Imagen: El País / Aimee Stephens |
Aimee Stephens fue despedida en 2013 tras comunicar que viviría como una mujer. El tribunal aún debe decidir si la Ley de Derechos Civiles de 1964 cubre la orientación y el cambio de sexo.
Amanda Mars | El País, 2020-05-13
https://elpais.com/internacional/2020-05-13/muere-la-mujer-que-impulso-el-gran-caso-sobre-los-transgenero-pendiente-en-el-supremo-de-ee-uu.html
Aimee Stephens ya no verá el desenlace del caso con más trascendencia sobre los derechos de gais y transexuales al que se ha enfrentado el Supremo de Estados Unidos en años. Stephens, que fue despedida de la funeraria en la que trabajaba en 2013 al comunicar que había cambiado de género, murió este martes a los 59 años por complicaciones en la enfermedad de riñón que padecía. La cuestión de fondo a la que se enfrenta el alto tribunal es si la ley de Derechos Civiles de 1964, que prohíbe la discriminación de los trabajadores por motivo de raza, sexo o religión, también cubre la orientación sexual y el cambio de sexo.
Stephens parecía una mujer frágil y abrumada. Costaba imaginarla al frente del caso que iba a escribir un capítulo de la historia de los derechos LGBT. Cuando El País la entrevistó el pasado octubre, en una biblioteca pública cercana a su casa en Michigan, relató su historia de amor y descubrimiento e insistía en que los jueces deben comprender que el género “es algo más de lo que hay entre tus piernas al nacer”. Había crecido como Anthony en un pueblo llamado Fayetteville, en la sureña Carolina del Norte, en el seno de una iglesia baptista. Se había ordenado pastor. Se había casado y enviudado y vuelto a casar con Donna, hoy su viuda.
A lo largo de su historia, el Supremo estadounidense ha moldeado la sociedad con sentencias históricas, como la que legalizó el matrimonio igualitario en todo el país o la que vetó la segregación racial en los espacios privados, todas a partir de casos particulares, denuncias que escalaron de juzgado en juzgado hasta llegar a la máxima autoridad judicial del país. El caso de Aimee Stephens era uno de ellos.
Stephens llevaba varios viviendo una doble vida: Aimee llevaba faldas por casa, Anthony vestía uniforme masculino en el trabajo. Hasta el que el 31 de julio de 2013 entregó una carta a su jefe, Thomas Rost, dueño de Harris Funeral Homes, para comunicarle su transición de género. Este la despidió dos semanas después alegando que él había contratado a un hombre y que su apariencia femenina supondría “una distracción” para las familias de luto y un rechazo a los mandamientos de Dios. Entonces comenzó la batalla judicial. Otras dos denuncias de empleados gais despedidos -uno de ellos, ya fallecido también- mantienen abierto el proceso que va a marcar un punto de inflexión para la comunidad LGBT estadounidense, pues la mitad de los Estados carecen de legislación específicas contra la discriminación laboral de este colectivo.
Donna Stephens, la viuda de Aimee, dio las gracias a las entidades e individuos que las apoyan por mantener en sus oraciones a su “mejor amiga y compañera del alma". Ambas se conocían desde la infancia, pero hicieron su vida con otras personas y se reencontaron años después. En 2008, cuando a Donna se la llevaban los demonios porque sospechaba que Anthony la engañaba con otra mujer, supo la verdad y se amoldó. A primero de octubre, ambas acudieron juntas a la argumentación oral del Supremo.
Stephens parecía una mujer frágil y abrumada. Costaba imaginarla al frente del caso que iba a escribir un capítulo de la historia de los derechos LGBT. Cuando El País la entrevistó el pasado octubre, en una biblioteca pública cercana a su casa en Michigan, relató su historia de amor y descubrimiento e insistía en que los jueces deben comprender que el género “es algo más de lo que hay entre tus piernas al nacer”. Había crecido como Anthony en un pueblo llamado Fayetteville, en la sureña Carolina del Norte, en el seno de una iglesia baptista. Se había ordenado pastor. Se había casado y enviudado y vuelto a casar con Donna, hoy su viuda.
A lo largo de su historia, el Supremo estadounidense ha moldeado la sociedad con sentencias históricas, como la que legalizó el matrimonio igualitario en todo el país o la que vetó la segregación racial en los espacios privados, todas a partir de casos particulares, denuncias que escalaron de juzgado en juzgado hasta llegar a la máxima autoridad judicial del país. El caso de Aimee Stephens era uno de ellos.
Stephens llevaba varios viviendo una doble vida: Aimee llevaba faldas por casa, Anthony vestía uniforme masculino en el trabajo. Hasta el que el 31 de julio de 2013 entregó una carta a su jefe, Thomas Rost, dueño de Harris Funeral Homes, para comunicarle su transición de género. Este la despidió dos semanas después alegando que él había contratado a un hombre y que su apariencia femenina supondría “una distracción” para las familias de luto y un rechazo a los mandamientos de Dios. Entonces comenzó la batalla judicial. Otras dos denuncias de empleados gais despedidos -uno de ellos, ya fallecido también- mantienen abierto el proceso que va a marcar un punto de inflexión para la comunidad LGBT estadounidense, pues la mitad de los Estados carecen de legislación específicas contra la discriminación laboral de este colectivo.
Donna Stephens, la viuda de Aimee, dio las gracias a las entidades e individuos que las apoyan por mantener en sus oraciones a su “mejor amiga y compañera del alma". Ambas se conocían desde la infancia, pero hicieron su vida con otras personas y se reencontaron años después. En 2008, cuando a Donna se la llevaban los demonios porque sospechaba que Anthony la engañaba con otra mujer, supo la verdad y se amoldó. A primero de octubre, ambas acudieron juntas a la argumentación oral del Supremo.
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