Imagen: El Confidencial / Desconfinamiento en Milán |
Es significativo que para limitar la movilidad el Estado italiano se centre en la familia.
Nuria Alabao · Periodista y antropóloga | Ara, 2020-05-11
https://www.ara.cat/es/opinion/nuria-alabao-estado-cama-coronavirus-covid-19_0_2451354935.html
Italia ha comenzado esta semana una fase avanzada de su desconfinamiento tras un debate sobre las relaciones y el amor. Por primera vez se podía salir de casa para hacer visitas, pero había mucha confusión respecto a quién se podía ver. El decreto recogía la palabra ‘congiunti’ –algo así como ‘pariente’– lo que generó polémica porque parecía excluir toda una gradación de posibles vínculos como relaciones no institucionalizadas –novios, amantes– y también todas las formas de la amistad.
El primer ministro tuvo que salir a aclarar que además de a los parientes, se podrían visitar a "los afectos estables”, parejas que no han formalizado la relación. Sin embargo, se excluía la posibilidad de visitar a amigos. Vamos, ni amigos, aunque sean más cercanos que los propios hermanos –por no hablar de suegras y cuñadas– y nada de amantes o ligues de internet. La polémica no se acalló. ¿Por qué iba a decidir el Estado quién es más importante para cada uno de nosotros? ¿O a quién necesitamos o nos necesita más? ¿Cómo se demuestra una relación estable ante un policía? Hay una regla no escrita para los gobernantes y la que estos deberían atenerse que dice: “no impongas normas que no puedes hacer cumplir”.
Sin embargo, estas discusiones son significativas. El shock de la pandemia ha permitido intervenciones del Estado en nuestras vidas de las que nadie vivo tiene memoria. Hemos asumido con facilidad limitaciones de la movilidad, pero también recortes de derechos fundamentales como el de manifestación. Por lo menos aquí no se mete en nuestra cama o en nuestros afectos, y el gobierno permitirá que decidamos a quien queremos ver –la limitación será de número–. Si lo hiciese, tendíamos que oponernos firmemente.
El Estado no debería meterse jamás a organizar los afectos humanos, aunque lo cierto es que sí se mete en nuestras camas, y mucho. Lo hace habitualmente cuando sigue dando soporte a la familia como célula fundamental de la sociedad. Todavía hoy la institución familiar asume muchas funciones imprescindibles para reproducir las clases sociales y el propio funcionamiento del sistema económico a través de mecanismos como la herencia, la deuda o los impuestos. Como ha advertido el feminismo, además, sin familias es más difícil deshacerse del Estado del bienestar porque cuando este se repliega, son las mujeres las que se ocupan de las tareas de cuidados de ancianos, niños, y en esta pandemia es evidente, también de los enfermos.
Es significativo pues que para limitar la movilidad el Estado italiano se centre en la familia. Sin embargo, la sociedad no es estática, y esta institución, aunque resiste, va perdiendo terreno como núcleo organizador de las relaciones humanas. En sus costados, surgen otras formas variadas de lazo social a las que solemos llamar “amistad” y que abarcan una gradación de posibilidades casi infinita. Por supuesto, no queremos que el Estado las regule, como no queremos que se inmiscuya en nuestros afectos y que nos señale cuáles de ellos cultivar en tiempos de emergencia.
El primer ministro tuvo que salir a aclarar que además de a los parientes, se podrían visitar a "los afectos estables”, parejas que no han formalizado la relación. Sin embargo, se excluía la posibilidad de visitar a amigos. Vamos, ni amigos, aunque sean más cercanos que los propios hermanos –por no hablar de suegras y cuñadas– y nada de amantes o ligues de internet. La polémica no se acalló. ¿Por qué iba a decidir el Estado quién es más importante para cada uno de nosotros? ¿O a quién necesitamos o nos necesita más? ¿Cómo se demuestra una relación estable ante un policía? Hay una regla no escrita para los gobernantes y la que estos deberían atenerse que dice: “no impongas normas que no puedes hacer cumplir”.
Sin embargo, estas discusiones son significativas. El shock de la pandemia ha permitido intervenciones del Estado en nuestras vidas de las que nadie vivo tiene memoria. Hemos asumido con facilidad limitaciones de la movilidad, pero también recortes de derechos fundamentales como el de manifestación. Por lo menos aquí no se mete en nuestra cama o en nuestros afectos, y el gobierno permitirá que decidamos a quien queremos ver –la limitación será de número–. Si lo hiciese, tendíamos que oponernos firmemente.
El Estado no debería meterse jamás a organizar los afectos humanos, aunque lo cierto es que sí se mete en nuestras camas, y mucho. Lo hace habitualmente cuando sigue dando soporte a la familia como célula fundamental de la sociedad. Todavía hoy la institución familiar asume muchas funciones imprescindibles para reproducir las clases sociales y el propio funcionamiento del sistema económico a través de mecanismos como la herencia, la deuda o los impuestos. Como ha advertido el feminismo, además, sin familias es más difícil deshacerse del Estado del bienestar porque cuando este se repliega, son las mujeres las que se ocupan de las tareas de cuidados de ancianos, niños, y en esta pandemia es evidente, también de los enfermos.
Es significativo pues que para limitar la movilidad el Estado italiano se centre en la familia. Sin embargo, la sociedad no es estática, y esta institución, aunque resiste, va perdiendo terreno como núcleo organizador de las relaciones humanas. En sus costados, surgen otras formas variadas de lazo social a las que solemos llamar “amistad” y que abarcan una gradación de posibilidades casi infinita. Por supuesto, no queremos que el Estado las regule, como no queremos que se inmiscuya en nuestros afectos y que nos señale cuáles de ellos cultivar en tiempos de emergencia.
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