en India viven unos dos millones de hijras, aunque no hay cifras oficiales al respecto. La activista Laxmi Narayan Tripathi denuncia que son discriminados en todas partes, desde autobuses y trenes hasta cuando buscan un baño o agua potable. "Incluso se los expulsa de los hospitales y a menudo son víctimas de burlas y risas".

Para el centro de investigación sobre la igualdad en Delhi, los transexuales cuestionan la concepción básica de la relación entre el cuerpo y la identidad. Y eso es tan fascinante como provocador. "Puede conllevar el valor exótico de ser 'diferente', pero también supone convertirse en invisible, ridículo, terrible o repugnante para los demás".