miércoles, 9 de febrero de 2022

#hemeroteca #feminismo | Contra la extrema derecha: un feminismo para todo el mundo

El País / Ilustración de Eulogia Merle //
Contra la extrema derecha: un feminismo para todo el mundo.

Tenemos una imprescindible tarea por delante. Y no pasa por considerar ajenos los malestares masculinos, mucho menos darlos por sentados o incluso celebrarlos como el efecto colateral que da pruebas de nuestros éxitos; hay que entenderlos y dotarlos de sentido.
Clara Serra | El País, 2022-02-09
https://elpais.com/opinion/2022-02-09/contra-la-extrema-derecha-un-feminismo-para-todo-el-mundo.html 

En las recientes elecciones chilenas parece ser que las mujeres han supuesto un voto decisivo para el triunfo de las izquierdas. Quizás no debería extrañarnos. Chile ha sido, junto con Argentina o México, uno de los principales escenarios latinoamericanos en los que el feminismo ha sido capaz de convocar movilizaciones masivas y multitudinarias. Como en el contexto español, la hegemonía del feminismo ha tenido un profundo calado social durante los últimos años y eso puede tener, obviamente, significativos efectos electorales. Al mismo tiempo, una encuesta reciente en nuestro país daba lugar a titulares inquietantes que afirmaban que, en caso de que votaran solo los hombres, la extrema derecha podría ganar las elecciones. Los hombres que votan a Vox representan un 76% de su electorado, lo que quiere decir que son más del doble que sus votantes mujeres. Existe una enorme brecha de género en clave electoral y va más allá de nuestro propio contexto. De hecho, uno de los rasgos más característicos del voto a las nuevas extremas derechas es su altísima masculinización. ¿Cómo leer esta realidad? ¿Son las nuevas derechas, en gran parte, una reacción a las demandas de igualdad de las mujeres? ¿Explicarían estos años de avances feministas la violencia con la que se ha levantado la reacción?

Estas preguntas son hoy urgentes, pero, para abordarlas, necesitamos salir del identitarismo en el que están encalladas algunas perspectivas feministas. Bajo los marcos de un feminismo que siempre esté a la defensiva con el desdibujamiento de su sujeto identitario —es decir, de las mujeres—, las cuestiones relativas a la masculinidad suelen ser entendidas como un asunto que nos es ajeno y que les compete por completo a otros. Ese desentendimiento, defendido a menudo como una victoria, es, en realidad, una gran renuncia. Supone abandonar un problema social que justamente el feminismo está en condiciones de pensar con lucidez y de abordar eficazmente. La tentación de una mirada esencialista es, incluso, naturalizar la reacción masculina, darla por descontada, no necesitar siquiera explicarla, convertirla en un hecho inevitable. ¿Hasta qué punto no son todos esos hombres que votan a Vox la consecuencia automática del hecho de que los estamos destronando? Ladran, luego cabalgamos. Y así, por este camino, la reacción masculina a la que asistimos en nuestros días podría, incluso, acabar siendo una prueba de lo mucho que estamos avanzando. Este tipo de perspectivas son peligrosamente acríticas y cierran la puerta a la posibilidad de hacernos estas preguntas: ¿qué les pasa hoy a los hombres? ¿Qué malestares masculinos está politizando Vox? ¿Qué cosas no estamos nombrando? ¿Cómo podemos convencer a los hombres? ¿Cómo podemos ayudarles a cambiar? 

bell hooks, recientemente fallecida, fue una pensadora feminista que se opuso fuertemente a “la ideología separatista que anima a las mujeres a ignorar el impacto negativo del sexismo en los hombres” y defendió que el feminismo es para todo el mundo. “Cuando el feminismo contemporáneo se encontraba en su momento más intenso, muchas mujeres insistían en el hecho de que estaban cansadas de poner su energía en los hombres y que querían poner a las mujeres en el centro de todas las discusiones feministas. (...) Las pensadoras feministas que, como yo misma, queríamos incluir a los hombres en los debates (...) éramos feministas en quienes no se podía confiar porque nos preocupaba el destino de los hombres” (‘El deseo de cambiar’, Bellaterra, 2021). La cuestión es que un feminismo capaz de dar respuesta a esa reacción masculina que parece estar capitalizando la extrema derecha es, en efecto, un feminismo preocupado por el destino de los hombres. Un feminismo que está en condiciones de desarmar al enemigo justamente porque no consolida los bandos que trata de dibujar el enemigo.

Decir que el feminismo tiene cosas buenas que ofrecer a los hombres y que lucha también contra las servidumbres que los oprimen a ellos no es poner en duda la existencia de los privilegios masculinos. De hecho, revertir las desigualdades de género es inseparable de combatir una estructura de dominación a la que todas y todos estamos igualmente sujetos. Y son justamente esos discursos feministas que ponen siempre el acento en los privilegios que los hombres tienen que perder, y nunca en las libertades que los hombres tienen que ganar, los que asumen unos marcos compartidos con la reacción: o ellas o nosotros. Esta lógica de suma cero, donde si unos ganan es siempre a costa de que otros pierdan, forma parte del ‘corpus’ ideológico que sostiene al patriarcado. Como dice bell hooks, el relato de que el dominio sobre las mujeres reporta siempre privilegios, éxitos y beneficios a los hombres es justamente funcional para el adoctrinamiento masculino, que debe ocultar todos los fracasos y malestares que el patriarcado les depara a los hombres. “La idea de que los hombres tenían el control, el poder, y estaban satisfechos con su vida antes del movimiento feminista contemporáneo es falsa” (bell hooks, 2021) y es justamente la reacción la que pone a funcionar ese mito. No lo compremos. El patriarcado genera soledad, silencio, incomunicación, violencia, suicidios y muertes en la población masculina y el feminismo debe politizar en clave transformadora todos esos malestares. Si no, lo hará la extrema derecha. ¿Cómo es posible que sean voces reaccionarias las que hablan de los altos índices de suicidios masculinos, de los accidentes mortales de tráfico o de las muertes violentas que padecen los hombres? ¿Cómo puede ser que los males que justamente el patriarcado genera en los hombres sean usados como un argumento contra el feminismo y no a su favor?

Salir de los marcos identitarios implica pensar que el malestar de los hombres no es solo un efecto de los avances del feminismo. Michael Kimmel sugiere que para entender la emergencia de proyectos reaccionarios racistas, homófobos y machistas hay que rastrear los miedos masculinos en una sociedad en la que la precariedad económica ha hecho especialmente imposible que los hombres puedan cumplir con los imperativos de la masculinidad tradicional. ¿A qué tipo de fracasos están hoy abocados quienes han sido educados para ser padres de familia que proveen de protección y estabilidad a los suyos? ¿Es posible seguir siendo un hombre ‘de verdad’ en un contexto de empobrecimiento generalizado de la población, desempleo y permanente amenaza de pérdida de estatus social? La tesis de Kimmel es que las nuevas extremas derechas americanas, preludio del triunfo de Trump, supieron politizar esa frustración masculina, propia de nuestras sociedades capitalistas tardías, orientándola contra chivos expiatorios: las mujeres feministas, las personas LGTB o las personas migrantes.

Frente a quienes buscan falsos culpables, tenemos una imprescindible tarea por delante. Y no pasa por considerar ajenos los malestares masculinos, mucho menos darlos por sentados o incluso celebrarlos como el efecto colateral que da pruebas de nuestros éxitos, sino entenderlos —que, por supuesto, no es lo mismo que justificarlos— y dotarlos de sentido. Politizar el malestar masculino contra los de arriba, cambiar los bandos y hacer del feminismo una lucha donde hombres y mujeres combatamos juntos tanto los mandatos de género y sus violencias como el neoliberalismo y sus violencias es uno de los principales retos de todo proyecto político que pretenda enfrentarse con éxito a la emergencia de las extremas derechas. Podremos avanzar en ese camino con una política que renuncie a refugiarnos en la confortable identidad que nos garantiza un feminismo solo de y para las mujeres. Combatir hoy a la extrema derecha, así como la precariedad y los miedos de los que se alimenta, requiere apostar decididamente por un feminismo para todo el mundo.

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