Imagen: Noticias de Gipuzkoa / Olca Alarcón |
Hoy se cumplen 40 años desde que se publicase en el BOE la modificación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social que supuso la despenalización de la homosexualidad. Quienes vivieron el momento lo recuerdan. “El camino de los hombres homosexuales era la cárcel y el de las mujeres lesbianas, el manicomio ”
Arantxa Lopetegi / Aner Gondra | Noticias de Gipuzkoa, 2019-01-11
https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/2019/01/11/sociedad/plantando-cara-40-anos-despues
Era una noche más de fiesta y trabajo en Las Cortes de Bilbao hasta que apareció la policía. Era una redada con un objetivo claro. “Se llevaron a todos los travestis”, recuerda Imanol Álvarez, uno de los fundadores de EHGAM. La asociación, que ya trabajaba por los derechos del colectivo a finales de los años setenta, se dedicó a hablar con los locales en los que trabajaban las personas detenidas y con las autoridades.
Pasaron los días y se hicieron manifestaciones. Una semana después los travestis aparecieron de nuevo en sus casas. Habían pasado todo ese tiempo en calabozos y regresaban con los cuerpos llenos de cardenales. “Les dieron candela”, se lamenta Álvarez.
Es un ejemplo de la represión que sufrieron los homosexuales hace cuatro décadas. La herramienta utilizada para ello tenía nombre: Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. “No formaba parte del Código Penal, era un ley por la que con la mera sospecha de que alguien era homosexual bastaba para que fuera internado en algún centro de rehabilitación”, relata Imanol. Estos centros, de los que no había ninguno en Euskadi, eran verdaderas cárceles camufladas en las que se incluían los trabajos forzados. Era tal el colapso en estos centros que los hombres que no cabían en ellos eran derivados a cárceles como la de Basauri.
El caso de las mujeres era otro y lo recuerda Olga Alarcón, veterana activista del movimiento LGTBI que evoca que para cuando el 11 de enero de 1979 se publicó en el BOE la modificación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, “el camino de los hombres homosexuales era la cárcel y el de las mujeres homosexuales, el manicomio”, instituciones en las que acababan, en muchas ocasiones, empujadas por sus familias. “No se ha podido investigar mucho porque un gran número de esos centros se han cerrado. Es una historia que yo doy por perdida”, afirma.
Encuadra aquel momento de despenalización de la homosexualidad en sus “primeros meses de ‘armarización’”. La noticia “le sorprendió”, le provocó “sensaciones extrañas” y le hizo pensar “que las cosas podían cambiar”. Y es que la ley no fue derogada hasta 1995, aunque en 1978 se eliminara la palabra homosexualidad.
Olga Alarcón se sumó casi desde el inicio al movimiento LGTBI, en torno a 1979, poco tiempo después de que en incluso en el Congreso se planteara “que lo que pasaba, socialmente era insostenible. De hecho se reflejó en que 288 diputados votaron que sí a la despenalización y hubo 6 u 8 abstenciones”. “Empezábamos a abrirnos a Europa y había que limpiarse un poco la cara”, añade Alarcón.
Fue una victoria importante para el colectivo LGBTI, pero la represión continuó, “que es de lo que la gente se olvida”, señala Imanol Álvarez. No acabó la represión porque seguían utilizando contra los homosexuales tres artículos del Código Penal: dos que hablaban del escándalo público, que fue cambiado en 1985, y otro que hablaba de corrupción de menores. “Hasta 1989, aunque la mayoría de edad eran los 18 años, en el Código Penal seguía considerándose la corrupción de menores hasta los 23 años”, detalla Álvarez.
Esa persecución hizo que gays y lesbianas mantuvieran parte de su vida en la clandestinidad. Un síntoma de ello era que entre los homosexuales se extendiesen los motes. “Se usaban porque públicamente tú no podías decir el nombre de una persona gay”, recuerda José Ignacio Sánchez, un bilbaino nacido en Cuba que acumula décadas de activismo por los derechos LGBTI. “Por ejemplo, yo tenía un amigo que trabajaba en una naviera y por eso le llamaban ‘Onassis’. Como yo nací en Cuba, me llamaban ‘La Coquitos’, que era una vede-te cubana”. A pesar de la injusticia y de la precariedad en la que tenían que desarrollar su vida social, no faltaba el humor: “A otro chico le llamábamos ‘La Salipum’, porque salías de fiesta y ¡Pum! te lo encontrabas en todos sitios. Más tarde se quedó solo con ‘La Sali’”.
Imanol Álvarez advierte de que aquellos alias eran “un 99% en femenino para hombres”. “La mitad era por cuestión folklórica, pero también había un contenido inconsciente de rebelarse contra lo que ahora se llama binarismo, para romper el concepto de género”, explica.
La hazaña de ligar
Pero, ¿cómo podían conocer y entablar relación con otros gays y lesbianas si tenían que ocultarse? Mientras que Imanol Álvarez asegura que era “una comunicación a base de miradas”, José Ignacio asegura que tenían sus propios códigos: “Si a las 12.30 de la noche no habías ligado, te dabas un paseo por la Gran Vía, pero tenías que subir por la acera de la izquierda. Si te cruzabas varias veces con una persona ya sabías lo que había”. Durante años los váteres públicos de Bilbao e incluso los de El Corte Inglés fueron puntos de encuentro para gays.
Yolanda, por su parte, asegura que las lesbianas lo tenían más complicado. “Las miradas no funcionaban con nosotras”, lamenta. Por lo que apostaron por otro tipo de señales: “Optamos por llevar el pelo corto y ropas más ambiguas. Jugábamos a la ambigüedad para poder diferenciarnos del resto”.
Activismo
EHGAM fue el pistoletazo de salida para el activismo LGBTI en Bizkaia. Imanol lo vivió en primera persona y fue, junto a Antonio Quintana, uno de sus precursores. “Él venía de estudiar en el Reino Unido y allí había visto grupos gays en la universidad”, relata el hoy presidente de EHGAM. “Yo le conocí por casualidad porque era la pareja de un alumno mío. En noviembre de 1976, en la feria del libro de Durango, me los encontré y empezamos a hablar. En menos de una hora me propuso hacer algo así en Euskal Herria. Mi contestación fue que era imposible, porque esto es muy católico y muy tradicional, pero que, si tenía ganas, por intentarlo no pasaba nada”.
Para su sorpresa fue todo sobre ruedas y a finales de enero de 1977 organizaron una asamblea pública en una sala de los Franciscanos de Iralabarri. “Convocamos a gente de nuestro entorno y nos pusimos el nombre oficial”, recuerda con nostalgia, “nos sorprendió el éxito de convocatoria, porque vinieron unas 40 personas”.
Pero tras la despenalización la situación seguía siendo dura y la de la mujeres más compleja por estar invisibilizadas. “Todo se enfocaba a los hombres. El tema del lesbianismo también se condenaba, pero las mujeres que pasaban por las cárceles fueron bastante menos y a nosotras no se nos adscribía a un centro determinado. Íbamos a cualquiera y, en general, rodeadas de prostitutas”.
“Con las lesbianas no se metían tanto porque las mujeres eran invisibles, sobre todo las homosexuales”, recuerda Yolanda Martínez, una empresaria y activista nacida en Burgos pero que lleva la mayor parte de su vida en Bilbao. “La situación de la mujer era catastrófica y se daba por hecho que no había mujeres lesbianas. Si dos vivían juntas era porque eran amigas”.
Estos días Olga Alarcón ha estado investigando el tema y ha encontrado dos fallos judiciales contra dos mujeres homosexuales. El primero data de 1951 y se sitúa en Barcelona, con una mujer a la que se aplicó la Ley de Vagos y Maleantes.
Otro caso mucho más tardío ocurrió en Granada en 1974. “Afectó a una mujer muy joven y la sentencia dice que era una rebelde contra la familia. A la novia no la encarcelaron”. Aquella mujer recuerda hoy que no vivió mucha agresividad, rodeada de otras mujeres que le decían cosas como “¿tú lesbiana? Tú eres es una puta como nosotras”.
A aquella mujer “le fue bien la vida”, actualmente regenta un negocio con su compañera pero relata que “durante mucho tiempo tuvo manía persecutoria y que a día de hoy sigue teniendo costumbre de mirar hacia atrás”. Sobre los casos de lesbianas en la cárcel, afirma, hay poco investigado.
“En aquella época si ya hablar de sexualidad era una escándalo, hablar de sexualidad de mujeres que se suponía que solamente estábamos para el placer del hombre... ¿Qué hacían con nosotras que no había hombre por medio?”, reflexiona esta mujer que reconoce “que el castigo visibilizaba y era más sutil el camino de la discreción de la familia hacia el manicomio”.
“Seguimos siendo más invisibles que los hombres. No en el mismo grado que entonces pero sí”, afirma Alarcón, que tiene claro que “han hecho bien los deberes”. “Tengo muchas amigas que hemos sido visibles hace tiempo, también como activistas, pero parece que incluso en prensa es más espectacular sacar a los hombres” critica, e ilustra esta denuncia con un ejemplo: el mundo del deporte en el que “han salido más mujeres del armario que hombres y no trasciende. ¡Imagina si lo hubiera hecho el capitán de un equipo de medalla olímpica!”.
Volviendo la vista atrás hay que recordar que hubo que esperar veinte años más, hasta 1988, para que se suprimiera del Código Penal el delito de escándalo público por relaciones entre personas del mismo sexo. “Darte un beso en la calle era un escándalo. No sé si cuando Rafaella Carrá hizo la canción pensaba en nosotras, pero era un escandalazo” apunta Alarcón.
Cuenta una anécdota. En 1983 les recibió por vez primera la Alta Asistencia de Justicia y también Rafael Vera, en aquellos tiempos director general de Seguridad del Estado. Hay que recordar que, pese a la despenalización, las fichas policiales de las personas detenidas por ser homosexuales no se destruyeron. Cuando una delegación, en la que participaba Alarcón, reclamó a Vera esa eliminación respondió que la suya, “por lo visto había sido rojo antes, la tenían todavía”.
Desde 1995 esas fichas, explica, solo pueden ser consultadas por estudiosos de la materia.
“Posteriormente la represión siguió y siguió hasta 2005”, declara y hace una pausa para afirmar “que sigue hoy”. “Ahí está el acuerdo de Vox y el PP y aunque no hayan derogado la ley para proteger a la comunidad LGTBI, en materia de educación volvemos a ser ideología”. Y es que, incide, “ la reivindicación siempre ha sido que no hablamos de ideología, sino de derechos humanos. Cualquier ser humano tiene derecho a ser como es”.
jugar con el odioLamenta que se abran las puertas a que padres y madres se nieguen a que sus hijos “reciban información sobre diversidad de todo tipo, no solo la sexual”. “Espero que en Andalucía, como en todo el Estado, tanto el movimiento feminista como el LGTBI sigan la consigna de que nos tendrán enfrente. Lo vamos a tener que pelear”.
“Están jugando con el odio, y cuando se despierta este odio las consecuencias pueden ser terribles”, apostilla e informa que los últimos días ya se han dado agresiones en algunos municipios andaluces, ataques que “no son producto del azar”.
Aunque en el marco legal estatal considera que el colectivo LGTBI está en “plena igualdad”, cree que el problema reside en trasladar esta igualdad “a un derecho real”. La ley en defensa de este colectivo “está en el parlamento y esperamos que salga más pronto que tarde”.
Mientras, diversas comunidades autonómicas se han armado con herramientas legales propias en este sentido, como Valencia, Catalunya, Nafarroa y un largo etcétera. La de Euskadi está en marcha y, según Alarcón, “un poco verde”.
“Lo que se pretende es abarcar todas las etapas vitales de las personas LGTBI e incorporar como obligación a las administraciones lo que está en la ley y que se hagan políticas proactivas. Para ello hay que hacer un estudio sobre las necesidades reales que tenemos”.
Los ejes fundamentales son la sanidad/salud, el sistema educativo y la formación en materia jurídica y enseñanza. “Hay un tema que preocupa mucho: garantizar la seguridad de los y las jóvenes que sufren acoso en los centros escolares, que sigue siendo un número muy, muy alto”, añade esta activista de Gehitu, que asegura que siguen atendiendo numerosos casos en esta línea.
“Creíamos que no se podía dar un paso atrás y estoy convencida de que el discurso del odio no se impondrá”, analiza Alarcón. “Nos encontrarán enfrente y creo que tenemos por detrás la suficiente resistencia para no recular, pero hay que pelearlo. Es increíble que a un partido del que se ve claro que es inconstitucional no se le haya pedido la ilegalización”, más cuando propugna un discurso que aboga por dar acicate “al odio al de al lado”.
Han pasado 40 años desde la despenalización de la homosexualidad y más desde que el franquismo planteara que el trato a este colectivo era de delincuentes. “No sé si estos son los hijos de aquellos, pero es verdad que en la política de la derecha se repiten muchos apellidos del pasado. Pero no es justo criminalizar a toda la derecha, porque ha habido voces contra este pacto, como en Euskadi”, concluye Alarcón.
Pasaron los días y se hicieron manifestaciones. Una semana después los travestis aparecieron de nuevo en sus casas. Habían pasado todo ese tiempo en calabozos y regresaban con los cuerpos llenos de cardenales. “Les dieron candela”, se lamenta Álvarez.
Es un ejemplo de la represión que sufrieron los homosexuales hace cuatro décadas. La herramienta utilizada para ello tenía nombre: Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. “No formaba parte del Código Penal, era un ley por la que con la mera sospecha de que alguien era homosexual bastaba para que fuera internado en algún centro de rehabilitación”, relata Imanol. Estos centros, de los que no había ninguno en Euskadi, eran verdaderas cárceles camufladas en las que se incluían los trabajos forzados. Era tal el colapso en estos centros que los hombres que no cabían en ellos eran derivados a cárceles como la de Basauri.
El caso de las mujeres era otro y lo recuerda Olga Alarcón, veterana activista del movimiento LGTBI que evoca que para cuando el 11 de enero de 1979 se publicó en el BOE la modificación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, “el camino de los hombres homosexuales era la cárcel y el de las mujeres homosexuales, el manicomio”, instituciones en las que acababan, en muchas ocasiones, empujadas por sus familias. “No se ha podido investigar mucho porque un gran número de esos centros se han cerrado. Es una historia que yo doy por perdida”, afirma.
Encuadra aquel momento de despenalización de la homosexualidad en sus “primeros meses de ‘armarización’”. La noticia “le sorprendió”, le provocó “sensaciones extrañas” y le hizo pensar “que las cosas podían cambiar”. Y es que la ley no fue derogada hasta 1995, aunque en 1978 se eliminara la palabra homosexualidad.
Olga Alarcón se sumó casi desde el inicio al movimiento LGTBI, en torno a 1979, poco tiempo después de que en incluso en el Congreso se planteara “que lo que pasaba, socialmente era insostenible. De hecho se reflejó en que 288 diputados votaron que sí a la despenalización y hubo 6 u 8 abstenciones”. “Empezábamos a abrirnos a Europa y había que limpiarse un poco la cara”, añade Alarcón.
Fue una victoria importante para el colectivo LGBTI, pero la represión continuó, “que es de lo que la gente se olvida”, señala Imanol Álvarez. No acabó la represión porque seguían utilizando contra los homosexuales tres artículos del Código Penal: dos que hablaban del escándalo público, que fue cambiado en 1985, y otro que hablaba de corrupción de menores. “Hasta 1989, aunque la mayoría de edad eran los 18 años, en el Código Penal seguía considerándose la corrupción de menores hasta los 23 años”, detalla Álvarez.
Esa persecución hizo que gays y lesbianas mantuvieran parte de su vida en la clandestinidad. Un síntoma de ello era que entre los homosexuales se extendiesen los motes. “Se usaban porque públicamente tú no podías decir el nombre de una persona gay”, recuerda José Ignacio Sánchez, un bilbaino nacido en Cuba que acumula décadas de activismo por los derechos LGBTI. “Por ejemplo, yo tenía un amigo que trabajaba en una naviera y por eso le llamaban ‘Onassis’. Como yo nací en Cuba, me llamaban ‘La Coquitos’, que era una vede-te cubana”. A pesar de la injusticia y de la precariedad en la que tenían que desarrollar su vida social, no faltaba el humor: “A otro chico le llamábamos ‘La Salipum’, porque salías de fiesta y ¡Pum! te lo encontrabas en todos sitios. Más tarde se quedó solo con ‘La Sali’”.
Imanol Álvarez advierte de que aquellos alias eran “un 99% en femenino para hombres”. “La mitad era por cuestión folklórica, pero también había un contenido inconsciente de rebelarse contra lo que ahora se llama binarismo, para romper el concepto de género”, explica.
La hazaña de ligar
Pero, ¿cómo podían conocer y entablar relación con otros gays y lesbianas si tenían que ocultarse? Mientras que Imanol Álvarez asegura que era “una comunicación a base de miradas”, José Ignacio asegura que tenían sus propios códigos: “Si a las 12.30 de la noche no habías ligado, te dabas un paseo por la Gran Vía, pero tenías que subir por la acera de la izquierda. Si te cruzabas varias veces con una persona ya sabías lo que había”. Durante años los váteres públicos de Bilbao e incluso los de El Corte Inglés fueron puntos de encuentro para gays.
Yolanda, por su parte, asegura que las lesbianas lo tenían más complicado. “Las miradas no funcionaban con nosotras”, lamenta. Por lo que apostaron por otro tipo de señales: “Optamos por llevar el pelo corto y ropas más ambiguas. Jugábamos a la ambigüedad para poder diferenciarnos del resto”.
Activismo
EHGAM fue el pistoletazo de salida para el activismo LGBTI en Bizkaia. Imanol lo vivió en primera persona y fue, junto a Antonio Quintana, uno de sus precursores. “Él venía de estudiar en el Reino Unido y allí había visto grupos gays en la universidad”, relata el hoy presidente de EHGAM. “Yo le conocí por casualidad porque era la pareja de un alumno mío. En noviembre de 1976, en la feria del libro de Durango, me los encontré y empezamos a hablar. En menos de una hora me propuso hacer algo así en Euskal Herria. Mi contestación fue que era imposible, porque esto es muy católico y muy tradicional, pero que, si tenía ganas, por intentarlo no pasaba nada”.
Para su sorpresa fue todo sobre ruedas y a finales de enero de 1977 organizaron una asamblea pública en una sala de los Franciscanos de Iralabarri. “Convocamos a gente de nuestro entorno y nos pusimos el nombre oficial”, recuerda con nostalgia, “nos sorprendió el éxito de convocatoria, porque vinieron unas 40 personas”.
Pero tras la despenalización la situación seguía siendo dura y la de la mujeres más compleja por estar invisibilizadas. “Todo se enfocaba a los hombres. El tema del lesbianismo también se condenaba, pero las mujeres que pasaban por las cárceles fueron bastante menos y a nosotras no se nos adscribía a un centro determinado. Íbamos a cualquiera y, en general, rodeadas de prostitutas”.
“Con las lesbianas no se metían tanto porque las mujeres eran invisibles, sobre todo las homosexuales”, recuerda Yolanda Martínez, una empresaria y activista nacida en Burgos pero que lleva la mayor parte de su vida en Bilbao. “La situación de la mujer era catastrófica y se daba por hecho que no había mujeres lesbianas. Si dos vivían juntas era porque eran amigas”.
Estos días Olga Alarcón ha estado investigando el tema y ha encontrado dos fallos judiciales contra dos mujeres homosexuales. El primero data de 1951 y se sitúa en Barcelona, con una mujer a la que se aplicó la Ley de Vagos y Maleantes.
Otro caso mucho más tardío ocurrió en Granada en 1974. “Afectó a una mujer muy joven y la sentencia dice que era una rebelde contra la familia. A la novia no la encarcelaron”. Aquella mujer recuerda hoy que no vivió mucha agresividad, rodeada de otras mujeres que le decían cosas como “¿tú lesbiana? Tú eres es una puta como nosotras”.
A aquella mujer “le fue bien la vida”, actualmente regenta un negocio con su compañera pero relata que “durante mucho tiempo tuvo manía persecutoria y que a día de hoy sigue teniendo costumbre de mirar hacia atrás”. Sobre los casos de lesbianas en la cárcel, afirma, hay poco investigado.
“En aquella época si ya hablar de sexualidad era una escándalo, hablar de sexualidad de mujeres que se suponía que solamente estábamos para el placer del hombre... ¿Qué hacían con nosotras que no había hombre por medio?”, reflexiona esta mujer que reconoce “que el castigo visibilizaba y era más sutil el camino de la discreción de la familia hacia el manicomio”.
“Seguimos siendo más invisibles que los hombres. No en el mismo grado que entonces pero sí”, afirma Alarcón, que tiene claro que “han hecho bien los deberes”. “Tengo muchas amigas que hemos sido visibles hace tiempo, también como activistas, pero parece que incluso en prensa es más espectacular sacar a los hombres” critica, e ilustra esta denuncia con un ejemplo: el mundo del deporte en el que “han salido más mujeres del armario que hombres y no trasciende. ¡Imagina si lo hubiera hecho el capitán de un equipo de medalla olímpica!”.
Volviendo la vista atrás hay que recordar que hubo que esperar veinte años más, hasta 1988, para que se suprimiera del Código Penal el delito de escándalo público por relaciones entre personas del mismo sexo. “Darte un beso en la calle era un escándalo. No sé si cuando Rafaella Carrá hizo la canción pensaba en nosotras, pero era un escandalazo” apunta Alarcón.
Cuenta una anécdota. En 1983 les recibió por vez primera la Alta Asistencia de Justicia y también Rafael Vera, en aquellos tiempos director general de Seguridad del Estado. Hay que recordar que, pese a la despenalización, las fichas policiales de las personas detenidas por ser homosexuales no se destruyeron. Cuando una delegación, en la que participaba Alarcón, reclamó a Vera esa eliminación respondió que la suya, “por lo visto había sido rojo antes, la tenían todavía”.
Desde 1995 esas fichas, explica, solo pueden ser consultadas por estudiosos de la materia.
“Posteriormente la represión siguió y siguió hasta 2005”, declara y hace una pausa para afirmar “que sigue hoy”. “Ahí está el acuerdo de Vox y el PP y aunque no hayan derogado la ley para proteger a la comunidad LGTBI, en materia de educación volvemos a ser ideología”. Y es que, incide, “ la reivindicación siempre ha sido que no hablamos de ideología, sino de derechos humanos. Cualquier ser humano tiene derecho a ser como es”.
jugar con el odioLamenta que se abran las puertas a que padres y madres se nieguen a que sus hijos “reciban información sobre diversidad de todo tipo, no solo la sexual”. “Espero que en Andalucía, como en todo el Estado, tanto el movimiento feminista como el LGTBI sigan la consigna de que nos tendrán enfrente. Lo vamos a tener que pelear”.
“Están jugando con el odio, y cuando se despierta este odio las consecuencias pueden ser terribles”, apostilla e informa que los últimos días ya se han dado agresiones en algunos municipios andaluces, ataques que “no son producto del azar”.
Aunque en el marco legal estatal considera que el colectivo LGTBI está en “plena igualdad”, cree que el problema reside en trasladar esta igualdad “a un derecho real”. La ley en defensa de este colectivo “está en el parlamento y esperamos que salga más pronto que tarde”.
Mientras, diversas comunidades autonómicas se han armado con herramientas legales propias en este sentido, como Valencia, Catalunya, Nafarroa y un largo etcétera. La de Euskadi está en marcha y, según Alarcón, “un poco verde”.
“Lo que se pretende es abarcar todas las etapas vitales de las personas LGTBI e incorporar como obligación a las administraciones lo que está en la ley y que se hagan políticas proactivas. Para ello hay que hacer un estudio sobre las necesidades reales que tenemos”.
Los ejes fundamentales son la sanidad/salud, el sistema educativo y la formación en materia jurídica y enseñanza. “Hay un tema que preocupa mucho: garantizar la seguridad de los y las jóvenes que sufren acoso en los centros escolares, que sigue siendo un número muy, muy alto”, añade esta activista de Gehitu, que asegura que siguen atendiendo numerosos casos en esta línea.
“Creíamos que no se podía dar un paso atrás y estoy convencida de que el discurso del odio no se impondrá”, analiza Alarcón. “Nos encontrarán enfrente y creo que tenemos por detrás la suficiente resistencia para no recular, pero hay que pelearlo. Es increíble que a un partido del que se ve claro que es inconstitucional no se le haya pedido la ilegalización”, más cuando propugna un discurso que aboga por dar acicate “al odio al de al lado”.
Han pasado 40 años desde la despenalización de la homosexualidad y más desde que el franquismo planteara que el trato a este colectivo era de delincuentes. “No sé si estos son los hijos de aquellos, pero es verdad que en la política de la derecha se repiten muchos apellidos del pasado. Pero no es justo criminalizar a toda la derecha, porque ha habido voces contra este pacto, como en Euskadi”, concluye Alarcón.
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