Testo yonqui / Beatriz Preciado
Madrid : Espasa-Calpe, 2008
324 p.
ISBN 9788467026931 [2008-01] / 18,27 €
/ ENS / ES
/ Filosofía / Identidad sexual / Sexualidad / Teoría Queer
Biblioteca UPV/EHU
http://millennium.ehu.es/record=b1543654~S1*spi
La autora analiza el modo en que las estructuras políticas y de poder
determinan (con frecuente violencia) la experiencia de la propia persona, la
vivencia de nuestro cuerpo y, en consecuencia, el papel social que
desempeñamos. El modelo capitalista actual se asienta en dos pilares
fundamentales: la industria farmacéutica y
Beatriz Preciado: “Testo Yonqui”
Un libro al día, 2011-11-03
http://unlibroaldia.blogspot.com.es/2011/11/beatriz-preciado-testo-yonqui.html
Veamos. No es muy fácil explicar en qué consiste “Testo Yonqui”. Para
empezar, diría que son dos libros en uno: un ensayo sobre las actuales condiciones
políticas para la construcción del sexo, la sexualidad y el género, por un
lado; y, por el otro, una auto-narración del protocolo de administración de
testosterona a que se sometió su autora mientras lo escribía. Por supuesto,
Beatriz Preciado no estaría de acuerdo con esta división, porque lo que pretende
es precisamente que su reflexión teórica surja de su práctica corporal, que
ambas sean inseparables: la idea es la de ser al mismo tiempo la rata y el
científico.
Pero, rebobinemos un poco... ¿Testosterona? ¿En serio se metía testosterona? ¿No es eso la hormona masculina? Pues sí, justo de eso se trata, de que sea (o no) la hormona masculina. Digamos que el objetivo del libro consiste en desmontar ese vínculo inmediato entre hombres y testosterona, o también entre mujeres y estrógenos, claro, o dicho más a lo bestia: entre hombres y penes. No es que esté siendo muy claro, ¿verdad? Pongámonos teóricos: Beatriz Preciado denuncia todos los intentos por naturalizar las nociones de feminidad y masculinidad, heterosexualidad y homosexualidad, hombre y mujer, y muestra su carácter radicalmente construido y político. La manera más clara de hacer esto es administrándose hormonas a sí misma, y viendo qué efecto hacen sobre su propia vivencia del cuerpo y sobre el modo en que los demás decodifican su género. Admitamos que debe de ser algo confuso que un día te encuentres en el ascensor a la vecina del quinto y tenga bigote y perilla. Pues eso.
En realidad, lo que hace Beatriz Preciado es sacar chispas del encuentro entre la teoría feminista y Foucault. Hace ya años que este encuentro condujo a negar la naturalidad del género y la orientación sexual. El género (es decir, el rol social femenino o masculino) y la sexualidad (los modos de producción de placer sexual) ya aparecen en la obra de Judith Butler y otras teóricas del más reciente feminismo como artefactos políticos, es decir, no expresiones naturales de una supuesta identidad sexual natural, sino productos de determinadas condiciones sociales. Según esto, comportarse de un modo masculino, por ejemplo, consiste en repetir una serie de comportamientos culturales aprendidos.
Beatriz Preciado da un paso más y constata también la condición política del sexo, o sea, de aquello que nos parece lo más natural del mundo: que seamos un hombre o una mujer. En un momento en que un altísimo porcentaje de mujeres se administra hormonas para controlar su fertilidad, y otro alto porcentaje de varones se administra Viagra para controlas sus erecciones, no parece que el cuerpo sexuado quede al margen de las transformaciones técnicas, como si fuera un terreno natural e inviolable. En realidad, dice Preciado, nunca lo ha sido, sino que la decisión de que alguien es mujer o varón se revela médica y jurídica. Su corolario es que debemos luchar contra este tipo de imposiciones políticas con sus mismos medios: por ejemplo, tomando hormonas sin permiso médico ni voluntad de cambiar nuestro sexo en el registro civil.
En fin, todo es bastante más complejo y sutil que este resumen, pero algo es algo. Se esté o no de acuerdo con el análisis y con las conclusiones (micro-)políticas a que llega Preciado, no puede más que admitirse que estamos ante una de las obras más originales y audaces de la Filosofía reciente. Si quieres enterarte de qué se mueve en la vanguardia de la teoría actual, “Testo Yonqui” es un imprescindible.
Pero, rebobinemos un poco... ¿Testosterona? ¿En serio se metía testosterona? ¿No es eso la hormona masculina? Pues sí, justo de eso se trata, de que sea (o no) la hormona masculina. Digamos que el objetivo del libro consiste en desmontar ese vínculo inmediato entre hombres y testosterona, o también entre mujeres y estrógenos, claro, o dicho más a lo bestia: entre hombres y penes. No es que esté siendo muy claro, ¿verdad? Pongámonos teóricos: Beatriz Preciado denuncia todos los intentos por naturalizar las nociones de feminidad y masculinidad, heterosexualidad y homosexualidad, hombre y mujer, y muestra su carácter radicalmente construido y político. La manera más clara de hacer esto es administrándose hormonas a sí misma, y viendo qué efecto hacen sobre su propia vivencia del cuerpo y sobre el modo en que los demás decodifican su género. Admitamos que debe de ser algo confuso que un día te encuentres en el ascensor a la vecina del quinto y tenga bigote y perilla. Pues eso.
En realidad, lo que hace Beatriz Preciado es sacar chispas del encuentro entre la teoría feminista y Foucault. Hace ya años que este encuentro condujo a negar la naturalidad del género y la orientación sexual. El género (es decir, el rol social femenino o masculino) y la sexualidad (los modos de producción de placer sexual) ya aparecen en la obra de Judith Butler y otras teóricas del más reciente feminismo como artefactos políticos, es decir, no expresiones naturales de una supuesta identidad sexual natural, sino productos de determinadas condiciones sociales. Según esto, comportarse de un modo masculino, por ejemplo, consiste en repetir una serie de comportamientos culturales aprendidos.
Beatriz Preciado da un paso más y constata también la condición política del sexo, o sea, de aquello que nos parece lo más natural del mundo: que seamos un hombre o una mujer. En un momento en que un altísimo porcentaje de mujeres se administra hormonas para controlar su fertilidad, y otro alto porcentaje de varones se administra Viagra para controlas sus erecciones, no parece que el cuerpo sexuado quede al margen de las transformaciones técnicas, como si fuera un terreno natural e inviolable. En realidad, dice Preciado, nunca lo ha sido, sino que la decisión de que alguien es mujer o varón se revela médica y jurídica. Su corolario es que debemos luchar contra este tipo de imposiciones políticas con sus mismos medios: por ejemplo, tomando hormonas sin permiso médico ni voluntad de cambiar nuestro sexo en el registro civil.
En fin, todo es bastante más complejo y sutil que este resumen, pero algo es algo. Se esté o no de acuerdo con el análisis y con las conclusiones (micro-)políticas a que llega Preciado, no puede más que admitirse que estamos ante una de las obras más originales y audaces de la Filosofía reciente. Si quieres enterarte de qué se mueve en la vanguardia de la teoría actual, “Testo Yonqui” es un imprescindible.
DOCUMENTACIÓN
“Testo Yonki”, de Beatriz Preciado
Tertulecto, 2008-05-20
http://tertulectos.blogspot.com.es/2013/05/testo-yonki-de-beatriz-preciado.html
Testo Yonqui, Beatriz Preciado
Lilith | La2revelación, 2008-12-30
http://www.la2revelacion.com/?p=297
>
TEXTO
"... La ascensión del capitalismo resulta inimaginable sin la
institucionalización del dispositivo heterosexual como modo de
transformación en plusvalía de los servicios sexuales, de gestación, de
cuidado y crianza realizados por las mujeres y no remunerados
históricamente. Podríamos así hablar de una deuda de trabajo sexual no
pagada que los hombres heterosexuales habrían contraído históricamente
con las mujeres del mismo modo que los países ricos se permiten hablar
de una deuda externa de los países pobres. Si la deuda por servicios
sexuales se abonara, correspondería a todas las mujeres del planeta una
renta vital suficiente para vivir sin trabajar durante el resto de sus
vidas.
Pero la heterosexualidad no ha existido siempre. Más aún, si atendemos a los signos de tecnificación y de informatización del género que emergen a partir de la Segunda Guerra Mundial, podemos afirmar sin lugar a dudas que la heterosexualidad está llamada a desaparecer un día. De hecho, está desapareciendo. Esto no quiere decir que no habrá a partir de ahora relaciones sexuales entre bio-mujeres y bio-hombres, sino que las condiciones de la producción sexual (de cuerpos y de placeres) están cambiando drásticamente, y que éstas se vuelven cada vez más similares a la producción de cuerpos y de placeres desviantes, sometidas a las mismas regulaciones farmacopornográficas, estando todos los cuerpos sometidos a los mismos procesos de producción tecno-biopolítica. Dicho de otro modo, en el tiempo presente, todas las formas de sexualidad y de producción del placer, todas las economías libidinales y biopolíticas están sujetas a un mismo régimen de producción farmacopornográfico, a las mismas tecnologías moleculares y digitales de producción del sexo, del género y de la sexualidad. Una de las características del régimen biopolítico heterosexual era el establecimiento, a través de un sistema científico de diagnóstico y clasificación del cuerpo, de una linealidad causal entre sexo anatómico (genitales femeninos o masculinos), género (apariencia, rol social, eso que después Judith Butler denominará performance femenina o masculina) y sexualidad (heterosexual o perversa). Según este modelo establecido por la psicopatología del siglo XIX a través de manuales como la Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing, a un sexo masculino le correspondía naturalmente una expresión de género masculino y una orientación heterosexual. Cualquier desviación de esta cadena causal estaba considerada como una patología. El descubrimiento, más bien la invención, de las hormonas sexuales y la posibilidad de su elaboración sintética a mediados del siglo XX modificará el carácter irreversible de las formaciones identitarias (tanto genitales, como de género o de sexualidad). Así, desde 1960, los mismos compuestos estrogenados serán utilizados para el control de la fertilidad de las bio-mujeres (cuerpos que la medicina valida como femeninos en el nacimiento y cuyo proceso de feminización político-técnico será considerado como parte de un devenir natural) y para el cambio de sexo en casos de transexualidad femenina (M2F, de hombre a mujer); la misma testosterona hará girar las ruedas del Tour de Francia y transformará los cuerpos de los transexuales F2M, de mujer a hombre.
Esta maquinaria tecno-viva de la que formamos parte no es un todo coherente e integrado. Los dos polos de la industria farmacopornográfica (fármaco y porno) funcionan más en oposición que en convergencia. Mientras la industria pornográfica produce en su mayoría representaciones normativas (sexo = penetración con bio-pene) e idealizadas de la práctica heterosexual y homosexual ofreciendo como justificación de la asimetría entre bio-hombres y bio-mujeres una diferencia anatómicamente fundada (bio-hombre = bio-pene, bio-mujer = bio-vagina), la industria farmacológica, biotecnológica y las nuevas técnicas de reproducción asistida, a pesar de seguir funcionando dentro de un marco legal heteronormativo, no dejan de desdibujar las fronteras entre los géneros y de hacer del dispositivo político económico heterosexual en su conjunto una medida de gestión de la subjetividad obsoleta."
Pero la heterosexualidad no ha existido siempre. Más aún, si atendemos a los signos de tecnificación y de informatización del género que emergen a partir de la Segunda Guerra Mundial, podemos afirmar sin lugar a dudas que la heterosexualidad está llamada a desaparecer un día. De hecho, está desapareciendo. Esto no quiere decir que no habrá a partir de ahora relaciones sexuales entre bio-mujeres y bio-hombres, sino que las condiciones de la producción sexual (de cuerpos y de placeres) están cambiando drásticamente, y que éstas se vuelven cada vez más similares a la producción de cuerpos y de placeres desviantes, sometidas a las mismas regulaciones farmacopornográficas, estando todos los cuerpos sometidos a los mismos procesos de producción tecno-biopolítica. Dicho de otro modo, en el tiempo presente, todas las formas de sexualidad y de producción del placer, todas las economías libidinales y biopolíticas están sujetas a un mismo régimen de producción farmacopornográfico, a las mismas tecnologías moleculares y digitales de producción del sexo, del género y de la sexualidad. Una de las características del régimen biopolítico heterosexual era el establecimiento, a través de un sistema científico de diagnóstico y clasificación del cuerpo, de una linealidad causal entre sexo anatómico (genitales femeninos o masculinos), género (apariencia, rol social, eso que después Judith Butler denominará performance femenina o masculina) y sexualidad (heterosexual o perversa). Según este modelo establecido por la psicopatología del siglo XIX a través de manuales como la Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing, a un sexo masculino le correspondía naturalmente una expresión de género masculino y una orientación heterosexual. Cualquier desviación de esta cadena causal estaba considerada como una patología. El descubrimiento, más bien la invención, de las hormonas sexuales y la posibilidad de su elaboración sintética a mediados del siglo XX modificará el carácter irreversible de las formaciones identitarias (tanto genitales, como de género o de sexualidad). Así, desde 1960, los mismos compuestos estrogenados serán utilizados para el control de la fertilidad de las bio-mujeres (cuerpos que la medicina valida como femeninos en el nacimiento y cuyo proceso de feminización político-técnico será considerado como parte de un devenir natural) y para el cambio de sexo en casos de transexualidad femenina (M2F, de hombre a mujer); la misma testosterona hará girar las ruedas del Tour de Francia y transformará los cuerpos de los transexuales F2M, de mujer a hombre.
Esta maquinaria tecno-viva de la que formamos parte no es un todo coherente e integrado. Los dos polos de la industria farmacopornográfica (fármaco y porno) funcionan más en oposición que en convergencia. Mientras la industria pornográfica produce en su mayoría representaciones normativas (sexo = penetración con bio-pene) e idealizadas de la práctica heterosexual y homosexual ofreciendo como justificación de la asimetría entre bio-hombres y bio-mujeres una diferencia anatómicamente fundada (bio-hombre = bio-pene, bio-mujer = bio-vagina), la industria farmacológica, biotecnológica y las nuevas técnicas de reproducción asistida, a pesar de seguir funcionando dentro de un marco legal heteronormativo, no dejan de desdibujar las fronteras entre los géneros y de hacer del dispositivo político económico heterosexual en su conjunto una medida de gestión de la subjetividad obsoleta."
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.