El Salto / Una protesta LGTBI en Puerta del Sol, Madrid // |
Zerolo ya no nos sirve.
Ciertos discursos activistas no son operativos en un contexto inundado por las ideas de la ultraderecha.
Ramón Martínez | El Salto, 2022-02-27
https://www.elsaltodiario.com/mirada-rosa/zerolo-ya-no-nos-sirve
Aunque la actualidad política impida que olvidemos la guerra que ha desencadenado Putin o cuál es el precio de denunciar la corrupción en determinados entornos muy proclives a practicarla, un nuevo incidente homófobo en Bétera nos recuerda que sigue aumentando la escalada de la violencia contra quienes amamos, deseamos y nos expresamos fuera de los márgenes de lo normativo. Vivimos bajo una amenaza constante, pero mientras esa amenaza recrudece sus expresiones, parece que gran parte de nuestra reivindicación sigue anclada en unas prácticas que, si bien funcionaron en el pasado, ya no resultan tan eficaces. Ciertos discursos activistas no son operativos en un contexto inundado por las ideas de la ultraderecha.
Quienes tuvimos la suerte de reivindicar cerca de Pedro Zerolo recordamos bien el talante con el que se enfrentaba a sus adversarios. Siempre con una sonrisa sincera y una propuesta en positivo, la conocida frase cuya creación se le atribuye, y que sirvió como respuesta en un pleno del ayuntamiento de Madrid a la carpetovetónica Ana Botella, sigue escuchándose hoy de las bocas de los muchos activistas que intentan emular su figura: “En su modelo de sociedad no quepo yo; en el mío sí cabe usted”. En aquella época, con prácticamente todos los vientos a favor de nuestro progreso como movimiento social, los grandes rivales de nuestros avances tenían un llamativo aspecto de fantoches que los convertían casi en elementos risibles.
Las técnicas reivindicativas que pusieron en práctica las primeras personas involucradas en el activismo que perseguía el reconocimiento de nuestras parejas, antes incluso de la irrupción en escena de Pedro, eran realmente útiles para enfrentarse a declaraciones que sonaban a parodia, cuando cruzaban peras y manzanas sin mucho sentido, o para evidenciar el ridículo de las manifestaciones de obispos y políticos de derechas, que pretendían mantener el matrimonio como un privilegio heterosexual. No es posible decir que fuera sencillo reivindicar en aquel momento —porque nunca lo es—, pero aquellas prácticas facilitaron nuestra labor. Conseguimos que los planteamientos que defendían nuestros contrincantes resultaran absurdos y no dejamos ni un momento de explicar, una y otra vez, que nuestras demandas beneficiarían a todo el mundo. Siempre en positivo, siempre dejando espacio para que quien quisiera equivocarse pensando de otro modo pudiera seguir haciéndolo, aunque ello conllevara el sufrimiento de su entorno más cercano. Allá ellos, por nuestra parte el progreso era bueno e imparable.
El problema es que aquello sucedió hace ya muchos años, tal vez demasiados. Aquel debate en el Ayuntamiento madrileño tuvo lugar en 2003. Zerolo nos dejó hace ya siete años. La sociedad española ha seguido evolucionando, ha seguido desarrollándose hacia la tolerancia y el respeto. Vivimos ahora mejor que entonces, qué duda cabe, pero de un tiempo a esta parte existe un cáncer que, como el que mató a nuestro Pedro, se extiende con rapidez por el cuerpo social que tantos derechos ha reconocido a lesbianas, gais, trans y bisexuales.
El lenguaje belicista que tanto gusta a los medios lo ha llamado “guerra cultural” y, aunque no nos convenza la connotación violenta, estos días se ha podido observar que el nivel de ferocidad al que ha llegado el conflicto es realmente preocupante. Lo demuestra bien lo sucedido en un instituto de Bétera: un grupo de adolescentes ha insultado y agredido a un profesor visiblemente gay enarbolando en sus manos la misma bandera española que en su día exhibían obispos y conservadores para oponerse a nuestro Matrimonio Igualitario.
Hay, no obstante, una diferencia importante entre los adversarios a los que se enfrentó Zerolo y los que hoy lanzan sus proclamas contra el reconocimiento de cualquiera de nuestros derechos. Los sacerdotes y políticos que en 2005 se manifestaban contra el reconocimiento legal de nuestras parejas pretendían, al menos públicamente, excluirnos de instituciones como el matrimonio. En cambio, quienes hoy difunden su discurso de odio e intolerancia no solo pretenden nuestra exclusión; también intentan la negación más radical de nuestras identidades políticas.
Aunque nunca me ha terminado de convencer la reivindicación en clave identitaria —y creo que esa práctica ha podido incluso servir como fundamento para el nuevo discurso intolerante al que nos enfrentamos—, no puede negarse que los principios en los que se asienta el pensamiento de la nueva forma de reacción a nuestro activismo plantean sin tapujos la sustitución de nuestras conceptualizaciones políticas por otras. Defienden que no debe haber personas lesbianas, gais, bisexuales y trans, sino simplemente seres humanos con los mismos derechos reconocidos en las leyes, a pesar de que eso implique que será imposible garantizar de forma efectiva los derechos de quienes hasta ahora hemos comprendido como parte de la población LGTB, porque los seres humanos que servirán como referencia única serán, oh sorpresa, tan perfectamente normativos como siempre.
Además, no podemos obviar otra diferencia importante entre los ya lejanos tiempos de Pedro Zerolo y los que nos ha tocado en suerte vivir ahora: 'in illo tempore' los medios de comunicación propagaban nuestro mensaje activista apoyando con mayor o menor fervor nuestra causa y era impensable que determinadas afirmaciones pudieran escucharse en público. Hoy el poder mediático nos ha desterrado del centro de sus intereses —“ya lo hemos conseguido todo”, dirán, “y además sus temas ya no provocan tantos clicks en nuestras páginas”— y, en cambio, difunden sin tasa, a veces con la excusa de condenarlos, los mensajes que cuestionan nuestro discurso y atacan nuestros intereses.
El clickbait ya no lo protagonizan los derechos LGTBI, sino la LGTBIfobia, y las barbaridades que pensamos que nunca volveríamos a escuchar pueden oírse ahora a diario en el Congreso. No es de extrañar que en los patios de los centros educativos se escuchen esas mismas atrocidades y que el alumnado se comporte como sugieren sus señorías. En su momento los modelos de conducta bienqueridos de la prensa eran personas como Pedro Zerolo; hoy, en cambio, y a veces sin pretenderlo, los espejos que ofrecen los grandes medios de comunicación a los y las jóvenes son Santiago Abascal y otra chusma del mismo percal.
Leí hace tiempo que, ante todo, los referentes de cualquier tipo tienen que ser operativos en el contexto donde se usan como ejemplo. Y, ya que fui yo quien, en 2015, abrió la petición en Change.org para que la antigua plaza madrileña de Vázquez de Mella pasara a ser conocida como plaza de Pedro Zerolo; creo que tengo la responsabilidad de traer una mala noticia: Zerolo ya no nos sirve. El mundo en el que vivió, en el que desarrolló todo su activismo, ha dejado de existir. Es el momento de buscar otras prácticas, otra forma de construir un discurso reivindicativo que pueda atajar la escalada de violencia a la que nos enfrentamos. Pedro es hoy una plaza para la memoria, por la que pasear dibujando en nuestros labios la sonrisa de un recuerdo maravilloso que se congela cuando tienen lugar sucesos como el ataque estudiantil a un profesor en Bétera.
No podemos seguir pronunciando aquella frase tan afortunada, “en su modelo de sociedad no quepo yo; en el mío sí cabe usted”, porque en el modelo de sociedad que pretenden instaurar nuestros adversarios no solo somos personas en riesgo de exclusión; somos personas en peligro de extinción. No podemos dar cabida en nuestro modelo de sociedad a quien no solo se contenta con cuestionar nuestras intenciones, sino que pretende erradicar nuestra forma de existir. La frase hoy ha de ser que “como en su modelo de sociedad no puede vivir casi nadie, en el nuestro usted no puede ocupar ningún espacio”.
Nos dijo Sartre de que al fascismo no se le discute, se le destruye; y la FELGTB que en su día presidió nuestro Pedro ya ha dado un primer paso en esa dirección hace unas semanas, convocando a otras muchas entidades a una mesa social para erradicar los discursos de odio. Se abre un camino para la construcción de discursos reivindicativos que permitirán que sigamos progresando. Aún queda esperanza, pero habrá que defenderla.
Quienes tuvimos la suerte de reivindicar cerca de Pedro Zerolo recordamos bien el talante con el que se enfrentaba a sus adversarios. Siempre con una sonrisa sincera y una propuesta en positivo, la conocida frase cuya creación se le atribuye, y que sirvió como respuesta en un pleno del ayuntamiento de Madrid a la carpetovetónica Ana Botella, sigue escuchándose hoy de las bocas de los muchos activistas que intentan emular su figura: “En su modelo de sociedad no quepo yo; en el mío sí cabe usted”. En aquella época, con prácticamente todos los vientos a favor de nuestro progreso como movimiento social, los grandes rivales de nuestros avances tenían un llamativo aspecto de fantoches que los convertían casi en elementos risibles.
Las técnicas reivindicativas que pusieron en práctica las primeras personas involucradas en el activismo que perseguía el reconocimiento de nuestras parejas, antes incluso de la irrupción en escena de Pedro, eran realmente útiles para enfrentarse a declaraciones que sonaban a parodia, cuando cruzaban peras y manzanas sin mucho sentido, o para evidenciar el ridículo de las manifestaciones de obispos y políticos de derechas, que pretendían mantener el matrimonio como un privilegio heterosexual. No es posible decir que fuera sencillo reivindicar en aquel momento —porque nunca lo es—, pero aquellas prácticas facilitaron nuestra labor. Conseguimos que los planteamientos que defendían nuestros contrincantes resultaran absurdos y no dejamos ni un momento de explicar, una y otra vez, que nuestras demandas beneficiarían a todo el mundo. Siempre en positivo, siempre dejando espacio para que quien quisiera equivocarse pensando de otro modo pudiera seguir haciéndolo, aunque ello conllevara el sufrimiento de su entorno más cercano. Allá ellos, por nuestra parte el progreso era bueno e imparable.
El problema es que aquello sucedió hace ya muchos años, tal vez demasiados. Aquel debate en el Ayuntamiento madrileño tuvo lugar en 2003. Zerolo nos dejó hace ya siete años. La sociedad española ha seguido evolucionando, ha seguido desarrollándose hacia la tolerancia y el respeto. Vivimos ahora mejor que entonces, qué duda cabe, pero de un tiempo a esta parte existe un cáncer que, como el que mató a nuestro Pedro, se extiende con rapidez por el cuerpo social que tantos derechos ha reconocido a lesbianas, gais, trans y bisexuales.
El lenguaje belicista que tanto gusta a los medios lo ha llamado “guerra cultural” y, aunque no nos convenza la connotación violenta, estos días se ha podido observar que el nivel de ferocidad al que ha llegado el conflicto es realmente preocupante. Lo demuestra bien lo sucedido en un instituto de Bétera: un grupo de adolescentes ha insultado y agredido a un profesor visiblemente gay enarbolando en sus manos la misma bandera española que en su día exhibían obispos y conservadores para oponerse a nuestro Matrimonio Igualitario.
Hay, no obstante, una diferencia importante entre los adversarios a los que se enfrentó Zerolo y los que hoy lanzan sus proclamas contra el reconocimiento de cualquiera de nuestros derechos. Los sacerdotes y políticos que en 2005 se manifestaban contra el reconocimiento legal de nuestras parejas pretendían, al menos públicamente, excluirnos de instituciones como el matrimonio. En cambio, quienes hoy difunden su discurso de odio e intolerancia no solo pretenden nuestra exclusión; también intentan la negación más radical de nuestras identidades políticas.
Aunque nunca me ha terminado de convencer la reivindicación en clave identitaria —y creo que esa práctica ha podido incluso servir como fundamento para el nuevo discurso intolerante al que nos enfrentamos—, no puede negarse que los principios en los que se asienta el pensamiento de la nueva forma de reacción a nuestro activismo plantean sin tapujos la sustitución de nuestras conceptualizaciones políticas por otras. Defienden que no debe haber personas lesbianas, gais, bisexuales y trans, sino simplemente seres humanos con los mismos derechos reconocidos en las leyes, a pesar de que eso implique que será imposible garantizar de forma efectiva los derechos de quienes hasta ahora hemos comprendido como parte de la población LGTB, porque los seres humanos que servirán como referencia única serán, oh sorpresa, tan perfectamente normativos como siempre.
Además, no podemos obviar otra diferencia importante entre los ya lejanos tiempos de Pedro Zerolo y los que nos ha tocado en suerte vivir ahora: 'in illo tempore' los medios de comunicación propagaban nuestro mensaje activista apoyando con mayor o menor fervor nuestra causa y era impensable que determinadas afirmaciones pudieran escucharse en público. Hoy el poder mediático nos ha desterrado del centro de sus intereses —“ya lo hemos conseguido todo”, dirán, “y además sus temas ya no provocan tantos clicks en nuestras páginas”— y, en cambio, difunden sin tasa, a veces con la excusa de condenarlos, los mensajes que cuestionan nuestro discurso y atacan nuestros intereses.
El clickbait ya no lo protagonizan los derechos LGTBI, sino la LGTBIfobia, y las barbaridades que pensamos que nunca volveríamos a escuchar pueden oírse ahora a diario en el Congreso. No es de extrañar que en los patios de los centros educativos se escuchen esas mismas atrocidades y que el alumnado se comporte como sugieren sus señorías. En su momento los modelos de conducta bienqueridos de la prensa eran personas como Pedro Zerolo; hoy, en cambio, y a veces sin pretenderlo, los espejos que ofrecen los grandes medios de comunicación a los y las jóvenes son Santiago Abascal y otra chusma del mismo percal.
Leí hace tiempo que, ante todo, los referentes de cualquier tipo tienen que ser operativos en el contexto donde se usan como ejemplo. Y, ya que fui yo quien, en 2015, abrió la petición en Change.org para que la antigua plaza madrileña de Vázquez de Mella pasara a ser conocida como plaza de Pedro Zerolo; creo que tengo la responsabilidad de traer una mala noticia: Zerolo ya no nos sirve. El mundo en el que vivió, en el que desarrolló todo su activismo, ha dejado de existir. Es el momento de buscar otras prácticas, otra forma de construir un discurso reivindicativo que pueda atajar la escalada de violencia a la que nos enfrentamos. Pedro es hoy una plaza para la memoria, por la que pasear dibujando en nuestros labios la sonrisa de un recuerdo maravilloso que se congela cuando tienen lugar sucesos como el ataque estudiantil a un profesor en Bétera.
No podemos seguir pronunciando aquella frase tan afortunada, “en su modelo de sociedad no quepo yo; en el mío sí cabe usted”, porque en el modelo de sociedad que pretenden instaurar nuestros adversarios no solo somos personas en riesgo de exclusión; somos personas en peligro de extinción. No podemos dar cabida en nuestro modelo de sociedad a quien no solo se contenta con cuestionar nuestras intenciones, sino que pretende erradicar nuestra forma de existir. La frase hoy ha de ser que “como en su modelo de sociedad no puede vivir casi nadie, en el nuestro usted no puede ocupar ningún espacio”.
Nos dijo Sartre de que al fascismo no se le discute, se le destruye; y la FELGTB que en su día presidió nuestro Pedro ya ha dado un primer paso en esa dirección hace unas semanas, convocando a otras muchas entidades a una mesa social para erradicar los discursos de odio. Se abre un camino para la construcción de discursos reivindicativos que permitirán que sigamos progresando. Aún queda esperanza, pero habrá que defenderla.
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