Imagen: El Salto / Las Grecas |
En aquel meridiano de los años 70, Las Grecas abanderaron con su éxito de ventas los repetidos chispazos de modernidad prendidos desde la comunidad gitana.
Marcos Gendre | El Salto, 2019-05-24
https://www.elsaltodiario.com/musica/las-grecas-de-cuando-nacio-el-rock-gitano
En estos tiempos en los que el término “renovación” dentro del flamenco es adoptado con tenebrosa facilidad, e intereses, hacia proclamados nuevos mesías como Rosalía o El Niño de Elche, siempre resulta recomendable echar la vista atrás hacia el germen de una revolución que tuvo como punto culminante la gestación de ese ‘gypsy rock’ que, desde su mismo título, proclamaba la ópera prima de Las Grecas.
Fue en 1974 cuando las hermanas Carmela Muñoz Barrull y Edelina ‘Tina’ Muñoz Barrull plasmaron en los surcos de este álbum legendario la tremenda influencia que supuso para ellas sus años de infancia en Argentina. Del afrofuturismo de Jimi Hendrix a la saudade carioca de Caetano Veloso, Carmela y Tina fueron moldeando un corpus sonoro mental, que se tradujo en ríos de influencias sonoras maridándose como si fueran novios de toda la vida.
Para cuando se volvieron a España, su alunizaje fue como el de un par de astronautas que retornan con coordenadas desconocidas sobre nuevas dimensiones. En tiempos donde los discos de Pink Floyd, Jimi Hendrix y compañía podían tardar años en llegar a la península Ibérica, toda información de primera mano suponía una ventaja muy grande con el resto. Tanto Carmela como Tina eran poseedoras de un imaginario altamente contemporáneo del rock anglosajón y la música latinoamericana, que rápidamente adaptaron en ‘Gypsy Rock’ (1974).
Nada más entrar en esta decena de filigranas flamencas, reluce también la conexión gitana a través de la cultura andalusí. La misma que Lole Montoya pregonaba a través de cantes ocasionales con deje árabe, y que el dúo adoptó para “Bella Kali”, donde integran esta liturgia dentro de un radiante rock psicodélico, acompasado por una base rítmica digna de grandes del funk como The Meters. Hasta aquel entonces, únicamente ciertos híbridos de Smash podían ser considerados como prolegómenos de la puerta abierta por Las Grecas en dicho corte.
Tampoco es ninguna casualidad que los propios Smash sean unos de los versionados para la ocasión. En este caso, por medio de “El Garrotín”, piedra filosofal de lo que se reconoce como embrión del flamenco fusión, y que ellas vampirizan con su receta cromática de melodías azucaradas.
A lo largo de las diez paradas de ‘Gypsy Rock’, Carmela y Tina se adelantaron varios años a revolucionarios de la tradición flamenca como Pata Negra, El Lebrijano, Ketama y Camarón de la Isla. A este respecto, Cathy Claret comenta que ha llegado a escuchar a amigos de Camarón afirmar que él decía que “la Tina era un genio. Tenía la afinación perfecta, y eso muy poca gente lo tiene. Lo tenía Camarón, La Susi y ella. Es algo con lo que naces, con la oreja perfecta, la afinación perfecta”.
De Los Chorbos a Remedios Amaya, las primeras pruebas del eco de Las Grecas fueron derivando en el asentamiento del “sonido caño roto”. Los descampados hervían de conflictos generacionales entre los mayores y los jóvenes gitanos que, en su día a día, mezclaban cantes de Mairena y compañía con discos de Janis Joplin, la Motown o Bob Marley.
Lo que directamente se podía enfocar como soul gitano surgió de una explosión de sonidos urbanos, cuajados con condimentos mozárabes, deje afroamericano y el respeto por la tradición de sus orígenes. Muchos años antes de ser acuñado el término “fusión”, Las Grecas habían erguido una Torre de Babel flamenca, donde distintas lenguas musicales se habían cruzado en una voz única, sin laboratorios ni experimentos nacidos del oportunismo. Lo que fluía era algo tan natural como la materialización de un subconsciente musical florido, que tuvo inspirada continuación en ‘Mucho Más’ (1975), su segunda demostración de genio.
A pesar de haber perdido el efecto sorpresa de su primer trabajo, la inercia de la frescura reluce en nuevos hitos de su cuaderno de bitácora como “Negros son tus ojos” y “Yo no quiero pensar”.
Si con ‘Gypsy Rock’ se convirtieron en adelantadas a su tiempo, con ‘Mucho Más’ certificaron su condición de espejo para todo el que quisiera traducir inquietud en fusión flamenca. Así fue con la raza más barrial de la rumba flamenca. Voceros de la fusión arrabalera como Los Chunguitos, Manzanita y El Luis jamás habrían encontrado su estilo de no haber tenido los dos primeros discos de Las Grecas como las Tablas de Moisés.
En aquel meridiano de los años 70, Las Grecas abanderaron con su éxito de ventas los repetidos chispazos de modernidad prendidos desde la comunidad gitana. Tanto ellas como Camarón, Lole y Manuel, Veneno y todos los mencionados anteriormente conformaron una generación que, en aquellos tiempos, se reivindicó como la más exportable y revolucionaria de la música española.
Tal como el músico y periodista Yago García recordaba en “¿Nos creemos a Rosalía?”, su brillante artículo, compartido con José Manuel Sala, para la web Canino: “Tras visitar la España de principios de los años 80, el dj John Peel volvió a Londres con dos descubrimientos de muchos quilates debajo del brazo. ¿Se trataría de los singles de Pegamoides y Paraíso? ¿De los primeros elepés de Radio Futura y de Zombies? Error: eran sendos álbumes de Los Chichos y Los Chunguitos, que acabaron sonando en su programa de la BBC”.
Hechos tan reveladores enfatizan la incredulidad ante el estereotipo de “cinta de gasolinera” con el que Las Grecas, y todos sus alumnos aventajados, siguen siendo contemplados por una industria musical que, curiosamente, se muestra más racista ahora que hace cuatro décadas, cuando el interés por sacar los talentos gitanos del barrio era casi constante.
Hoy en día, nos estamos perdiendo a toda una generación de artistas enclaustrados en las fronteras invisibles de ciudades como Barcelona, Sevilla o Madrid, donde ya se ha perdido la curiosidad de espeleólogos como Mario Pacheco, siempre ojo avizor ante lo que caldeaba los ritmos de las casas y locales gitanos. Y donde Las Grecas siguen formando parte del credo cultural de las nuevas generaciones. Así como lo explica Cathy Claret: “Para muchos gitanos, son todavía modelos a seguir. De hecho, mi hija, que es adolescente, y su amiga se llaman Tina y Carmela entre ellas. A veces, dicen: ‘Hoy vamos vestidas de Grecas’. Son referentes, no solo en la música, sino en su manera de vestir. Eran muy modernas, todavía se les sigue copiando”.
Más allá del círculo gitano, resulta altamente revelador que los filtros que conectan con el legado de Las Grecas provengan de grupos experimentales como Pony Bravo; pero, sobre todo, del hip hop quinqui: de El Coleta a Jarfaiter, que en 2015 se sacó de la manga “Navajeros”; rap aflamencado, donde el universo de Eloy de La Iglesia se mezcla en un plano ideal con ese estribillo rumbero, con genuflexión directa hacia Las Grecas.
Tantos años después, Carmela y Tina siguen siendo las legítimas poseedoras de un cifrado mágico, desgraciadamente contemplado como una casualidad en la historia del pop español. Contra semejante sinsentido, Cathy Claret sentencia con no poca razón: “Las Grecas tendrían que ser reconocidas también institucionalmente. No es normal que mujeres gitanas, fuertes, adelantadas y tan pioneras no estén en primera fila de la historia de la música española”.
Fue en 1974 cuando las hermanas Carmela Muñoz Barrull y Edelina ‘Tina’ Muñoz Barrull plasmaron en los surcos de este álbum legendario la tremenda influencia que supuso para ellas sus años de infancia en Argentina. Del afrofuturismo de Jimi Hendrix a la saudade carioca de Caetano Veloso, Carmela y Tina fueron moldeando un corpus sonoro mental, que se tradujo en ríos de influencias sonoras maridándose como si fueran novios de toda la vida.
Para cuando se volvieron a España, su alunizaje fue como el de un par de astronautas que retornan con coordenadas desconocidas sobre nuevas dimensiones. En tiempos donde los discos de Pink Floyd, Jimi Hendrix y compañía podían tardar años en llegar a la península Ibérica, toda información de primera mano suponía una ventaja muy grande con el resto. Tanto Carmela como Tina eran poseedoras de un imaginario altamente contemporáneo del rock anglosajón y la música latinoamericana, que rápidamente adaptaron en ‘Gypsy Rock’ (1974).
Nada más entrar en esta decena de filigranas flamencas, reluce también la conexión gitana a través de la cultura andalusí. La misma que Lole Montoya pregonaba a través de cantes ocasionales con deje árabe, y que el dúo adoptó para “Bella Kali”, donde integran esta liturgia dentro de un radiante rock psicodélico, acompasado por una base rítmica digna de grandes del funk como The Meters. Hasta aquel entonces, únicamente ciertos híbridos de Smash podían ser considerados como prolegómenos de la puerta abierta por Las Grecas en dicho corte.
Tampoco es ninguna casualidad que los propios Smash sean unos de los versionados para la ocasión. En este caso, por medio de “El Garrotín”, piedra filosofal de lo que se reconoce como embrión del flamenco fusión, y que ellas vampirizan con su receta cromática de melodías azucaradas.
A lo largo de las diez paradas de ‘Gypsy Rock’, Carmela y Tina se adelantaron varios años a revolucionarios de la tradición flamenca como Pata Negra, El Lebrijano, Ketama y Camarón de la Isla. A este respecto, Cathy Claret comenta que ha llegado a escuchar a amigos de Camarón afirmar que él decía que “la Tina era un genio. Tenía la afinación perfecta, y eso muy poca gente lo tiene. Lo tenía Camarón, La Susi y ella. Es algo con lo que naces, con la oreja perfecta, la afinación perfecta”.
De Los Chorbos a Remedios Amaya, las primeras pruebas del eco de Las Grecas fueron derivando en el asentamiento del “sonido caño roto”. Los descampados hervían de conflictos generacionales entre los mayores y los jóvenes gitanos que, en su día a día, mezclaban cantes de Mairena y compañía con discos de Janis Joplin, la Motown o Bob Marley.
Lo que directamente se podía enfocar como soul gitano surgió de una explosión de sonidos urbanos, cuajados con condimentos mozárabes, deje afroamericano y el respeto por la tradición de sus orígenes. Muchos años antes de ser acuñado el término “fusión”, Las Grecas habían erguido una Torre de Babel flamenca, donde distintas lenguas musicales se habían cruzado en una voz única, sin laboratorios ni experimentos nacidos del oportunismo. Lo que fluía era algo tan natural como la materialización de un subconsciente musical florido, que tuvo inspirada continuación en ‘Mucho Más’ (1975), su segunda demostración de genio.
A pesar de haber perdido el efecto sorpresa de su primer trabajo, la inercia de la frescura reluce en nuevos hitos de su cuaderno de bitácora como “Negros son tus ojos” y “Yo no quiero pensar”.
Si con ‘Gypsy Rock’ se convirtieron en adelantadas a su tiempo, con ‘Mucho Más’ certificaron su condición de espejo para todo el que quisiera traducir inquietud en fusión flamenca. Así fue con la raza más barrial de la rumba flamenca. Voceros de la fusión arrabalera como Los Chunguitos, Manzanita y El Luis jamás habrían encontrado su estilo de no haber tenido los dos primeros discos de Las Grecas como las Tablas de Moisés.
En aquel meridiano de los años 70, Las Grecas abanderaron con su éxito de ventas los repetidos chispazos de modernidad prendidos desde la comunidad gitana. Tanto ellas como Camarón, Lole y Manuel, Veneno y todos los mencionados anteriormente conformaron una generación que, en aquellos tiempos, se reivindicó como la más exportable y revolucionaria de la música española.
Tal como el músico y periodista Yago García recordaba en “¿Nos creemos a Rosalía?”, su brillante artículo, compartido con José Manuel Sala, para la web Canino: “Tras visitar la España de principios de los años 80, el dj John Peel volvió a Londres con dos descubrimientos de muchos quilates debajo del brazo. ¿Se trataría de los singles de Pegamoides y Paraíso? ¿De los primeros elepés de Radio Futura y de Zombies? Error: eran sendos álbumes de Los Chichos y Los Chunguitos, que acabaron sonando en su programa de la BBC”.
Hechos tan reveladores enfatizan la incredulidad ante el estereotipo de “cinta de gasolinera” con el que Las Grecas, y todos sus alumnos aventajados, siguen siendo contemplados por una industria musical que, curiosamente, se muestra más racista ahora que hace cuatro décadas, cuando el interés por sacar los talentos gitanos del barrio era casi constante.
Hoy en día, nos estamos perdiendo a toda una generación de artistas enclaustrados en las fronteras invisibles de ciudades como Barcelona, Sevilla o Madrid, donde ya se ha perdido la curiosidad de espeleólogos como Mario Pacheco, siempre ojo avizor ante lo que caldeaba los ritmos de las casas y locales gitanos. Y donde Las Grecas siguen formando parte del credo cultural de las nuevas generaciones. Así como lo explica Cathy Claret: “Para muchos gitanos, son todavía modelos a seguir. De hecho, mi hija, que es adolescente, y su amiga se llaman Tina y Carmela entre ellas. A veces, dicen: ‘Hoy vamos vestidas de Grecas’. Son referentes, no solo en la música, sino en su manera de vestir. Eran muy modernas, todavía se les sigue copiando”.
Más allá del círculo gitano, resulta altamente revelador que los filtros que conectan con el legado de Las Grecas provengan de grupos experimentales como Pony Bravo; pero, sobre todo, del hip hop quinqui: de El Coleta a Jarfaiter, que en 2015 se sacó de la manga “Navajeros”; rap aflamencado, donde el universo de Eloy de La Iglesia se mezcla en un plano ideal con ese estribillo rumbero, con genuflexión directa hacia Las Grecas.
Tantos años después, Carmela y Tina siguen siendo las legítimas poseedoras de un cifrado mágico, desgraciadamente contemplado como una casualidad en la historia del pop español. Contra semejante sinsentido, Cathy Claret sentencia con no poca razón: “Las Grecas tendrían que ser reconocidas también institucionalmente. No es normal que mujeres gitanas, fuertes, adelantadas y tan pioneras no estén en primera fila de la historia de la música española”.
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