Raquel (Lucas) Platero advierte de que el fallo del Constitucional no termina con la discriminación y que no beneficiará por igual a todas las personas LGTB
Lucas Platero | Pikara Magazine, 2012-11-12
http://www.pikaramagazine.com/2012/11/la-heterofuturibilidad-del-matrimonio-homosexualraquel-lucas-platero-advierte-de-que-el-fallo-del-constitucional-no-termina-con-la-discriminacion-y-que-no-beneficiara-por-igual-a-todas-las-perso/
Han pasado ya un par de días desde que el Tribunal Constitucional desestimara la apelación del Partido Popular que pedía que se aboliera el derecho al matrimonio en las parejas del mismo sexo, así como el derecho de adopción. No sólo ahora sino durante los últimos años hemos tenido que oír argumentos sobre la etimología del término “matrimonio”, bastante absurdos y erróneos por cierto (que no se trata de una madre (“matri”) y un padre, si no más bien de proteger el “monio”, el patrimonio), las llamadas a la objeción con la aplicación de esta ley, o ver como a Rouco Varela casi le da un patatús ante la noticia, pero le ha dado tiempo a cuestionar al Tribunal Constitucional cuando sus dictados no le favorecen en su petición de matrimonios exclusivamente heterosexuales… También hemos visto las caras de alegría de muchas parejas que veían tambalear su situación vital, sintiéndose vulnerables y recordando los motivos que les llevaron a casarse. Las organizaciones LGTB oficiales han salido en la tele, brindando por el éxito alcanzado, sintiéndose responsables del mismo.
En este panorama bipolar (no se me ocurre mejor descripción), me pregunto si ya tenemos este tema del matrimonio cerradito y aprobado. Y es que, mientras nos distraigamos pensando en cómo responder a los comentarios injuriosos e inconstitucionales de la Gaceta, de Interconomía, de Rouco Varela, y demás trogloditas de la caverna mediática (¿por cierto, no les podría denunciar alguien ya y ganar una sentencia millonaria donable a las organizaciones que previenen el SIDA, el bullying, que luchan por la despatologización trans o contra la lesbofobia?), no podremos pasar a otras cuestiones ligadas a un pensamiento crítico productivo. ¿Podemos decir ya que el matrimonio no es la solución a la discriminación LGBT? ¿En qué momento se generará un espacio libre para poder abordar los efectos de una institución como el matrimonio sobre las mujeres, o sobre las personas LGTB migrantes, o con diversidad funcional, o las personas VIH, o las lesbianas? Por mucho que luchemos por la igualdad y contra la discriminación y creamos que estos son nuestros objetivos en la lucha social, nos estamos engañando cuando hacemos de la lucha por el matrimonio entre personas del mismo sexo “la única lucha social”, o simplemente “la lucha”.
¿A quién beneficia más el contrato del matrimonio entre personas del mismo sexo? Probablemente a quienes tienen propiedades, hijos e hijas cuyas ma/partenidades se quieren compartir, a quienes tienen cónyuges enfermos que desean cuidar y proteger, a quienes tienen parejas sin papeles en el Estado español, a quienes no tienen que temer perder sus trabajos o apoyos como consecuencia de hacer pública su sexualidad y su vínculo, quienes van a tener hijos e hijas por inseminación in vitro… Una serie de circunstancias vitales desiguales que hacen que sólo el 2% de todos los matrimonios celebrados sean de lesbianas y gays (por cierto, los matrimonios heteros están en descenso dramático), donde además llama la atención que las lesbianas se casen menos que los varones gays, que buena parte de los matrimonios entre personas del mismo sexo tengan un cónyuge migrante, que los matrimonios tengan lugar más frecuentemente en las grandes ciudades… Lo cual señala que incluso un derecho que se plantea como igualitario es más accesible para algunas personas de nuestra sociedad y que reporta más beneficios a unas personas que a otras.
Todo esto sin mencionar que no todas las personas tenemos que estar de acuerdo con los requisitos en el contrato matrimonial, como la monogamia, la cohabitación, compartir la economía, su vocación de ser para siempre. La intensidad con la que se plantea como una forma “seria” y “estable” de presentarse al mundo impregna de cierta heterofuturibilidad algunas formas de relación vinculadas a la familia.
Por otra parte, no olvidemos que los “lugares de partida” de muchas personas no son los mismos que los del resto: no es irrelevante ser mujer, no tener papeles, tener una situación laboral precaria, ser mayor o menor de edad, LGTB gitanos, con diversidad funcional, vivir en un ámbito rural, tener hijos de otras relaciones previas, tener pluma que no tenerla, u otras condiciones vitales interseccionales para poder hacer uso de los derechos de la mayoría o no poder hacerlo. Aunque teóricamente “todos somos libres” de acceder a los mismos derechos y obligaciones.
El feminismo nos ha enseñado que el matrimonio siempre ha puesto a las mujeres en una situación de vulnerabilidad frente a los hombres. De hecho, hemos tenido que luchar por cosas obvias como reconocer legalmente que se puede producir violación en el seno del matrimonio y que eso es un delito, por ejemplo. O poder divorciarnos, sin ir más lejos. Por otra parte, ¿Qué sabemos de la violencia en parejas del mismo sexo? ¿O en parejas con una persona trans? ¿O con un cónyuge con VIH? ¿O con una persona sin papeles? Lo poco que sabemos es que reproducen relaciones de poder, donde una persona menoscaba y violenta a otra persona utilizando valores mayoritarios sobre quién tiene derecho a abusar de otras personas. Importará que estamos socializados para ser xenófobos, racistas, capacitistas, sexistas, clasistas, entre otras fobias, y que las personas LGTB nos servimos de los mismos valores que el resto de la sociedad. No hemos crecido en un mundo de color rosa e igualitario.
Utilizando este bagaje feminista y queer, ¿se puede hacer una crítica constructiva sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo sin recibir inmediatamente una crítica facilona sobre si defendemos o no los derechos LGTB? ¿Es imprescindible desacreditar el pensamiento crítico y queer sobre el matrimonio para sentirse defensor de los derechos LGTB? Afortunadamente, aunque no exista este espacio para el debate, la gente disentimos y encontramos interlocución con quienes necesitan dejar de ver el mundo en blanco y negro. Personas a quienes les interesan las reflexiones fruto de las voces críticas y que quieren atender a la creciente literatura en la que intersectan las teorías postcoloniales, queer, postfeministas y desde los estudios críticos sobre la diversidad funcional. Trabajos que llaman nuestra atención sobre el lugar situado de las personas y cómo no existen ni sujetos neutrales, ni políticas neutrales, ni el mismo acceso a ninguno de los derechos y beneficios que nos ofrece nuestro marco legal, y mucho menos ahora en mitad de esta situación global de estafa económica colectiva. ¿Cuándo vamos a empezar a tener debates sobre el uso interesado de los derechos LGTB de entes y personas conservadoras o abocadas al uso comercial de los mismos (pinkwashing), el homonacionalismo, el capacitismo LGTB, el edadismo del mercado rosa, las relaciones coloniales insertas en la cooperación LGTB?
Es tiempo de dejar de pensar en el matrimonio entre personas del mismo sexo para dar paso a otras demandas y necesidades, que pueden no ser las mismas que tienen las élites de los colectivos LGTB pero sí del común cotidiano de la gente, como la discriminación LGTB en el ámbito laboral que exige que borremos nuestra pluma y nos comportemos discretamente; el rechazo a la gente mayor LGTB cuyas realidades ignoramos; el acoso escolar a la que se enfrentan muchos chicos y chicas cada día de sus vidas; los sueños rotos de tantos migrantes LGTB que han venido llamados por los cantos de sirena de libertades LGBT y que se han encontrado con un racismo feroz; la falta de alarma frente a las dificultades de las lesbianas para acceder a las técnicas de reproducción asistida en lo que queda de la sanidad pública; la transfobia cotidiana y la falta de apoyos para la lucha por la despatologización de la transexualidad; la estigmatización de las personas seropositivas y tantas otras cuestiones en las que se nos va la vida y que son urgentes.
Ojalá que la crisis económica sea un cambio de escenario que nos ayude a encontrar luchas comunes que articulen políticamente nuestras acciones, y que estén centradas en las necesidades de las personas.
En este panorama bipolar (no se me ocurre mejor descripción), me pregunto si ya tenemos este tema del matrimonio cerradito y aprobado. Y es que, mientras nos distraigamos pensando en cómo responder a los comentarios injuriosos e inconstitucionales de la Gaceta, de Interconomía, de Rouco Varela, y demás trogloditas de la caverna mediática (¿por cierto, no les podría denunciar alguien ya y ganar una sentencia millonaria donable a las organizaciones que previenen el SIDA, el bullying, que luchan por la despatologización trans o contra la lesbofobia?), no podremos pasar a otras cuestiones ligadas a un pensamiento crítico productivo. ¿Podemos decir ya que el matrimonio no es la solución a la discriminación LGBT? ¿En qué momento se generará un espacio libre para poder abordar los efectos de una institución como el matrimonio sobre las mujeres, o sobre las personas LGTB migrantes, o con diversidad funcional, o las personas VIH, o las lesbianas? Por mucho que luchemos por la igualdad y contra la discriminación y creamos que estos son nuestros objetivos en la lucha social, nos estamos engañando cuando hacemos de la lucha por el matrimonio entre personas del mismo sexo “la única lucha social”, o simplemente “la lucha”.
¿A quién beneficia más el contrato del matrimonio entre personas del mismo sexo? Probablemente a quienes tienen propiedades, hijos e hijas cuyas ma/partenidades se quieren compartir, a quienes tienen cónyuges enfermos que desean cuidar y proteger, a quienes tienen parejas sin papeles en el Estado español, a quienes no tienen que temer perder sus trabajos o apoyos como consecuencia de hacer pública su sexualidad y su vínculo, quienes van a tener hijos e hijas por inseminación in vitro… Una serie de circunstancias vitales desiguales que hacen que sólo el 2% de todos los matrimonios celebrados sean de lesbianas y gays (por cierto, los matrimonios heteros están en descenso dramático), donde además llama la atención que las lesbianas se casen menos que los varones gays, que buena parte de los matrimonios entre personas del mismo sexo tengan un cónyuge migrante, que los matrimonios tengan lugar más frecuentemente en las grandes ciudades… Lo cual señala que incluso un derecho que se plantea como igualitario es más accesible para algunas personas de nuestra sociedad y que reporta más beneficios a unas personas que a otras.
Todo esto sin mencionar que no todas las personas tenemos que estar de acuerdo con los requisitos en el contrato matrimonial, como la monogamia, la cohabitación, compartir la economía, su vocación de ser para siempre. La intensidad con la que se plantea como una forma “seria” y “estable” de presentarse al mundo impregna de cierta heterofuturibilidad algunas formas de relación vinculadas a la familia.
Por otra parte, no olvidemos que los “lugares de partida” de muchas personas no son los mismos que los del resto: no es irrelevante ser mujer, no tener papeles, tener una situación laboral precaria, ser mayor o menor de edad, LGTB gitanos, con diversidad funcional, vivir en un ámbito rural, tener hijos de otras relaciones previas, tener pluma que no tenerla, u otras condiciones vitales interseccionales para poder hacer uso de los derechos de la mayoría o no poder hacerlo. Aunque teóricamente “todos somos libres” de acceder a los mismos derechos y obligaciones.
El feminismo nos ha enseñado que el matrimonio siempre ha puesto a las mujeres en una situación de vulnerabilidad frente a los hombres. De hecho, hemos tenido que luchar por cosas obvias como reconocer legalmente que se puede producir violación en el seno del matrimonio y que eso es un delito, por ejemplo. O poder divorciarnos, sin ir más lejos. Por otra parte, ¿Qué sabemos de la violencia en parejas del mismo sexo? ¿O en parejas con una persona trans? ¿O con un cónyuge con VIH? ¿O con una persona sin papeles? Lo poco que sabemos es que reproducen relaciones de poder, donde una persona menoscaba y violenta a otra persona utilizando valores mayoritarios sobre quién tiene derecho a abusar de otras personas. Importará que estamos socializados para ser xenófobos, racistas, capacitistas, sexistas, clasistas, entre otras fobias, y que las personas LGTB nos servimos de los mismos valores que el resto de la sociedad. No hemos crecido en un mundo de color rosa e igualitario.
Utilizando este bagaje feminista y queer, ¿se puede hacer una crítica constructiva sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo sin recibir inmediatamente una crítica facilona sobre si defendemos o no los derechos LGTB? ¿Es imprescindible desacreditar el pensamiento crítico y queer sobre el matrimonio para sentirse defensor de los derechos LGTB? Afortunadamente, aunque no exista este espacio para el debate, la gente disentimos y encontramos interlocución con quienes necesitan dejar de ver el mundo en blanco y negro. Personas a quienes les interesan las reflexiones fruto de las voces críticas y que quieren atender a la creciente literatura en la que intersectan las teorías postcoloniales, queer, postfeministas y desde los estudios críticos sobre la diversidad funcional. Trabajos que llaman nuestra atención sobre el lugar situado de las personas y cómo no existen ni sujetos neutrales, ni políticas neutrales, ni el mismo acceso a ninguno de los derechos y beneficios que nos ofrece nuestro marco legal, y mucho menos ahora en mitad de esta situación global de estafa económica colectiva. ¿Cuándo vamos a empezar a tener debates sobre el uso interesado de los derechos LGTB de entes y personas conservadoras o abocadas al uso comercial de los mismos (pinkwashing), el homonacionalismo, el capacitismo LGTB, el edadismo del mercado rosa, las relaciones coloniales insertas en la cooperación LGTB?
Es tiempo de dejar de pensar en el matrimonio entre personas del mismo sexo para dar paso a otras demandas y necesidades, que pueden no ser las mismas que tienen las élites de los colectivos LGTB pero sí del común cotidiano de la gente, como la discriminación LGTB en el ámbito laboral que exige que borremos nuestra pluma y nos comportemos discretamente; el rechazo a la gente mayor LGTB cuyas realidades ignoramos; el acoso escolar a la que se enfrentan muchos chicos y chicas cada día de sus vidas; los sueños rotos de tantos migrantes LGTB que han venido llamados por los cantos de sirena de libertades LGBT y que se han encontrado con un racismo feroz; la falta de alarma frente a las dificultades de las lesbianas para acceder a las técnicas de reproducción asistida en lo que queda de la sanidad pública; la transfobia cotidiana y la falta de apoyos para la lucha por la despatologización de la transexualidad; la estigmatización de las personas seropositivas y tantas otras cuestiones en las que se nos va la vida y que son urgentes.
Ojalá que la crisis económica sea un cambio de escenario que nos ayude a encontrar luchas comunes que articulen políticamente nuestras acciones, y que estén centradas en las necesidades de las personas.
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