Imagen: El País |
El 20 de mayo de 1983 se identificó oficialmente el VIH. El avance en este tiempo ha sido vertiginoso, pero es necesario continuar los esfuerzos para que se mantenga el progreso.
Pablo Linde | Planeta Futuro, El País, 2018-05-19
https://elpais.com/elpais/2018/05/16/planeta_futuro/1526425640_348314.html
Cuando el 20 de mayo de 1983 un grupo de científicos publicó en la revista Science el descubrimiento del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), no tenían ni idea de la magnitud de su hallazgo. Ni de todo el sufrimiento que este microorganismo iba a causar. Lo contaba una de las investigadoras que participó en los estudios, Françoise Barré-Sinoussi. Por entonces, había medio centenar de enfermos de sida en su país, Francia, y no fue hasta unos años más tarde cuando se dieron cuenta de los estragos que el virus estaba causando en África.
Hace ahora 35 años que lo conocemos y, aunque aún no hemos conseguido doblegarlo por completo, "nunca antes la ciencia y la medicina han sido tan rápidas a la hora de descubrir, identificar el origen y aportar tratamiento para una nueva enfermedad". Las comillas son del Comité Noruego del Nobel, que en 2008 reconoció este descubrimiento con el premio más prestigioso del mundo.
Esta rapidez hizo que, desde que en el verano de 1981, cuando se identificó en California al primer enfermo, pasasen menos de dos años hasta identificar al virus, y seis en tener en el mercado el primer medicamento con alguna efectividad. Los primeros fármacos, sin embargo, tenían terribles efectos secundarios y para ellos era una proeza alargar algún año de vida a los infectados. En los ochenta y primera mitad de los noventa, el diagnóstico de VIH era una doble condena: a la muerte social, ya que el desconocimiento y el estigma de la enfermedad eran terribles, y a la física, que solía llegar poco tiempo después.
Todo cambió en 1996. Un nuevo régimen de tratamiento conocido como terapia antirretroviral altamente activa (Haart, por sus siglas en inglés) supuso un antes y un después para los enfermos. Los efectos secundarios remitían y vivir con VIH comenzaba a ser posible sin que la muerte rondara a la vuelta de la esquina. Los fármacos fueron avanzando hasta lograr que ya no hablemos de un mal mortal, sino crónico. Con una pastilla al día —por lo general—, el virus queda bajo control, es indetectable en plasma y no hay prácticamente riesgo de contagio. El estigma también fue bajando, aunque seguramente la ciencia ha avanzado más rápido que la sociedad. Según el lugar del mundo, portar el virus puede seguir siendo un inconfesable secreto.
En estos más de 35 años, 78 millones de personas han contraído el VIH y 35 millones han muerto por enfermedades relacionadas con el sida. Hoy son 36,7 millones quienes viven con el virus. Y uno de los grandes problemas es que, de ellos, casi 16 millones no reciben el tratamiento que les permitiría llevar una vida prácticamente normal.
El mundo se ha propuesto terminar con la epidemia en 2030. Desde el punto de vista científico, es posible. Los expertos defienden la estrategia 90-90-90 para 2020. Consiste en que el 90% de los seropositivos conozca su condición; que, de ellos, el 90% reciba el tratamiento; y que, de ellos, un 90% tengan supresión viral, es decir, que los niveles en sangre sean muy bajos. Alcanzar esos guarismos supondría un paso de gigante para empezar a eliminar el sida.
Pero esto solo es posible con un compromiso económico muy fuerte por parte de comunidad internacional. Como señalaba el informe Goalkeepers 2017, de la Fundación Bill y Melinda Gates, los enormes progresos que se han conseguido en la lucha contra el sida pueden revertirse si no se continúa financiando. Cada año se producen 14 muertes por cada 100.000 personas; si seguimos progresando, esa cifra podría reducirse hasta seis decesos por cada 100.000 en 2030; pero un recorte del 10% en el presupuesto global podría elevarla a 19. Supondría cinco millones más de fallecimientos de aquí a ese año.
El dinero es necesario para diagnosis, tratamiento y también para que la ciencia siga avanzando. Lo hace: cada vez se conocen mejor los mecanismos del virus, las terapias continúan mejorando y son cada vez más baratos, existen medicamentos profilácticos que evitan el contagio si se toman antes de una exposición sexual y pruebas rápidas y sencillas que permiten a una persona conocer su estado serológico. Pero no se vislumbra en el horizonte una cura para el sida, es decir, eliminar el virus completamente del cuerpo. Tampoco parece que esté cerca una vacuna que pueda prevenir la enfermedad, aunque los hallazgos científicos no siempre son previsibles. Ahora mismo hay en marcha dos ensayos que tratan de dar con la inmunización.
Lo que está claro es que hacen falta fondos para continuar avanzando. A finales de 2016, en los países de ingresos medios y bajos se destinaron 19.100 millones de dólares a luchar contra la enfermedad. La agencia de las Naciones Unidas para el sida (Onusida) estima que en 2020 serán necesarios 26.200 millones. El principal mecanismo para canalizar las donaciones de los países ricos es el Fondo Global, al que España dejó de ingresar dinero en 2011 con la excusa de la crisis económica. Después de siete años, sigue sin hacerlo.
Hace ahora 35 años que lo conocemos y, aunque aún no hemos conseguido doblegarlo por completo, "nunca antes la ciencia y la medicina han sido tan rápidas a la hora de descubrir, identificar el origen y aportar tratamiento para una nueva enfermedad". Las comillas son del Comité Noruego del Nobel, que en 2008 reconoció este descubrimiento con el premio más prestigioso del mundo.
Esta rapidez hizo que, desde que en el verano de 1981, cuando se identificó en California al primer enfermo, pasasen menos de dos años hasta identificar al virus, y seis en tener en el mercado el primer medicamento con alguna efectividad. Los primeros fármacos, sin embargo, tenían terribles efectos secundarios y para ellos era una proeza alargar algún año de vida a los infectados. En los ochenta y primera mitad de los noventa, el diagnóstico de VIH era una doble condena: a la muerte social, ya que el desconocimiento y el estigma de la enfermedad eran terribles, y a la física, que solía llegar poco tiempo después.
Todo cambió en 1996. Un nuevo régimen de tratamiento conocido como terapia antirretroviral altamente activa (Haart, por sus siglas en inglés) supuso un antes y un después para los enfermos. Los efectos secundarios remitían y vivir con VIH comenzaba a ser posible sin que la muerte rondara a la vuelta de la esquina. Los fármacos fueron avanzando hasta lograr que ya no hablemos de un mal mortal, sino crónico. Con una pastilla al día —por lo general—, el virus queda bajo control, es indetectable en plasma y no hay prácticamente riesgo de contagio. El estigma también fue bajando, aunque seguramente la ciencia ha avanzado más rápido que la sociedad. Según el lugar del mundo, portar el virus puede seguir siendo un inconfesable secreto.
En estos más de 35 años, 78 millones de personas han contraído el VIH y 35 millones han muerto por enfermedades relacionadas con el sida. Hoy son 36,7 millones quienes viven con el virus. Y uno de los grandes problemas es que, de ellos, casi 16 millones no reciben el tratamiento que les permitiría llevar una vida prácticamente normal.
El mundo se ha propuesto terminar con la epidemia en 2030. Desde el punto de vista científico, es posible. Los expertos defienden la estrategia 90-90-90 para 2020. Consiste en que el 90% de los seropositivos conozca su condición; que, de ellos, el 90% reciba el tratamiento; y que, de ellos, un 90% tengan supresión viral, es decir, que los niveles en sangre sean muy bajos. Alcanzar esos guarismos supondría un paso de gigante para empezar a eliminar el sida.
Pero esto solo es posible con un compromiso económico muy fuerte por parte de comunidad internacional. Como señalaba el informe Goalkeepers 2017, de la Fundación Bill y Melinda Gates, los enormes progresos que se han conseguido en la lucha contra el sida pueden revertirse si no se continúa financiando. Cada año se producen 14 muertes por cada 100.000 personas; si seguimos progresando, esa cifra podría reducirse hasta seis decesos por cada 100.000 en 2030; pero un recorte del 10% en el presupuesto global podría elevarla a 19. Supondría cinco millones más de fallecimientos de aquí a ese año.
El dinero es necesario para diagnosis, tratamiento y también para que la ciencia siga avanzando. Lo hace: cada vez se conocen mejor los mecanismos del virus, las terapias continúan mejorando y son cada vez más baratos, existen medicamentos profilácticos que evitan el contagio si se toman antes de una exposición sexual y pruebas rápidas y sencillas que permiten a una persona conocer su estado serológico. Pero no se vislumbra en el horizonte una cura para el sida, es decir, eliminar el virus completamente del cuerpo. Tampoco parece que esté cerca una vacuna que pueda prevenir la enfermedad, aunque los hallazgos científicos no siempre son previsibles. Ahora mismo hay en marcha dos ensayos que tratan de dar con la inmunización.
Lo que está claro es que hacen falta fondos para continuar avanzando. A finales de 2016, en los países de ingresos medios y bajos se destinaron 19.100 millones de dólares a luchar contra la enfermedad. La agencia de las Naciones Unidas para el sida (Onusida) estima que en 2020 serán necesarios 26.200 millones. El principal mecanismo para canalizar las donaciones de los países ricos es el Fondo Global, al que España dejó de ingresar dinero en 2011 con la excusa de la crisis económica. Después de siete años, sigue sin hacerlo.
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