sábado, 2 de abril de 2016

#hemeroteca #transfobia | Sobre especismo, feminismo y transfobia siendo un hombre ‘cishetero’

Imagen: Google Imágenes / Raúl Mella con su madrina Mónica Mella
Sobre especismo, feminismo y transfobia siendo un hombre ‘cishetero’.
Raúl Mella Sánchez | Pikara Magazine, 2016-04-02
http://www.pikaramagazine.com/2016/04/sobre-especismo-feminismo-y-transfobia-siendo-un-hombre-cishetero/

Cuando esta mañana me levanté, pensé en que el mal cuerpo y la frustración con las que ayer me fui a la cama tenían que servir para algo.

La semana pasada me pasó lo mismo. Mi amiga Lara me contó que el profesor de proyectos en 1º del grado de diseño gráfico en la escuela donde estudié -un tipo joven, emprendedor, permeable a las causas sociales, buen profesor y, en definitiva, una de las pocas personas de ese lugar a las que tengo en estima- había mandado a sus estudiantes diseñar la señalética de un zoológico.

Tal cual. La señalética de un zoológico.

A mucha gente le parecerá que no es para tanto la cosa. 
“¿Es eso lo que te afectó tanto como dices?”

Ajá, sí, eso fue.

Algunas personas lo entenderéis, otras diréis que o soy muy sensible o que esta reacción no tiene mucho sentido. Pero os aseguro que no exagero. Me sentí mal. La impotencia y la decepción me invadían.

Vale, entiendo que pueda mandar diseñar un cartón de leche -pensé- unas latas de sardinas o, qué sé yo, la identidad de un distribuidor de productos del mar congelados, pero… ¿la señalética de un zoológico? ¿Con lo cuestionados que están a día de hoy por la sociedad?

No es que viva en mi burbuja vegana, es que después de los toros y los circos, los zoológicos son el siguiente negocio de entretenimiento a base de la explotación animal peor visto. Parece algo tan obvio, tan comentado, que sorprende que a alguien de menos de 40 años se le ocurra mandar ese ejercicio como trabajo académico.

Me quedé pensando: ¿Y si hubiese alguna persona entre los estudiantes que le explicase al profesor que no iba a hacer ese trabajo por objeción de conciencia? Que le explicase que los animales en los zoológicos sufren enormemente, se les confina para nuestro divertimento a lo largo de vidas que suelen ser largas y desoladoras y que, por ética, no puede realizar ese trabajo. Los zoológicos tienen mucho de disfrute colonialista. De hecho, ese es su origen.

¿Qué habría pasado? No lo sé, pero me hubiese gustado que alguien estuviese ahí para hacer eso. Quizás si la vida fuese de otra manera, hubiese sido yo a quien le hubiese tocado.

Hay que tomar posición. 
Aunque sea en algo tan “pequeño” como un trabajo académico. 
Hay que tomar posición.

No escribí sobre esto en su momento porque no quería dejar que me envenenase los días. Tampoco pensaba que compartirlo me ayudase a purgarlo. Quería olvidarlo. Pero no lo he podido olvidar. Y tampoco tengo fuerzas para enviarle un email a ese profesor.

Porque cansa.

Cansa vivir conociendo la opresión. Día tras día, después de haber aprendido lo básico de cómo decodificar los lenguajes sexistas, especistas, clasistas, homófobos, etc. Cansa salir de casa. Cansa ver una peli y descubrir sexismo. Cansa escuchar a alguien frivolizar con el sufrimiento de los animales. Cansa que alguien se ría al conseguir que un cordero se cague de terror antes de que lo acuchillen. Cansa escuchar esa canción que te gusta tanto y que ¡oh! ¡sorpresa! te habla de amor romántico. Cansa ver a esa persona meter una centolla viva en agua hirviendo y no poder volver a entrar en la cocina en toda la tarde por la angustia. Cansa que llamen feminazis a personas valientes, fuertes, que se mantienen en pie en una sociedad que las quiere de rodillas.

Cansa que nieguen la identidad de tu gente.

Y como dije antes, ayer me fui a la cama con mal cuerpo y frustrado. Y fue por eso, por la negación de la identidad de mi gente que en, en este caso, vino de un feminismo paradójicamente opresivo: el feminismo cisexista.

Un hombre al que le cortes el pene seguirá siendo un hombre.

Ayer, por primera vez en mi vida, mantuve una conversación con una persona que siendo joven y militante feminista me decía con convicción absoluta que las personas transexuales se odian a sí mismas. Que da igual que digan que son hombres o mujeres, porque no son lo que dicen ser, sino lo que dicen sus genitales. “La realidad es la que es” -me comentaba- y “yo, aunque me sienta pájaro, soy mujer, porque nací mujer”. Apabulla enfrentarse de manera tan directa con la transfobia en un movimiento que, por definición, no puede ser trans-excluyente. Entristece que cuando le digas a una persona feminista que sus actitudes son transfóbicas, ella lo niegue. “No le estoy faltando al respeto a nadie” insistía.

El sujeto político del feminismo es la mujer. Pero “Si eres una mujer trans, no eres sujeto político del feminismo” -aseguraba mi interlocutora. “¿Por qué?” -pregunté yo- “Por lo mismo por lo que no lo es un hombre gay aunque sufra homofobia, que es una consecuencia superestructural del patriarcado”.

Si ya es insultante comparar a una persona transexual con una persona que se cree un pájaro, acabar diciendo que una mujer trans no puede ser sujeto del feminismo porque -en realidad, en realidad- no es una mujer, sino un hombre… ya es el epítome de la transfobia.

Creo que si yo fuese una persona trans, me dolería más que me dijesen que soy una persona del sexo que no soy, a que me dijesen que soy un ave, un rinoceronte o un duendecillo del bosque.

Da igual que la ciencia tenga claro que las personas trans no están enfermas. Que sepamos, hoy en día, que no son personas con mucha fantasía o rebeldes sin causa. Sabemos que no mienten. Que lo que dicen es real. Que el cerebro es el órgano sexual más importante del cuerpo, el más determinante y el que le dice a tu cuerpo lo que tiene que hacer con el resto de tus órganos. El que te dice que lo que tienes ahí entre las piernas y te hace sentir bien o mal. No es la entrepierna lo que determina el sexo -eso es solo una pequeña parte-, y un hombre al que le cortes el pene seguirá siendo un hombre. Así que da igual que los genitales sean solamente 1/7 parte del sexo biológico (las otras son: sexo cromosómico, sexo gonadal, sexo hormonal, sexo anatómico, sexo morfológico y, por último, sexo cerebral), porque si tu sistema de creencias te dice que solo las personas con útero son sujetos políticos del feminismo, la realidad no debería estropearte una buena historia.

Pero lo hace. Y de maneras terribles.

Negar la identidad de las personas trans es la base de la transfobia.

La transfobia provoca tasas de suicidios altísimos. Los índices de violencia hacia las personas trans son espeluznantes. Negar la identidad de las personas trans es la base de la transfobia.

Para hacernos una idea rápida de lo que estoy hablando os enumero sólo algunas de las consecuencias del cisexismo (las mujeres, como siempre, se llevan la peor parte):

-Mujeres encerradas en cárceles masculinas donde padecen 10 veces más abusos que los hombres.

-Mujeres si entran en los aseos y vestuarios femeninos son violentadas y obligadas a ir a los masculinos donde corren el riesgo de ser abusadas.

-Personas sin acceso a los tratamientos médicos destinados a su sexo (por ejemplo: extirpación de mamas masculinas a hombres trans y administración de estrógenos a mujeres trans).

-Personas que legalmente no están representadas en sus documentos, lo que conlleva muchas dificultades sociales.

Decía June Fernández, directora de Píkara Magazine, en un artículo en eldiario.es:

“No me gustan las certezas porque nos alejan de las personas, porque la realidad siempre es más compleja y enriquecedora que nuestros dogmas”

Hay que tomar posición. 
La existencia de las personas trans no es un análisis político. Es su vida. 
Con la vida de las demás no se juega.

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