Imagen: El Mundo / Frankie Knuckles |
Muere Frankie Knuckles. Chicago años 80: un disidente de la cultura disco aterriza en la ciudad, un marginado en Nueva York, inventa un código musical y estético que sigue moviendo el mundo.
Javier Blánquez | El Mundo, 2014-04-01
http://www.elmundo.es/cultura/2014/04/01/533a9c8722601de3748b4577.html
Sobre el origen de la etiqueta 'house music' hay dos explicaciones aceptadas. La primera, sostenida por muchos pioneros del género, indicaría la producción casera de los primeros temas asociados a este estilo de baile, como 'Move your body (The house music anthem)', de Marshal Jefferson, o 'Love can't turn around' de Farley 'Jackmaster' Funk: grabados y prensados de manera artesanal con un equipo electrónico barato y precario en estudios domésticos, 'house' sería sencillamente la música hecha en casa por una serie de renegados de la música disco en la ciudad de Chicago a principios de los años 80. Pero hay una explicación mucho más coherente y que parte de Frankie Knuckles. De hecho, recordaba Knuckles hace años que al pasar por delante de una tienda de discos y ver un cartel que decía 'vendemos house music', se paró a preguntar qué significaba eso y el dependiente le respondió: "Es lo que pinchas tú en el Warehouse".
Frankie Knuckles fue el inventor y teórico de la música house. Fue por accidente, como muchas veces ha ocurrido con la música electrónica, donde el error o el desastre -desde la estancia en el hospital tras sufrir un atropello que llevó a Brian Eno a conceptualizar el ambient al mal uso de la caja de ritmos TB-303 que disparó la moda del acid house- abren un extenso campo de nuevas posibilidades e ideas. En 1978, Knuckles fue a pinchar por primera vez a Chicago: hasta entonces era un joven que intentaba abrirse paso en el competitivo circuito de DJs de música disco de Nueva York, y que no conseguía ir más allá de la cabina de bares, afters y otros locales sin carisma (los grandes centros de poder, ya fueran la cabina del Studio 54, el recién inaugurado Paradise Garage o los carismáticos The Gallery y The Loft, estaban copados por las celebridades del 'underground' de aquel entonces). En Chicago, sin embargo, encontró un terreno virgen en el que exponer su visión musical y conectar con un público nuevo que, eso sí, demandaba un sonido diferente al que se llevaba en Nueva York. En The Warehouse era preciso cambiar el registro y subir la cadencia del ritmo: era un after para los últimos 'clubbers' de la noche, un espacio de reenganche frecuentado exclusivamente por un público masculino, gay, negro y altamente alterado por el consumo de drogas estimulantes que no se conformaba con un simple tema disco bellamente adornado con arreglos de cuerda. Y de la necesidad de música enérgica nació un concepto evolucionado que poco a poco se fue transformando en house. En la cabina del Warehouse -he ahí el origen- se sentaron las bases para la primera revolución de la música electrónica de baile.
Lo que hacía Frankie Knuckles era, básicamente, un ejercicio de 'remix' en vivo. Seleccionaba house, música disco europea de ritmo alto y esqueleto electrónico (Moroder, Cerrone), el primer Hi-NRG que llegaba de San Francisco -el otro gran centro de ebullición del 'clubbing gay' de Estados Unidos-, los 'imports' canadiense de Mr. Flagio y Lime, y allí donde no llegaba la fuerza original de los vinilos, él intentaba añadir detalles de cosecha propia: efectos, aceleración forzada utilizando la palanca del 'pitch' de aquellos primitivos platos, y sobre todo la creación de fragmentos rítmicos con una caja de ritmos acoplada a la cabina con la que dotar de más músculo a la música que estaba sonando.
Poco a poco, Chicago fue ganando prestigio en la escena disco como una ciudad distinta, donde la música era más dura, en la que el público bailaba de manera distinta, con unas coreografías descoyuntadas y vagamente acrobáticas que se conocían como 'jacking'. La música no tenía nombre -por entonces era sólo disco, además, en un contexto de absoluto desprestigio de esa música por parte del 'mainstream' blanco y 'rockcéntrico'-, pero empezaba a tener una forma y un perfil definido, y tanto los DJs rivales como los clientes del Warehouse empezaron a tomar nota para seguir evolucionando.
Así, a imitación del sonido del club, muchos productores inexpertos empezaron a hacer su propia música y a llevársela en mano a Knuckles, grabada en cassette. Él la pinchaba -todo DJ siempre tiene la necesidad de disponer de material exclusivo y nuevo- y el efecto llevaba a otros artistas a crear su propio tema. Su 'segundo' en la cabina, Ron Hardy, decidió aprovechar la ola de creatividad para competir por el mismo público desde otro club, el Music Box, en el que se llevó aún más lejos la estética salvaje, cruda y machacona del house, y donde sonó por primera vez el 'Acid tracks' de Phuture, el tema fundacional de la variante lisérgica del house que poco después conquistaría Europa como banda sonora de las primeras 'raves' en Inglaterra y el sonido asociado al logotipo del smiley.
Planta de energía
Knuckles abandonó el Warehouse a mediados de los 80 y siguió evolucionando el sonido de la ciudad desde otro club también con fama de duro, el Powerplant. Y de repente, como afirma uno de los himnos de la época, 'let there be jack'. El house era una realidad omnipresente que llamaba la atención de los cazadores de novedades de Inglaterra y que rápidamente comenzó a extenderse por todo el mundo.
Frankie Knuckles fue desde entonces, y para siempre, el 'padrino del house', como James Brown lo fue para el funk. A lo largo de su carrera como DJ y productor dio forma a algunos himnos del sonido original de Chicago como 'Tears' -un 'track' de 1989 en el que colaboraba un por entonces jovencísimo Satoshi Tomiie- y el glorioso 'Your love', una de las cumbres del deep house, la variante más soul y elevadora del sonido. En 1991 firmó su primer álbum como artista, 'Beyond the mix', rebosante de voces acarameladas, pianos sincopados y ritmos maquinales, que figura todavía como uno de los discos más ambiciosos del house original. Su aportación como músico no es más importante que la de otros coetáneos -de Bam Bam a Jessie Saunders, y de Marshall Jefferson a Phuture-, pero su legado en conjunto es insustituible, pues en sus manos comenzó a cobrar forma el ritmo que, más de 30 años después, todavía sigue haciendo bailar al mundo entero.
El fallecimiento de Frankie Knuckles esta madrugada es un duro golpe para la música de baile. Se va uno de sus pioneros legendarios a una edad todavía temprana -nacido en 1955, tenía 59 años recién cumplidos-. Su estado de salud, sin embargo, era delicado desde hacía años. Diagnosticado de diabetes y de complicaciones en una de sus piernas, desde hace más de una década no se separaba nunca de su bastón, que necesitaba para pinchar tanto como su bolsa de vinilos. En 2008 sufrió la amputación de un pie, sólo dos meses después de haber pinchado por primera vez en el festival Sónar y en plena temporada de Ibiza. Desde entonces, su vida pública y profesional menguó. Desde hoy, Knuckles se suma al triste panteón de leyendas de la música de baile primitiva -entre ellos, su amigo del alma, Larry Levan, el mentor del mítico club Paradise Garage de Nueva York, fallecido prematuramente en 1992-, pero con la tranquilidad para todos de que su legado ha cambiado el curso de la música moderna y de que sus méritos nunca serán olvidados.
Frankie Knuckles fue el inventor y teórico de la música house. Fue por accidente, como muchas veces ha ocurrido con la música electrónica, donde el error o el desastre -desde la estancia en el hospital tras sufrir un atropello que llevó a Brian Eno a conceptualizar el ambient al mal uso de la caja de ritmos TB-303 que disparó la moda del acid house- abren un extenso campo de nuevas posibilidades e ideas. En 1978, Knuckles fue a pinchar por primera vez a Chicago: hasta entonces era un joven que intentaba abrirse paso en el competitivo circuito de DJs de música disco de Nueva York, y que no conseguía ir más allá de la cabina de bares, afters y otros locales sin carisma (los grandes centros de poder, ya fueran la cabina del Studio 54, el recién inaugurado Paradise Garage o los carismáticos The Gallery y The Loft, estaban copados por las celebridades del 'underground' de aquel entonces). En Chicago, sin embargo, encontró un terreno virgen en el que exponer su visión musical y conectar con un público nuevo que, eso sí, demandaba un sonido diferente al que se llevaba en Nueva York. En The Warehouse era preciso cambiar el registro y subir la cadencia del ritmo: era un after para los últimos 'clubbers' de la noche, un espacio de reenganche frecuentado exclusivamente por un público masculino, gay, negro y altamente alterado por el consumo de drogas estimulantes que no se conformaba con un simple tema disco bellamente adornado con arreglos de cuerda. Y de la necesidad de música enérgica nació un concepto evolucionado que poco a poco se fue transformando en house. En la cabina del Warehouse -he ahí el origen- se sentaron las bases para la primera revolución de la música electrónica de baile.
Lo que hacía Frankie Knuckles era, básicamente, un ejercicio de 'remix' en vivo. Seleccionaba house, música disco europea de ritmo alto y esqueleto electrónico (Moroder, Cerrone), el primer Hi-NRG que llegaba de San Francisco -el otro gran centro de ebullición del 'clubbing gay' de Estados Unidos-, los 'imports' canadiense de Mr. Flagio y Lime, y allí donde no llegaba la fuerza original de los vinilos, él intentaba añadir detalles de cosecha propia: efectos, aceleración forzada utilizando la palanca del 'pitch' de aquellos primitivos platos, y sobre todo la creación de fragmentos rítmicos con una caja de ritmos acoplada a la cabina con la que dotar de más músculo a la música que estaba sonando.
Poco a poco, Chicago fue ganando prestigio en la escena disco como una ciudad distinta, donde la música era más dura, en la que el público bailaba de manera distinta, con unas coreografías descoyuntadas y vagamente acrobáticas que se conocían como 'jacking'. La música no tenía nombre -por entonces era sólo disco, además, en un contexto de absoluto desprestigio de esa música por parte del 'mainstream' blanco y 'rockcéntrico'-, pero empezaba a tener una forma y un perfil definido, y tanto los DJs rivales como los clientes del Warehouse empezaron a tomar nota para seguir evolucionando.
Así, a imitación del sonido del club, muchos productores inexpertos empezaron a hacer su propia música y a llevársela en mano a Knuckles, grabada en cassette. Él la pinchaba -todo DJ siempre tiene la necesidad de disponer de material exclusivo y nuevo- y el efecto llevaba a otros artistas a crear su propio tema. Su 'segundo' en la cabina, Ron Hardy, decidió aprovechar la ola de creatividad para competir por el mismo público desde otro club, el Music Box, en el que se llevó aún más lejos la estética salvaje, cruda y machacona del house, y donde sonó por primera vez el 'Acid tracks' de Phuture, el tema fundacional de la variante lisérgica del house que poco después conquistaría Europa como banda sonora de las primeras 'raves' en Inglaterra y el sonido asociado al logotipo del smiley.
Planta de energía
Knuckles abandonó el Warehouse a mediados de los 80 y siguió evolucionando el sonido de la ciudad desde otro club también con fama de duro, el Powerplant. Y de repente, como afirma uno de los himnos de la época, 'let there be jack'. El house era una realidad omnipresente que llamaba la atención de los cazadores de novedades de Inglaterra y que rápidamente comenzó a extenderse por todo el mundo.
Frankie Knuckles fue desde entonces, y para siempre, el 'padrino del house', como James Brown lo fue para el funk. A lo largo de su carrera como DJ y productor dio forma a algunos himnos del sonido original de Chicago como 'Tears' -un 'track' de 1989 en el que colaboraba un por entonces jovencísimo Satoshi Tomiie- y el glorioso 'Your love', una de las cumbres del deep house, la variante más soul y elevadora del sonido. En 1991 firmó su primer álbum como artista, 'Beyond the mix', rebosante de voces acarameladas, pianos sincopados y ritmos maquinales, que figura todavía como uno de los discos más ambiciosos del house original. Su aportación como músico no es más importante que la de otros coetáneos -de Bam Bam a Jessie Saunders, y de Marshall Jefferson a Phuture-, pero su legado en conjunto es insustituible, pues en sus manos comenzó a cobrar forma el ritmo que, más de 30 años después, todavía sigue haciendo bailar al mundo entero.
El fallecimiento de Frankie Knuckles esta madrugada es un duro golpe para la música de baile. Se va uno de sus pioneros legendarios a una edad todavía temprana -nacido en 1955, tenía 59 años recién cumplidos-. Su estado de salud, sin embargo, era delicado desde hacía años. Diagnosticado de diabetes y de complicaciones en una de sus piernas, desde hace más de una década no se separaba nunca de su bastón, que necesitaba para pinchar tanto como su bolsa de vinilos. En 2008 sufrió la amputación de un pie, sólo dos meses después de haber pinchado por primera vez en el festival Sónar y en plena temporada de Ibiza. Desde entonces, su vida pública y profesional menguó. Desde hoy, Knuckles se suma al triste panteón de leyendas de la música de baile primitiva -entre ellos, su amigo del alma, Larry Levan, el mentor del mítico club Paradise Garage de Nueva York, fallecido prematuramente en 1992-, pero con la tranquilidad para todos de que su legado ha cambiado el curso de la música moderna y de que sus méritos nunca serán olvidados.
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