martes, 5 de marzo de 2019

#hemeroteca #ideologiadeodio | ¿Quién teme a lo queer? – Libertad de expresión y discurso de odio. La equidistancia y la paradoja de Popper

Imagen: Oprimide
¿Quién teme a lo queer? – Libertad de expresión y discurso de odio. La equidistancia y la paradoja de Popper.
La libertad de expresión, como todas las libertades, conlleva una responsabilidad y tiene unos límites, que deben frenar los discursos de odio. La libertad social la construimos nosotres, debatiendo, escuchando y avanzando hacia un horizonte común de convivencia.
Víctor Mora | Oprimide, 2019-03-05
https://www.oprimide.com/quien-teme-a-lo-queer-libertad-de-expresion-y-discurso-de-odio-la-equidistancia-y-la-paradoja-de-popper/

Estas semanas se ha multiplicado, hasta lo que parece ya una parodia, el nivel y la intensidad de ofensas que normalmente escuchamos: que nuestra lucha es una ‘ideología de género’ que persigue ‘convertir’ a niños y niñas, que las leyes LGBTI+ son en realidad un ‘lobby’ de adoctrinamiento protofascista, o que las de protección contra la violencia de género discriminan (¡ay!) al ‘hombre’. A todo ello se ha sumado, como segunda parte de su fleta ultra reaccionaria, HazteOir con un nuevo autobús. Para insistir en su posición de víctima asustada frente a la ‘amenaza del movimiento feminista’, utilizan y pasean por las ciudades la cara de Adolf Hitler maquillada con el símbolo en la gorra.

Por supuesto que nos hiere, nos indigna, nos incendia ese autobús que, precisamente por ser producto de un delirio tan inconcebible, banaliza la violencia y la opresión que sufren cotidianamente las mujeres, y toda persona marcada/estigmatizada por la estructura patriarcal de género y sexo. Pero lo que todavía es más insultante es que se ponga en tela de juicio si eso es o no es libertad de expresión, y es que parece que al final con lo único que este país ha sido de verdad tolerante es con esa supuesta equidistancia que ‘permite’, en incluso a veces alienta, la proliferación de discursos de odio como ‘opiniones’. Una equidistancia por demás también usurpada, porque los argumentos que se presentan son en realidad destructores de todo debate razonable.

En otras palabras: se considera libertad de expresión pedir que se retiren derechos, que se bloqueen propuestas de igualdad, y se utilice el eslogan #stopfeminazis (y bien seriamente, que aquí no se está hablando ni del humor ni de la ficción). ¿De verdad tenemos que leer esto como un signo de la sana libertad de expresión de nuestra democracia? ¿Qué quiere decir esto, y qué consecuencias puede tener?

Hace no mucho, se emitió un programa de entrevistas callejeras que ponía al mismo nivel lo que pretendían anunciar como posiciones equidistantes. Bajo el titular 'Homófobos y homosexuales, ¿condenados a entenderse?', plantearon sin querer un ejemplo perfecto de la falsa equidistancia a la que se ha concedido (y se concede) espacio de visibilidad en nuestro contexto. No puede haber debate entre esas dos posturas (para empezar, porque no son posturas), y no por antagonismo, sino porque no persiguen los mismos objetivos.

Esto no quiere decir que tengamos que ‘ser’ lo mismo o pensar todes igual, nada más lejos; de hecho la manera de avanzar es contrastando opiniones diversas en los debates, y construyendo así nuevos consensos. De hecho la introducción de problemas y cuestiones nuevas que modifican las posturas y los horizontes, es una constante del activismo. Y de la misma manera que sería una irresponsabilidad, por ejemplo, aplicar hoy las máximas que se manejaban en la lucha de hace 40 años (porque las necesidades y prácticas han cambiado), es del todo irresponsable tratar de encajar en el sintagma ‘libertad de expresión’ lo que no es sino una reproducción de la opresión contra colectivos e identidades vulnerables. Los debates han de tener un objetivo común, y no puede tratarse como ‘postura equidistante’ aquella que pretende la desigualdad, la reproducción de la opresión y el mantenimiento de privilegios. Sostener la defensa de un sistema desigual no debería considerarse una postura debatible, al menos no en democracia. El último objetivo de esta práctica, por mucho que se enuncie como ‘opinión’ amparada por la libertad de expresión, ya sabemos cuál es: mantener las estructuras jerárquicas que dan prioridad a unas identidades sobre otras en el mapa social.

Para ello utilizan distintas estrategias. Ya hablamos aquí de la usurpación del lugar de la víctima (una de las favoritas de HazteOir), y otra es, como se ha indicado, apelar a la libertad de expresión y pretender alzarse como una voz que ha de ser escuchada de manera equivalente como parte del sistema democrático. Pero precisamente por ser una democracia, debemos ser contundentes contra manifestaciones que sólo pretenden fomentar la discriminación estructural, es decir, la ‘discriminación que ya existe’ contra colectivos e identidades vulnerables y que está sostenida de una u otra forma por dinámicas sociales, culturales y políticas. Movimientos como el feminista, el de emancipación LGBTIQ+, el antirracista, etc., se ocupan de visibilizar esas estructuras que hacen fallar lo que en teoría debe ser un sistema político que garantiza libertades y derechos civiles.

El filósofo Karl Popper planteaba una muy interesante teoría social sobre la ‘tolerancia’ en su texto de 1945 ‘La sociedad abierta y sus enemigos’. Descubrió que las sociedades que desean ser democráticas, ‘tolerantes’ y dar palabra equidistante a las distintas voces de su cuerpo social, se iban a encontrar con una paradoja:

“La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia.”

Es decir, si cedemos espacio de libertad de enunciación y acción a discursos que van en contra de la libertad, la ‘polis’ democrática está condenada a desaparecer. Ya sabemos que quien apela a restar derechos nunca se conforma con un sector; es una dinámica devoradora de terreno democrático. La libertad de expresión es, como todas las libertades, paradójica. Una sociedad democrática que se vanaglorie de su libertad de expresión debe tomar la decisión de limitarla. No es concebible que tomemos como equidistantes todas las ‘opiniones’, sin tener en cuenta su carga política, su intención o sus consecuencias.

Esconderse detrás para atacar a colectivos, expresiones y prácticas que ya se encuentran en situación de vulnerabilidad no es libertad, es opresión. Y plantear si el autobús de HO, si los partidos de extrema derecha que llevan en sus programas la eliminación de derechos, o si el negacionismo de tales estructuras son ‘libertad de expresión’, habla de la poca calidad democrática de nuestro contexto, que evalúa como equidistantes posiciones que son abiertamente totalitarias y antidemocráticas.

La libertad de expresión, como todas las libertades, conlleva una responsabilidad y tiene unos límites. La libertad social la construimos nosotres, debatiendo, escuchando y avanzando hacia un horizonte común de convivencia.

Violeta Assiego, abogada y activista por los derechos humanos, escribió hace unos días un alentador texto que llamaba a no caer en la trampa de la ultraderecha. Los movimientos ofensivos contra nosotres, como proyectiles cargados, nos someten a la peor de las guerras: la de desgaste. Assiego recordaba que “viven de nuestra energía mientras la devoran; energía que, por otra parte, es la que sostiene la estructura de aquello que quieren destruir: la democracia, el feminismo, la diversidad, la ternura y la solidaridad.”

Empleemos esa energía en seguir construyendo colectividad, cuidados y posibilidades democráticas. En ser libres, responsables y paradójicas. En ser conscientes. Y recordemos siempre a quien le haga falta que una opinión conlleva una responsabilidad y unas consecuencias, y que hay que revisar continuamente y atajar con contundencia cualquier tentativa de retroceso.

Nos vemos en las calles.

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