Federico García Lorca, Madrid, 1934 |
Luis Antonio de Villena. Escritor | I Encuentro de Internacional de Escritores: Lorca, viajero por América, 2011-11-10
http://www.casamerica.es/literatura/lorca-viajero-por-america
Texto: Centro Virtual Cervantes
https://cvc.cervantes.es/literatura/lorca_america/lorca_lecturas.htm
Circunstancias casuales (o no tanto) de la vida y el hecho de que Federico García Lorca fuera asesinado en trágicas circunstancias de guerra con 38 casi recién cumplidos, hizo que yo llegara a conocer —y en dos ocasiones con mucha intimidad— a notables personajes que habían sido muy amigos del propio Federico. La mayoría de las cosas que sé sobre la intimidad homoerótica de Lorca (con anécdotas casi «incontables») me las narraron ellos en largas tardes y años de conversaciones íntimas. Ellos también eran gais (como Federico) y sabían que estábamos entre amigos, porque fuera de tal amistad jamás hablaban de ese tema. Esos amigos comunes —la frase suena rara también para mí— fueron: Vicente Aleixandre (con el que compartí catorce años de muy estrecha relación amistosa), Rafael Martínez Nadal —el depositario de los manuscritos de ‘El público’— al que conocí algo más tarde, pero con quien la cordialidad fluía rápida, porque había algo en Rafael (esa misma cordialidad) que propiciaba la confidencia. Y finalmente —y lo traté menos— el escritor gallego (exilado en Argentina muchos años) Eduardo Blanco-Amor, al que conocí en sus años últimos, y siempre en el Café Gijón de Madrid, presentado por un simpático médico gallego, Juan Haguindey de nombre, que hacía por entonces (finales años 70) «mala vida» en la noche madrileña, de donde —lo confieso— vino mi trato y el hecho de que él me presentara a Blanco-Amor…
Blanco-Amor era un viejito lúcido y muy cordial (me parece que murió a fines de 1979) que conoció al Lorca de La Barraca. Les unió «el epentismo», más al pronto que la misma literatura... «Epentismo» y «epente» eran (según todos, pero yo lo supe primero por Aleixandre) términos inventados por Federico para aludir a la homosexualidad o a los homosexuales en contextos donde la palabra —en los años 30 y aún con la libertad de la República— era indecible. Por ejemplo, todos sabían (en intimidad) que el gran erudito José María de Cossío era homosexual, pero eso era secreto y nadie lo hablaba. Así en una comida Federico le decía a Vicente: «He oído que Cossío es un gran estudioso del epentismo. ¿Tú lo sabías?». Y Aleixandre contestaba: «Sí, lo sabía. Sé que lo ha estudiado mucho. Es un epente muy notable». (De este modo me lo narró una de tantas tardes en su casa Vicente Aleixandre). Curiosamente Lorca dejó un testimonio escrito de esa palabra en un soneto dedicado al modernista uruguayo Julio Herrera y Reissig, prototipo de alambicado simbolista, decadente y aún protosurrealista, pero no «epente», que sepamos. Como de 1934 (pero puede ser aún posterior) se fecha el soneto «En la tumba sin nombre de Herrera y Reissig en el cementerio de Montevideo» en la edición de ‘Sonetos’ de Lorca que editó en 1996 la editorial Comares y la Fundación Federico García Lorca, en Granada. El primer endecasílabo del citado soneto (hecho como otros poemas al uruguayo para un número homenaje que le pensaba dedicar, pero no hubo tiempo para hacerlo, la revista de Neruda ‘Caballo Verde para la Poesía’) dice así: «Túmulo de esmeraldas y epentismo...». Ahí está el término y no lo conozco escrito en ningún otro sitio de la época. «Epéntico» (no epentismo) viene en el diccionario de la RAE, pero como adjetivo de «epéntesis», que es una figura de dicción, que consiste en añadir un sonido. Como se ve, nada que ver con «epentismo» (que no epéntesis) o «epente» que no «epéntico». No creo que los matices lingüísticos fueran a propósito, pero salieron bien.
Unidos por el epentismo y la literatura, Blanco-Amor vio los amores de Lorca (ya en 1935) con un muchacho gallego que trabajaba en La Barraca. A ese chico Lorca le dedicó los «Seis poemas galegos» de ese mismo 1935, en los que Blanco-Amor hubo de ayudarle, pues Federico no sabía gallego...
Rafael Martínez Nadal (que murió muy viejo, en 2001) fue un interesantísimo testigo de su época y del exilio en Inglaterra. Profesor de Literatura, escribió sobre Lorca, sobre Cernuda, y sobre él mismo colaborador (con pseudónimo) de la BBC antifranquista. Aficionado a los deportes y homosexual también (según Aleixandre) Rafael nunca hablaba de él mismo —estaba casado y tenía hijos— sino de la normalidad con la que veía y trataba a sus amigos homosexuales, como lo hacía el embajador de Chile y común amigo de casi todos, Morla Lynch. Conocía Rafael todo sobre la vida sexual de Federico (de nuevo, según Aleixandre, porque él la propiciaba o la compartía). Aleixandre —que después de la guerra no se hablaba con Martínez Nadal—, (incluso le tenía un pequeño encono) me contó que, sobre el año 35, estando él sentado en un café madrileño con Dámaso Alonso, cuya homofobia era bien conocida, aparte de los tardíos testimonios que aportó Cernuda que lo detestaba, vio pasar por otro extremo a Martínez Nadal que saludó a Vicente con un gesto de la mano. Entonces Dámaso le preguntó: «¿Quién es ese?» Y Vicente le contestó que un amigo muy cercano de Federico. Parece que Dámaso añadió: «Será maricón, entonces...» A lo que Vicente respondió, tratando de echar un cable: No lo creo. Es un hombre muy viril. Enormemente aficionado al deporte, incluso al boxeo. A lo que Dámaso habría replicado, inmisericorde: «Esos son los peores». La conversación, claro está, cambió de tercio. Martínez Nadal que, según él, conservaba muchas cartas cariñosas y agradecidas de doña Vicenta, la madre de Federico, por lo bien que se había portado con su «Federiquito», no se llevaba bien, al final, con la familia García Lorca, entre otras cosas (no pretendo saber todas las razones) porque, estando en Londres, les mostró a Francisco García Lorca (hermano del poeta) y a su mujer, Laura de los Ríos, el manuscrito de 'El público'. Se lo mostró para que vieran su autenticidad pero se negó a prestárselo... Hasta ahí sé. El caso es que además de 'El público' y algunos otros papeles creativos sueltos, Martínez Nadal poseía un enorme epistolario de Federico dirigido a él mismo y en parte publicado y autocensurado por el propio Rafael. Lo curioso es que al menos algunas de las cosas censuradas de cara al público —algunas— eran habladas con total naturalidad en privado. A fines de 1981 yo le leí en su casa de «El Olivar» a Martínez Nadal páginas de mi libro de memorias noveladas ‘Ante el espejo’ que se publicaría —con poco gusto de mi madre— en 1982. Leí para Rafael las partes más íntimas de contenido homoerótico. Al acabar, él me las alabó con enorme generosidad y me animó a publicarlas. «Será bueno para todos», me dijo o algo muy parecido. Poco después añadió que como yo le había hecho un bonito regalo leyéndole aquellas páginas de mi libro, él no quería dejar de corresponderme y me iba a hacer otro pequeño regalo... No dijo cuál. Salió un momento del salón, y al poco volvió con una carpeta clásica en la mano, una carpeta de cartón azul. Yo sólo la vi, no la toqué. De pie, Rafael pareció buscar entre los papeles que había dentro, y de repente me extendió una cuartilla escrita a mano por las dos caras y que empezaba diciendo «Querido Rafael». Me di cuenta antes de ver el «Federico» final, que se trataba de una carta de García Lorca fechada en Nueva York (creo recordar) a fines de 1929. Todo el misterio de la carta estaba en que Federico le contaba a su amigo —con alguna expresión muy viva— que la noche anterior había participado en una orgía con varios negros. Al final de la carta, incluso después de la firma, una línea decía: «Cuando la leas rómpela». Cuando Martínez Nadal vio que yo había completado la lectura y levantaba los ojos hacia él, me dijo sonriente: «Y la voy a romper». Será fácil imaginar mis inmediatas protestas. Le dije que yo entendía que la hubiese roto entonces (cuando la recibió) pero que si la había guardado tantos años sería por algo y que no la debía romper ya. No recuerdo bien las razones que argumentó pero el resultado era el mismo: Llegado el momento, la rompería. Tuve en las manos esa carta y la leí, nunca más la he vuelto a ver ni sé qué ha sido de ella y a buen seguro de otras más o menos similares en el recuento de la sexualidad…
Cuando llegó el centenario del nacimiento de Lorca, en 1998, cené un día con su biógrafo por antonomasia, Ian Gibson, que quería que yo le contara lo que sabía de Lorca por sus amigos. Vicente Aleixandre y Blanco-Amor habían muerto ya, pero Martínez Nadal (al que por entonces yo veía menos) no. Conté a Gibson lo que antecede y lo vi lleno de interés. Martínez-Nadal (me dijo) nunca jamás había querido entrevistarse con él y nunca lo hizo. Gibson me dijo si podía añadir mi relato a su libro, y le respondí que por mí sí. Pero que si Martínez Nadal decía que yo mentía (aunque nunca lo supuse) su palabra tendría lógicamente más valor que la mía. Gibson añadió mi relato con todo detalle a su renovada biografía de Federico García Lorca, que se reeditó en 1998 y Martínez Nadal nunca dijo nada. Que se enteró del libro lo supe por varios amigos comunes y porque en las pocas ocasiones en que lo volví a ver estuvo algo más distante conmigo, dentro de la cordialidad. Nuestros momentos cenitales habían quedado en todo lo largo de los 80. Según Aleixandre me explicó en su día, el pudor «epéntico» de Martínez Nadal no procedía de una salvaguarda de Federico, de quien cada vez se sabía más, sino de un pudor hacia sí mismo. Yo ni agrego ni quito.
Vicente sí me pareció siempre el gran amigo de García Lorca. Jamás lo llamaba por sus apellidos (por mucho que hablásemos de él y hablamos mucho) siempre era «Federico». Me habló de sus manías dilapidadoras —dejar un taxi esperando en la puerta mientras estaba más de una hora con Vicente—, su falta de simpatía por Miguel Hernández (no compartida por Aleixandre), sus gustos sexuales «pasivos» y sobre todo la historia con quien Aleixandre calificaba como «el gran amor frustrado» de su vida, Emilio Aladrén, escultor joven, al que dedicó un poema en el ‘Romancero gitano’ («El emplazado»). Según Aleixandre la pasión había sido total y real, y se había cumplido por primera vez en un fin de semana que pasaron en Ávila. Desde allí Federico llamó por teléfono a Vicente por la mañana para darle la buena nueva. Pero Aladrén era bisexual y no gay y terminó yéndose con una mujer al parecer, como él, muy atractiva. Federico sufrió tanto por esa separación o ruptura que fue eso (el deseo de curación y lejanía, y en eso también coincidía con Martínez Nadal) lo que le llevó a Nueva York y en ningún caso la voluntad de aprender inglés... Con frecuencia (solía terminar Aleixandre, que admitía que Federico iba a menudo con algunos chicos por dinero) Lorca se enamoraba de muchachos que no eran homosexuales o no principalmente y él tenía muy claro que esa fue su personal y reiterada tragedia.
Podría añadir muchísimos más detalles (incluso alguno levemente picante) de entre los muchos que Aleixandre me fue refiriendo en tantos años, pero creo que lo narrado es suficiente para que entendamos dos cosas: Federico fue natural y totalmente homosexual y (segunda) a nivel superficial él vivió esa condición, entre sus amigos más próximos, con entera naturalidad y sin problemas aparentes... Y sin embargo el lector de Lorca, sabe que la homosexualidad (tan visible en su obra) no dejaba de tener sesgos problemáticos para el poeta. ¿Por qué?
En primer lugar —y es preciso tener en cuenta la época— la familia de Lorca o no sabía la condición sexual del poeta o le parecía negativa y procuraba ocultarla. Es obvio que Lorca tuvo temor y respeto en vida por su familia... Después de su asesinato podía (y debía) haber sido distinto, pero la realidad es que tardó mucho en serlo. Su hermano Paco —según me ha narrado su propia hija Laura— «no llevaba bien» la homosexualidad de su hermano. Y su hermana Isabel (a la que conocí) lo negó mientras pudo, hasta que muy a la postre no pudo oponerse a las evidencias, pero aún entonces era un tema del que eludía hablar. Además ¿qué podría saber ella, de verdad, de la vida privada y sexual de su hermano? En aquella época (y no sé si ahora) un hermano adulto no hablaría nunca ni una palabra de esos temas con la hermana más chica. Federico hubo de sortear siempre el problema familiar, y aún así fue más valiente de lo que se supone, pues la «Oda a Walt Whitman» (de ‘Poeta en Nueva York’) se editó en 1935, en Madrid, en una bella «plaquette». No fue un poema conocido solo «post mortem», ni mucho menos... Por lo demás, y como he demostrado en un trabajo editado varias veces: «La sensibilidad homoerótica en el ‘Romancero gitano’», ‘Revista Turia’, 1998 y ‘Revista Digital Castilla’ de la Universidad de Valladolid en 2011, he dejado claro, me parece, y sin alusión ninguna a su vida privada, que los ejes semánticos de todos los poemas del ‘Romancero’ son una continua celebración de la virilidad y de la belleza masculina, hombres o mozos... ¿Cómo entender sino esto?: «Niños de cara impasible / en la orilla se desnudan, / aprendices de Tobías / y merlines de cintura...» O esto otro: «Moreno de verde luna / anda despacio y garboso. / Sus empavonados bucles / le brillan entre los ojos». Y más: «Lo que en otros no envidiaban, / ya lo envidiaban en mí. / Zapatos color corinto, / medallones de marfil / y ese cutis amasado / con aceituna y jazmín. / ¡Ay Antoñito el Camborio / digno de una Emperatriz». Los ejemplos se podrían repetir casi «ad nauseam» pero no hace falta. El que no tiene anteojeras ya lo ha visto... Otra cosa es la posterior «Oda a Walt Whitman», espléndido poema, sin duda, en el que se enfrentan dos tipos contrapuestos de homosexualidad. De un lado la pura homosexualidad de los camaradas (la que Whitman buscaba) o la de «el niño que escribe / nombre de niña en su almohada, / ni contra el muchacho que se viste de novia / en la oscuridad del ropero, (...) pero de otro está, y de ella abomina y contra ella va, la homosexualidad de los “maricas de las ciudades, / de carne tumefacta y pensamiento inmundo...”». Sin embargo hoy sabemos bien que la homosexualidad que Lorca vivió plenamente como adulto era precisamente la que condena, la del «pensamiento inmundo», la del «marica» de la ciudad... ¿No hay en este poema una profunda contradicción en Lorca, que hace que muchos homosexuales no se reconozcan en él, pese a la belleza del texto? Sin duda. Este poema muestra, como ninguno, que una parte muy profunda de García Lorca (ya sabemos que la superficial no) vivía la homosexualidad como un personal, íntimo conflicto. Unos lo ponen en relación con la idea de un Lorca «afeminado» en sus gustos homoeróticos, que llega a sentir en sí mismo la tragedia (hoy diríamos que antigua) de ‘Yerma’. La «pasividad» de Lorca, el no hallar el amor de hombres no homosexuales sería otra una parte sustancial de este conflicto íntimo, muy hondo. Será ya muy difícil sino imposible resolverlo de veras. Pero (como el elogio a la belleza moceril) está y es evidente.
Creo que aún faltan estudios profundos —habiendo ya algunos— sobre el mundo y el sentir homoeróticos en la obra total lorquiana. Y creo, ítem más, que aún es tiempo de completar sexual y sentimentalmente su biografía y saber (por ejemplo) qué ha sido de las cartas que Martínez Nadal no publicó y aún qué textos o párrafos suprimió en su libro de recuerdos y correspondencia (lujosamente editado) ‘Federico García Lorca. Mi penúltimo libro sobre el hombre y el poeta’, Editorial Casariego, Madrid, 1992. Por ejemplo, en una carta escrita por Lorca a Rafael desde Granada a Madrid a su vuelta de América le dice, al final: «tengo muchos versos de ‘escándalo’ y teatro de escándalo también». (...) «Aquí en Granada me divierto estos días con ‘cosas deliciosas’ también. Hay un torerillo...». Y aquí se corta la carta, porque el propio Rafael la autocensura. ¿Se podrá conocer entera? ¿Habrá muchas más como la de la orgía de negros, que vi y no he vuelto a ver más? Queda mucho íntimo Lorca por dirimir y tanto la altura del hombre y del poeta, como la claridad y normalidad de la vida homosexual (sometida a tanto mal trato y tapujo) lo precisan y lo merecen. Mi testimonio, básicamente, opta por ello. Por ver a Lorca finalmente sin penumbra...
Blanco-Amor era un viejito lúcido y muy cordial (me parece que murió a fines de 1979) que conoció al Lorca de La Barraca. Les unió «el epentismo», más al pronto que la misma literatura... «Epentismo» y «epente» eran (según todos, pero yo lo supe primero por Aleixandre) términos inventados por Federico para aludir a la homosexualidad o a los homosexuales en contextos donde la palabra —en los años 30 y aún con la libertad de la República— era indecible. Por ejemplo, todos sabían (en intimidad) que el gran erudito José María de Cossío era homosexual, pero eso era secreto y nadie lo hablaba. Así en una comida Federico le decía a Vicente: «He oído que Cossío es un gran estudioso del epentismo. ¿Tú lo sabías?». Y Aleixandre contestaba: «Sí, lo sabía. Sé que lo ha estudiado mucho. Es un epente muy notable». (De este modo me lo narró una de tantas tardes en su casa Vicente Aleixandre). Curiosamente Lorca dejó un testimonio escrito de esa palabra en un soneto dedicado al modernista uruguayo Julio Herrera y Reissig, prototipo de alambicado simbolista, decadente y aún protosurrealista, pero no «epente», que sepamos. Como de 1934 (pero puede ser aún posterior) se fecha el soneto «En la tumba sin nombre de Herrera y Reissig en el cementerio de Montevideo» en la edición de ‘Sonetos’ de Lorca que editó en 1996 la editorial Comares y la Fundación Federico García Lorca, en Granada. El primer endecasílabo del citado soneto (hecho como otros poemas al uruguayo para un número homenaje que le pensaba dedicar, pero no hubo tiempo para hacerlo, la revista de Neruda ‘Caballo Verde para la Poesía’) dice así: «Túmulo de esmeraldas y epentismo...». Ahí está el término y no lo conozco escrito en ningún otro sitio de la época. «Epéntico» (no epentismo) viene en el diccionario de la RAE, pero como adjetivo de «epéntesis», que es una figura de dicción, que consiste en añadir un sonido. Como se ve, nada que ver con «epentismo» (que no epéntesis) o «epente» que no «epéntico». No creo que los matices lingüísticos fueran a propósito, pero salieron bien.
Unidos por el epentismo y la literatura, Blanco-Amor vio los amores de Lorca (ya en 1935) con un muchacho gallego que trabajaba en La Barraca. A ese chico Lorca le dedicó los «Seis poemas galegos» de ese mismo 1935, en los que Blanco-Amor hubo de ayudarle, pues Federico no sabía gallego...
Rafael Martínez Nadal (que murió muy viejo, en 2001) fue un interesantísimo testigo de su época y del exilio en Inglaterra. Profesor de Literatura, escribió sobre Lorca, sobre Cernuda, y sobre él mismo colaborador (con pseudónimo) de la BBC antifranquista. Aficionado a los deportes y homosexual también (según Aleixandre) Rafael nunca hablaba de él mismo —estaba casado y tenía hijos— sino de la normalidad con la que veía y trataba a sus amigos homosexuales, como lo hacía el embajador de Chile y común amigo de casi todos, Morla Lynch. Conocía Rafael todo sobre la vida sexual de Federico (de nuevo, según Aleixandre, porque él la propiciaba o la compartía). Aleixandre —que después de la guerra no se hablaba con Martínez Nadal—, (incluso le tenía un pequeño encono) me contó que, sobre el año 35, estando él sentado en un café madrileño con Dámaso Alonso, cuya homofobia era bien conocida, aparte de los tardíos testimonios que aportó Cernuda que lo detestaba, vio pasar por otro extremo a Martínez Nadal que saludó a Vicente con un gesto de la mano. Entonces Dámaso le preguntó: «¿Quién es ese?» Y Vicente le contestó que un amigo muy cercano de Federico. Parece que Dámaso añadió: «Será maricón, entonces...» A lo que Vicente respondió, tratando de echar un cable: No lo creo. Es un hombre muy viril. Enormemente aficionado al deporte, incluso al boxeo. A lo que Dámaso habría replicado, inmisericorde: «Esos son los peores». La conversación, claro está, cambió de tercio. Martínez Nadal que, según él, conservaba muchas cartas cariñosas y agradecidas de doña Vicenta, la madre de Federico, por lo bien que se había portado con su «Federiquito», no se llevaba bien, al final, con la familia García Lorca, entre otras cosas (no pretendo saber todas las razones) porque, estando en Londres, les mostró a Francisco García Lorca (hermano del poeta) y a su mujer, Laura de los Ríos, el manuscrito de 'El público'. Se lo mostró para que vieran su autenticidad pero se negó a prestárselo... Hasta ahí sé. El caso es que además de 'El público' y algunos otros papeles creativos sueltos, Martínez Nadal poseía un enorme epistolario de Federico dirigido a él mismo y en parte publicado y autocensurado por el propio Rafael. Lo curioso es que al menos algunas de las cosas censuradas de cara al público —algunas— eran habladas con total naturalidad en privado. A fines de 1981 yo le leí en su casa de «El Olivar» a Martínez Nadal páginas de mi libro de memorias noveladas ‘Ante el espejo’ que se publicaría —con poco gusto de mi madre— en 1982. Leí para Rafael las partes más íntimas de contenido homoerótico. Al acabar, él me las alabó con enorme generosidad y me animó a publicarlas. «Será bueno para todos», me dijo o algo muy parecido. Poco después añadió que como yo le había hecho un bonito regalo leyéndole aquellas páginas de mi libro, él no quería dejar de corresponderme y me iba a hacer otro pequeño regalo... No dijo cuál. Salió un momento del salón, y al poco volvió con una carpeta clásica en la mano, una carpeta de cartón azul. Yo sólo la vi, no la toqué. De pie, Rafael pareció buscar entre los papeles que había dentro, y de repente me extendió una cuartilla escrita a mano por las dos caras y que empezaba diciendo «Querido Rafael». Me di cuenta antes de ver el «Federico» final, que se trataba de una carta de García Lorca fechada en Nueva York (creo recordar) a fines de 1929. Todo el misterio de la carta estaba en que Federico le contaba a su amigo —con alguna expresión muy viva— que la noche anterior había participado en una orgía con varios negros. Al final de la carta, incluso después de la firma, una línea decía: «Cuando la leas rómpela». Cuando Martínez Nadal vio que yo había completado la lectura y levantaba los ojos hacia él, me dijo sonriente: «Y la voy a romper». Será fácil imaginar mis inmediatas protestas. Le dije que yo entendía que la hubiese roto entonces (cuando la recibió) pero que si la había guardado tantos años sería por algo y que no la debía romper ya. No recuerdo bien las razones que argumentó pero el resultado era el mismo: Llegado el momento, la rompería. Tuve en las manos esa carta y la leí, nunca más la he vuelto a ver ni sé qué ha sido de ella y a buen seguro de otras más o menos similares en el recuento de la sexualidad…
Cuando llegó el centenario del nacimiento de Lorca, en 1998, cené un día con su biógrafo por antonomasia, Ian Gibson, que quería que yo le contara lo que sabía de Lorca por sus amigos. Vicente Aleixandre y Blanco-Amor habían muerto ya, pero Martínez Nadal (al que por entonces yo veía menos) no. Conté a Gibson lo que antecede y lo vi lleno de interés. Martínez-Nadal (me dijo) nunca jamás había querido entrevistarse con él y nunca lo hizo. Gibson me dijo si podía añadir mi relato a su libro, y le respondí que por mí sí. Pero que si Martínez Nadal decía que yo mentía (aunque nunca lo supuse) su palabra tendría lógicamente más valor que la mía. Gibson añadió mi relato con todo detalle a su renovada biografía de Federico García Lorca, que se reeditó en 1998 y Martínez Nadal nunca dijo nada. Que se enteró del libro lo supe por varios amigos comunes y porque en las pocas ocasiones en que lo volví a ver estuvo algo más distante conmigo, dentro de la cordialidad. Nuestros momentos cenitales habían quedado en todo lo largo de los 80. Según Aleixandre me explicó en su día, el pudor «epéntico» de Martínez Nadal no procedía de una salvaguarda de Federico, de quien cada vez se sabía más, sino de un pudor hacia sí mismo. Yo ni agrego ni quito.
Vicente sí me pareció siempre el gran amigo de García Lorca. Jamás lo llamaba por sus apellidos (por mucho que hablásemos de él y hablamos mucho) siempre era «Federico». Me habló de sus manías dilapidadoras —dejar un taxi esperando en la puerta mientras estaba más de una hora con Vicente—, su falta de simpatía por Miguel Hernández (no compartida por Aleixandre), sus gustos sexuales «pasivos» y sobre todo la historia con quien Aleixandre calificaba como «el gran amor frustrado» de su vida, Emilio Aladrén, escultor joven, al que dedicó un poema en el ‘Romancero gitano’ («El emplazado»). Según Aleixandre la pasión había sido total y real, y se había cumplido por primera vez en un fin de semana que pasaron en Ávila. Desde allí Federico llamó por teléfono a Vicente por la mañana para darle la buena nueva. Pero Aladrén era bisexual y no gay y terminó yéndose con una mujer al parecer, como él, muy atractiva. Federico sufrió tanto por esa separación o ruptura que fue eso (el deseo de curación y lejanía, y en eso también coincidía con Martínez Nadal) lo que le llevó a Nueva York y en ningún caso la voluntad de aprender inglés... Con frecuencia (solía terminar Aleixandre, que admitía que Federico iba a menudo con algunos chicos por dinero) Lorca se enamoraba de muchachos que no eran homosexuales o no principalmente y él tenía muy claro que esa fue su personal y reiterada tragedia.
Podría añadir muchísimos más detalles (incluso alguno levemente picante) de entre los muchos que Aleixandre me fue refiriendo en tantos años, pero creo que lo narrado es suficiente para que entendamos dos cosas: Federico fue natural y totalmente homosexual y (segunda) a nivel superficial él vivió esa condición, entre sus amigos más próximos, con entera naturalidad y sin problemas aparentes... Y sin embargo el lector de Lorca, sabe que la homosexualidad (tan visible en su obra) no dejaba de tener sesgos problemáticos para el poeta. ¿Por qué?
En primer lugar —y es preciso tener en cuenta la época— la familia de Lorca o no sabía la condición sexual del poeta o le parecía negativa y procuraba ocultarla. Es obvio que Lorca tuvo temor y respeto en vida por su familia... Después de su asesinato podía (y debía) haber sido distinto, pero la realidad es que tardó mucho en serlo. Su hermano Paco —según me ha narrado su propia hija Laura— «no llevaba bien» la homosexualidad de su hermano. Y su hermana Isabel (a la que conocí) lo negó mientras pudo, hasta que muy a la postre no pudo oponerse a las evidencias, pero aún entonces era un tema del que eludía hablar. Además ¿qué podría saber ella, de verdad, de la vida privada y sexual de su hermano? En aquella época (y no sé si ahora) un hermano adulto no hablaría nunca ni una palabra de esos temas con la hermana más chica. Federico hubo de sortear siempre el problema familiar, y aún así fue más valiente de lo que se supone, pues la «Oda a Walt Whitman» (de ‘Poeta en Nueva York’) se editó en 1935, en Madrid, en una bella «plaquette». No fue un poema conocido solo «post mortem», ni mucho menos... Por lo demás, y como he demostrado en un trabajo editado varias veces: «La sensibilidad homoerótica en el ‘Romancero gitano’», ‘Revista Turia’, 1998 y ‘Revista Digital Castilla’ de la Universidad de Valladolid en 2011, he dejado claro, me parece, y sin alusión ninguna a su vida privada, que los ejes semánticos de todos los poemas del ‘Romancero’ son una continua celebración de la virilidad y de la belleza masculina, hombres o mozos... ¿Cómo entender sino esto?: «Niños de cara impasible / en la orilla se desnudan, / aprendices de Tobías / y merlines de cintura...» O esto otro: «Moreno de verde luna / anda despacio y garboso. / Sus empavonados bucles / le brillan entre los ojos». Y más: «Lo que en otros no envidiaban, / ya lo envidiaban en mí. / Zapatos color corinto, / medallones de marfil / y ese cutis amasado / con aceituna y jazmín. / ¡Ay Antoñito el Camborio / digno de una Emperatriz». Los ejemplos se podrían repetir casi «ad nauseam» pero no hace falta. El que no tiene anteojeras ya lo ha visto... Otra cosa es la posterior «Oda a Walt Whitman», espléndido poema, sin duda, en el que se enfrentan dos tipos contrapuestos de homosexualidad. De un lado la pura homosexualidad de los camaradas (la que Whitman buscaba) o la de «el niño que escribe / nombre de niña en su almohada, / ni contra el muchacho que se viste de novia / en la oscuridad del ropero, (...) pero de otro está, y de ella abomina y contra ella va, la homosexualidad de los “maricas de las ciudades, / de carne tumefacta y pensamiento inmundo...”». Sin embargo hoy sabemos bien que la homosexualidad que Lorca vivió plenamente como adulto era precisamente la que condena, la del «pensamiento inmundo», la del «marica» de la ciudad... ¿No hay en este poema una profunda contradicción en Lorca, que hace que muchos homosexuales no se reconozcan en él, pese a la belleza del texto? Sin duda. Este poema muestra, como ninguno, que una parte muy profunda de García Lorca (ya sabemos que la superficial no) vivía la homosexualidad como un personal, íntimo conflicto. Unos lo ponen en relación con la idea de un Lorca «afeminado» en sus gustos homoeróticos, que llega a sentir en sí mismo la tragedia (hoy diríamos que antigua) de ‘Yerma’. La «pasividad» de Lorca, el no hallar el amor de hombres no homosexuales sería otra una parte sustancial de este conflicto íntimo, muy hondo. Será ya muy difícil sino imposible resolverlo de veras. Pero (como el elogio a la belleza moceril) está y es evidente.
Creo que aún faltan estudios profundos —habiendo ya algunos— sobre el mundo y el sentir homoeróticos en la obra total lorquiana. Y creo, ítem más, que aún es tiempo de completar sexual y sentimentalmente su biografía y saber (por ejemplo) qué ha sido de las cartas que Martínez Nadal no publicó y aún qué textos o párrafos suprimió en su libro de recuerdos y correspondencia (lujosamente editado) ‘Federico García Lorca. Mi penúltimo libro sobre el hombre y el poeta’, Editorial Casariego, Madrid, 1992. Por ejemplo, en una carta escrita por Lorca a Rafael desde Granada a Madrid a su vuelta de América le dice, al final: «tengo muchos versos de ‘escándalo’ y teatro de escándalo también». (...) «Aquí en Granada me divierto estos días con ‘cosas deliciosas’ también. Hay un torerillo...». Y aquí se corta la carta, porque el propio Rafael la autocensura. ¿Se podrá conocer entera? ¿Habrá muchas más como la de la orgía de negros, que vi y no he vuelto a ver más? Queda mucho íntimo Lorca por dirimir y tanto la altura del hombre y del poeta, como la claridad y normalidad de la vida homosexual (sometida a tanto mal trato y tapujo) lo precisan y lo merecen. Mi testimonio, básicamente, opta por ello. Por ver a Lorca finalmente sin penumbra...
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