Público / La cineasta venezolana Patricia Ortega en el rodaje de la película // |
El erotismo se cuela en misa de ocho en 'Mamacruz'
Begoña Piña | Público, 2023-10-25
https://www.publico.es/culturas/erotismo-cuela-misa-ocho-mamacruz-1.html
El tercer largometraje de Patricia Ortega, historia de despertar sexual y de liberación de una mujer mayor, revela cómo el erotismo y la sexualidad que la Iglesia intenta castrar está en el imaginario religioso, repleto de "Cristos buenorros y musculosos". Protagonizada por Kiti Mánver, la película se estrenó en el Festival de Sundance.
Kiti Mánver se acerca al rostro de un Cristo crucificado tamaño natural para besarle los labios. Con esta imagen aterrizó Patricia Ortega en Sundance con su tercer largometraje, ‘Mamacruz’. La película, que se pensó para ser rodada en Venezuela y terminó haciéndose en Sevilla, llega aquí a los cines con un cartel de la actriz tocándose un pecho, disfrutando. La provocación, de cualquier modo, está servida, porque liberar a una mujer de sus roles impuestos y del peso agobiante del patriarcado sigue siendo un desafío, para muchos, una ofensa.
La cineasta venezolana Patricia Ortega lo ha hecho en esta película, historia de una mujer, madre y abuela, católica devota, que un día comienza a sentir de nuevo deseos y sensaciones que pensaba que habían muerto. En ‘Mamacruz’ están el despertar sexual de una mujer que ya no es joven, la celebración de la vida y las ganas de gozar, la sororidad, el erotismo presente hasta en el imaginario y los textos de la Iglesia, la liberación... la reconstrucción completa de una mujer.
P. Todavía no vemos a las madres y abuelas como mujeres, ¿la mirada de la mujer hacia otras mujeres sigue contaminada por el patriarcado?
Sí. En la casa donde crecí, en Maracaibo, las líderes eran mi mamá y mi abuela. Mi mamá nunca se casó e hizo un sacrificio en su vida, precisamente, por estar del lado del patriarcado, porque pensaba que para poder ser una buena madre, además madre soltera, tenía que renunciar a su vida sexoafectiva, a su vida como mujer. Y de hecho lo hizo, igual que mi abuela, que siempre estaba cocinando o lavando o limpiando, era básicamente la doméstica de la casa, también por un rol asumido. Creo que yo en mi familia fui de las pocas chicas que no se casaron o que no tuvieron hijos. Entonces crecí en una familia donde el rostro de mujer se había opacado. Y me ha pasado también con mis amigas, a las que, a pesar de ser otra generación, les cuesta separarse de eso. Y creo que incluso las que más han logrado deconstruirse todavía se preguntan si hicieron bien o no en no casarse. Yo también pasé por esa etapa, de preguntarme si hice bien. Ese peso del patriarcado con el que crecemos está tan arraigado que te hace dudar. Y de ahí, también las consecuencias, esas maternidades que a veces no son deseadas, sino impuestas como un rol.
P. La mirada hacia la religión de la película es muy provocadora, el personaje encuentra erotismo en la Iglesia...
Cuando llegué acá vi algunos Cristos muy guapos, muy buenorros, hay algunas figuras de Cristos que son despampanantes, musculosos, bronceados, que son súper sensuales, y le dije a mi productor que eso confirmaba mi sospecha de que los imagineros usan como referentes a sus amantes o a sus novios o algunas fantasías sexuales que tienen. Lo confirmé cuando vi el documental ‘¡Dolores, guapa!’ (Jesús Pascual, 2021). Sabía que esto sucedía y, por ejemplo, cuando tú lees toda Santa Teresa te das cuenta de que hay una pasión allí, expresiones de éxtasis literario... En la misma religión se cuela ese erotismo, se cuela esa sensualidad porque es imposible reprimirla y se manifiesta en un Cristo musculoso, en un texto sobre el amor a Cristo que realmente es un texto de excitación y no precisamente religiosa... Ahí está el erotismo, porque es imposible desvincularlo de la naturaleza humana. Y en figuras más andróginas, como un querubín o un ángel, hay algo del elemento ‘queer’. O sea, en las imágenes está toda esa realidad humana que la Iglesia intenta castrar. Me pareció interesante abordar la historia desde allí, cómo esta mujer empieza a encontrar lo erótico en lo que le rodea y lo que le gusta, en las imágenes de la religión.
P. ¿Haber hecho la película en Sevilla tiene que ver con el cambio de cartel?
Ajá, sí, es una estrategia. El cartel internacional es más polémico. Cristo es como una estrella pop y detrás de la imagen de Cristo, seas o no creyente, hay un peso simbólico, entonces tener a esta mujer acercándose sensualmente a Cristo sabíamos que iba a ser súper polémica. Eso nos convenía en su momento, pero también para mí era importante en la historia que Cruz entiende que no necesita a nadie para encontrar su placer. Y la imagen con Cristo relaciona su placer a la figura masculina y yo no quería eso. La imagen con la que vamos a estrenar aquí es la que yo recomendaba, porque es el centro de la película. Sabíamos que en Sevilla salir con la imagen de Cristo podría quitarnos público, porque cuando la usamos un montón de gente salió diciendo que era una ofensa. ¡No lo es, no está santificada, es un muñeco, Cristo no está en ese cuerpo! La decisión también tiene que ver con sumar público en lugar de restar, porque puedes creer en Dios, puedes ser militante, pero eso no quiere decir que no tengas sexualidad y no tengas deseo, ese es el punto de vista de la película.
P. ¿Cuánta intención hay en esta película de celebrar y reivindicar las ganas de vivir y de disfrutar de la vida?
Pues todas, porque y eso sí, está muy inspirado en mi madre. Mi mamá sobrevivió al cáncer y cuando estuvo ya libre cambió totalmente y ahora está viviendo con el amor de su vida, con el que nunca quiso vivir por sus hijos y está viviendo su sexualidad. Se dio cuenta de que la vida es corta. De ahí esta última conversación que Cruz tiene con su hija, donde le dice que si le dieran otra vez su tiempo, haría todas las cosas que quisiera hacer. Toda esa culpa o ese deber, todo eso con lo que crecemos, eso de productividad, eficiencia, competitividad, excelencia... eso es un cuento no solamente del patriarcado, sino también de la industria, del sistema, del capitalismo, que va negando poco a poco lo que uno es como ser humano.
P. ¿Cree que las mujeres deberíamos hablar más de sexo?
Pues a mí me parece que deberíamos ser más sinceras con nuestras necesidades, porque creo que hay una noción muy básica de la sexualidad y la sexualidad es infinita, no hay un formato, no hay un deber ser y, sí, creo que hablar más de eso es necesario. Creo que hay mucha culpa y mucha vergüenza. Y también mucha gente que piensa que el sexo es algo que tiene que ser de la alcoba o de la clandestinidad, cuando la sexualidad debería ser algo cotidiano, de todos los días. Quería cambiar la visión que tenemos de estar recibiendo pasivas o escondidas o debajo de una sábana, como si estuviésemos muertas, que es terrible, es horrible. Quería romper el esquema de "me voy a masturbar, voy a encender una vela...", ¿quién impuso ese ritual erótico? Nosotras estamos intoxicadas por todo eso. Sí, ojalá habláramos más.
P. ¿Cuánto ha cambiado la película en la que había pensado al traerla desde Venezuela a España?
Lo que tuve que hacer fue quitarle la forma de hablar, los lugares, lo que llamamos 'el mundo' de la película, que es lo local. Estaba lleno de elementos venezolanos y quitarlos fue súper difícil. Y luego, profundizar en la historia, que es lo universal. Luego fue el coguionista José Ortuño el que puso el mundo de Sevilla.
P. Al final, la película, el personaje... es todo lo mismo, las mujeres en Venezuela son iguales que en España y que en cualquier otro lugar del mundo, ¿no?
Sí, exactamente. Es que todas tenemos el mismo problema, es universal. Yo pensé que iba a encontrarme un abismo y llegué asustada a España, pero cuando empecé a hacer el casting, me di cuenta de que no. Ahí está la mujer a la que no le da tiempo de nada porque tiene muchos hijos, la que se arrepiente de no haber hecho algo que pudo haber hecho, la que no se ha atrevido a hacer algún tipo de fantasía porque cree que está mal, la que le cuesta tener un orgasmo y no lo dice porque cree que tiene un problema... Esas son situaciones que se repiten en todo el mundo. Tenemos situaciones muy parecidas y es que esto no tiene que ver con el territorio, tiene que ver con algo más profundo, con algo que trasciende la frontera.
Kiti Mánver se acerca al rostro de un Cristo crucificado tamaño natural para besarle los labios. Con esta imagen aterrizó Patricia Ortega en Sundance con su tercer largometraje, ‘Mamacruz’. La película, que se pensó para ser rodada en Venezuela y terminó haciéndose en Sevilla, llega aquí a los cines con un cartel de la actriz tocándose un pecho, disfrutando. La provocación, de cualquier modo, está servida, porque liberar a una mujer de sus roles impuestos y del peso agobiante del patriarcado sigue siendo un desafío, para muchos, una ofensa.
La cineasta venezolana Patricia Ortega lo ha hecho en esta película, historia de una mujer, madre y abuela, católica devota, que un día comienza a sentir de nuevo deseos y sensaciones que pensaba que habían muerto. En ‘Mamacruz’ están el despertar sexual de una mujer que ya no es joven, la celebración de la vida y las ganas de gozar, la sororidad, el erotismo presente hasta en el imaginario y los textos de la Iglesia, la liberación... la reconstrucción completa de una mujer.
P. Todavía no vemos a las madres y abuelas como mujeres, ¿la mirada de la mujer hacia otras mujeres sigue contaminada por el patriarcado?
Sí. En la casa donde crecí, en Maracaibo, las líderes eran mi mamá y mi abuela. Mi mamá nunca se casó e hizo un sacrificio en su vida, precisamente, por estar del lado del patriarcado, porque pensaba que para poder ser una buena madre, además madre soltera, tenía que renunciar a su vida sexoafectiva, a su vida como mujer. Y de hecho lo hizo, igual que mi abuela, que siempre estaba cocinando o lavando o limpiando, era básicamente la doméstica de la casa, también por un rol asumido. Creo que yo en mi familia fui de las pocas chicas que no se casaron o que no tuvieron hijos. Entonces crecí en una familia donde el rostro de mujer se había opacado. Y me ha pasado también con mis amigas, a las que, a pesar de ser otra generación, les cuesta separarse de eso. Y creo que incluso las que más han logrado deconstruirse todavía se preguntan si hicieron bien o no en no casarse. Yo también pasé por esa etapa, de preguntarme si hice bien. Ese peso del patriarcado con el que crecemos está tan arraigado que te hace dudar. Y de ahí, también las consecuencias, esas maternidades que a veces no son deseadas, sino impuestas como un rol.
P. La mirada hacia la religión de la película es muy provocadora, el personaje encuentra erotismo en la Iglesia...
Cuando llegué acá vi algunos Cristos muy guapos, muy buenorros, hay algunas figuras de Cristos que son despampanantes, musculosos, bronceados, que son súper sensuales, y le dije a mi productor que eso confirmaba mi sospecha de que los imagineros usan como referentes a sus amantes o a sus novios o algunas fantasías sexuales que tienen. Lo confirmé cuando vi el documental ‘¡Dolores, guapa!’ (Jesús Pascual, 2021). Sabía que esto sucedía y, por ejemplo, cuando tú lees toda Santa Teresa te das cuenta de que hay una pasión allí, expresiones de éxtasis literario... En la misma religión se cuela ese erotismo, se cuela esa sensualidad porque es imposible reprimirla y se manifiesta en un Cristo musculoso, en un texto sobre el amor a Cristo que realmente es un texto de excitación y no precisamente religiosa... Ahí está el erotismo, porque es imposible desvincularlo de la naturaleza humana. Y en figuras más andróginas, como un querubín o un ángel, hay algo del elemento ‘queer’. O sea, en las imágenes está toda esa realidad humana que la Iglesia intenta castrar. Me pareció interesante abordar la historia desde allí, cómo esta mujer empieza a encontrar lo erótico en lo que le rodea y lo que le gusta, en las imágenes de la religión.
P. ¿Haber hecho la película en Sevilla tiene que ver con el cambio de cartel?
Ajá, sí, es una estrategia. El cartel internacional es más polémico. Cristo es como una estrella pop y detrás de la imagen de Cristo, seas o no creyente, hay un peso simbólico, entonces tener a esta mujer acercándose sensualmente a Cristo sabíamos que iba a ser súper polémica. Eso nos convenía en su momento, pero también para mí era importante en la historia que Cruz entiende que no necesita a nadie para encontrar su placer. Y la imagen con Cristo relaciona su placer a la figura masculina y yo no quería eso. La imagen con la que vamos a estrenar aquí es la que yo recomendaba, porque es el centro de la película. Sabíamos que en Sevilla salir con la imagen de Cristo podría quitarnos público, porque cuando la usamos un montón de gente salió diciendo que era una ofensa. ¡No lo es, no está santificada, es un muñeco, Cristo no está en ese cuerpo! La decisión también tiene que ver con sumar público en lugar de restar, porque puedes creer en Dios, puedes ser militante, pero eso no quiere decir que no tengas sexualidad y no tengas deseo, ese es el punto de vista de la película.
P. ¿Cuánta intención hay en esta película de celebrar y reivindicar las ganas de vivir y de disfrutar de la vida?
Pues todas, porque y eso sí, está muy inspirado en mi madre. Mi mamá sobrevivió al cáncer y cuando estuvo ya libre cambió totalmente y ahora está viviendo con el amor de su vida, con el que nunca quiso vivir por sus hijos y está viviendo su sexualidad. Se dio cuenta de que la vida es corta. De ahí esta última conversación que Cruz tiene con su hija, donde le dice que si le dieran otra vez su tiempo, haría todas las cosas que quisiera hacer. Toda esa culpa o ese deber, todo eso con lo que crecemos, eso de productividad, eficiencia, competitividad, excelencia... eso es un cuento no solamente del patriarcado, sino también de la industria, del sistema, del capitalismo, que va negando poco a poco lo que uno es como ser humano.
P. ¿Cree que las mujeres deberíamos hablar más de sexo?
Pues a mí me parece que deberíamos ser más sinceras con nuestras necesidades, porque creo que hay una noción muy básica de la sexualidad y la sexualidad es infinita, no hay un formato, no hay un deber ser y, sí, creo que hablar más de eso es necesario. Creo que hay mucha culpa y mucha vergüenza. Y también mucha gente que piensa que el sexo es algo que tiene que ser de la alcoba o de la clandestinidad, cuando la sexualidad debería ser algo cotidiano, de todos los días. Quería cambiar la visión que tenemos de estar recibiendo pasivas o escondidas o debajo de una sábana, como si estuviésemos muertas, que es terrible, es horrible. Quería romper el esquema de "me voy a masturbar, voy a encender una vela...", ¿quién impuso ese ritual erótico? Nosotras estamos intoxicadas por todo eso. Sí, ojalá habláramos más.
P. ¿Cuánto ha cambiado la película en la que había pensado al traerla desde Venezuela a España?
Lo que tuve que hacer fue quitarle la forma de hablar, los lugares, lo que llamamos 'el mundo' de la película, que es lo local. Estaba lleno de elementos venezolanos y quitarlos fue súper difícil. Y luego, profundizar en la historia, que es lo universal. Luego fue el coguionista José Ortuño el que puso el mundo de Sevilla.
P. Al final, la película, el personaje... es todo lo mismo, las mujeres en Venezuela son iguales que en España y que en cualquier otro lugar del mundo, ¿no?
Sí, exactamente. Es que todas tenemos el mismo problema, es universal. Yo pensé que iba a encontrarme un abismo y llegué asustada a España, pero cuando empecé a hacer el casting, me di cuenta de que no. Ahí está la mujer a la que no le da tiempo de nada porque tiene muchos hijos, la que se arrepiente de no haber hecho algo que pudo haber hecho, la que no se ha atrevido a hacer algún tipo de fantasía porque cree que está mal, la que le cuesta tener un orgasmo y no lo dice porque cree que tiene un problema... Esas son situaciones que se repiten en todo el mundo. Tenemos situaciones muy parecidas y es que esto no tiene que ver con el territorio, tiene que ver con algo más profundo, con algo que trasciende la frontera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.