jueves, 11 de marzo de 2021

#hemeroteca #trans #testimonios | Marina Sáenz, primera catedrática transexual de España: «Emociona ver que a los 83 años una persona cambia de sexo»

Imagen: La Voz de galicia / Marina Sáenz

Marina Sáenz, primera catedrática transexual de España: «Emociona ver que a los 83 años una persona cambia de sexo».

Madre de dos hijos y defensora de la ley trans, esta experta en Derecho Mercantil pone luz sobre una norma que, asegura, beneficiará a un colectivo que sufre mucho. «En España no se va a hormonar ni a operar a ningún niño. Hay que deshacer bulos».
Sandra Faginas | La Voz de Galicia, 2021-03-11
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/yes/2021/03/13/emociona-ver-83-anos-persona-cambia-sexo/0003_202103SY13P8991.htm 

Marina Sáenz es la primera catedrática transexual de España, es experta en Derecho Mercantil en la Universidad de Valladolid y forma parte del equipo que está trabajando para sacar adelante la conocida como ley trans. Defensora de una norma que, en su opinión, se adapta a los estándares de derechos fundamentales europeos, pone luz sobre el debate que estos días se ha originado alrededor de un colectivo que ha sufrido, y sufre, el rechazo social. Madre de dos hijos, Marina tuvo que pelear muy duro para ser aceptada por su entorno y ha sido testigo del dolor de una «generación perdida» que ha dejado muchos muertos.

-¿En qué mejora la ley trans?
-En muchas cosas, la ley del 2007 nos permitía el cambio de sexo registral tras presentar dos certificaciones médicas, una en la que nos obligaban a declarar que teníamos un trastorno mental y en otra en que exponíamos que habíamos pasado dos años de hormonación. En la ley actual se incorporan un montón de temas muy necesarios: medidas de apoyo laboral, de inserción en el entorno educativo, medidas que buscan la inclusión social, que es una asignatura pendiente. Y se intenta poner orden en el caos sanitario, porque cada comunidad autónoma ofrece o no tratamientos a los transexuales, a veces no son los mismos, y finalmente se eliminan estos requisitos de certificaciones médicas para que no tengamos que declararnos personas trastornadas porque no lo somos. Y que no haya un itinerario único en el que sea necesaria la hormonación, porque se reconoce que también existe identidad de género en los menores.

-La polémica ha surgido porque de pronto tú puedes registrarte como hombre o mujer sin ningún papel.
-Sí, la gente no entiende esto, ¿pero quién va a certificar mi identidad mejor que yo? ¿Por qué terceros van a saber más sobre mi identidad de género? Los diagnósticos no tenían una base científica porque al final la única prueba que hay es la declaración y las vidas de las personas identificadas.

-¿Se pone el límite en los 16 años?

-Sí, porque en el Estado español es la edad para el consentimiento informado, la edad a la que puedes consentir tener relaciones sexuales, a la que puedes empezar en el matrimonio, a la que puedes ingresar en una cárcel de adultos, en la que decides si recibes o no un tratamiento médico, en la que puedes abortar sin consentimiento. Si tenemos madurez para todo eso, cómo no la vamos a tener para decidir quiénes somos.

-Por tu experiencia, ¿a qué edad se suele manifestar esa identidad?
-Los estudios de la asociación de pediatría americana sobre niños transgénero indican, y nuestra experiencia también, que las primeras manifestaciones son a partir de los 4 o 5 años. Luego, dependiendo del entorno, se reafirma o se inhibe. Y por supuesto, tenemos manifestaciones mucho más fuertes en la etapa prepuberal. El entorno y la cultura condicionan mucho, al igual que el grado de aceptación o rechazo de esas manifestaciones. En mi generación, a los 4 o 5 años, las cosas estaban muy claras: si te manifestabas, como la reacción de todo el entorno y de las personas que te querían era mala, intentabas inhibir eso hasta que en la adolescencia aparecía como un torrente que no podías detener.

-¿Tú que edad tienes?
-Uf, ya soy de las de y taytantos, tengo la edad de la invisibilidad, ja, ja. La cincuentena, vamos.

-¿Te pudiste tratar en España? ¿Cómo era entonces?
-La mía fue una generación perdida, la mayoría de las personas trans tuvieron una vida muy difícil. O asumieron unas vidas marginales o inhibieron su manifestación de personalidad o recibieron unas situaciones emocionalmente muy duras. En nuestra época, no había tratamientos médicos accesibles, había mucha automedicación que mató a mucha gente, y una exclusión laboral y familiar en cuanto te manifestabas. Hay muchísima gente de mi edad que nunca ha expresado su identidad y ha hecho una vida bastante triste.

-«Se inhibe» no quiere decir que desaparezca esa identidad. ¿Una persona trans siempre quiere hacer ese cambio?
-Claro, quiere decir que no se manifiesta públicamente. Una persona trans es lo que es: una mujer es una mujer. Cuando vives sin poder manifestar tu identidad, algo te va secando la vida. En mi caso, iba consiguiendo logros familiares, sociales, tenía una vida muy satisfactoria y, sin embargo, era como si todo hubiera perdido el sabor, el olor, porque tú no estabas ahí. Al final fue absolutamente necesario dar el paso pagando el precio que fuera. No se puede vivir con la negación de una misma.

-¿Has tenido que explicarte delante de tus alumnos?

-Esto es quizás lo más fantástico de todo. Ellos lo entendieron a la primera, hubo en los grupos de WhatsApp algunos que hicieron comentarios, pero los primeros que les callaron la boca fueron sus compañeros. Estamos ante una generación que lo vive con otro conocimiento, con otro sentimiento y otra cultura.

-Esta generación de jóvenes hablan con normalidad de género fluido, no binario, es otro mundo.
-Es una generación que ha sido educada, no en la tolerancia, que es una palabra que no me gusta, sino en el respeto y en la diversidad del ser humano. Nos están dando muchas lecciones a las personas que teóricamente somos más adultas. De eso deberíamos estar muy orgullosos porque somos un país en el que la aceptación de la diversidad es norma general.

-¿Cómo es ese proceso de hormonación? ¿Cuánto puede durar?
-Lo primero es que hay que deshacer los bulos. La ley trans no va a operar a ningún menor. En este país está prohibido. Tampoco vamos a hormonar a niños porque los niños no necesitan hormonaciones. En aquellos casos en los que se ve con claridad que el menor manifiesta una identidad de género y le viene un desarrollo hormonal que no desea, le proponemos un tratamiento de bloqueadores hormonales para ver si se mantiene firme esa manifestación. Es el plazo que recomienda la sociedad de endocrinología internacional. No más de dos años, con un control médico que la ley garantiza que será con personal formado.

-¿Hay mucha gente que empiece con bloqueadores y luego se arrepienta?
-Los informes que tenemos dicen que más de un 95% de las personas que empiezan y piden un tratamiento no vuelven atrás. Lo que no tiene sentido es que no atendamos a la mayoría.

-¿Qué pasa después?
-Si tiene una identidad firme, hacemos una hormonación cruzada. Para una mujer transexual se le aportan estrógenos y antiandrógenos, así el desarrollo físico se corresponde al que esa persona tiene. Esto puede durar toda tu vida. Tenemos experiencia de más de 35 años de tratamientos, no es algo experimental.

-¿Para programar una operación hay que ser mayor de edad?
-Sí, no puede ser antes. Queremos que esto se haga con personal formado y especializado y en todas las comunidades por la Seguridad Social. Porque ahora todo depende de si la comunidad ampara los tratamientos o si voluntariamente decide prestarlos. No podemos depender de la caridad de los extraños.

-Hay un sufrimiento corporal, ¿el emocional es mayor?
-Cuando a la gente se le reconoce su identidad y socializa, la tensión y la urgencia por la adaptación física es menor. El aspecto físico es muy importante por la presión ambiental, te urge dar una imagen que el público acepte. Estamos intentando que las personas puedan manifestarse con la menor presión posible. Y que no haya un itinerario único o sean las presiones sociales las que determinen un cambio importante.

-Hay discusión por ese cambio de nombre sin más. Porque de pronto, sin ningún requisito, yo puedo ser oficialmente un hombre.
-Hay una sensación muy policial, lo normal es que una persona pueda ser denominada como quiera salvando los efectos de seguridad jurídica. Nuestro sistema es muy garantista, el DNI es un sistema de control de las identidades perfecto, con nuestra huella registrada. Hay un control de quiénes somos, así que el hecho de que una persona cambie le va a dar problemas, de tus tarjetas, tus contratos, tus títulos, pero es una decisión que una persona adopta no de manera frívola, si no, lo va a pagar.

-¿A qué edad te pudiste llamar Marina?
-Uy, ya ni me acuerdo. No quiero darle importancia porque yo empecé a ser Marina tan pronto me di cuenta de quién era y empecé a hacer mi vida con independencia de mis papeles. Yo hice el salto mental directamente y fue a los veintitantos.

-Hay un sector feminista que está en contra de esta ley. Dicen que no se defiende el género femenino.
-Hay una minoría que nos está manifestando un rechazo y nos pone como uno de los problemas para la mujer y para el feminismo. Al parecer, nuestra propia existencia borra a todas las mujeres, somos unos agentes del patriarcado. Hay evidentemente una incomprensión fuerte, se ve que no han conocido a menores y familias trans. Esa banalización de nuestra identidad es de desconocimiento total. Y se nos hace responsables de los estereotipos de género, como si los hubiéramos iniciado nosotras, cuando a nosotras se nos ha rechazado hasta el punto de meternos en la cárcel o en los psiquiátricos.

-Se ha discutido mucho también sobre vuestra inclusión en el deporte.
-Lo que me están diciendo es que tengo que vivir en un apartheid, al final, si yo no puedo entrar en el váter o en el vestuario contigo, ¿dónde se supone que tengo que estar? ¿En el vestuario masculino? ¡Anda que ahí estaré segura y muy cómoda! ¿O es que me van a hacer un tercer váter o un tercer vestuario? Si a mí se me reconoce como mujer, pero en cada espacio tengo que ser segregada, pues me convierten en los negros de Alabama en el año 50.

-¿En el deporte cómo se resuelve?
-Es complejo. Primero, por qué no hablamos de deporte escolar, en donde podemos educar en igualdad y en lugar de que los niños y las niñas jueguen separados, podrían jugar mezclados. Segundo, la ley trans no regula las competiciones internacionales, que se rigen por los comités olímpicos y la ley internacional, y ahí desde el 2015 ya se admite a atletas transexuales con un control de niveles hormonales que se aplica a otras mujeres. A los hombres no, porque curiosamente se les empezó a hacer y se descubrió que muchos atletas tenían perfiles muy femeninos e inmediatamente se dejaron. Mientras que con las mujeres es el pretendido mal que lo justifica todo. Pero bueno, ahora nos encontramos que a las mujeres se les está prohibiendo el acceso a la competición porque tienen niveles de testosterona muy altos de manera natural. O se les están imponiendo tratamientos para bajar esos niveles, y esto me parece que vulnera mucho su personalidad. Y un pequeño detalle, no hay ninguna transexual que haya llegado al top 25 de ninguna disciplina. No estamos robando los podios. Se nos permite competir, pero no ganar, porque va a ser considerado un robo.

-Después de estos años, ¿sigues sintiendo rechazo?
-Yo soy feliz porque soy quien soy, trabajo, soy madre, y mi vida tiene problemas como los de todo el mundo. Pero me levanto con otra satisfacción, con una conformidad conmigo misma que antes no tenía. Merece la pena afrontar ese riesgo frente al riesgo de no ser, que es mucho peor.

-¡Conoces ahora a gente más feliz!
-Si sigo peleando por esto es por la generación que viene, porque no quiero que tengan las vidas que hemos tenido nosotras. He asistido a cosas que te dan moral. La transición de la persona más mayor que conozco comenzó a los 83 años, cuando ya tenía bisnietos, es una persona profesionalmente muy reconocida. Cuando ya pensaba que solo le quedaba esperar a la muerte no pudo evitar decir: ‘Quiero que me entierren con el nombre que me corresponde'. E inició la transición a mujer. Yo hablé con ella cuando tenía 79 años y le dije: ‘Hazlo, aunque sea solo por darte la satisfacción un día de ser tú', se lo pensó unos años y al final se decidió. Hoy en día, con 86, por fin es feliz.

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