lunes, 2 de octubre de 2023

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 Christo Casas, autor de 'Maricas malas' //

Christo Casas: "Hay maricas malas, sucias, de clase obrera que nos resistimos a ser domesticadas"

María Cabré Solé | Revista Mercurio, 2023-10-02

https://www.revistamercurio.es/2023/10/02/christo-casas-maricas-malas/

No sé si es que Christo Casas (Cuenca, 1991) ha echado a volar para tomar distancia y ver con claridad, o es que cuenta desde siempre con esta mirada perspicaz. Pero 'Maricas malas' (Paidós, 2023) no es solamente un ensayo que desvela cosas que pueden comprenderse desde la distancia, sino que también está dotado de la cercanía de quien lo ha vivido. El autor ha aparecido justo a tiempo para presentar promesas orgullosas, autoafirmativas y desafiantes que ponen en jaque la mirada colonizadora. Un incentivo emancipador directo en vena. Que revisa la idea del trabajo como chantaje, del matrimonio igualitario, del VIH y de los prejuicios sobre las maricas, las migrantes, las tullidas, las racializadas, montado sobre la idea, o al menos así lo interpreto yo, de que lo prestablecido no siempre tiene una orientación profunda. Que, a veces, solo es forma sin relieve: una costumbre a revisar.

Este es el ensayo de un nuevo edén: el del mundo tal y como lo conocemos, pero al revés. Más compasivo, más libre y más colorido. El de un lugar que rescata las diferencias de las «maricas malas», las marginadas desde siempre, para darles su lugar.

P. ¿Cómo surgió la idea de escribir ‘Maricas malas’?
La imagen que se tiene de lo que ha de ser un gay o un homosexual desde la sociedad es la de una persona de clase alta, que vive en barrios pijos, que tienen un gusto excelente y exquisito por la decoración carísima, y una cantidad de estereotipos en los que me era bastante imposible encajar por mi condición de clase. Si tenemos en cuenta que, por mera probabilidad estadística, la inmensa mayoría de personas LGTBI son personas de clase obrera, estaba bastante convencido de que las ‘Maricas malas’ éramos mayoría dentro del colectivo, y que había llegado la hora de desmontar ese estereotipo, y es que hay maricas malas, sucias, de clase obrera que nos resistimos a ser domesticadas de alguna manera.

P. ¿Qué hay detrás del concepto de ‘marica’? ¿Es una realidad o una propuesta?

La palabra «marica» tiene muchísima tradición en el idioma español. Viene del siglo XIX, y hacía referencia a aquellos hombres que, como eran afeminados y no podían reproducirse, formaban parte de una clase social inferior, como lo eran los adolescentes, los niños o las mujeres que, aunque fueran de clase obrera, tampoco eran consideradas como trabajadoras porque lo que ejercían eran los cuidados. Mi propuesta es recuperar la perspectiva previa a lo que en los estudios ‘queer’ se llamaría «el giro sexo-centrado». Y es que en los años 70-80, con la revolución sexual, pasamos a construir nuestras identidades a través de con quién nos acostamos, y es aquí donde irrumpe la etiqueta «gay».

En «Ames a quien ames no importa» o «Love is love», el amor está en el centro del discurso, pero realmente la discriminación, el acoso, el insulto o la agresión a las personas LGTBI no se hace por con quién se acuesten, sino por cómo somos. Por la pluma que tenemos, nuestra estridencia, porque molestamos. Por eso propongo recuperar el término «marica», porque vuelve a poner esto en el centro.

P. ¿Basta identificarse con lo marica para serlo?
Esto es quizá lo más controvertido del libro. He querido hacer una propuesta poco identitaria, es decir, que lo que define nuestras identidades no es quiénes somos ni de dónde venimos, sino qué hacemos y hacia dónde vamos. Y aunque esto es un poco ‘spoiler’ del libro, lo que vengo a decir es precisamente eso, que marica es quien quiera serlo. Porque lo que debe unirnos, y configurarnos, es el destino hacia el que nos dirigimos, la propuesta que tenemos, el horizonte que perseguimos. Para mí cualquier persona que persiga el mismo horizonte de emancipación de clase, el mismo horizonte igualitario, el mismo horizonte de libertades, de respeto y de dignidad para todas las personas, independientemente de si son maricas o heteros, blancas o negras o racializadas, de si son capacitadas o discapacitadas… todas las personas que busquen el mismo horizonte son maricas como yo.

P. ¿Y hacia qué horizonte debe mirar lo marica?

Creo que la definición de un horizonte marica es la indefinición. Una queja que hago en el ensayo es que la sociedad cishetero nos obliga a establecer categorías estancas y encajonarlo todo de manera muy definida. Para mí lo más ‘queer’, lo más LGTBI, lo más marica, lo más punk, es romper con ese encasillamiento, esos cajones estancos. Como Víctor García Mora creo —y lo cito en el libro si no me equivoco— que lo ‘queer’ es aquello que se desborda, es aquello que mira hacia un afuera frondoso, dice él; es decir, hacia un mundo abierto de posibilidades infinitas, y que nos permita escoger a cada persona lo que nos acomoda. Aquello que nos haga más felices, individualmente, aunque en el camino hacia allá luchemos de manera colectiva.

P. ¿Y hacia dónde quieres llevarnos con este ensayo?
El activismo LGTBI se ha centrado mucho en destacar el sufrimiento, el dolor, la persecución que padecemos, las discriminaciones, y esto hace parecer que ser una persona LGTBI o ser una persona marica se explica exclusivamente a través del dolor; cuando ser una persona LGTBI es también una fuente de felicidad y de posibles alternativas a lo heterosexual, y también tenemos una vida plena. Hacia donde quiero llevar es a la idea de que los modelos de las personas LGTBI también puedan plantearse imitar los modos de vida o la cultura marica, la bollera, la trans, imitar otras realidades subalternas que les pueden dar también alegría, que pueden ser fuentes de placer para ellas en sus proyectos vitales.

P. En tus perfiles de Instagram y Twitter te defines como maricón de clase obrera. ¿Por qué no lo haces como antropólogo, activista o periodista?

Tengo bastante conflicto con estas definiciones, porque mi sensación es que tendemos a definirnos muy rápidamente por nuestro oficio. Al final, lo que hacen es trasladar en primera instancia cuál es nuestro estatus socioeconómico. Explicar claramente que tenemos una profesión respetada, una profesión con altos ingresos.

Esto me facilita mucho contar una anécdota que me gusta. Cuando me licencié en periodismo, hace ahora 11 años, durante los primeros tres o cuatro años después de terminar la carrera trabajé como camarero. Y lo curioso es que, mientras lo hacía, decía que era periodista, pero realmente era camarero. El hecho de identificarnos con una profesión a menudo nos pone también en un cajón que nos impide establecer relaciones horizontales y de reciprocidad con gente que se dedica a otras profesiones. Creo que nos divide como clase, y en este sentido prefiero mucho más identificarme como maricón o como clase obrera, que son identidades transversales, que pueden interpelar a más gente y que pueden construir puentes.

P. En el ensayo optas por el uso del lenguaje femenino.

Opto por el plural femenino como una apuesta política por el lenguaje. Creo que es necesario un lenguaje inclusivo, un lenguaje que no esté marcado por el género para respetar todas las identidades. Cuando tendemos a utilizar lenguaje sin marca de género, se desvanece esa reivindicación política. Porque podría decir «el alumnado» en lugar de decir «los alumnos y las alumnas», o decir «las alumnas». Pero en el momento en que digo «el alumnado», aunque sea la palabra más correcta para incluir a todos, y una forma que en español ya está aceptada, lo que hago es invisibilizar que estoy rechazando el uso del masculino genérico. Entonces, cuando apuesto por el femenino plural lo que hago es poner sobre la mesa o evidenciar que tenemos un problema con la lengua española desde el momento en que no incluye y no respeta a todas sus hablantes. Además, marica es un término femenino.

P. Criticas eslóganes como «Love is love» o «Ames a quien ames, Madrid te quiere» como ejemplos de ‘pinkwashing’. ¿Cómo podrían desarrollarse políticas más eficaces o reales hacia el colectivo LGTBI?
Yo no tendría ningún problema con el ‘pinkwashing’, siempre y cuando llevara también consigo actuaciones de calado. Por ejemplo, si cada 28 de junio una marca saca ropa con arcoíris o banderas, o saca anuncios con los colores o mensajes como «Love is love», y también realiza políticas activas de defensa de los derechos LGTBI en su plantilla laboral, para mí no hay ningún problema porque hay coherencia. El problema es cuando las empresas usan esto como lavado de cara pero siguen discriminando a sus trabajadoras LGTBI.

Ya que me preguntas por hacer propuestas activas, y ahora aquí viene otro punto del ensayo, considero que las personas LGTBI hemos de ser aliadas del resto de personas que se encuentran en situación de opresión o persecución, incluida, por supuesto, toda la clase trabajadora en su conjunto. Yo creo que seguiría siendo ‘pinkwashing’ si esa empresa tiene un anuncio LGTBI e implementa políticas inclusivas pero fabrica en Bangladesh explotando a la población local de un país del sur global.

P. Afirmas que el matrimonio igualitario es una derrota, porque alimenta esa idea de gay arquetípico.
Este es otro de los temas controvertidos del libro. Es indudable que este ensayo ha sido publicado en un momento en que el clima de opinión y la esfera política española están teniendo un giro hacia la derecha, y estamos normalizando discursos que desplazan el marco de cómo percibimos las políticas y la opinión pública hacia el conservadurismo.

Dicho esto, Didier Eribon, uno de los antropólogos que cito en el ensayo (y que en su caso defiende el matrimonio igualitario porque Francia es un país donde ha costado mucho más conseguirlo e incluso hoy, diez años después de su aprobación, se sigue cuestionado ampliamente), explica que el matrimonio igualitario debe ser un derecho para todos mientras el matrimonio a secas también sea un derecho. Pero una vez esto haya sido aceptado socialmente, hay que exigir un desplazamiento y ser autocríticos con lo que se ha planteado. Es precisamente este desplazamiento lo que plantea mi ensayo. Afortunadamente, en España no estamos en una situación como la de Francia y creo que formamos parte de una sociedad suficientemente madura como para analizar y debatir las consecuencias que ha tenido la perpetuación del matrimonio instrumentalizando a la gente LGTBI; o, remitiendo a la pregunta previa, hablar del ‘pinkwashing’ que se ha hecho del matrimonio instrumentalizando a la gente LGTBI, cuando era una institución criticada por los feminismos o la izquierda en los 80 y 90.

P. Después de leerte me surge la duda de si te gustaría que lo marica absorbiese lo gay, si quieres que lo lidere o simplemente que se acepten como narrativas distintas.
Creo que lo gay nos obliga a las personas LGTBI españolas, concretamente a los maricas, a los hombres que tienen sexo con hombres, a observarnos a nosotros a través de la óptica de Estados Unidos, de la óptica anglosajona. Por el tipo de ocio que consumimos, por el tipo de cultura que nos llega, los productos culturales, las series, las películas, la narrativa ‘bestseller’. Digamos que el eje de las personas que viven en Europa está desplazado hacia Estados Unidos. Entonces, sí que creo que reivindicar la palabra marica es, de alguna manera, volver a conectar un poco con la realidad cultural local. Todas las personas tienen el derecho a definirse desde el lugar y desde la etiqueta que les sea más cómoda, o incluso a deshacerse de todas las etiquetas si les resulta mejor, pero soy de la opinión de que ha llegado el momento de reivindicar lo marica y exigirle respeto, lo cual no tiene por qué desplazar ni absorber lo gay.

P. Comentas que la LGTBIfobia y el clasismo están entrelazados, que son el mismo problema. ¿Pero cómo persuades a quienes poseen ciertos privilegios a renunciar a ellos en beneficio de la igualdad?
La solución más fácil que te daría es «eat the rich». Pero también entiendo que hay otras formas que no requieren de comerse a nadie, a menos que sea una parafilia de la persona que desea ser comida. En todo caso, yo creo que hay herramientas de redistribución que demuestran que aquellas sociedades más igualitarias, o aquellas sociedades donde hay mayor igualdad de oportunidades, redundan en el beneficio común y son positivas para todas. Estoy bastante seguro de que hay gente que tiene tantísimo dinero que no va a saber qué hacer con él en su vida y que va a morir sin haberlo gastado. Realmente hay un fetichismo de la acumulación de riqueza, de la acumulación material. Entonces, se trata más bien de un cambio cultural y de percibir que no necesitamos tanto dinero, ni acumular tanto como creemos, y que redistribuyéndolo tendríamos una sociedad mejor, incluso para las personas que acumulan. Bibliotecas del tiempo, bibliotecas de objetos, modos colectivos de poseer… Es difícil de conseguir, porque como explicaba antes, nos han convencido de que la acumulación y el éxito son sinónimos. Pero estoy seguro de que podemos llegar a este cambio cultural.

P. ¿Puedes compartir ejemplos personales de privilegios a los que hayas tenido que renunciar y las ventajas que has encontrado al hacerlo?
A través de este ensayo, lo que planteo es que hay que cuestionar también el concepto de privilegio, porque hemos llegado a un punto en que se está llamando privilegios a derechos básicos. Tú tienes una casa, ¡qué privilegiado eres! Tú no has estado nunca en el paro, ¡qué privilegiado! Tú tienes derecho a voto y yo no, ¡qué privilegiado! Y no. Estamos llamando privilegios a cosas que son derechos. La diferencia entre un privilegio y un derecho es que el privilegio no debería tenerlo nadie y el derecho debería tenerlo todo el mundo. En el momento en que llamamos privilegio a trabajar, tener un hogar o votar, estamos diciendo que no habría que tenerlo, cuando en realidad se trata de derechos que habría que garantizar.

En mi caso, la experiencia que tengo como hombre blanco ocupando espacios me ha hecho darme cuenta de que en muchas ocasiones había gente que no es que no tuviera opinión o no quisiera expresarla, es que no lo hacía porque mi presencia, por una tradición cultural, les lleva a callarse, como es el caso de mujeres que no expresan su opinión en espacios masculinizados o personas racializadas que no expresan su opinión en espacios muy blancos. ¿Y qué es lo que yo he ganado? Pues simplemente el hecho de escuchar una experiencia diferente a la mía, y la maravillosa sensación de cambiar de opinión me parece ya un motivo para callarse de vez en cuando.

P. En el ensayo haces notar la diferente percepción social entre la prevención del embarazo y la prevención del VIH. ¿Cómo podríamos desafiar los estereotipos de género y las normas sociales para promover una visión más equitativa de ambas formas de prevención?
Sí, en el ensayo hago esta afirmación partiendo del contexto del análisis de lo que viene a ser el discurso médico. En un primer lugar, para conseguir superar estos estigmas que hay hacia la prevención del embarazo o hacia la prevención del VIH, que presento como diferenciados. Incido mucho en que las mujeres que son responsables de su salud sexual y reproductiva son estigmatizadas y tratadas de putas, de zorras o de guarras. Y lo mismo nos pasa a los maricones. Lo que creo que hay que hacer es reformar en primera instancia el discurso médico. ¿Por qué? Porque la medicina, incluso en 2023, está diseñada desde el punto de vista del hombre cisheterosexual. Por poner un ejemplo, los testeos de medicaciones o de tratamientos médicos se siguen haciendo sobre cuerpos de hombres cis y occidentales, y esto ignora por completo la diversidad fisiológica que hay en todos los cuerpos del planeta. En consecuencia, vemos que hay efectos secundarios no previstos, o desdeñados, en los cuerpos de las mujeres o de las personas de otros orígenes que no sean europeo o estadounidense. Creemos que el discurso médico es neutro porque es ciencia, pero lo cierto es que está atravesado por los prejuicios de las personas que hacen la ciencia.

Esto obviamente tendrá también una incidencia en el discurso social porque los médicos, los doctores, los estudios sobre salud, los ministerios, son instituciones que percibimos como autoridad, son personas cuyos discursos respetamos. En el momento en que veamos a una persona que entendemos como autoridad en una materia cuestionar el machismo o el prejuicio homófobo que hay dentro de la medicina, creo que la sociedad en general comenzará a cambiar su perspectiva sobre estos tratamientos.

P. Está claro que hay que seguir combatiendo la homofobia, pero ¿hay otras maneras de hacerlo que no sea desde lo LGTBI?
De hecho, la única manera de hacerlo es no haciéndolo desde allá, porque cuando decimos que la homofobia debe ser combatida por las personas LGTBI, lo que estamos haciendo es obligarlas a llevar la carga de su propia defensa. Y, de algún modo, esto tiene una cara B muy fea. Cuando decimos que las personas LGTBI son las responsables de educar y de evitar la homofobia, lo que estamos asumiendo es que al recibir una agresión homófoba, es también culpa de ellas porque no han sido suficientemente pedagógicas o no han sabido explicarse para evitar esa agresión. Por tanto, yo creo que la mejor manera de combatir la LGTBIfobia es que las personas que no son LGTBI se den cuenta de ella y la combatan entre ellos. Es decir, si tú eres un tío heterosexual y escuchas a un amigo tuyo, o lo ves en el grupo de WhatsApp, diciendo barbaridades sobre las personas LGTBI, intervén.

P. ¿Qué les dirías a las infancias de hoy para que sean más maricas el día de mañana?
La clave no está tanto en qué decirles a las infancias, porque las infancias son tremendamente maricas. Lo que quiero decir es que los niños, las niñas y les niñes, antes de ser educadas en sociedad, hacen cosas tremendamente maricas. Si un niño ve a su hermana jugando con una Barbie y le apetece, lo dice sin ningún complejo a los tres, a los cuatro, a los cinco años. Pero deja de decirlo conforme crece. Los vamos desamariconando conforme los educamos, en el momento en que decimos: «No, tú no puedes jugar con una Barbie porque eso es de niñas»; «No, tú tienes que ir al fútbol y no puedes ir a ‘ballet’»; «No, tú tienes que llevar pantalones y no puedes llevar falda». No se trata tanto de qué le diríamos a las infancias, se trata de desencasillar la infancia en el sentido que antes decía de un horizonte ‘queer’ sin límites. Yo entiendo que le tienes que poner límites como a qué hora se tiene que ir a dormir, pero no aceptar que un niño quiera hacer una cosa que tú consideras de niña, o que una niña quiera hacer una cosa que tú consideras de niño, no es un límite, es un prejuicio que estás imprimiendo en esta niñe, niña o niño, que va a crecer creyendo que aquello que no hacía daño a nadie, jugar con una muñeca, es algo tremendamente malo y perverso. Las infancias, para que sean más maricas, tienen que tener paternidades y maternidades más maricas.

P. «Amariconad el mundo», dice en imperativo el último capítulo, al que luego siguen unas páginas que rebosan de cuidados y ternuras. A quienes puedan pensar que tienes intención de ‘queerizar’ lo cishetero, ¿qué les dirías?
Que sí, que absolutamente tengo la intención de ‘queerizar’ lo cishetero. Creo que durante todos estos años de activismo, aunque se ha pretendido que lo LGTBI parezca más cishetero, nos han llevado algunas frustraciones dentro del colectivo. De alguna manera parece que teníamos que recortarnos nosotros aquellas estridencias, como decía en la pregunta previa de aquel niño que tiene que evitar jugar con una muñeca. Lo mismo ocurre cuando llegas a ser adulto, resulta que tienes que evitar hacer cosas con mucha pluma para evitar llamar la atención en el trabajo. O tienes que evitar especificar en un contrato de alquiler que tu pareja es del mismo género. Todas estas cosas están imbricadas en la deriva de los últimos años que nos ha llevado a parecer más cishetero para ser aceptados. Lo cual me lleva a preguntarme si hoy en día hay menos LGTBIfobia porque la gente es más respetuosa o porque las personas LGTBI parecemos menos LGTBI que antes.

En cuanto a ‘queerizar’ lo cishetero, quiero decir que en el momento en que las personas cishetero desdibujen sus límites, sean estridentes, tengan pluma y encuentren alegría en ello, porque han tenido que renunciar a muchas cosas que les harían felices para llegar a ser cishetero, ya no habrá la posibilidad de que te digan en un contrato de alquiler que no puedes acceder a la vivienda porque «tienes demasiada pluma y aquí buscamos una familia normal»; porque lo normal no existirá, no habrá una persona cishetero con la que compararte para decir «ella es más normal que tú y, por tanto, le vamos a dar el alquiler o el contrato de trabajo a ella».

P. ¿Harry Styles es marica mala o no?
Pues voy a romper una lanza por él porque todo el mundo está cuestionando su sexualidad por cómo va vestido. Y llevar la ropa que te dé la gana como lo hace él, independientemente de cuál sea su género, su orientación afectivo-sexual, es de marica mala.

P. ¿Rosalía?
Pues depende. Por ejemplo, Rosalía con Tokischa es una marica malísima, de las mejores. Me encanta, porque es un videoclip y un tema que habla sobre la sexualidad femenina, la sexualidad entre mujeres. Lésbica o sáfica, totalmente desacomplejada, reivindicando ser tremendamente guarras, cerdas y estar orgullosas de ello. Eso es supermarica. En cambio, Rosalía con Rauw Alejandro, la ruptura… está teniendo una narrativa tremendamente cisheterosexual, de marica buena, de se ha acabado una relación romántica y está supertriste y hay que hacer un drama de ello. Cuando yo creo que lo reivindicativo de una marica mala es que aunque se acabe el vínculo puedes tener una relación maravillosa, alegría, felicidad y promiscuidad con tu expareja.

P. ¿Samantha Hudson?
Es lo más marica mala que existe ahora mismo en el panorama español. Su voluntad férrea de ser estridente, de llamar la atención, de no pasar desapercibida y de decir siempre lo que le dé la gana sin pedir perdón ni permiso, es el modelo de marica mala por antonomasia.

P. ¿Almodóvar?
En el ensayo digo que marica mala no se es, sino que se hace. Y la filmografía de Almodóvar es tremendamente marica mala, y como castellano manchego y maricón, me he educado con ella.

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