Imagen: Google Imágenes / Robin Campillo |
El virus de la inmunodeficiencia humana, en pantalla.
Nando Salvá | El Periódico, 2018-01-22
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/escenarios/los-musulmanes-son-nuevos-maricones_1258283.html
La tercera película de Robin Campillo, '120 pulsaciones por minuto', recuerda los primeros años de la epidemia del sida en Francia recreando las luchas de Act Up Paris, un grupo de activistas que usaron métodos de guerrilla para dar visibilidad y lograr una mayor implicación del Gobierno y las farmacéuticas en la lucha contra la enfermedad. Tras obtener el Premio Especial del Jurado en Cannes, la película acaba de estrenarse en nuestro país.
–¿Hasta qué punto es autobiográfica su película?
–Esencialmente, es la historia de mi juventud. Yo acababa de entrar en la escuela de cine cuando las primeras imágenes de la crisis del sida en Estados Unidos empezaron a aparecer en la prensa francesa a principios de la década de los 80. Esas imágenes brutales y esos titulares que anunciaban cómo los homosexuales serían barridos por el virus me dejaron totalmente paralizado por el miedo. De repente, el cine me pareció algo trivial. Después de todo, los directores que yo siempre había admirado, como Robert Bresson y François Truffaut, jamás se habían preocupado por asuntos como virus y enfermedades.
–¿Cómo reaccionó ante ese miedo?
–Me borré de la vida, por decirlo de alguna manera. Dejé de tener relaciones sexuales por miedo al contagio, incluso dejé de ver a mis amigos. Perdí mi juventud, mientras me llegaban noticias de gente cercana a mí que caía enferma. Afortunadamente, en 1992 entré en Act Up y poco a poco fui recuperando mi ánimo y mi espíritu creativo. Dejé de ser una víctima. La vergüenza de ser gay había sido reemplazada por la vergüenza de estar enfermo, pero gracias a Act Up y otros grupos el orgullo volvió a imponerse entre nuestra comunidad.
–La película habla de tragedia y muerte, pero está llena de humor y alegría de vivir.
–Éramos gente joven y nos estábamos muriendo, y lo que nos empujaba a luchar por sobrevivir no era la promesa de una familia y un trabajo, sino el placer del sexo y la música y las drogas y todo eso. Teníamos un gran espíritu hedonista que es inconfundiblemente gay, y que yo he querido reflejar en la película.
–¿Es un homenaje a los amigos que fueron víctimas y murieron?
–Sinceramente, me interesa más la gente que sobrevivió. Muchos seropositivos se volcaron en la lucha contra la enfermedad y en Act Up, y sus carreras quedaron en suspenso. Hoy en día muchos viven existencias precarias, algunos siguen sometidos a la medicación. Lo que más me emociona es todo lo que esa gente ha perdido. Si te preocupas demasiado por aquellos que murieron, te olvidas de los que siguen vivos.
–¿Sigue vinculado al activismo?
–Estoy bastante desconectado. En general, los movimientos políticos eran mucho más poderosos en los 90. Entonces no había internet, y para hacer ruido y crear confrontación había que salir a la calle. Hoy la gente se contenta con ponerse agresiva en Twitter. En la actualidad, la sociedad ha renunciado a la lucha política.
–¿No cree que se ha dado al sida por muerto antes de tiempo? Después de todo, siguen dándose casos.
–Y están aumentando en número, de hecho. Por eso me parece grotesco que la juventud esté dejando de usar el condón en sus relaciones sexuales. A nosotros los condones nos cambiaron la vida; gracias a ellos recuperamos nuestra vida sexual y nuestra alegría. Nunca me han gustado, pero los he usado siempre. Y comprendo el deseo de los jóvenes de tener sexo sin usarlos, pero me da miedo que piensen que están protegidos por arte de magia. Sinceramente, creo que las campañas de prevención deberían volver a activarse, al menos en mi país.
–¿Cómo describiría la evolución de la imagen que la sociedad tiene de la enfermedad?
–Cuando presentamos la película en el festival de Cannes, tuvimos la sensación de que todo el mundo se esforzaba por dejar claro lo mucho que apoyaba a Act Up. Era como si todos quisieran demostrar su implicación con la causa. Como si todos los franceses hubieran estado en Act Up del mismo modo que todos los franceses habían estado en la resistencia en la segunda guerra mundial. Mentira. En su día se nos despreciaba y se nos llamaba «maricones de mierda» en las calles. Es solo que ahora han encontrado un nuevo enemigo, la religión. Los musulmanes son los nuevos maricones.
–¿Hasta qué punto es autobiográfica su película?
–Esencialmente, es la historia de mi juventud. Yo acababa de entrar en la escuela de cine cuando las primeras imágenes de la crisis del sida en Estados Unidos empezaron a aparecer en la prensa francesa a principios de la década de los 80. Esas imágenes brutales y esos titulares que anunciaban cómo los homosexuales serían barridos por el virus me dejaron totalmente paralizado por el miedo. De repente, el cine me pareció algo trivial. Después de todo, los directores que yo siempre había admirado, como Robert Bresson y François Truffaut, jamás se habían preocupado por asuntos como virus y enfermedades.
–¿Cómo reaccionó ante ese miedo?
–Me borré de la vida, por decirlo de alguna manera. Dejé de tener relaciones sexuales por miedo al contagio, incluso dejé de ver a mis amigos. Perdí mi juventud, mientras me llegaban noticias de gente cercana a mí que caía enferma. Afortunadamente, en 1992 entré en Act Up y poco a poco fui recuperando mi ánimo y mi espíritu creativo. Dejé de ser una víctima. La vergüenza de ser gay había sido reemplazada por la vergüenza de estar enfermo, pero gracias a Act Up y otros grupos el orgullo volvió a imponerse entre nuestra comunidad.
–La película habla de tragedia y muerte, pero está llena de humor y alegría de vivir.
–Éramos gente joven y nos estábamos muriendo, y lo que nos empujaba a luchar por sobrevivir no era la promesa de una familia y un trabajo, sino el placer del sexo y la música y las drogas y todo eso. Teníamos un gran espíritu hedonista que es inconfundiblemente gay, y que yo he querido reflejar en la película.
–¿Es un homenaje a los amigos que fueron víctimas y murieron?
–Sinceramente, me interesa más la gente que sobrevivió. Muchos seropositivos se volcaron en la lucha contra la enfermedad y en Act Up, y sus carreras quedaron en suspenso. Hoy en día muchos viven existencias precarias, algunos siguen sometidos a la medicación. Lo que más me emociona es todo lo que esa gente ha perdido. Si te preocupas demasiado por aquellos que murieron, te olvidas de los que siguen vivos.
–¿Sigue vinculado al activismo?
–Estoy bastante desconectado. En general, los movimientos políticos eran mucho más poderosos en los 90. Entonces no había internet, y para hacer ruido y crear confrontación había que salir a la calle. Hoy la gente se contenta con ponerse agresiva en Twitter. En la actualidad, la sociedad ha renunciado a la lucha política.
–¿No cree que se ha dado al sida por muerto antes de tiempo? Después de todo, siguen dándose casos.
–Y están aumentando en número, de hecho. Por eso me parece grotesco que la juventud esté dejando de usar el condón en sus relaciones sexuales. A nosotros los condones nos cambiaron la vida; gracias a ellos recuperamos nuestra vida sexual y nuestra alegría. Nunca me han gustado, pero los he usado siempre. Y comprendo el deseo de los jóvenes de tener sexo sin usarlos, pero me da miedo que piensen que están protegidos por arte de magia. Sinceramente, creo que las campañas de prevención deberían volver a activarse, al menos en mi país.
–¿Cómo describiría la evolución de la imagen que la sociedad tiene de la enfermedad?
–Cuando presentamos la película en el festival de Cannes, tuvimos la sensación de que todo el mundo se esforzaba por dejar claro lo mucho que apoyaba a Act Up. Era como si todos quisieran demostrar su implicación con la causa. Como si todos los franceses hubieran estado en Act Up del mismo modo que todos los franceses habían estado en la resistencia en la segunda guerra mundial. Mentira. En su día se nos despreciaba y se nos llamaba «maricones de mierda» en las calles. Es solo que ahora han encontrado un nuevo enemigo, la religión. Los musulmanes son los nuevos maricones.
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