domingo, 4 de agosto de 2024

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Homenaje a Efigenio Amezúa desde Londres
Por ser pionero y por sus enseñanzas, merece pasar a la historia como el “padre” de la sexología en España
Arturo Ezquerro | La Vanguardia, 2024-08-04
https://www.lavanguardia.com/participacion/lectores-corresponsales/20240804/9851931/homenaje-efigenio-amezua-londres.html 

Cartel de 'Calle Mayor', 1956 //
Son ya varios años los que llevo disfrutando de este rol como corresponsal ad hoc de ‘La Vanguardia’ en Londres y, por supuesto, como lector. Me ha tocado escribir sobre el Brexit, las actitudes xenófobas hacia los inmigrantes, las fechorías de Boris Johnson y sus secuaces, el desmantelamiento insidioso del Servicio Nacional de Salud, la teoría del apego del psiquiatra británico John Bowlby, el maltrato a Julian Assange y, también, en defensa de la humanidad ante el sufrimiento innombrable del pueblo palestino. Incluso escribí un obituario sobre su Graciosa Majestad, la reina Isabel II, tras casi 40 años de haber sido su “súbdito”.

En esta ocasión, desde la distancia londinense, quiero escribir un sentido y cercano homenaje a Efigenio Amezúa (1941-2024), mi maestro, mentor y amigo, con quien me formé de 1982 a 1984 en el Instituto de Ciencias Sexológicas (INCISEX), en el contexto de ‘La Movida’ madrileña, justo antes de mi traslado a Londres.

Por su trabajo pionero y sus prolíficas enseñanzas a través de cinco décadas, formando sexólogos y contribuyendo a la riqueza del pensamiento de otros profesionales, el profesor Amezúa, doctorado por la Universidad de Lovaina, en Bélgica, merece pasar a la historia como el “padre” de la sexología en España.

El 23 de julio pasado, recibí una llamada de Nadette, su esposa, para comunicarme que Efigenio había fallecido esa misma mañana. Sentí un dolor profundo; al mismo tiempo, me di cuenta de que él seguirá siendo una parte importante de mi vida, hasta que llegue mi hora.

Considero a Efigenio como un rara avis que gradualmente modeló una disciplina, la sexología, que había estado ausente en España, por decreto, durante los interminables años de la dictadura franquista.

Él supo aglutinar como nadie introspecciones y hallazgos de múltiples campos del saber. Su enfoque humanista de la sexualidad, basado en su propia concepción de ella como el “hecho sexual humano”, dio lugar a una orientación que es a la vez científica y poética, analítica y apasionada, contracultural y terapéutica.

Dicho esto, la belleza de la sexualidad puede ser distorsionada a través de concepciones reduccionistas que la perciben como una fontanería de los genitales, una expresión que aprendí, cómo no, de Efigenio Amezúa.

De él también aprendí que el hecho sexual humano va más allá de la anatomía, la fisiología y la procreación: nos ofrece oportunidades enriquecedoras para sentirnos deseados, queridos y valorados, y ayuda al autoconocimiento y a la aceptación de nuestro cuerpo y de otros cuerpos, de nuestro ser. De alguna manera, la sexualidad es todo nuestro ser.

A mí me gusta decir que la sexualidad, el alimento y el apego son los tres pilares básicos de la existencia humana, sin los cuales la supervivencia no sería posible y la vida no tendría sentido.

Para la co-construcción de la identidad personal, dentro de un desarrollo psicosocial óptimo, la integración de la sexualidad y del apego resulta clave.

Cuando hablo de co-construir la identidad, me refiero a que dicho proceso conlleva, inevitablemente, una tensión entre la búsqueda de singularidad o distintividad (de aquello que hace única y diferente a cada persona) y el establecimiento de la comunalidad que compartimos con los demás y que nos da un necesario sentido de pertenencia.

En este punto, me gustaría compartir con el lector unas reminiscencias personales de mi encuentro con Efigenio, como expresión de gratitud hacia él, por la calidad y la calidez de sus enseñanzas, por su simpar contribución a la génesis y el desarrollo de la sexología en España, y por su influencia en mi pensamiento y en mi crecimiento personal y profesional.

Fui privilegiado de vivir en Madrid durante el comienzo de la llamada Movida y de formar parte de un grupo muy especial: la promoción 1982-1984 del INCISEX, fundado por Efigenio Amezúa en 1975, el mismo año en que murió el Generalísimo.

El INCISEX se constituyó en uno de los integrantes del cambio cultural, sociopolítico e intelectual que, en un contexto más amplio, representó La Movida: un periodo de extraordinaria creatividad en el que la sexualidad se liberó, en gran medida, de décadas de control y censura por parte del Régimen, que se inmiscuía en los asuntos más íntimos de los ciudadanos, incluida su vida sexual.

Como antídoto a la falta de educación sexual durante la férrea etapa del Movimiento Nacional, en el primer curso, Efigenio sugirió la lectura de un interesante libro, recién salido del horno: ‘¿Qué hace el poder en tu cama?’. Este incisivo texto, publicado por Josep Vicent Marqués en 1981, me ayudó a entender algunas de las dinámicas controladoras y educastrantes, impuestas por las estructuras franquistas.

Otros textos que formaron parte del programa de formación de ese curso fueron el ‘Libro de buen amor’, escrito por Juan Ruiz Arcipreste de Hita en 1330, la novela erótico-filosófica del Marqués de Sade, ‘Justine, ou Les Malheurs de la Vertu’, que vio la luz en 1791, y la ‘Fenomenología de la percepción’ del existencialista Maurice Merleau-Ponty, publicada en España en 1975. Viva la diversidad.

Efigenio tuvo ese toque de genialidad, de aglutinar diversas ramas del saber, así como de ligar a autores dispares. Con el tiempo, él supo integrar esta amalgama de “ciencias sexológicas” en una disciplina coherente y respetada: la sexología, concebida desde la perspectiva humanista.

Recuerdo que, en clase, nos hablaba con un tono de voz pausado que, a veces, parecía contener una estudiada desgana, que nos seducía y nos estimulaba a generar nuestros propios pensamientos acerca de la sexualidad, de modo amplio, crítico, original y desmitificador.

A un nivel más interpersonal, en uno de los descansos entre clase y clase, tuve la oportunidad de conversar vis a vis con Efigenio sobre ‘Calle Mayor’, una obra maestra del cine español dirigida por Juan Antonio Bardem, que estuvo a punto de ser estrangulada por la censura franquista. Efigenio conocía muy bien que Palencia, su ciudad natal, había sido elegida por Bardem para reflejar el vivir cotidiano de una capital de provincia. El rodaje comenzó en enero de 1956.

Efigenio era un adolescente de apenas 15 años y yo aún no había nacido. No exento de ironía, me comentó que las vidas de sus conciudadanos palentinos se vieron alteradas por dicho rodaje, con su despliegue de la ineludible parafernalia cinematográfica, que incluyó la llegada de famosos artistas, todo un acontecimiento para una ciudad provinciana.

Sin embargo, este proyecto no siguió el curso previsto. Todo quedó congelado tras una manifestación antifranquista en Madrid, en la que fue detenido el propio Bardem, junto con otros opositores al Régimen. Se le culpó de lo que entonces se llamaba “delito de opinión”, subterfugio frecuente para arrestar a aquellos que se arriesgaban a expresar puntos de vista diferentes del pensamiento único imperante en aquella época.

Bardem fue encarcelado sine die, otra práctica muy común por aquel entonces. Franco quiso sustituirlo por un director que fuese afín al Régimen, pero le salió el tiro por la culata.

En su bello y riguroso libro, ‘La Rioja en la Historia’, el periodista y autor Marcelino Izquierdo narra con detalle las vicisitudes de este film que tuvo como protagonista a la actriz estadounidense Betsy Blair, quien había sido acusada de comunista por el senador y cazador de brujas Joseph McCarthy, del Partido Republicano. Esto la obligó a exiliarse de Estados Unidos a Europa y estableció su base en Londres, donde murió en 2009. En esta ciudad, aún se la recuerda con afecto.

Betsy Blair no estaba dispuesta a rendirse ante las exigencias del Generalísimo y se negó de modo rotundo a continuar el rodaje sin Juan Antonio Bardem. Su valentía atrajo el apoyo de cineastas mundialmente influyentes, como el inglés Charles Chaplin, director, guionista e interprete de otra joya del séptimo arte: ‘El Gran Dictador’, estrenada en 1940.

Ante tal presión internacional, Franco decidió poner en libertad a Bardem. Sin embargo, a la hora de regresar a Palencia para continuar su trabajo, el ambiente hostil hacia su persona, que se había generado en dicha ciudad castellana, desaconsejaba su regreso.

Entonces, el irredento director buscó un lugar alternativo y eligió Logroño, mi ciudad natal, que también era capital de provincia (de La Rioja, para más señas), pero que ofrecía un vino que resucita a los muertos, según expresaba la sabiduría popular desde tiempos inmemoriales.

El guion de ‘Calle Mayor’ está basado en la desventura de una joven provinciana, que ve pasar los años sin que nadie se fije en ella como persona, al tiempo que siente languidecer su hermosura.

En realidad, ella seguía siendo bella; su sentimiento era el resultado de la situación en la que se encontraba el género femenino en la España de la época: toda mujer estaba obligada a casarse, a meterse monja o a ser un fracaso social.

Desde una crítica sutil, Bardem esquivó con maestría la agobiante censura a que fue sometido y analizó los aspectos trágicos que padecía una “solterona” (como despectivamente se decía entonces) y la insufrible presión que la sociedad ejercía sobre ella. Por otro lado, no existían solterones, sino “solteros de oro”. Eran los tiempos de “viva la desigualdad de género”.

A los pocos días de nuestra conversación acerca de ‘Calle Mayor’, en una sesión de trabajo del INCISEX, Efigenio nos invitó a pensar a todos sus alumnos sobre nuestra propia identidad sexual o de género. Recuerdo que hubo un ligero desconcierto en el aula. Cada uno de mis colegas afirmó que su identidad de género coincidía con sus características sexuales anatómicas.

Cuando llegó mi turno, quizá influido por la complicidad palentino-riojana que había surgido entre Efigenio y yo, dije que sentía curiosidad por saber cómo podría verse el mundo desde la perspectiva femenina. Añadí que, caso de disponer de diez vidas, me gustaría vivir tres de ellas como mujer. Y me quedé más ancho que largo.

De inmediato, Luis Bellet, uno de mis compañeros de grupo, comentó que esas tres mujeres tendrían que ser, necesariamente, Agustina de Aragón, Juana de Arco y Marie Curie.

Todos los miembros del grupo (incluido Efigenio) rieron con ganas. Luis trabajaba como director de cine en Barcelona y poseía un ojo especial para percibir matices subliminales de la realidad; por aquel entonces, él barruntaba un fascinante proyecto: ‘Sol de invierno’.

Más allá de que yo fuese percibido como guerrero o científico, parecía claro que esos roles todavía eran considerados características masculinas más que femeninas. Eran otros tiempos…

Estos recuerdos son parte de mi inmensa gratitud a Efigenio Amezúa, fundador y miembro honorario de la Asociación Española de Profesionales de la Sexología, cuyo legado permanecerá y será transmitido a futuras generaciones. ¡Hasta siempre Efigenio!

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