Imagen: El Mundo / Susan Sontag |
Benjamin Moser: "Susan Sontag predijo nuestro mundo de una forma espantosa".
Con acceso a los diarios de la gran intelectual, el biógrafo de la intelectual estadounidense publica su imponente trabajo en España tras ganar el Pulitzer y 10 años de trabajo.
Javier Blánquez | El Mundo, 2020-09-22
https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2020/09/22/5f69026e21efa089398b45d4.html
‘Sontag. Vida y obra’ (Ed. Anagrama) tiene más de 800 páginas, pesa un kilogramo y se presentó el año pasado, en su edición en inglés, con ese halo de autoridad que emiten las semblanzas que aspiran a ser definitivas, tanto es así que ganó el premio Pulitzer de biografía. Pero su autor, Benjamin Moser, indica -y no es una provocación-, que le parece «un libro cortito» para lo que pudiera haber sido, si la prudencia -y la paciencia del lector- no le hubieran impuesto límites.
Y es que nunca antes se le había permitido a un investigador acceder a la totalidad de las fuentes primarias de Susan Sontag -entre ellas, los 100 volúmenes de sus diarios, casi todos inéditos-, ni entrevistar a tantas personas que conocieron a «la reina coronada de nuestra cultura». Tras una década de trabajo, Moser ha conseguido dar con una síntesis explosiva de una vida no menos abrumadora en la que Sontag aparece con todas su luces intelectuales y sus miserias personales.
Susan Sontag no puede resumirse a una idea, era tan desbordante como inspiradora, y tan corrosiva como errática. Fue una estrella en vida, una polemista feroz y, a día de hoy, más de 15 años después de su muerte, una figura intelectual que aún irradia influencia. «Predijo nuestro mundo de manera espantosa», explica Moser. «Yo me dije que nunca más haría una biografía después de la que escribí sobre Clarice Lispector [‘Por qué este mundo’, editada por Siruela], pero cuando me hicieron la propuesta y vi el nombre de Sontag... Era como un sueño».
La primera biografía oficial de Susan Sontag era un caramelo porque todavía sigue siendo recordada, citada, odiada y admirada en los círculos intelectuales más nobles. Hoy, más incluso que cuando estaba en la cúspide de su fama -cuando avasallaba con su cultura desbordante a los popes de las universidades por las que pasó y los críticos literarios de la posguerra-, Sontag es un referente para articular un comentario sobre la cultura de nuestro tiempo: las tesis del feminismo, el rechazo de la masa al principio de autoridad, la degradación del debate público mediante las redes sociales, la ausencia de un centro moral en la posmodernidad fragmentada.
«En la actualidad», señala Moser, «no hay una figura como ella, capaz de decir tantas cosas importantes sobre tantos asuntos esenciales y para tanta gente». Fue, en su opinión, la guardiana de una idea hoy en crisis: la legitimidad de un canon de obras de arte y pensamiento que nos expliquen quiénes somos y cuáles son los cimientos de nuestra civilización, todo ello sin dejar de comprometerse nunca con un firme pensamiento progresista y humanista centrado en conceptos como «la igualdad entre hombre y mujer, la tolerancia religiosa, el valor de la palabra, de la investigación científica y de la vida». De ahí sus textos sobre el dolor, la enfermedad, el liberalismo y la guerra.
En su biografía, Moser narra la vida de Sontag de manera cronológica y construye una imagen poliédrica -amén de caótica- de la intelectual que mejor reflexionó sobre la fotografía y la idea de alta cultura. En sus primeros años se dieron varias circunstancias importantes: creció sin un padre, estaba enfrentada a su madre frívola y se refugió en los libros. A los 14 años había devorado colecciones de clásicos y había leído más que su profesora de literatura. Esto incrustó en ella la idea de que el canon era algo serio, el cimiento de una idea noble para escalar en cotas de progreso e inteligencia.
«Hay un hecho interesante en su vida», indica Moser. «Tuvo alguna clase de relación con todas las personas clave de la cultura de su tiempo. Conoció a Thomas Mann de adolescente en Los Ángeles, a Sartre cuando vivió en Francia, a Bergman cuando fue a Suecia...». Todas esas mentes explicaban el mundo a través de la alta cultura y sus ramales: la política, la ciencia...
Sontag aspiraba a lo mismo y saltó un muro por entonces casi infranqueable, el que obstaculizaba el paso, en los 60, de las mujeres al mundo académico y editorial. Con menos de 30 años ya daba clases en Columbia, escribía en revistas como ‘Partisan Review’ o ‘New York Review of Books’, y se convirtió en una estrella -expresión que su biógrafo cree pertinente- con su ensayo ‘Notas sobre lo camp'.
Moser equipara a Sontag con las grandes divas de su tiempo: Jackie Kennedy, Maria Callas... Era ese perfil de personaje público, de un atractivo magnético, de una gran autoridad que intimidaba, de una modernidad que todavía hoy colea. Y, como todas las divas, tenía sus aspectos geniales y todo tipo de ángulos espinosos en su personalidad que configuran la parte negativa de cómo se le percibía en sus años gloriosos.
Moser no ha querido escribir una hagiografía de Susan Sontag, sino un retrato ponderado en el que también se da cuenta de su dificultad para devolver el amor que le dedicó su última pareja estable, la fotógrafa Annie Leibovitz, su rol controlador y traumatizante como madre de su hijo David, que tuvo a los 19 años con el profesor Philip Rieff durante un matrimonio fallido, o su dependencia durante años del tabaco y las anfetaminas. Por no hablar de su pobre higiene personal y su cobardía para salir públicamente del armario y luchar en favor de los derechos de gais y lesbianas.
Sin embargo, muchos de sus escritos transformaron el mundo. ‘Sobre la fotografía’ y ‘Contra la interpretación’ ayudaron a elevar el arte gay, la imagen fija y el cine al estatus de alta cultura -«en una época en la que la alta cultura era Dante o Shakespeare, pero no Godard»-, y sobre todo se convirtió en una interlocutora atendida por la clase media que, aun sin una fuerte formación cultural, tenía la aspiración de crecer en referentes y encontraba en Sontag una presencia carismática que frecuentaba fiestas y óperas -de ahí su estatus de estrella y diva-, además de una divulgadora que también iba a la guerra del Vietnam o asistía a la caída in situ del muro de Berlín.
El interés por Sontag se mantiene porque sus logros se han fortalecido -«ahora las mujeres están en todo el ámbito intelectual, antes era ella sola»-, a la vez que sus miedos, sobre todo la pérdida de autoridad de nuestra tradición cultural para otorgar un marco moral al mundo, se van haciendo realidad cuando las masas hablan sin formación, se extiende la mentira y se degrada el debate público. Por eso, las 800 páginas de Moser, que con otras vidas serían una extensión suficiente para agotarlas, en este caso sólo rascan la superficie de una mujer genial, caótica, actualísima e irrepetible.
Y es que nunca antes se le había permitido a un investigador acceder a la totalidad de las fuentes primarias de Susan Sontag -entre ellas, los 100 volúmenes de sus diarios, casi todos inéditos-, ni entrevistar a tantas personas que conocieron a «la reina coronada de nuestra cultura». Tras una década de trabajo, Moser ha conseguido dar con una síntesis explosiva de una vida no menos abrumadora en la que Sontag aparece con todas su luces intelectuales y sus miserias personales.
Susan Sontag no puede resumirse a una idea, era tan desbordante como inspiradora, y tan corrosiva como errática. Fue una estrella en vida, una polemista feroz y, a día de hoy, más de 15 años después de su muerte, una figura intelectual que aún irradia influencia. «Predijo nuestro mundo de manera espantosa», explica Moser. «Yo me dije que nunca más haría una biografía después de la que escribí sobre Clarice Lispector [‘Por qué este mundo’, editada por Siruela], pero cuando me hicieron la propuesta y vi el nombre de Sontag... Era como un sueño».
La primera biografía oficial de Susan Sontag era un caramelo porque todavía sigue siendo recordada, citada, odiada y admirada en los círculos intelectuales más nobles. Hoy, más incluso que cuando estaba en la cúspide de su fama -cuando avasallaba con su cultura desbordante a los popes de las universidades por las que pasó y los críticos literarios de la posguerra-, Sontag es un referente para articular un comentario sobre la cultura de nuestro tiempo: las tesis del feminismo, el rechazo de la masa al principio de autoridad, la degradación del debate público mediante las redes sociales, la ausencia de un centro moral en la posmodernidad fragmentada.
«En la actualidad», señala Moser, «no hay una figura como ella, capaz de decir tantas cosas importantes sobre tantos asuntos esenciales y para tanta gente». Fue, en su opinión, la guardiana de una idea hoy en crisis: la legitimidad de un canon de obras de arte y pensamiento que nos expliquen quiénes somos y cuáles son los cimientos de nuestra civilización, todo ello sin dejar de comprometerse nunca con un firme pensamiento progresista y humanista centrado en conceptos como «la igualdad entre hombre y mujer, la tolerancia religiosa, el valor de la palabra, de la investigación científica y de la vida». De ahí sus textos sobre el dolor, la enfermedad, el liberalismo y la guerra.
En su biografía, Moser narra la vida de Sontag de manera cronológica y construye una imagen poliédrica -amén de caótica- de la intelectual que mejor reflexionó sobre la fotografía y la idea de alta cultura. En sus primeros años se dieron varias circunstancias importantes: creció sin un padre, estaba enfrentada a su madre frívola y se refugió en los libros. A los 14 años había devorado colecciones de clásicos y había leído más que su profesora de literatura. Esto incrustó en ella la idea de que el canon era algo serio, el cimiento de una idea noble para escalar en cotas de progreso e inteligencia.
«Hay un hecho interesante en su vida», indica Moser. «Tuvo alguna clase de relación con todas las personas clave de la cultura de su tiempo. Conoció a Thomas Mann de adolescente en Los Ángeles, a Sartre cuando vivió en Francia, a Bergman cuando fue a Suecia...». Todas esas mentes explicaban el mundo a través de la alta cultura y sus ramales: la política, la ciencia...
Sontag aspiraba a lo mismo y saltó un muro por entonces casi infranqueable, el que obstaculizaba el paso, en los 60, de las mujeres al mundo académico y editorial. Con menos de 30 años ya daba clases en Columbia, escribía en revistas como ‘Partisan Review’ o ‘New York Review of Books’, y se convirtió en una estrella -expresión que su biógrafo cree pertinente- con su ensayo ‘Notas sobre lo camp'.
Moser equipara a Sontag con las grandes divas de su tiempo: Jackie Kennedy, Maria Callas... Era ese perfil de personaje público, de un atractivo magnético, de una gran autoridad que intimidaba, de una modernidad que todavía hoy colea. Y, como todas las divas, tenía sus aspectos geniales y todo tipo de ángulos espinosos en su personalidad que configuran la parte negativa de cómo se le percibía en sus años gloriosos.
Moser no ha querido escribir una hagiografía de Susan Sontag, sino un retrato ponderado en el que también se da cuenta de su dificultad para devolver el amor que le dedicó su última pareja estable, la fotógrafa Annie Leibovitz, su rol controlador y traumatizante como madre de su hijo David, que tuvo a los 19 años con el profesor Philip Rieff durante un matrimonio fallido, o su dependencia durante años del tabaco y las anfetaminas. Por no hablar de su pobre higiene personal y su cobardía para salir públicamente del armario y luchar en favor de los derechos de gais y lesbianas.
Sin embargo, muchos de sus escritos transformaron el mundo. ‘Sobre la fotografía’ y ‘Contra la interpretación’ ayudaron a elevar el arte gay, la imagen fija y el cine al estatus de alta cultura -«en una época en la que la alta cultura era Dante o Shakespeare, pero no Godard»-, y sobre todo se convirtió en una interlocutora atendida por la clase media que, aun sin una fuerte formación cultural, tenía la aspiración de crecer en referentes y encontraba en Sontag una presencia carismática que frecuentaba fiestas y óperas -de ahí su estatus de estrella y diva-, además de una divulgadora que también iba a la guerra del Vietnam o asistía a la caída in situ del muro de Berlín.
El interés por Sontag se mantiene porque sus logros se han fortalecido -«ahora las mujeres están en todo el ámbito intelectual, antes era ella sola»-, a la vez que sus miedos, sobre todo la pérdida de autoridad de nuestra tradición cultural para otorgar un marco moral al mundo, se van haciendo realidad cuando las masas hablan sin formación, se extiende la mentira y se degrada el debate público. Por eso, las 800 páginas de Moser, que con otras vidas serían una extensión suficiente para agotarlas, en este caso sólo rascan la superficie de una mujer genial, caótica, actualísima e irrepetible.
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