Imagen: El Diario Vasco / Maider García, Marian Martínez, Aintzane Ezenarro, Maribel González y Alberto Muñagorri |
Memoriaren plaza ofreció en Irun los testimonios de Alberto Muñagorri, Maribel González, Marian Martínez y Maider García.
María José Atienza | El Diario Vasco, 2018-01-26
http://www.diariovasco.com/bidasoa/irun/acabado-violencia-olvideis-20180126001810-ntvo.html
Memoriaren plaza, iniciativa itinerante del Instituto Vasco de la Memoria-Gogora, reunió el miércoles en Irun a cuatro víctimas del terrorismo y de la violencia policial ilícita. Alberto Muñagorri, Maribel González, Marian Martínez y Maider García ofrecieron su testimonio en la carpa instalada en la plaza Urdanibia, en un acto coordinado por la directora de Gogora, Aintzane Ezenarro. El encuentro, con aforo completo, abrió una ventana a lo hay detrás de los titulares de prensa. Los asistentes pudieron ver, de primera mano, hasta dónde llega y cuánto tiempo permanece la onda expansiva de un atentado o cómo se recibe, tras sufrirlo, la puntilla del vacío social o de la justificación de un hecho deplorable. Los duros relatos de cuatro víctimas valientes y generosas, se revelaron como un arma letal contra el odio y como la mejor herramienta para construir la paz.
Un niño de 10 años
Alberto Muñagorri tiene en la actualidad 46 años. Era un niño de 10 cuando el 26 de junio de 1982, recién estrenadas las vacaciones escolares, fue víctima de un atentado de ETA contra unas instalaciones de Iberduero en Errenteria. «Era una mañana de sábado. Me dirigí hacia el campo de fútbol del colegio donde estudiaba y junto a Iberduero, encontré una mochila de la que sobresalían unos plásticos negros. Me detuve junto a ella y fue en el momento en que explotó. La onda expansiva me desplazó cinco metros y me dejó tirado en la carretera».
El parte médico de lesiones del hospital de la Cruz Roja de San Sebastián, adonde Alberto fue trasladado, decía: «Amputación de la pierna izquierda, estallido del globo ocular del ojo derecho y lesiones graves en el ojo izquierdo, perforación de ambos tímpanos, fractura de tibia y peroné, heridas abiertas en muslo izquierdo, con pérdida de sustancia y múltiples heridas en tórax, cara y zona genital».
«La explosión se oyó en todo el pueblo», continuó Muñagorri. «Mi hermano mayor, Fran, andaba en el barrio y fue con sus amigos a ver qué pasaba. Cuando llegó al lugar no consiguió reconocerme. Un amigo suyo le dijo ¡Joder, Fran!, es tu hermano. En ese momento, salió corriendo para avisar a mi madre. Tocó el timbre y le dijo: 'Ama, a Alberto le ha explotado una bomba' y mi madre dijo: '¡Cállate, loco!'».
«Estuve 16 días en Cuidados Intensivos y pasé dos meses más ingresado en el hospital. El recuerdo que tengo es el de curas interminables que duraban dos y tres horas. Un gran equipo médico profesional y humano me ayudó a recuperarme de mis lesiones. Pero lo que me hizo ser como soy hoy y poder estar frente a todos vosotros es la fuerza, coraje y amor que supo transmitirme mi madre. Durante los dos meses y 16 días que estuve en el hospital no se separó ni un día de mi lado. Ella me inculcó que no debía odiar a quienes me habían hecho esto y que perdonar no cambiaría lo que había ocurrido, pero sí mi futuro».
Fueron muchas las voces que, en su día, intentaron culpar de lo ocurrido a Iberduero o a la policía, que no consiguió dar con el artefacto, «pero yo, desde el primer minuto, sé que el único culpable fue el que puso la bomba, y ciertos entornos que justificaban este tipo de actos».
Hoy en día, Alberto Muñagorri es una de las víctimas del terrorismo que ofrece charlas a jóvenes y adultos. El mensaje que transmite es que «la violencia, venga de donde venga, no tiene sentido, que no se olviden de las víctimas, que les ayuden a escribir la historia sin maquillarla, que se acerquen a ellas porque han estado desprotegidas y abandonadas durante mucho tiempo».
Maribel González se quedó viuda con 24 años y tres niños pequeños. Un guardia civil fuera de servicio y vestido de paisano mató a su marido, Alberto Soliño, en la madrugada del 12 de junio de 1976. La voz de Maribel se quiebra en varias ocasiones durante el relato. Es, sin duda, el testimonio más desgarrador.
Alberto Soliño tenía una tienda de electrodomésticos en Pasaia y era batería de un grupo musical. Aquella noche, el grupo había actuado en la discoteca Jai Alai de Eibar, en cuya puerta encontró la muerte.
La hermana de Maribel fue la encargada de comunicar a la viuda la terrible noticia. «El médico me dijo que no viera a mi marido y yo le dije que sí. Lo tenían en una caja muy pequeña. Lo levanté de la caja, lo cogí y se que me quedaron los sesos en la mano. Todavía no le habían hecho la autopsia».
Maribel tuvo que marcharse de la casa donde vivía. «No podía ir sola al baño, porque veía a mi marido muerto en la bañera».
«Me dijeron que el que le había matado estaba en el cuartel de Intxaurrondo. Un día fui con mi hermano allí para comprobarlo y dijimos que éramos amigos del asesino. Me temblaban las piernas. Nos dijeron que estaba unos días de permiso en Cuenca, porque habían operado a su hijo». Nunca hubo un juicio. «Años después, nos enteramos de que le habían echado del Cuerpo con otros cinco por mala conducta».
«A mis hijos no les ha faltado de comer, porque he tenido unos padres muy buenos. Pero yo lo he pasado muy mal. Fue todo muy duro. No puedo perdonar. Pero estoy orgullosa de tener unos hijos muy tranquilos. Siempre han huido de la violencia y no sienten odio».
Solas y 'culpables' A Julio Martínez, concejal en el Ayuntamiento de Irun, lo mató ETA el 16 de diciembre de 1977 cuando se disponía a entrar en el garaje de su domicilio, «porque decían que estorbaba y que era chivato». Su hija Marian se encontraba de viaje de estudios en Madrid. «Mi madre y mi hermana estaban en casa, en la calle Larretxipi, cuando lo mataron. Salió mi madre y estaba en el suelo tirado. Nadie la ayudó. Sólo un gitano que pasaba por allí».
«Fue muy duro, porque entonces no teníamos apoyo de la gente, ni de organizaciones como las que hay ahora, ni de psicólogos y quienes te echaban una mano, lo hacían bajo manga. Tuve que ayudar a mi madre en el quiosco de periódicos que teníamos y cuando pasaban las manifestaciones por delante se paraban y nos insultaban. Yo estaba en el instituto y había gente que se daba la vuelta cuando pasaba. Te encuentras muy sola y te hacen sentir culpable. Han sido años muy duros. Ahora nos sentimos más arropadas».
Maider García es la hija mayor de Juan Carlos García Goena, un objetor de conciencia asesinado por los GAL en Hendaya el 24 de julio de 1987 con una bomba colocada bajo su coche. «Tenía 5 años cuando ocurrió el atentado. Mi padre no tenía nada que ver con el mundo de ETA como se ha comentado en ocasiones. Mi madre no sabía ni lo que era el GAL cuando ocurrió. Sólo recuerdo que después del atentado dormíamos las tres juntas: mi madre, que estaba embarazada, mi hermana y yo, y que teníamos miedo. No tuvimos ningún tipo de apoyo. Con el asesinato de mi padre no se ha hecho justicia, porque no interesa. Así de sencillo».
«Nuestra experiencia es que la violencia no sirve para nada. Tenemos que hablar de ello, porque se ha tratado de una manera muy superficial. Tenemos que contárselo a los jóvenes, para que sepan lo que ha pasado y puedan construir su futuro sin caer en los mismos errores».
Un niño de 10 años
Alberto Muñagorri tiene en la actualidad 46 años. Era un niño de 10 cuando el 26 de junio de 1982, recién estrenadas las vacaciones escolares, fue víctima de un atentado de ETA contra unas instalaciones de Iberduero en Errenteria. «Era una mañana de sábado. Me dirigí hacia el campo de fútbol del colegio donde estudiaba y junto a Iberduero, encontré una mochila de la que sobresalían unos plásticos negros. Me detuve junto a ella y fue en el momento en que explotó. La onda expansiva me desplazó cinco metros y me dejó tirado en la carretera».
El parte médico de lesiones del hospital de la Cruz Roja de San Sebastián, adonde Alberto fue trasladado, decía: «Amputación de la pierna izquierda, estallido del globo ocular del ojo derecho y lesiones graves en el ojo izquierdo, perforación de ambos tímpanos, fractura de tibia y peroné, heridas abiertas en muslo izquierdo, con pérdida de sustancia y múltiples heridas en tórax, cara y zona genital».
«La explosión se oyó en todo el pueblo», continuó Muñagorri. «Mi hermano mayor, Fran, andaba en el barrio y fue con sus amigos a ver qué pasaba. Cuando llegó al lugar no consiguió reconocerme. Un amigo suyo le dijo ¡Joder, Fran!, es tu hermano. En ese momento, salió corriendo para avisar a mi madre. Tocó el timbre y le dijo: 'Ama, a Alberto le ha explotado una bomba' y mi madre dijo: '¡Cállate, loco!'».
«Estuve 16 días en Cuidados Intensivos y pasé dos meses más ingresado en el hospital. El recuerdo que tengo es el de curas interminables que duraban dos y tres horas. Un gran equipo médico profesional y humano me ayudó a recuperarme de mis lesiones. Pero lo que me hizo ser como soy hoy y poder estar frente a todos vosotros es la fuerza, coraje y amor que supo transmitirme mi madre. Durante los dos meses y 16 días que estuve en el hospital no se separó ni un día de mi lado. Ella me inculcó que no debía odiar a quienes me habían hecho esto y que perdonar no cambiaría lo que había ocurrido, pero sí mi futuro».
Fueron muchas las voces que, en su día, intentaron culpar de lo ocurrido a Iberduero o a la policía, que no consiguió dar con el artefacto, «pero yo, desde el primer minuto, sé que el único culpable fue el que puso la bomba, y ciertos entornos que justificaban este tipo de actos».
Hoy en día, Alberto Muñagorri es una de las víctimas del terrorismo que ofrece charlas a jóvenes y adultos. El mensaje que transmite es que «la violencia, venga de donde venga, no tiene sentido, que no se olviden de las víctimas, que les ayuden a escribir la historia sin maquillarla, que se acerquen a ellas porque han estado desprotegidas y abandonadas durante mucho tiempo».
Maribel González se quedó viuda con 24 años y tres niños pequeños. Un guardia civil fuera de servicio y vestido de paisano mató a su marido, Alberto Soliño, en la madrugada del 12 de junio de 1976. La voz de Maribel se quiebra en varias ocasiones durante el relato. Es, sin duda, el testimonio más desgarrador.
Alberto Soliño tenía una tienda de electrodomésticos en Pasaia y era batería de un grupo musical. Aquella noche, el grupo había actuado en la discoteca Jai Alai de Eibar, en cuya puerta encontró la muerte.
La hermana de Maribel fue la encargada de comunicar a la viuda la terrible noticia. «El médico me dijo que no viera a mi marido y yo le dije que sí. Lo tenían en una caja muy pequeña. Lo levanté de la caja, lo cogí y se que me quedaron los sesos en la mano. Todavía no le habían hecho la autopsia».
Maribel tuvo que marcharse de la casa donde vivía. «No podía ir sola al baño, porque veía a mi marido muerto en la bañera».
«Me dijeron que el que le había matado estaba en el cuartel de Intxaurrondo. Un día fui con mi hermano allí para comprobarlo y dijimos que éramos amigos del asesino. Me temblaban las piernas. Nos dijeron que estaba unos días de permiso en Cuenca, porque habían operado a su hijo». Nunca hubo un juicio. «Años después, nos enteramos de que le habían echado del Cuerpo con otros cinco por mala conducta».
«A mis hijos no les ha faltado de comer, porque he tenido unos padres muy buenos. Pero yo lo he pasado muy mal. Fue todo muy duro. No puedo perdonar. Pero estoy orgullosa de tener unos hijos muy tranquilos. Siempre han huido de la violencia y no sienten odio».
Solas y 'culpables' A Julio Martínez, concejal en el Ayuntamiento de Irun, lo mató ETA el 16 de diciembre de 1977 cuando se disponía a entrar en el garaje de su domicilio, «porque decían que estorbaba y que era chivato». Su hija Marian se encontraba de viaje de estudios en Madrid. «Mi madre y mi hermana estaban en casa, en la calle Larretxipi, cuando lo mataron. Salió mi madre y estaba en el suelo tirado. Nadie la ayudó. Sólo un gitano que pasaba por allí».
«Fue muy duro, porque entonces no teníamos apoyo de la gente, ni de organizaciones como las que hay ahora, ni de psicólogos y quienes te echaban una mano, lo hacían bajo manga. Tuve que ayudar a mi madre en el quiosco de periódicos que teníamos y cuando pasaban las manifestaciones por delante se paraban y nos insultaban. Yo estaba en el instituto y había gente que se daba la vuelta cuando pasaba. Te encuentras muy sola y te hacen sentir culpable. Han sido años muy duros. Ahora nos sentimos más arropadas».
Maider García es la hija mayor de Juan Carlos García Goena, un objetor de conciencia asesinado por los GAL en Hendaya el 24 de julio de 1987 con una bomba colocada bajo su coche. «Tenía 5 años cuando ocurrió el atentado. Mi padre no tenía nada que ver con el mundo de ETA como se ha comentado en ocasiones. Mi madre no sabía ni lo que era el GAL cuando ocurrió. Sólo recuerdo que después del atentado dormíamos las tres juntas: mi madre, que estaba embarazada, mi hermana y yo, y que teníamos miedo. No tuvimos ningún tipo de apoyo. Con el asesinato de mi padre no se ha hecho justicia, porque no interesa. Así de sencillo».
«Nuestra experiencia es que la violencia no sirve para nada. Tenemos que hablar de ello, porque se ha tratado de una manera muy superficial. Tenemos que contárselo a los jóvenes, para que sepan lo que ha pasado y puedan construir su futuro sin caer en los mismos errores».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.