viernes, 19 de abril de 2024

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Lucy Sante: «Me esforcé por ser un hombre pero nunca lo conseguí»
Lucía Tolosa | Ethic, 2024-04-19

https://ethic.es/2024/04/entrevista-lucy-sante/

El 17 de febrero de 2021, la escritora Lucy Sante (Verviers, 1954) se descargó una aplicación de modificación de rostro y su vida entera dio un vuelco. El reflejo de la imagen de una mujer de melena castaña en su móvil contrastó con su físico e identidad de entonces, los de un escritor estadounidense de origen belga, un aclamado y famoso ensayista dedicado a la crítica literaria, y al análisis del urbanismo y la fotografía. Lucy Sante tenía entonces 66 años y era socialmente conocida como Luc cuando tomó la decisión de comunicar a su entorno su transición de género. La talentosa cronista del 'underground' neoyorquino decidió volcar en el libro ‘Ella era yo’ (Libros del K.O.) el viaje que arrancó hace ya varios años. La obra que ofrece la incisiva comentarista es ante todo la historia de su vida, un mosaico de dudas, alegrías y tristezas, pero también una invitación a luchar por ser uno mismo sin perder el humor acerbo, la ternura y la valentía de vivir sin esconderse.

P. Afirma que se le cayó la venda de los ojos y decidió tomar la decisión de transicionar al ver una imagen de su físico como mujer en FaceApp. ¿Qué pasó por su cabeza en aquel momento?

Sentí que me transferían a otra dimensión. Cuando pasé todas las fotos que tenía de mí misma, desde los 12 años hasta el presente, vi pasar delante de mis ojos una vida paralela que siempre me había negado por miedo y vergüenza. Yo sabía que era trans desde los nueve años, pero era un secreto que pretendía llevarme a la tumba. Esa vida posible que me mostraba la aplicación de modificación de rostros había estado siempre en mi cabeza, pero me daba terror reconocerlo. A veces creemos que negando la realidad viviremos más tranquilas, por eso traté a toda costa de ser un hombre heterosexual.

P. En el libro menciona la represión del deseo y el autocastigo consciente. ¿La transición le ha liberado de estos bucles?


Mi transición ha sido un proceso de eliminación de todos los estereotipos masculinos con los que intenté identificarme sin éxito durante sesenta años. Cuando te niegas a ti misma ser quien realmente eres, vives como una espectadora todo lo que te ocurre y sientes mucha frustración. Esto es algo que solo pueden entender las personas trans, es difícil que lo entiendan las personas cisgénero. Lo que más me sorprendió cuando empecé la transición fue sentir que todo ese nuevo mundo ya lo conocía. Yo nunca he creído en vidas pasadas, pero si lo hiciera, seguro que fui una mujer en alguna vida anterior.

P. ¿Cómo definiría lo que significa ser mujer?


Ser mujer son muchas cosas, y es difícil definirlo. Yo sé que lo soy, aunque no tenga el aparato reproductivo de una mujer. A muchas personas solo les importa la parte biológica, pero creo que ser mujer tiene que ver con una forma de mirar y estar en el mundo, una forma mucho más sensible. Para mí ser mujer es alejarse de la masculinidad y sus cosas negativas, como la violencia o la competición. Mi forma de actuar, de sentir y de ser es la de una mujer.

P. ¿Asociar determinadas características como la competitividad a los hombres y la sensibilidad a las mujeres no es una forma de generalizar y alimentar los estereotipos?


Son construcciones culturales nefastas, pero tienen cierta veracidad. A los hombres se les enseña desde pequeños que deben ser fuertes y se les repite que no deben llorar como una niña, y eso hace que más adelante los adultos no se permitan cosas como la vulnerabilidad o el romanticismo. En la vida nos encontramos con imposiciones socioculturales que ninguno hemos elegido, pero nos condicionan profundamente. Si a las niñas les damos un carrito rosa con un bebé de plástico para que juegue, y a los niños una pelota de fútbol, estamos alimentando unos clichés que más adelante se reflejarán en su adultez. Reproducimos inevitablemente estereotipos culturales.

P. ¿Cuando en el libro afirma que nunca se le dio bien ser hombre, aunque lo intentó, se refiere a estos estereotipos?


Sí, me esforcé por ser un hombre pero nunca lo conseguí. Nunca encajé en el prototipo de hombre porque sentía que se relacionaban de un modo que me resultaba muy ajeno. No estaba cómoda relacionándome con hombres, porque tenía la sensación de estar compitiendo en una lucha en la que yo nunca me había querido apuntar. Me tocaba participar en toda esa basura masculina, pero el problema es que por mucho que me esfuerce, no puedo fingir que me interesa el poder, el fútbol, el ansia de acumular dinero… Siento que los hombres pertenecen a un mundo del que yo nunca he formado parte.

P. En su libro menciona que haber nacido sin cuello del útero, no menstruar y no poder dar a luz le hacía sentir que no cumplía con las expectativas de las mujeres.

Es verdad, me siento mujer, pero las dudas vuelven todos los días. Soy mujer, pero no he tenido que enfrentarme a la menopausia, ni a un cáncer de mama, ni a infecciones vaginales. Nunca me he arrepentido de haber iniciado la transición, pero sí he sentido que no podía sufrir como sufrían ellas y que no estaba a la altura. Hace poco vi un artículo en la prensa donde decían que no éramos mujeres, que éramos hombres con fetiches, y aunque pueda argumentar en contra de ese artículo, me sigue doliendo. Siempre hay una reacción interna que no puedo evitar y me hace pensar que estoy engañando a todos, a veces me llamo a mí misma mentirosa. Esto lo he hablado con otras mujeres trans y es un sentimiento habitual. Todas tenemos días malos en los que sentimos que somos impostoras, por cuestiones como no poder parir.

P. ¿Considera que se atribuye a la maternidad una importancia desmedida para definir a una mujer?

Absolutamente, la capacidad de parir de las mujeres constituye un gran porcentaje de su valor mercantil y por tanto de su opresión. Es parte del contrato, tienes que ser deseable y además poder ofrecer descendencia, y si no eres capaz, pierdes valor. En este tema también hay un componente social y cultural que arrastramos de muchos años atrás y tiene que ver con asumir que una mujer sin hijos es una mujer incompleta. Por suerte esto está cambiando, tengo la suerte de tener un hijo con el que me entiendo muy bien, y es de una generación que comprende que tener hijos o no tenerlos es igual de respetable y no nos hace mejores ni peores.

P. En su libro también aparecen las relaciones amorosas, con sus esperanzas y desilusiones. ¿Diría que el concepto de amor romántico ha sido nocivo para las mujeres?

El amor romántico puede oprimir a las mujeres, transformarse en una esclavitud y en otra forma de dominación. Soy muy romántica y no quiero tirar piedras contra mi propio tejado, el romanticismo es maravilloso, pero creo que puede encerrar dinámicas muy nefastas. En nombre del romanticismo, una mujer puede ir convirtiéndose en la propiedad de un hombre, o justificar dejar toda su vida apartada solo por él y perder su independencia. En este tema creo que la juventud actual está mucho más concienciada, las mujeres ya no se conforman y exigen que el hombre respete su espacio y su libertad.

P. Sostiene en un determinado fragmento que la disforia de género en la juventud no es un capricho pasajero. ¿Qué le diría a los que piensan diferente?

No soy científica, pero me preocupa la reacción de personas intransigentes que afirman que ser transexual es algo psicológico, una especie de enfermedad mental. Mi intuición es que tiene que ver más con el cuerpo, es una cuestión fisiológica. Ser trans no es algo que pueda elegirse. Lamento profundamente que haya jóvenes que se arrepientan de su transición, pero son una minoría. Me preocupa que se estén usando estos casos que son mínimos para camuflar el verdadero problema: los niños trans que desean iniciar una transición y no tienen herramientas ni acompañamiento para hacerlo. En mi época había muy poca información y por tanto ningún acompañamiento, hasta que no llegó internet ni siquiera sabía los efectos de los estrógenos. Ojalá no haber pasado por el sufrimiento que pasé si desde los nueve años hubiera podido hacer mi transición.

P. El anterior Ejecutivo en España legisló sobre estas cuestiones. ¿Qué opina de la reacción a la Ley Trans española?


No he leído la legislación española, pero conozco otras como la de Gran Bretaña, y tengo claro que hay personas horribles que están dedicadas a terminar con las personas trans por motivos ideológicos. La transexualidad amenaza el poder masculino, cambia los paradigmas y la forma de relacionarnos que conocíamos hasta ahora. Si admitimos que las personas son fluidas, que el sexo y el género pueden no corresponderse, concluimos que no hay un sexo poderoso y otro más débil. La supremacía masculina desaparece, y hay mucha gente que no tolera eso. Pero me alegro de ver que la reacción crítica no suele venir de los más jóvenes. Es una alegría darme cuenta de que la juventud entiende mucho mejor que las líneas de género son porosas que las personas de mi generación. El género abarca un espectro amplísimo.

P. Ahora que menciona la juventud, en su libro explica que cuando era joven evitaba a mujeres trans como Teri Toye o Greer Lankton.

No me enorgullece decirlo, pero huía de ese tipo de círculos porque sabía que si las frecuentaba no podría seguir ocultándome. Yo tenía muchas ambiciones literarias, y me daba mucho miedo ser etiquetada como «la autora trans». Me veía marginada para siempre, sin capacidad de ser amada y rechazada por mi entorno cercano. Los referentes son importantísimos, pero en aquella época me daba miedo hasta hablarles. Para esconder un secreto tan grande como el mío, debía alejarme completamente de las mujeres trans para seguir en mi cascarón.

P. ¿La escritura, y en general la cultura, te ha ayudado a sobrevivir en aquel cascarón?

Sí, ha supuesto una apertura a la vida y un lugar ficticio donde podía navegar más fácilmente que en el mundo real. La cultura, y especialmente la literatura, ha sido siempre una forma de encontrarme, de rehacerme. Cuando era pequeña tuve que dejar Francia, mudarme a Estados Unidos y aprender el inglés, y ese cambio de lenguaje ya supuso una transformación enorme. Por eso cuando comencé la transición, había cosas que me resultaban familiares porque, en cierto modo, ya había realizado una transición cuando era una cría. La música me acompaña mucho también, el primer año de mi transición solo escuchaba discos de Nico, me ayudó a hacer de puente entre lo masculino y lo femenino. El arte me ayuda a ordenar los pensamientos y entenderme mejor.

P. Ha sido una gran cronista del ‘underground’ neoyorquino y testigo del ‘boom’ de la cultura de los 80. ¿Cómo ve la evolución con la actualidad?

Ahora la cultura no se disfruta, se consume compulsivamente con ansiedad. Hay una cuestión clave en este asunto, y es el precio de la vivienda. En mi época se podía trabajar en una librería o en una tienda de discos y ganar lo suficiente para pagarte un techo, la comida, las salidas y el consumo de arte. Ahora hay apartamentos que parecen zulos a un precio inasumible, cuesta diez veces más de lo que costaba cuando yo era joven. La gente vive para trabajar y subsistir, y además está cada vez más conectada a las redes y menos a la vida real. Se ha perdido la vida social y de barrio, y eso se refleja en el modo de disfrutar de la cultura, pero también en el modo de relacionarnos. Estamos mucho más solos y aislados ahora que cuando yo era joven.

P. ¿Qué rasgos destacaría del cambio en la relación con su entorno, desde que dejó de ser Luc y pasó a ser Lucy?


Siendo Luc, he sentido muchas veces que la vida no tenía sentido. Me resultaba difícil comunicarme con los demás porque estaba obsesionada con esconder mi secreto, entonces me costaba hablar de muchos asuntos y construía barreras para protegerme. Lucy está mucho más abierta a descubrir cosas nuevas, a relacionarse de forma sincera, a hablar de cualquier tema con franqueza. Soy mucho más feliz ahora, pero sí noto que hay ciertas barreras.

P. ¿A qué barreras se refiere?

No me quejo, tengo suerte en muchos aspectos porque soy una escritora reconocida, tengo estabilidad económica y además soy vieja. No soy objeto de deseo, por tanto, no soy objeto de violencia. Pero, por ejemplo, el amor es para mí una utopía ya lejana. Tiene que ver con barreras generacionales… Yo soy muy mayor, voy a cumplir 70 años dentro de poco y siento cierta soledad. Sigo conservando a mis amigos de siempre, respetan mi elección y me quieren, pero no me comprenden. Solo me siento de verdad comprendida cuando estoy con jóvenes, y especialmente con mujeres trans que me han ayudado mucho. Ser trans con 25 años es algo mucho más aceptado socialmente que serlo con 70.

P. En su libro explica cómo se volvió una experta de su rostro y estudiaba poses catalogadas como femeninas. ¿La disforia de género genera una obsesión por el físico?

La disforia de género te genera una carga brutal que luego te desborda. Han pasado ya varios años desde que decidí ser yo misma y estoy menos obsesionada con mi rostro, pero durante mucho tiempo me impuse un estudio microscópico de mi cara. Viví un tiempo en una montaña rusa de emociones, me veía fenomenal y de pronto fatal, y así todo el rato. Recuerdo que cuando tomé la decisión de iniciar la transición, me compré emocionada pelucas, lencería y ropa. Me afeité todo el vello corporal, adelgacé seis kilos, me maquillaba, probaba poses y gestos femeninos, incluso asistí a clases de voz por internet. Pero actualmente sé que tengo que aceptar mi físico y mi envejecimiento. A estas alturas, lo que los demás piensen de mí ya me da igual, me basta con saberlo yo.

P. ¿Qué opina de la división del movimiento feminista, especialmente en el tema de las mujeres antitransgénero?

Este tema me produce una inmensa tristeza. Un feminismo que no entiende que el sexo y el género no tienen que corresponderse por fuerza y que margina a las personas trans es un feminismo excluyente. Hace cincuenta años ya era trágica esa postura, pero hoy en día, con todos los avances que se han hecho y la información de la que disponemos, es desoladora. No quiero sonar pesimista, pero ahora hay fuerzas reaccionarias más fuertes que nunca y están apoyadas por personas que se dicen feministas. En EE. UU. hay una decena de estados que han prohibido el tratamiento hormonal para jóvenes, e incluso hay un par de estados que están prohibiéndolo para adultos también. Hay una división cultural y política que me preocupa.

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