Imagen: Atántica XXII / Hugo Moreda |
Un diagnóstico psicológico decide si recibes un tratamiento hormonal. Para las cirugías, tienes que viajar hasta Andalucía. Las personas transexuales asturianas luchan por el respeto social y sanitario, justo cuando se tramita una nueva ley sobre identidad sexual.
Marta Rodríguez | Atlántica XXII, 2019-02-11
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En Asturias, una persona en transición de género afronta varios diagnósticos médicos antes de recibir luz verde para continuar su terapia hormonal o con la cirugía. Sin embargo, no es la solución que los interesados demandan. Entienden que cada cual debe decidir sobre su identidad de una manera íntima y libre. Es la propia persona quien tiene que comandar su proceso, y los profesionales médicos, “acompañarla como un bastón, no diagnosticarla en modo terapéutico”, reivindica Mané Fernández, vicepresidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB), donde se integra la asociación asturiana Xega. Fernández recuerda que la eliminación de la transexualidad del listado de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) respalda que la administración sanitaria ayude, en lugar de juzgar. Que facilite la de por sí complejísima experiencia de cambiar de género. Preguntada la Consejería de Sanidad al respecto, niega que actúe patologizando a los transexuales y argumenta que “un diagnóstico es básicamente el hecho de poner nombre a una situación que se está observando, no calificarla de enfermedad”.
En todo caso, en la Unidad de Tratamiento de Identidad de Género (UTIG) del Hospital San Agustín de Avilés, una batería de preguntas sirve de filtro para que el servicio psicológico decida si permite a una persona transexual comenzar la terapia endocrina. El examen incluye indagaciones sobre su respaldo familiar o si en la infancia jugaba con muñecas o coches. “Son estereotipos muy marcados acerca de qué es ser hombre o mujer”, afirma Marián Lago, vinculada al colectivo Disex. De esta manera, “si eres trans mujer tienes que ser heterosexual, la más femenina, llevar vestidos, pelo largo y que te guste el rosa”, prosigue. Y a quien no cumple esos clichés, le demoran su proceso: “También confunden identidad de género con orientación sexual”, ya que puede haber personas bisexuales u homosexuales que también sean transexuales. Pero eso no se contempla. Los criterios o estereotipos que se apliquen son muy relevantes porque la ley asturiana – en trámite- sobre Libre Expresión de la Identidad Sexual y de Género contempla formación para sanitarios, que sería impartida por la UTIG. La iniciativa, según Marián Lago, extenderá los prejuicios mencionados a todo el sector médico.
Fuentes de la Consejería de Sanidad asturiana responden a estas quejas con los consejos de la Asociación Mundial para la Salud Transgénero en la 7ª revisión de sus normas de atención. Indican que los profesionales de la salud mental deben evaluar en el usuario “la historia y el desarrollo de los sentimientos de disforia de género, el impacto del estigma asociado a la variabilidad de género en la salud mental, y la disponibilidad de apoyo de familiares, amigos/as y pares”. Además, explican que los médicos deben garantizar que “la disforia de género no es secundaria a otros diagnósticos”, que puedan provocarla como síntoma reflejo. Justifican las prevenciones por la irreversibilidad de los resultados del tratamiento. También argumentan que nadie está obligado a contestar cuestiones que le resulten incómodas y que sus contenidos obedecen a conocer si han aparecido signos en etapas vitales previas y “una de las maneras es comparar con los fenómenos más habituales en la población de referencia, como el tipo de juegos y preferencias”.
Con respecto a la derivación hospitalaria a Málaga para las cirugías, significa años de espera. Y encima, que el erario público costee desplazamientos y estancias del usuario y acompañante. Estos gastos podrían suprimirse con la decisión de incluir a la transexualidad en los protocolos que detallan los supuestos de operaciones en la sanidad asturiana. Fernández considera que si no se ha implantado dicha solución es por falta de voluntad política. Además, Berta Jannique, del colectivo Transire incide en que “revisar los niveles hormonales puede hacerlo un endocrino de la sanidad general de la que se nos excluye, no es necesaria la deriva a la UTIG”. Fuentes de la Consejería de Sanidad niegan que el carácter segregador del sistema sanitario astur, aunque de momento estos casos no serán atendidos en la sanidad general. También en relación con las operaciones en Andalucía consideran. “bueno que existan centros de referencia para todo el país”, con especialistas muy formados y con experiencia “para poder abordar a las operaciones con seguridad y garantía, al igual que ocurre con otras cirugías de altísima complejidad” y que nuestra región no se cierra a poseerlos en el futuro.
¿Y qué sucede cuando se trata de niños o adolescentes? Natalia Aventin, presidenta de Chrysallis, Asociación de Familias de Menores Transexuales, denuncia que en atención primaria “están perdidos, no saben qué hacer, ni siquiera qué recursos existen para estos casos”. Expone la hipótesis de una niña que sufra un desarrollo sexual muy precoz y le genere conflicto psico-social. Se le pueden recetar bloqueadores hormonales para ralentizar su biología. Pero a nadie se le ocurre enviarla a un psiquiatra, que es lo que se hace con un menor transgénero que demanda ese tratamiento cuando padece el mismo conflicto psico-social. Esa dilación para el acceso a las medicinas genera, además de la psicológica, otra complicación. Los bloqueadores hormonales actúan atenuando los caracteres sexuales secundarios y favorecen un aspecto físico más normativo, que facilita la posterior integración en la sociedad. Con esta opinión coincide Mané Fernández, quien además matiza que la acogida es más fácil para los chicos que para las chicas: “En un sistema machista subes un peldaño al ser hombre”.
La construcción de una sociedad inclusiva
Aparte de la sanitaria, la segunda de las batallas de las personas transgénero se libra en la normalización social. Que nadie te margine.
Por ejemplo, uno de los primeros requerimientos para avanzar en el tratamiento sanitario es aplicar el denominado “test de vida”. El test exige que la persona trans se muestre de golpe con su identidad sentida al mundo, sin tomar previamente hormonas ni haber cambiado la documentación oficial. “Algo que resulta muy duro cuando te lo imponen como condición de acceso”, según explica Berta Jeannique, implica exponerse a un rechazo social quizá demasiado pronto.
“En cuanto nos hacemos visibles las barreras son constantes y tremendas”, relata Mané Fernández. Una sencilla caminata por Gijón puede cosechar una ristra de comentarios groseros de otros paseantes. O puede suceder que una chica transexual se pruebe una falda en una tienda y tenga que soportar miradas reprobatorias y cuchicheos maliciosos. También, que alguien se acerque a un grupo de personas transgénero que están charlando en un bar, porque quiere saber si uno de ellos “es un tío, ya que tenemos una apuesta”, como ocurrió en fechas recientes en Oviedo, según evoca Fernández. Arriesgarse a mostrar la propia identidad puede suponer perder las amistades de toda la vida, menciona Alice- que está en tránsito y prefiere reservarse sus apellidos-.
Por fortuna, se dan otros casos de aceptación de la diversidad. Hugo Moreda, por ejemplo, se lo comunicó a su familia a los 17 años porque no quería que lo supieran “por habladurías”. Tras el lógico período inicial para asimilarlo, le respaldaron totalmente. En la Universidad se relacionaba sin problemas como un chico, aunque sus documentos legales no estuvieran rectificados.
Moreda reconoce el esencial apoyo de su pareja de entonces cuando inició su tránsito. Marián Lago ni siquiera tuvo que pasar el trance de las explicaciones sobre su género con sus novias, porque ya lo sabían antes de que empezaran la relación. Se sabe muy arropada por su entorno y recuerda, divertida, que sus padres se enteraron de que era trans por su muro de Facebook, cuando empezó a recibir mensajes felicitándola por su determinación de comenzar el tránsito. Asimismo, rememora el cariño de su abuela quien, tras verla en una entrevista de televisión, le dijo orgullosa que la había encontrado “muy guapa”. Jeannique relata que ahora incluso su madre presta asistencia a otros progenitores para aclararles dudas.
Así que, aparte del amparo del círculo más cercano, el último desafío pasa por la normalización social. Para lo cual resulta esencial romper el viejo vínculo entre farándula, o entre prostitución, y transexualidad: “Afortunadamente eso es propio de otros tiempos”, insiste Lago. Fernández, a su vez, apunta que es difícil encontrar ancianos transgénero en nuestra región porque la inmensa mayoría emigraron a las grandes ciudades “para poder vivir su realidad”, imposible en sus entornos de origen. Muchos se dedicaron al no siempre sencillo mundo del espectáculo para ganarse el pan. Sin embargo, para el futuro de viejas y las nuevas generaciones, Fernández se muestra optimista: hay que educar a la sociedad. Ya que, como bien recogen los principios del citado anteproyecto de ley asturiana, la protección de la identidad de género tiene que plasmarse en la realidad y no quedarse “solo en bonitas palabras”. Ese objetivo se habrá cumplido cuando las personas trans puedan dar visibilidad a su condición sin temor al estigma social o a la pérdida de derechos. Mientras se recorre ese camino, es importante contar con testimonios de asturianos cuya vida cotidiana sea un referente de naturalidad e integración. Aquellos que un día se atrevieron a dar el salto, con la confianza de apostar por la auténtica vida, esa que les permite ser felices dentro de su piel.
En todo caso, en la Unidad de Tratamiento de Identidad de Género (UTIG) del Hospital San Agustín de Avilés, una batería de preguntas sirve de filtro para que el servicio psicológico decida si permite a una persona transexual comenzar la terapia endocrina. El examen incluye indagaciones sobre su respaldo familiar o si en la infancia jugaba con muñecas o coches. “Son estereotipos muy marcados acerca de qué es ser hombre o mujer”, afirma Marián Lago, vinculada al colectivo Disex. De esta manera, “si eres trans mujer tienes que ser heterosexual, la más femenina, llevar vestidos, pelo largo y que te guste el rosa”, prosigue. Y a quien no cumple esos clichés, le demoran su proceso: “También confunden identidad de género con orientación sexual”, ya que puede haber personas bisexuales u homosexuales que también sean transexuales. Pero eso no se contempla. Los criterios o estereotipos que se apliquen son muy relevantes porque la ley asturiana – en trámite- sobre Libre Expresión de la Identidad Sexual y de Género contempla formación para sanitarios, que sería impartida por la UTIG. La iniciativa, según Marián Lago, extenderá los prejuicios mencionados a todo el sector médico.
Fuentes de la Consejería de Sanidad asturiana responden a estas quejas con los consejos de la Asociación Mundial para la Salud Transgénero en la 7ª revisión de sus normas de atención. Indican que los profesionales de la salud mental deben evaluar en el usuario “la historia y el desarrollo de los sentimientos de disforia de género, el impacto del estigma asociado a la variabilidad de género en la salud mental, y la disponibilidad de apoyo de familiares, amigos/as y pares”. Además, explican que los médicos deben garantizar que “la disforia de género no es secundaria a otros diagnósticos”, que puedan provocarla como síntoma reflejo. Justifican las prevenciones por la irreversibilidad de los resultados del tratamiento. También argumentan que nadie está obligado a contestar cuestiones que le resulten incómodas y que sus contenidos obedecen a conocer si han aparecido signos en etapas vitales previas y “una de las maneras es comparar con los fenómenos más habituales en la población de referencia, como el tipo de juegos y preferencias”.
Con respecto a la derivación hospitalaria a Málaga para las cirugías, significa años de espera. Y encima, que el erario público costee desplazamientos y estancias del usuario y acompañante. Estos gastos podrían suprimirse con la decisión de incluir a la transexualidad en los protocolos que detallan los supuestos de operaciones en la sanidad asturiana. Fernández considera que si no se ha implantado dicha solución es por falta de voluntad política. Además, Berta Jannique, del colectivo Transire incide en que “revisar los niveles hormonales puede hacerlo un endocrino de la sanidad general de la que se nos excluye, no es necesaria la deriva a la UTIG”. Fuentes de la Consejería de Sanidad niegan que el carácter segregador del sistema sanitario astur, aunque de momento estos casos no serán atendidos en la sanidad general. También en relación con las operaciones en Andalucía consideran. “bueno que existan centros de referencia para todo el país”, con especialistas muy formados y con experiencia “para poder abordar a las operaciones con seguridad y garantía, al igual que ocurre con otras cirugías de altísima complejidad” y que nuestra región no se cierra a poseerlos en el futuro.
¿Y qué sucede cuando se trata de niños o adolescentes? Natalia Aventin, presidenta de Chrysallis, Asociación de Familias de Menores Transexuales, denuncia que en atención primaria “están perdidos, no saben qué hacer, ni siquiera qué recursos existen para estos casos”. Expone la hipótesis de una niña que sufra un desarrollo sexual muy precoz y le genere conflicto psico-social. Se le pueden recetar bloqueadores hormonales para ralentizar su biología. Pero a nadie se le ocurre enviarla a un psiquiatra, que es lo que se hace con un menor transgénero que demanda ese tratamiento cuando padece el mismo conflicto psico-social. Esa dilación para el acceso a las medicinas genera, además de la psicológica, otra complicación. Los bloqueadores hormonales actúan atenuando los caracteres sexuales secundarios y favorecen un aspecto físico más normativo, que facilita la posterior integración en la sociedad. Con esta opinión coincide Mané Fernández, quien además matiza que la acogida es más fácil para los chicos que para las chicas: “En un sistema machista subes un peldaño al ser hombre”.
Imagen: Atántica XXII / Berta Jeannique |
Aparte de la sanitaria, la segunda de las batallas de las personas transgénero se libra en la normalización social. Que nadie te margine.
Por ejemplo, uno de los primeros requerimientos para avanzar en el tratamiento sanitario es aplicar el denominado “test de vida”. El test exige que la persona trans se muestre de golpe con su identidad sentida al mundo, sin tomar previamente hormonas ni haber cambiado la documentación oficial. “Algo que resulta muy duro cuando te lo imponen como condición de acceso”, según explica Berta Jeannique, implica exponerse a un rechazo social quizá demasiado pronto.
“En cuanto nos hacemos visibles las barreras son constantes y tremendas”, relata Mané Fernández. Una sencilla caminata por Gijón puede cosechar una ristra de comentarios groseros de otros paseantes. O puede suceder que una chica transexual se pruebe una falda en una tienda y tenga que soportar miradas reprobatorias y cuchicheos maliciosos. También, que alguien se acerque a un grupo de personas transgénero que están charlando en un bar, porque quiere saber si uno de ellos “es un tío, ya que tenemos una apuesta”, como ocurrió en fechas recientes en Oviedo, según evoca Fernández. Arriesgarse a mostrar la propia identidad puede suponer perder las amistades de toda la vida, menciona Alice- que está en tránsito y prefiere reservarse sus apellidos-.
Por fortuna, se dan otros casos de aceptación de la diversidad. Hugo Moreda, por ejemplo, se lo comunicó a su familia a los 17 años porque no quería que lo supieran “por habladurías”. Tras el lógico período inicial para asimilarlo, le respaldaron totalmente. En la Universidad se relacionaba sin problemas como un chico, aunque sus documentos legales no estuvieran rectificados.
Moreda reconoce el esencial apoyo de su pareja de entonces cuando inició su tránsito. Marián Lago ni siquiera tuvo que pasar el trance de las explicaciones sobre su género con sus novias, porque ya lo sabían antes de que empezaran la relación. Se sabe muy arropada por su entorno y recuerda, divertida, que sus padres se enteraron de que era trans por su muro de Facebook, cuando empezó a recibir mensajes felicitándola por su determinación de comenzar el tránsito. Asimismo, rememora el cariño de su abuela quien, tras verla en una entrevista de televisión, le dijo orgullosa que la había encontrado “muy guapa”. Jeannique relata que ahora incluso su madre presta asistencia a otros progenitores para aclararles dudas.
Así que, aparte del amparo del círculo más cercano, el último desafío pasa por la normalización social. Para lo cual resulta esencial romper el viejo vínculo entre farándula, o entre prostitución, y transexualidad: “Afortunadamente eso es propio de otros tiempos”, insiste Lago. Fernández, a su vez, apunta que es difícil encontrar ancianos transgénero en nuestra región porque la inmensa mayoría emigraron a las grandes ciudades “para poder vivir su realidad”, imposible en sus entornos de origen. Muchos se dedicaron al no siempre sencillo mundo del espectáculo para ganarse el pan. Sin embargo, para el futuro de viejas y las nuevas generaciones, Fernández se muestra optimista: hay que educar a la sociedad. Ya que, como bien recogen los principios del citado anteproyecto de ley asturiana, la protección de la identidad de género tiene que plasmarse en la realidad y no quedarse “solo en bonitas palabras”. Ese objetivo se habrá cumplido cuando las personas trans puedan dar visibilidad a su condición sin temor al estigma social o a la pérdida de derechos. Mientras se recorre ese camino, es importante contar con testimonios de asturianos cuya vida cotidiana sea un referente de naturalidad e integración. Aquellos que un día se atrevieron a dar el salto, con la confianza de apostar por la auténtica vida, esa que les permite ser felices dentro de su piel.
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