Imagen: Deia / Yolanda Martínez, José Ignacio Sánchez e Imanol Alvarez |
Este viernes se cumplen cuarenta años de que entrase en vigor la legalización de la homosexualidad en España, cuando la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social dejó de poner el foco sobre el colectivo LGBTI.
Aner Gondra | Deia, 2019-01-07
https://www.deia.eus/2019/01/07/sociedad/estado/corazones-clandestinos
Era una noche más de fiesta y trabajo en Las Cortes hasta que apareció la Policía. Era una redada con un objetivo claro. “Se llevaron a todos los travestis”, recuerda Imanol Álvarez, uno de los fundadores de EHGAM. La asociación, que ya trabajaba por los derechos del colectivo a finales de los años setenta, se dedicó a hablar con los locales en los que trabajaban las personas detenidas y con las autoridades. Pasaron los días y se hicieron manifestaciones. Una semana después los travestis aparecieron de nuevo en sus casas. Habían pasado todo ese tiempo en calabozos y regresaban con los cuerpos llenos de cardenales. “Les dieron candela”, se lamenta Álvarez.
Es un ejemplo de la represión que sufrieron los homosexuales hace cuatro décadas. La herramienta utilizada para ello tenía nombre: Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. “No formaba parte del Código Penal, era un ley por la que con la mera sospecha de que alguien era homosexual bastaba para que fuera internado en algún centro de rehabilitación”, relata Imanol. Estos centros, de los que no había ninguno en Euskadi, eran verdaderas cárceles camufladas en las que se incluían los trabajos forzados. Era tal el colapso en estos centros que los hombres que no cabían en ellos eran derivados a cárceles como la de Basauri.
“Con las lesbianas no se metían tanto porque las mujeres eran invisibles, sobre todo las lesbianas”, recuerda Yolanda Martínez, una empresaria y activista nacida en Burgos pero que lleva la mayor parte de su vida en Bilbao. “La situación de la mujer era catastrófica y se daba por hecho que no había mujeres lesbianas. Si dos vivían juntas era porque eran amigas”.
Esta ley no sería derogada hasta 1995, pero en diciembre de 1978 se eliminó de ella la palabra ‘homosexualidad’, entrando en vigor su legalización el 11 de enero de 1979. Fue una victoria importante para el colectivo LGBTI, pero la represión continuó, “que es de lo que la gente se olvida”, señala Imanol Álvarez. No acabó la represión porque seguían utilizando contra los homosexuales tres artículos del Código Penal: dos que hablaban del escándalo público, que fue cambiado en 1985; y otro que hablaba de corrupción de menores. “Hasta 1989, aunque la mayoría de edad eran los 18 años, en el Código Penal seguía considerándose la corrupción de menores hasta los 23 años”, detalla Álvarez.
Códigos secretos y alias
Esa persecución hizo que gais y lesbianas mantuvieran parte de su vida en la clandestinidad. Un síntoma de ello era que entre los homosexuales se extendiesen los motes. “Se usaban porque públicamente tú no podías decir el nombre de una persona gay”, recuerda José Ignacio Sánchez, un bilbaino nacido en Cuba que acumula décadas de activismo por los derechos LGBTI. “Por ejemplo, yo tenía un amigo que trabajaba en una naviera y por eso le llamaban ‘Onasis’. Como yo nací en Cuba, me llamaban ‘La Coquitos’, que era una vedette cubana”. A pesar de la injusticia y de la precariedad en la que tenían que desarrollar su vida social, no faltaba el humor: “A otro chico le llamábamos ‘La Salipum’, porque salías de fiesta y ¡PUM! te lo encontrabas en todos sitios. Más tarde se quedó solo con La Sali”.
Imanol Álvarez advierte de que aquellos alias eran “un 99% en femenino para hombres”. “La mitad era por cuestión folklórica, pero también había un contenido inconsciente de rebelarse contra lo que ahora se llama binarismo, para romper el concepto de género”, explica.
¿Pero cómo podían conocer y entablar relación con otros gais y lesbianas si tenían que ocultarse? Mientras que Imanol Álvarez asegura que era “una comunicación a base de miradas”, José Ignacio asegura que tenían sus propios códigos: “Si a las 12.30 de la noche no habías ligado, te dabas un paseo por la Gran Vía, pero tenías que subir por la acera de la izquierda. Si te cruzabas varias veces con una persona ya sabías lo que había”. Durante años los váteres públicos de Bilbao e incluso los de El Corte Inglés fueron puntos de encuentro para gais.
Yolanda, por su parte, asegura que las lesbianas lo tenían más complicado. “Las miradas no funcionaban con nosotras”, lamenta. Por lo que apostaron por otro tipo de señales: “Optamos por llevar el pelo corto y ropas más ambiguas. Jugábamos a la ambigüedad para poder diferenciarnos del resto”.
Activismo
EHGAM fue el pistoletazo de salida para el activismo LGBTI en Bizkaia. Imanol lo vivió en primera persona y fue, junto a Antonio Quintana, uno de sus precursores. “Él venía de estudiar en el Reino Unido y allí había visto grupos gais en la universidad”, relata el hoy presidente de EHGAM. “Yo le conocí por casualidad porque era la pareja de un alumno mío. En noviembre de 1976, en la feria del libro de Durango, me los encontré y empezamos a hablar. En menos de una hora me propuso hacer algo así en Euskal Herria. Mi contestación fue que era imposible, porque esto es muy católico y muy tradicional, pero que, si tenía ganas, por intentarlo no pasaba nada”.
Para su sorpresa fue todo sobre ruedas y a finales de enero de 1977 organizaron una asamblea pública en una sala de los Franciscanos de Iralabarri. “Convocamos gente de nuestro entorno y nos pusimos el nombre oficial”, recuerda con nostalgia, “nos sorprendió el éxito de convocatoria, porque vinieron unas cuarenta personas”.
A pesar de que todavía estaba vigente la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social ellos no sintieron miedo. “Era el momento de dar pasos hacia delante”, confirma Yolanda Martínez. En los siguientes meses una serie de acontecimientos sirvieron para azuzar la lucha activista en Euskadi. En noviembre de 1977 una prostituta falleció quemada en su cama de la cárcel de Basauri. “Nadie sabe lo que pasó, pero estaba encerrada y nadie abrió la puerta de la celda”, lamenta Imanol Álvarez, “estaba ahí porque le habían aplicado la misma ley que nos oprimía a nosotros”. EHGAM ya había tenido contacto con movimientos feministas, antimilitaristas y con un comité de prostitutas, por lo que lanzaron juntos una ‘coordinadora de marginados’. “Hicimos varias movilizaciones”, relata Imanol, “la más grande fue el 25 de noviembre de 1977, una manifestación de unas 4.000 personas. Desfilamos por Las Cortes, San Francisco, la Ribera y el Casco Viejo”. Pero en cuanto la comitiva se dispuso a cruzar el puente de El Arenal aparecieron ‘los grises’. “Nos pararon y nos pegaron”. Para mucha gente esa manifestación fue todo un hito: “Hay quien lo considera el primer día del orgullo gay de Bilbao, un 25 de noviembre”. En Gipuzkoa, sin embargo, la gota que colmó el vaso fue en 1979, cuando un policía mató a un travesti en Renteria: “Se armó la ‘marimorena’, huelga general en el pueblo, asambleas y manifestaciones”.
El 11 de enero de 1979, sobre el papel, desapareció una amenaza para el colectivo LGBTI, pero los cambios en el día a día tardaron en llegar. “Quitas la palabra ‘homosexual’ de la ley, pero sigue la represión. Y tú estabas luchando contra las represiones”, sentencia José Ignacio Sánchez. Tras décadas luchando contra la injusticia, lamenta que las nuevas generaciones no sean conscientes de lo que sufrieron: “Nos tocó luchar contra una represión por nuestra orientación sexual y contra un dictador. Esta gente ha vivido en libertad y sus prioridades son diferentes”. Su amigo Imanol advierte de que no hay que relajarse: “Tenemos que volver a tomar conciencia de que todos y todas debemos trabajar juntos si queremos conseguir algo. No debe haber compartimentos estancos. La lucha es de todos. Es luchar por la libertad y la libertad nos afecta a todos”.
Es un ejemplo de la represión que sufrieron los homosexuales hace cuatro décadas. La herramienta utilizada para ello tenía nombre: Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. “No formaba parte del Código Penal, era un ley por la que con la mera sospecha de que alguien era homosexual bastaba para que fuera internado en algún centro de rehabilitación”, relata Imanol. Estos centros, de los que no había ninguno en Euskadi, eran verdaderas cárceles camufladas en las que se incluían los trabajos forzados. Era tal el colapso en estos centros que los hombres que no cabían en ellos eran derivados a cárceles como la de Basauri.
“Con las lesbianas no se metían tanto porque las mujeres eran invisibles, sobre todo las lesbianas”, recuerda Yolanda Martínez, una empresaria y activista nacida en Burgos pero que lleva la mayor parte de su vida en Bilbao. “La situación de la mujer era catastrófica y se daba por hecho que no había mujeres lesbianas. Si dos vivían juntas era porque eran amigas”.
Esta ley no sería derogada hasta 1995, pero en diciembre de 1978 se eliminó de ella la palabra ‘homosexualidad’, entrando en vigor su legalización el 11 de enero de 1979. Fue una victoria importante para el colectivo LGBTI, pero la represión continuó, “que es de lo que la gente se olvida”, señala Imanol Álvarez. No acabó la represión porque seguían utilizando contra los homosexuales tres artículos del Código Penal: dos que hablaban del escándalo público, que fue cambiado en 1985; y otro que hablaba de corrupción de menores. “Hasta 1989, aunque la mayoría de edad eran los 18 años, en el Código Penal seguía considerándose la corrupción de menores hasta los 23 años”, detalla Álvarez.
Códigos secretos y alias
Esa persecución hizo que gais y lesbianas mantuvieran parte de su vida en la clandestinidad. Un síntoma de ello era que entre los homosexuales se extendiesen los motes. “Se usaban porque públicamente tú no podías decir el nombre de una persona gay”, recuerda José Ignacio Sánchez, un bilbaino nacido en Cuba que acumula décadas de activismo por los derechos LGBTI. “Por ejemplo, yo tenía un amigo que trabajaba en una naviera y por eso le llamaban ‘Onasis’. Como yo nací en Cuba, me llamaban ‘La Coquitos’, que era una vedette cubana”. A pesar de la injusticia y de la precariedad en la que tenían que desarrollar su vida social, no faltaba el humor: “A otro chico le llamábamos ‘La Salipum’, porque salías de fiesta y ¡PUM! te lo encontrabas en todos sitios. Más tarde se quedó solo con La Sali”.
Imanol Álvarez advierte de que aquellos alias eran “un 99% en femenino para hombres”. “La mitad era por cuestión folklórica, pero también había un contenido inconsciente de rebelarse contra lo que ahora se llama binarismo, para romper el concepto de género”, explica.
¿Pero cómo podían conocer y entablar relación con otros gais y lesbianas si tenían que ocultarse? Mientras que Imanol Álvarez asegura que era “una comunicación a base de miradas”, José Ignacio asegura que tenían sus propios códigos: “Si a las 12.30 de la noche no habías ligado, te dabas un paseo por la Gran Vía, pero tenías que subir por la acera de la izquierda. Si te cruzabas varias veces con una persona ya sabías lo que había”. Durante años los váteres públicos de Bilbao e incluso los de El Corte Inglés fueron puntos de encuentro para gais.
Yolanda, por su parte, asegura que las lesbianas lo tenían más complicado. “Las miradas no funcionaban con nosotras”, lamenta. Por lo que apostaron por otro tipo de señales: “Optamos por llevar el pelo corto y ropas más ambiguas. Jugábamos a la ambigüedad para poder diferenciarnos del resto”.
Activismo
EHGAM fue el pistoletazo de salida para el activismo LGBTI en Bizkaia. Imanol lo vivió en primera persona y fue, junto a Antonio Quintana, uno de sus precursores. “Él venía de estudiar en el Reino Unido y allí había visto grupos gais en la universidad”, relata el hoy presidente de EHGAM. “Yo le conocí por casualidad porque era la pareja de un alumno mío. En noviembre de 1976, en la feria del libro de Durango, me los encontré y empezamos a hablar. En menos de una hora me propuso hacer algo así en Euskal Herria. Mi contestación fue que era imposible, porque esto es muy católico y muy tradicional, pero que, si tenía ganas, por intentarlo no pasaba nada”.
Para su sorpresa fue todo sobre ruedas y a finales de enero de 1977 organizaron una asamblea pública en una sala de los Franciscanos de Iralabarri. “Convocamos gente de nuestro entorno y nos pusimos el nombre oficial”, recuerda con nostalgia, “nos sorprendió el éxito de convocatoria, porque vinieron unas cuarenta personas”.
A pesar de que todavía estaba vigente la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social ellos no sintieron miedo. “Era el momento de dar pasos hacia delante”, confirma Yolanda Martínez. En los siguientes meses una serie de acontecimientos sirvieron para azuzar la lucha activista en Euskadi. En noviembre de 1977 una prostituta falleció quemada en su cama de la cárcel de Basauri. “Nadie sabe lo que pasó, pero estaba encerrada y nadie abrió la puerta de la celda”, lamenta Imanol Álvarez, “estaba ahí porque le habían aplicado la misma ley que nos oprimía a nosotros”. EHGAM ya había tenido contacto con movimientos feministas, antimilitaristas y con un comité de prostitutas, por lo que lanzaron juntos una ‘coordinadora de marginados’. “Hicimos varias movilizaciones”, relata Imanol, “la más grande fue el 25 de noviembre de 1977, una manifestación de unas 4.000 personas. Desfilamos por Las Cortes, San Francisco, la Ribera y el Casco Viejo”. Pero en cuanto la comitiva se dispuso a cruzar el puente de El Arenal aparecieron ‘los grises’. “Nos pararon y nos pegaron”. Para mucha gente esa manifestación fue todo un hito: “Hay quien lo considera el primer día del orgullo gay de Bilbao, un 25 de noviembre”. En Gipuzkoa, sin embargo, la gota que colmó el vaso fue en 1979, cuando un policía mató a un travesti en Renteria: “Se armó la ‘marimorena’, huelga general en el pueblo, asambleas y manifestaciones”.
El 11 de enero de 1979, sobre el papel, desapareció una amenaza para el colectivo LGBTI, pero los cambios en el día a día tardaron en llegar. “Quitas la palabra ‘homosexual’ de la ley, pero sigue la represión. Y tú estabas luchando contra las represiones”, sentencia José Ignacio Sánchez. Tras décadas luchando contra la injusticia, lamenta que las nuevas generaciones no sean conscientes de lo que sufrieron: “Nos tocó luchar contra una represión por nuestra orientación sexual y contra un dictador. Esta gente ha vivido en libertad y sus prioridades son diferentes”. Su amigo Imanol advierte de que no hay que relajarse: “Tenemos que volver a tomar conciencia de que todos y todas debemos trabajar juntos si queremos conseguir algo. No debe haber compartimentos estancos. La lucha es de todos. Es luchar por la libertad y la libertad nos afecta a todos”.
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