Imagen: Público / Movilización feminista en Madrid, noviembre 2019 |
Cristina Fallarás | Público, 2020-03-05
https://blogs.publico.es/cristina-fallaras/2020/03/05/nosotras-contra-nosotras/
Cuando respondes a una pregunta es porque la aceptas. O sea, en tu respuesta va implícito el reconocimiento no solo de quien pregunta, sino de los términos en los que lo hace. Valdría como ejemplo universal e idiota aquel "¿A quién quieres más, a mamá o a papá?".
He pasado un año largo negándome a responder a la siguiente pregunta sobre la prostitución: ¿Eres abolicionista o ‘regulacionista’? Y lo he hecho porque se trata de una pregunta trampa, además de una pregunta, si se me permite, boba. Me la he tenido que oír decenas de veces, en tanto que feminista, y todas y cada una de ellas he respondido lo mismo: Mi lucha es por los derechos de las mujeres y sobre todo contra la violencia física, sicológica, económica, social, política, educativa, sanitaria, legal etcétera que se ha ejercido siembre y se sigue ejerciendo contra nosotras.
Todo este tiempo, además, me he negado a escribir sobre el asunto, y si lo hago ahora es profundamente preocupada por la fractura brutal que se está imponiendo al movimiento feminista. Más bien, fracturas. Porque como la del abolicionismo / regulacionismo no acabó de funcionar, o sea no acabó de quebrarnos, ha llegado una nueva andanada, la de la transfobia. Y parece que esta viene más dura.
El feminismo es un movimiento político, universal y solidario. Político, no social. Universal porque abarca el mundo entero. Y solidario, porque aquello que funciona en Chile se aplica en Alemania, y la agresión de una mujer en Canadá tiene su representación y respuesta en Italia o Filipinas. Deberíamos remontarnos a principios del pasado siglo XX para encontrar un movimiento político de tal envergadura. Y eso da miedo, claro que da miedo. Eso pone en peligro los privilegios de la mitad de la población, pero sobre todo la construcción económica global y toda opresión derivada del hecho religioso. La lucha feminista es una lucha por los derechos de las mujeres y contra la violencia habitual y constante que se ejerce contra nosotras. Y es una lucha de clase.
Por eso resulta evidente que hay enormes sectores de poder empeñados en fracturar el movimiento, en no permitir que crezca, que prospere, que cunda. Y la mejor forma de quebrar una lucha es desde dentro.
En cuanto al asunto del ‘regulacionismo’ o no de la prostitución, la cosa es bastante simple. Demos por buena la idea de que la prostitución es un trabajo que algunas mujeres ejercen por voluntad propia y libremente. Bien, para regularlo, como sucede con cualquier otro sector, sería necesario un censo de trabajadoras. No se puede reglamentar un sector difuso y confuso. Hay que delimitar el objeto. Eliminemos del grupo, en esto el consenso es total, a todas aquellas prostitutas fruto de la trata; eliminemos también a todas aquellas prostituidas por uno o varios seres humanos a la fuerza; eliminemos a aquellas que lo son como consecuencia del maltrato habitual; eliminemos a aquellas que, a raíz de ser prostituidas o abusadas desde menores, han sido educadas en la prostitución... ¿Qué nos queda? ¿Cómo censamos ese poco o nada que queda? ¿Qué tipo de legislación laboral podría crearse, de acuerdo con los derechos humanos y con la no aceptación de una brutal opresión de clase?
Sin responder a las actuaciones y preguntas anteriores, la cuestión de "regulación, sí o no" se convierte en un enunciado vacío cuya única utilidad reside en enfrentar a una parte del feminismo con otra. Y alimentar la risa de todos los puteros que en el mundo son, o sea millones y millones de hombres. Engordar también, sí, la satisfacción de la carcundia antifeminista, de nuevo millones y millones, de hombres y de mujeres.
Vamos ahora con el asunto de la transfobia, porque es más complejo.
En las últimas conferencias o clases o debates en los que he participado, se me han acercado grupos de mujeres jóvenes a afearme mi supuesta transfobia. Entiendo que eso quiere decir que odio a las personas trans. Llevo los suficientes años defendiendo sus derechos como para no tener que extenderme en explicaciones. Pero baste decir que, por supuesto, contemplo el género como algo diferente al sexo, y que respeto cualquier opción, faltaría más. Tener que decir esto, a estas alturas, me produce sonrojo.
En general, las críticas me llueven del hecho de haber afirmado que yo no soy un "cuerpo gestante" sino una mujer. Porque así lo creo, soy una mujer, y tal afirmación no supone negar que otra lo sea, por descontado. ¿Dónde está, pues, el problema? Supongo que en aquello llamado cisgénero que define a aquellas personas cuya identidad de género coincide con su sexo. Yo nazco con vulva y soy mujer. O sea, soy cis. Bueno, pues aceptemos la definición. Se trata de nombrar. El problema empieza cuando cunde la idea de que ese "cis" supone un eje de represión y de fobia, que son equivalentes, que ser "cis", o sea mujer con vulva, me convierte en alguien macerado en odio que ejerce violencia contra quienes no son como yo. En términos de sexualidad, vendría a ser como si el hecho de ser heterosexual encerrara en sí mismo una agresión. O el hecho de ser blanca. Por supuesto, yo puedo ser blanca y antirracista, lo que sería idiota es pretender que soy negra. Yo soy bisexual, lo que jamás ha hecho que observe con recelo a las personas heterosexuales.
Y aquí viene el meollo de la cuestión: Debe mediar una intención aviesa para considerar que toda aquella persona que no es transexual es tránsfoba. Y debe mediar un movimiento bien orquestado para crear una corriente de pensamiento que cunda en tal dirección. De eso se trata.
Estamos hablando de feminismo y de violencia. Es en la construcción del feminismo y la lucha contra la violencia y contra el capitalismo que la sostiene donde deberían centrarse todos nuestros esfuerzos, ¡madre mía lo que todavía nos falta!, y sin embargo llevamos ya demasiado tiempo enredándonos en debates impuestos y aparentemente incomprensibles. Incomprensibles a no ser que una se pregunte el clásico ‘Qui prodest’: ¿A quién beneficia?
Este miércoles, a cuatro días de la manifestación del 8M, he oído a Diana Cardo, activista trans, declarar a un periodista de la cadena Cuatro que si hace falta usarán "la violencia" (¿ella y quién más?) en la movilización para defender sus derechos.
¿De verdad hemos llegado a este punto?
¿De verdad una mujer activista y en teoría feminista cree que va a darse de hostias con otras mujeres feministas en una manifestación organizada a favor de los derechos de las mujeres y contra la violencia machista?
¿De verdad nosotras contra nosotras?
De nuevo: ¿A quién beneficia? Responda cada una lo que le venga en gana, pero tratemos de no lanzar la respuesta contra la cara de la que tenemos al lado. Si acaso, propongo echar una ojeada a los que, un poco más allá, se están frotando las manos muertos de la risa.
He pasado un año largo negándome a responder a la siguiente pregunta sobre la prostitución: ¿Eres abolicionista o ‘regulacionista’? Y lo he hecho porque se trata de una pregunta trampa, además de una pregunta, si se me permite, boba. Me la he tenido que oír decenas de veces, en tanto que feminista, y todas y cada una de ellas he respondido lo mismo: Mi lucha es por los derechos de las mujeres y sobre todo contra la violencia física, sicológica, económica, social, política, educativa, sanitaria, legal etcétera que se ha ejercido siembre y se sigue ejerciendo contra nosotras.
Todo este tiempo, además, me he negado a escribir sobre el asunto, y si lo hago ahora es profundamente preocupada por la fractura brutal que se está imponiendo al movimiento feminista. Más bien, fracturas. Porque como la del abolicionismo / regulacionismo no acabó de funcionar, o sea no acabó de quebrarnos, ha llegado una nueva andanada, la de la transfobia. Y parece que esta viene más dura.
El feminismo es un movimiento político, universal y solidario. Político, no social. Universal porque abarca el mundo entero. Y solidario, porque aquello que funciona en Chile se aplica en Alemania, y la agresión de una mujer en Canadá tiene su representación y respuesta en Italia o Filipinas. Deberíamos remontarnos a principios del pasado siglo XX para encontrar un movimiento político de tal envergadura. Y eso da miedo, claro que da miedo. Eso pone en peligro los privilegios de la mitad de la población, pero sobre todo la construcción económica global y toda opresión derivada del hecho religioso. La lucha feminista es una lucha por los derechos de las mujeres y contra la violencia habitual y constante que se ejerce contra nosotras. Y es una lucha de clase.
Por eso resulta evidente que hay enormes sectores de poder empeñados en fracturar el movimiento, en no permitir que crezca, que prospere, que cunda. Y la mejor forma de quebrar una lucha es desde dentro.
En cuanto al asunto del ‘regulacionismo’ o no de la prostitución, la cosa es bastante simple. Demos por buena la idea de que la prostitución es un trabajo que algunas mujeres ejercen por voluntad propia y libremente. Bien, para regularlo, como sucede con cualquier otro sector, sería necesario un censo de trabajadoras. No se puede reglamentar un sector difuso y confuso. Hay que delimitar el objeto. Eliminemos del grupo, en esto el consenso es total, a todas aquellas prostitutas fruto de la trata; eliminemos también a todas aquellas prostituidas por uno o varios seres humanos a la fuerza; eliminemos a aquellas que lo son como consecuencia del maltrato habitual; eliminemos a aquellas que, a raíz de ser prostituidas o abusadas desde menores, han sido educadas en la prostitución... ¿Qué nos queda? ¿Cómo censamos ese poco o nada que queda? ¿Qué tipo de legislación laboral podría crearse, de acuerdo con los derechos humanos y con la no aceptación de una brutal opresión de clase?
Sin responder a las actuaciones y preguntas anteriores, la cuestión de "regulación, sí o no" se convierte en un enunciado vacío cuya única utilidad reside en enfrentar a una parte del feminismo con otra. Y alimentar la risa de todos los puteros que en el mundo son, o sea millones y millones de hombres. Engordar también, sí, la satisfacción de la carcundia antifeminista, de nuevo millones y millones, de hombres y de mujeres.
Vamos ahora con el asunto de la transfobia, porque es más complejo.
En las últimas conferencias o clases o debates en los que he participado, se me han acercado grupos de mujeres jóvenes a afearme mi supuesta transfobia. Entiendo que eso quiere decir que odio a las personas trans. Llevo los suficientes años defendiendo sus derechos como para no tener que extenderme en explicaciones. Pero baste decir que, por supuesto, contemplo el género como algo diferente al sexo, y que respeto cualquier opción, faltaría más. Tener que decir esto, a estas alturas, me produce sonrojo.
En general, las críticas me llueven del hecho de haber afirmado que yo no soy un "cuerpo gestante" sino una mujer. Porque así lo creo, soy una mujer, y tal afirmación no supone negar que otra lo sea, por descontado. ¿Dónde está, pues, el problema? Supongo que en aquello llamado cisgénero que define a aquellas personas cuya identidad de género coincide con su sexo. Yo nazco con vulva y soy mujer. O sea, soy cis. Bueno, pues aceptemos la definición. Se trata de nombrar. El problema empieza cuando cunde la idea de que ese "cis" supone un eje de represión y de fobia, que son equivalentes, que ser "cis", o sea mujer con vulva, me convierte en alguien macerado en odio que ejerce violencia contra quienes no son como yo. En términos de sexualidad, vendría a ser como si el hecho de ser heterosexual encerrara en sí mismo una agresión. O el hecho de ser blanca. Por supuesto, yo puedo ser blanca y antirracista, lo que sería idiota es pretender que soy negra. Yo soy bisexual, lo que jamás ha hecho que observe con recelo a las personas heterosexuales.
Y aquí viene el meollo de la cuestión: Debe mediar una intención aviesa para considerar que toda aquella persona que no es transexual es tránsfoba. Y debe mediar un movimiento bien orquestado para crear una corriente de pensamiento que cunda en tal dirección. De eso se trata.
Estamos hablando de feminismo y de violencia. Es en la construcción del feminismo y la lucha contra la violencia y contra el capitalismo que la sostiene donde deberían centrarse todos nuestros esfuerzos, ¡madre mía lo que todavía nos falta!, y sin embargo llevamos ya demasiado tiempo enredándonos en debates impuestos y aparentemente incomprensibles. Incomprensibles a no ser que una se pregunte el clásico ‘Qui prodest’: ¿A quién beneficia?
Este miércoles, a cuatro días de la manifestación del 8M, he oído a Diana Cardo, activista trans, declarar a un periodista de la cadena Cuatro que si hace falta usarán "la violencia" (¿ella y quién más?) en la movilización para defender sus derechos.
¿De verdad hemos llegado a este punto?
¿De verdad una mujer activista y en teoría feminista cree que va a darse de hostias con otras mujeres feministas en una manifestación organizada a favor de los derechos de las mujeres y contra la violencia machista?
¿De verdad nosotras contra nosotras?
De nuevo: ¿A quién beneficia? Responda cada una lo que le venga en gana, pero tratemos de no lanzar la respuesta contra la cara de la que tenemos al lado. Si acaso, propongo echar una ojeada a los que, un poco más allá, se están frotando las manos muertos de la risa.
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