Imagen: Google Imágenes / Fotograma de 'El sirviente' |
‘El sirviente’ supuso un abierto desafío a la legislación británica sobre la homosexualidad y una refinada obra de arte sobre la lucha de clases, el homoerotismo y vampirización.
Eduardo Nabal | Cáscara Amarga, 2014-01-03
http://www.cascaraamarga.es/cultura/cine/7414-el-homoerotismo-de-el-sirviente.html
Se cumplen cincuenta años de la realización de una de las películas más perturbadoras de la década de los sesenta: ‘El sirviente’, de Joseph Losey que, tras su azaroso periplo estadounidense, se consolidó como autor con mayúsculas con películas como ‘El criminal’, ‘El sirviente’ o ‘El mensajero’, que además supusieron la consagración de Dirk Bogarde como uno de los más enigmáticos, bellos y versátiles actores de la historia del cine moderno.
Losey se apartó del cine policiaco en el que comenzó y del cine comprometido políticamente en favor de explorar un universo propio, difícil, turbulento, marcado por la escritura teatral de Harold Pinter y por el nuevo cine inglés de los sesenta.
Joseph Losey, huido de la caza de brujas de Hollywood, trazó algunas de las relaciones entre varones más ambivalentes y subyugantes del cine de la época, como en ‘El sirviente’ o ‘Rey y patria’. Comprometido con nuevos valores sociales, Losey puso en imágenes de denso blanco y negro y elaboradas composiciones visuales la historia de ‘El sirviente’, una suplantación, una vampirización lenta e implacable, la caída progresiva de un sistema de castas y también la relación sadomasoquista entre dos hombres jóvenes pero de diferente procedencia y destino.
Bogarde, sobre cuya sexualidad siempre se ha especulado, trabajó con los grandes maestros del cine de los sesenta, setenta y ochenta en películas que rompieron tabúes diversos y ha sido un actor que ha sabido combinar el humor con la elegancia, el misterio con la ironía, la belleza con la inteligencia. Fue catapultado a la fama por Losey, interpretando al seductor y temible Barret en ‘El sirviente’, seduciendo y dominando a un aristocrático Tony, interpretado por James Fox, y librando su particular batalla semiótica y socioeconómica en el interior de una mansión típicamente inglesa. Una relación amo-criado ya desfasada en su momento y que es también un ejercicio sublimado de sadomasoquismo y coqueteo con el humor negro.
Losey supo dotar de un extraño homoerotismo a la historia, irónica y cruel, del principio del fin de una clase privilegiada absorta en glorias imperiales y costumbres caducas. Una jugada magistral que repitió con aceptables resultados pero sin la misma fuerza narrativa en ‘Accidente’ y ‘Una inglesa romántica’.
Losey se apartó del cine policiaco en el que comenzó y del cine comprometido políticamente en favor de explorar un universo propio, difícil, turbulento, marcado por la escritura teatral de Harold Pinter y por el nuevo cine inglés de los sesenta.
Joseph Losey, huido de la caza de brujas de Hollywood, trazó algunas de las relaciones entre varones más ambivalentes y subyugantes del cine de la época, como en ‘El sirviente’ o ‘Rey y patria’. Comprometido con nuevos valores sociales, Losey puso en imágenes de denso blanco y negro y elaboradas composiciones visuales la historia de ‘El sirviente’, una suplantación, una vampirización lenta e implacable, la caída progresiva de un sistema de castas y también la relación sadomasoquista entre dos hombres jóvenes pero de diferente procedencia y destino.
Bogarde, sobre cuya sexualidad siempre se ha especulado, trabajó con los grandes maestros del cine de los sesenta, setenta y ochenta en películas que rompieron tabúes diversos y ha sido un actor que ha sabido combinar el humor con la elegancia, el misterio con la ironía, la belleza con la inteligencia. Fue catapultado a la fama por Losey, interpretando al seductor y temible Barret en ‘El sirviente’, seduciendo y dominando a un aristocrático Tony, interpretado por James Fox, y librando su particular batalla semiótica y socioeconómica en el interior de una mansión típicamente inglesa. Una relación amo-criado ya desfasada en su momento y que es también un ejercicio sublimado de sadomasoquismo y coqueteo con el humor negro.
Losey supo dotar de un extraño homoerotismo a la historia, irónica y cruel, del principio del fin de una clase privilegiada absorta en glorias imperiales y costumbres caducas. Una jugada magistral que repitió con aceptables resultados pero sin la misma fuerza narrativa en ‘Accidente’ y ‘Una inglesa romántica’.
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