Imagen: El Salto |
Un mes después de haberse decretado el estado de alarma, Miriam, Ohiana y Ara cuentan cómo es vivir el confinamiento con problemas de salud mental.
Berta López Domènech / Manu P. Matesanz | El Salto, 2020-04-15
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/residencias-ansiedad-problemas-trastornos-salud-mental-confinamiento
Miriam ya no sale a pasear, ni va a sus clases de cerámica, ni a nadar a la piscina. Sale, cada 21 días, para ir a su centro de salud mental, donde le ponen una medicación inyectable por la que no puede esperar. El resto del tiempo lo dedica a ver “programas basura” en la televisión. Se va a la cama tarde y se levanta tarde. Su diagnóstico es Trastorno Bipolar y TDA (Trastorno Déficit de Atención). “Si para alguien sin ningún problema de salud mental el confinamiento es duro, imagínate para mi”. Dice que está cansada, aburrida. “Estoy al borde de la locura”. Sigue teniendo consultas telefónicas con su enfermera de salud mental, pero siente que no es lo mismo hablar sin mirar unos ojos. Miriam es miembro de Activament, un colectivo de personas con la experiencia del trastorno mental. Y en estas semanas, cada dos días, habla con una chica de la ONG El Teléfono de la Esperanza que le pregunta cómo está y con la que se desahoga.
Miriam está dentro del 9% de la población española que, según datos de la OMS, tiene algún tipo de problema de salud mental. En situaciones normales acude al centro de salud, visita a una enfermera y a un psiquiatra. Ahora, algunos centros, hospitales y residencias de salud mental y sus profesionales han empezado a notar los efectos de no poder salir a la calle y temen que si el confinamiento continúa alargándose la situación los acabe desbordando. “Hay un paciente con trastorno psicótico que tenía muy buena evolución, prácticamente sin síntomas, sin delirios ni alucinaciones, pero a partir de estar en casa empezó con la sintomatología”, explica Alba, enfermera de salud mental, que ha preferido no revelar ni su apellido ni el nombre del hospital donde trabaja, “seguramente si hubiera seguido con su rutina diaria y con su trabajo no hubiera brotado”.
Aún así, Alba asegura que en general, la situación está controlada: “Nos expresan su malestar, su ansiedad, frustración y el estrés que provoca esto. Pero no ha habido ninguna situación complicada. Lo han comprendido todo muy bien”. Esta es la realidad también en la Llar Residència Pàdua, en Vilanova i la Geltrú, que acoge a 45 personas adultas con enfermedades mentales, la mayoría de ellas con esquizofrenia. Eva Montes, directora del centro explica que “al principio estaban un poco más nerviosos y desorientados, pero ahora ya han entrado en una fase más de adaptación y aburrimiento, han entendido que no se puede salir y la importancia de incorporar y cumplir estas medidas higiénicas para que la residencia sea un espacio seguro para todos”.
La principal labor de los profesionales está siendo de contención. “Acuden a nuestro despacho y hacen preguntas sobre cosas que han visto en las noticias y sobre cuándo saldremos”, explica Eva, “y nosotras les damos la información que necesitan y una visión más optimista: se fijan mucho en el número de muertos, pero también hay muchas personas que se recuperan. Tanto en los espacios grupales como a nivel individual hablamos abiertamente del coronavirus para desmitificar algunas ideas y bajar el nivel de ansiedad”.
Mantener las rutinas
Eva asegura que la clave ha sido el mantenimiento de las rutinas. No poder salir a la calle ha obligado a tener que cambiar algunas de ellas, poniendo mucho énfasis en la higiene personal, en la limpieza de la casa y en el mantenimiento de las medidas de distancia. El ejercicio físico es también clave durante estos días. “Por suerte la casa es grande y tenemos una terraza donde podemos hacer muchas actividades. Mientras un grupo está dentro haciendo cinefórum, otro está fuera haciendo psicomotricidad”.
Desde que empezó el confinamiento los usuarios no han podido recibir visitas de sus familiares, ni tampoco acudir a las citas con los psiquiatras, pero el contacto lo siguen manteniendo de forma telemática. “Es importante también mantener el contacto familiar, por lo que se ha ampliado el acceso a los ordenadores y, además, disponen de un teléfono 24h para hablar con las familias”.
Lo que más echan de menos es salir para dar una vuelta o tomar un café. Para tratar de mantener, dentro de lo posible, las rutinas, en la residencia han instaurado la hora del café, durante la cual las actividades se detienen, y los usuarios pueden tomar cafés y refrescos. “Es importante que ubiquen también sus momentos de ocio”, aclara Eva.
En la planta de agudos en la que trabaja Alba lo más complicado son los nuevos ingresos, ya que tienen que pasar unos días en la habitación, no pueden salir ni al pasillo, ni a las salas comunes. “Están 24 horas dentro de la habitación en la que tienen una cama y el baño, no hay nada más, ni tele, ni nada. Pueden tener su móvil, tablet, libros... pero ya está”, lamenta.
Vivir con ansiedad
La primera vez que Ohiana fue al psicólogo tenía 15 años. Y en ese momento, dice, supo que no estaba loca. Tiene 40 años y sufre ansiedad social desde siempre. Trabaja como sanitaria, pero lleva seis meses de baja por una crisis que le dio en el trabajo, antes del confinamiento. Antes, su tratamiento era a base de pastillas e intentar salir y relacionarse. Nada de lo que puede hacer ahora. “Así que es curioso, antes tenía ansiedad por nada, una ansiedad irracional”. La de ahora, dice, es un ansiedad racional, de respuesta a un peligro y eso, de algún modo, es bueno para su mente.
Según datos presentado en 2019 por Confederación Salud Mental España, el 6,7% de la población del país está afectada por la ansiedad, exactamente la misma cifra de personas con depresión. En ambas es más del doble en mujeres (9,2%) que en hombres (4%).
Antonio Cano Vindel, catedrático de psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, pone énfasis en la importancia de manejar la información que tenemos con tal de que esta no nos produzca un exceso de ansiedad y en la necesidad de no poner toda la atención en el hecho de estar encerrado y no poder salir: “Si yo pienso que estar encerrado es un problema, surgirá ansiedad, pero si yo pienso que estar encerrado es una oportunidad para cuidar de mis hijos, leer, ver más cine o descansar, no tendré ansiedad”.
El confinamiento, apunta Cano, puede hacer aumentar los síntomas de esas personas que ya tienen diagnosticada la enfermedad. “Toda la información que estamos recibiendo, la incertidumbre y la amenaza de la infección, que de hecho es una amenaza de muerte, puede provocar miedo y estrés” y a su tiempo, “generar más ansiedad e incluso nuevos trastornos”. También esas personas no diagnosticadas, pero con muchos síntomas se pueden ver afectadas por el encierro, y acabar desarrollando la enfermedad.
A Ara, la ansiedad se le presentó en 2016. “El problema para mí en este confinamiento es que mi ansiedad aparece en situaciones de espera”, asegura. Tiene la necesidad de aprovechar al máximo el tiempo. Le cuesta hacer cola en un banco, en el supermercado, estar muchas horas sentada en un avión, incluso el aguantar dos horas sentada en el cine. Así que estas semanas se le hace muy complicadas. De momento, dedica parte del día en planificar el día siguiente. También, cocina platos más elaborados y ha estado colaborando cosiendo mascarillas para el hospital.
“Esto para mí es un reto muy grande, sé que habrán días en los que no estaré bien, pero también sé que cuando esto pase, porque pasará, voy a decir “si esta cuarentena sin poder salir ni hacer nada no pudo conmigo, ya no va a poder nada que se me presente de aquí en adelante”. Y así se anima durante estos días. Repitiendo ese pensamiento en su cabeza a todas horas.
Miriam está dentro del 9% de la población española que, según datos de la OMS, tiene algún tipo de problema de salud mental. En situaciones normales acude al centro de salud, visita a una enfermera y a un psiquiatra. Ahora, algunos centros, hospitales y residencias de salud mental y sus profesionales han empezado a notar los efectos de no poder salir a la calle y temen que si el confinamiento continúa alargándose la situación los acabe desbordando. “Hay un paciente con trastorno psicótico que tenía muy buena evolución, prácticamente sin síntomas, sin delirios ni alucinaciones, pero a partir de estar en casa empezó con la sintomatología”, explica Alba, enfermera de salud mental, que ha preferido no revelar ni su apellido ni el nombre del hospital donde trabaja, “seguramente si hubiera seguido con su rutina diaria y con su trabajo no hubiera brotado”.
Aún así, Alba asegura que en general, la situación está controlada: “Nos expresan su malestar, su ansiedad, frustración y el estrés que provoca esto. Pero no ha habido ninguna situación complicada. Lo han comprendido todo muy bien”. Esta es la realidad también en la Llar Residència Pàdua, en Vilanova i la Geltrú, que acoge a 45 personas adultas con enfermedades mentales, la mayoría de ellas con esquizofrenia. Eva Montes, directora del centro explica que “al principio estaban un poco más nerviosos y desorientados, pero ahora ya han entrado en una fase más de adaptación y aburrimiento, han entendido que no se puede salir y la importancia de incorporar y cumplir estas medidas higiénicas para que la residencia sea un espacio seguro para todos”.
La principal labor de los profesionales está siendo de contención. “Acuden a nuestro despacho y hacen preguntas sobre cosas que han visto en las noticias y sobre cuándo saldremos”, explica Eva, “y nosotras les damos la información que necesitan y una visión más optimista: se fijan mucho en el número de muertos, pero también hay muchas personas que se recuperan. Tanto en los espacios grupales como a nivel individual hablamos abiertamente del coronavirus para desmitificar algunas ideas y bajar el nivel de ansiedad”.
Mantener las rutinas
Eva asegura que la clave ha sido el mantenimiento de las rutinas. No poder salir a la calle ha obligado a tener que cambiar algunas de ellas, poniendo mucho énfasis en la higiene personal, en la limpieza de la casa y en el mantenimiento de las medidas de distancia. El ejercicio físico es también clave durante estos días. “Por suerte la casa es grande y tenemos una terraza donde podemos hacer muchas actividades. Mientras un grupo está dentro haciendo cinefórum, otro está fuera haciendo psicomotricidad”.
Desde que empezó el confinamiento los usuarios no han podido recibir visitas de sus familiares, ni tampoco acudir a las citas con los psiquiatras, pero el contacto lo siguen manteniendo de forma telemática. “Es importante también mantener el contacto familiar, por lo que se ha ampliado el acceso a los ordenadores y, además, disponen de un teléfono 24h para hablar con las familias”.
Lo que más echan de menos es salir para dar una vuelta o tomar un café. Para tratar de mantener, dentro de lo posible, las rutinas, en la residencia han instaurado la hora del café, durante la cual las actividades se detienen, y los usuarios pueden tomar cafés y refrescos. “Es importante que ubiquen también sus momentos de ocio”, aclara Eva.
En la planta de agudos en la que trabaja Alba lo más complicado son los nuevos ingresos, ya que tienen que pasar unos días en la habitación, no pueden salir ni al pasillo, ni a las salas comunes. “Están 24 horas dentro de la habitación en la que tienen una cama y el baño, no hay nada más, ni tele, ni nada. Pueden tener su móvil, tablet, libros... pero ya está”, lamenta.
Vivir con ansiedad
La primera vez que Ohiana fue al psicólogo tenía 15 años. Y en ese momento, dice, supo que no estaba loca. Tiene 40 años y sufre ansiedad social desde siempre. Trabaja como sanitaria, pero lleva seis meses de baja por una crisis que le dio en el trabajo, antes del confinamiento. Antes, su tratamiento era a base de pastillas e intentar salir y relacionarse. Nada de lo que puede hacer ahora. “Así que es curioso, antes tenía ansiedad por nada, una ansiedad irracional”. La de ahora, dice, es un ansiedad racional, de respuesta a un peligro y eso, de algún modo, es bueno para su mente.
Según datos presentado en 2019 por Confederación Salud Mental España, el 6,7% de la población del país está afectada por la ansiedad, exactamente la misma cifra de personas con depresión. En ambas es más del doble en mujeres (9,2%) que en hombres (4%).
Antonio Cano Vindel, catedrático de psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, pone énfasis en la importancia de manejar la información que tenemos con tal de que esta no nos produzca un exceso de ansiedad y en la necesidad de no poner toda la atención en el hecho de estar encerrado y no poder salir: “Si yo pienso que estar encerrado es un problema, surgirá ansiedad, pero si yo pienso que estar encerrado es una oportunidad para cuidar de mis hijos, leer, ver más cine o descansar, no tendré ansiedad”.
El confinamiento, apunta Cano, puede hacer aumentar los síntomas de esas personas que ya tienen diagnosticada la enfermedad. “Toda la información que estamos recibiendo, la incertidumbre y la amenaza de la infección, que de hecho es una amenaza de muerte, puede provocar miedo y estrés” y a su tiempo, “generar más ansiedad e incluso nuevos trastornos”. También esas personas no diagnosticadas, pero con muchos síntomas se pueden ver afectadas por el encierro, y acabar desarrollando la enfermedad.
A Ara, la ansiedad se le presentó en 2016. “El problema para mí en este confinamiento es que mi ansiedad aparece en situaciones de espera”, asegura. Tiene la necesidad de aprovechar al máximo el tiempo. Le cuesta hacer cola en un banco, en el supermercado, estar muchas horas sentada en un avión, incluso el aguantar dos horas sentada en el cine. Así que estas semanas se le hace muy complicadas. De momento, dedica parte del día en planificar el día siguiente. También, cocina platos más elaborados y ha estado colaborando cosiendo mascarillas para el hospital.
“Esto para mí es un reto muy grande, sé que habrán días en los que no estaré bien, pero también sé que cuando esto pase, porque pasará, voy a decir “si esta cuarentena sin poder salir ni hacer nada no pudo conmigo, ya no va a poder nada que se me presente de aquí en adelante”. Y así se anima durante estos días. Repitiendo ese pensamiento en su cabeza a todas horas.
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