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Esopo | BlogoLengua, 2009-03-17
http://www.blogolengua.com/2009/03/modista-o-modisto.html
El caso de esta palabra es excepcional entre las terminadas en ‘–ista’ que definen oficios, porque, en general, son sustantivos con forma común para los dos géneros. Las palabras ‘artista’, ‘ascensorista’, ‘comentarista’, ‘dentista’, ‘electricista’, ‘economista’, ‘futbolista’, ‘pianista’... designan tanto al hombre como a la mujer que desempeñan esos oficios. Sólo por provocación o broma se han utilizado falsas formas masculinas terminadas en ‘–o’.
‘Modista’ significaba ‘el que observa y sigue demasiadamente las modas’; pero también, y mucho antes de que la Academia incluyera la acepción en su Diccionario de 1803, ‘el que hace las modas o tiene tienda de ellas’. En posteriores ediciones se añade la apostilla de que el uso más común es “terminación femenina” (1817), o “género femenino” (1822 – 1852). Este uso más frecuente del femenino se debía a que era un oficio desempeñado generalmente por mujeres. Por otra parte, tenía escasa valoración social, porque lo ocupaban personas de modesta condición.
Con la prosperidad económica de la segunda mitad del siglo XIX, el vestido de la mujer adquiere una mayor complejidad y, entre la burguesía, el vestuario de las mujeres se convierte en símbolo del estatus familiar por lo que el gasto en ropa aumenta. El oficio de modista podía convertirse en un gran negocio y hay hombres que entran en él. En 1858, el inglés Charles Frederick Worth abrió en París lo que puede considerarse la primera casa de alta costura (‘maison couture’) y adquirió gran fama por vestir a Victoria Eugenia, esposa de Napoleón III y ser el primero en preparar cada año un colección de vestidos que firmaba como si se tratara de obras de arte. Era él quien proponía los modelos para que las mujeres los encargaran; hasta entonces, la costumbre de las modistas era acordar con cada clienta el diseño de su vestido. Para él se acuñó, en francés, el termino ‘couturier’, 'costurero', para diferenciarlo de quien sólo cosía, ‘tailleur’.
A partir de aquí, también en España se empezó a utilizar el masculino ‘modisto’, para evitar confundir a estos varones de pretensiones artísticas con las tradicionales modistas. En los primeros ejemplos obtenidos del CORDE [Corpus Diacrónico del Español], la forma ‘modisto’ suele asociarse a una superior calidad en los trabajos y a la influencia francesa. Se habla del “modisto francés”; de “los vestidos firmados por un buen modisto”; del “modisto herido en su infalibilidad” que espera no necesitar gran esfuerzo para encontrar algo delicioso; y las cuentas por sus trabajos son tan altas que estremecen a los maridos.
‘Modista’ significaba ‘el que observa y sigue demasiadamente las modas’; pero también, y mucho antes de que la Academia incluyera la acepción en su Diccionario de 1803, ‘el que hace las modas o tiene tienda de ellas’. En posteriores ediciones se añade la apostilla de que el uso más común es “terminación femenina” (1817), o “género femenino” (1822 – 1852). Este uso más frecuente del femenino se debía a que era un oficio desempeñado generalmente por mujeres. Por otra parte, tenía escasa valoración social, porque lo ocupaban personas de modesta condición.
Con la prosperidad económica de la segunda mitad del siglo XIX, el vestido de la mujer adquiere una mayor complejidad y, entre la burguesía, el vestuario de las mujeres se convierte en símbolo del estatus familiar por lo que el gasto en ropa aumenta. El oficio de modista podía convertirse en un gran negocio y hay hombres que entran en él. En 1858, el inglés Charles Frederick Worth abrió en París lo que puede considerarse la primera casa de alta costura (‘maison couture’) y adquirió gran fama por vestir a Victoria Eugenia, esposa de Napoleón III y ser el primero en preparar cada año un colección de vestidos que firmaba como si se tratara de obras de arte. Era él quien proponía los modelos para que las mujeres los encargaran; hasta entonces, la costumbre de las modistas era acordar con cada clienta el diseño de su vestido. Para él se acuñó, en francés, el termino ‘couturier’, 'costurero', para diferenciarlo de quien sólo cosía, ‘tailleur’.
A partir de aquí, también en España se empezó a utilizar el masculino ‘modisto’, para evitar confundir a estos varones de pretensiones artísticas con las tradicionales modistas. En los primeros ejemplos obtenidos del CORDE [Corpus Diacrónico del Español], la forma ‘modisto’ suele asociarse a una superior calidad en los trabajos y a la influencia francesa. Se habla del “modisto francés”; de “los vestidos firmados por un buen modisto”; del “modisto herido en su infalibilidad” que espera no necesitar gran esfuerzo para encontrar algo delicioso; y las cuentas por sus trabajos son tan altas que estremecen a los maridos.
Los ‘Diccionarios’ de la Real Academia Española, durante la segunda mitad del s. XIX (entre 1869 y 1899) aún no incluyen la forma ‘modisto’, pero delatan su aparición en la lengua porque limitan la definición de ‘modista’ a ‘la mujer que corta y hace los vestidos y adornos elegantes de las señoras, y la que tiene tienda de modas’. Esa referencia a la elegancia, que no existía antes, también delata una mayor consideración social del oficio. La lengua recurre a la creación de un diminutivo lexicalizado, ‘modistilla’ (sin forma en masculino), que ‘suele decirse de las [modistas] de menos valer en su arte y de las oficialas y aprendizas’.
Aunque ‘modista’ sigue evocando un trabajo propio de mujeres modestas (“el humilde estado de modista”; “la modista se forma trabajando con otra ó por su gran disposición natural”) la condición de ‘modistilla’ es inferior: se las compara con “las nocturnas paseantas” o las coristas; se enamoran de horteras y se considera ridículo “hacer una irrisoria Beatrice con los materiales de una modistilla”.
Los ‘Diccionarios Manuales’ de 1927 y 1950, incluyen ‘modisto’ como ‘neologismo por modista en género masculino’, pero no aparece en el ‘Diccionario Usual de la RAE’ hasta 1984. En las últimas ediciones reserva la palabra para referirse al ‘hombre que tiene por oficio hacer prendas de vestir’, mientras que “modista” designa la “persona” (sin distinguir entre hombre o mujer).
El reconocimiento por parte de la Academia del masculino anómalo ‘modisto’ responde a un uso asentado, pero innecesario desde el punto de vista lingüístico, ya que ‘modista’ admite (como ‘periodista’, ‘artista’, ‘electricista’) la doble moción genérica: ‘el modista’, ‘la modista’. La verdadera razón es que el masculino se asocia a un mayor valor profesional y social. Esta es la razón por la que puede aplicarse incluso a una mujer: en la novela ‘Jarrapellejos’ de Felipe Trigo, la mujer que se hacía llamar L'Or du Rhin, porque era rubia y en recuerdo del oro de su traje, afirmaba que era el “maniquí de una gran modisto dedicada a lanzar modas”.
El ‘Diccionario de Sinónimos Signum’ evidencia la distinta valoración del oficio en función de la terminación en masculino ('modisto': diseñador, creador) o femenino ('modista': costurera, sastra, oficiala).
No deja de ser curioso que se haya formado una forma masculina para este oficio, donde es frecuente la presencia de homosexuales declarados y no para otros donde el estereotipo es marcadamente masculino (futbolista, electricista, ebanista, etc.). La lengua popular ha detectado esta aparente contradicción y con ha creado el aumentativo despectivo ‘modistón’ para referirse a los modistas que exhiben su homosexualidad como aval de buen gusto y elegancia. En Internet, encontramos dos ejemplos: “Si los modistones, fueran normales y limpios, seria otra cosa, pero estos maricuecas y snifomanos (...) con sus fantasías son directamente responsables de que estas chicas (...) se vuelvan cadavéricas para poder “lucir” los modelos top (...). Responsabilicemos a los lagerfelds, los diors, los chanels, los versaces y otros “genios” maricuecas” (César Hildebrant, 19-11-06) “El papel de ‘modistón amanerado’ que muestra en la telenovela ‘La fea más bella’, Sergio Mayer, no tiene nada que ver con la verdadera personalidad del actor (...), luciendo varonil ciento por ciento” (Washington Hispano, 17-3-09).
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