viernes, 3 de abril de 2020

#hemeroteca #saludpublica #crisiseconomicas | Por qué no quieren rescatar a los autónomos y las pymes

Imagen: El Confidencial
Por qué no quieren rescatar a los autónomos y las pymes.
Es un sector crucial para la economía española, pero nadie está pensando en términos de futuro. Puede ser sacrificado en la crisis del Covid-19 porque a todos les viene bien.
Esteban Hernández | El Confidencial, 2020-04-03
https://blogs.elconfidencial.com/espana/postpolitica/2020-04-03/coronavirus-autonomos-pymes-clientes-deficit-antisistema_2531800/

Las crisis sirven también para allanar el camino, y una noticia reciente lo sintetiza bien. La prohibición a las eléctricas de cortar suministros básicos, una medida imprescindible en época de confinamiento, puede acabar con muchas pequeñas comercializadoras, ya que tendrán que afrontar los costes y las pérdidas. Sus clientes, por ley, pasarán a una de las grandes.

En las crisis, siempre hay ganadores (pocos) y perdedores (muchos), porque unos fagocitan a otros. Si empresas como Amazon, Google, Facebook o Uber van a salir reforzadas de este parón, no es por los beneficios que hayan obtenido, sino por la aceleración en las costumbres digitales, por la gran cantidad de datos que habrán recogido sobre nuestros comportamientos y por la competencia física, grande y pequeña, que habrán debilitado o eliminado.

Los clientes no desaparecen
Es una constante que se repite: si cierran muchas tiendas, bares o pequeñas empresas, o si pequeños agricultores o ganaderos van a la ruina, sus clientes no van a desaparecer, simplemente se desplazarán hacia otras firmas. Los sectores se reconstruirán y quienes tengan más capacidad de resistencia y músculo financiero utilizarán la pandemia para despejar su camino.

Este movimiento, además, es percibido como positivo, porque las microempresas y las firmas de pequeño tamaño no están demasiado bien vistas. Desde luego, en el ámbito financiero es así, ya que se las considera compañías poco productivas. Lo idóneo es que la economía se articule a través de grandes empresas sólidas y de medianas con capacidad de crecimiento, especialmente si se enfocan a la tecnología y a la exportación, y el resto se ve como prescindible. El trabajo asalariado lo han dividido entre 'premium' y 'commodity', entre quienes aportan valor y quienes son fácilmente sustituibles, y este marco mental lo han trasladado al mundo de las empresas.

Igual que los comunistas
Hay algo irónico en esta perspectiva, ya que reproduce dinámicas inesperadas. Los partidos comunistas veían a los gigantes industriales y comerciales del siglo XX como una necesidad que les favorecía; les allanaba el camino porque, cuando llegasen al poder, ya estaría todo centralizado, de modo que bastaría con estatalizar para devolver los medios de producción al pueblo. Ahora estamos viviendo algo similar, porque la concentración y la reconversión de las firmas medianas hacia sectores con potencial de crecimiento son alentadas por el capital financiero, ya que una vez que todo está ordenado pueden adquirirlas. Y no se trata solo de las firmas del Ibex 35: es mucho más sencillo comprar una franquicia con 1.000 establecimientos que 1.000 bares.

Los autónomos, microempresas y pymes no encuentran mucho aprecio entre expertos económicos y financieros, pero tampoco cuentan con demasiados defensores en el plano político o en el laboral. A los sindicatos no les gustan porque no tienen afiliados en ellas, y porque siempre se han manejado mucho mejor en los grandes modelos industriales y en el trabajo estatal, y la CEOE las defiende mucho, pero de palabra: son su fuerza de choque, pero su preocupación esencial son las grandes empresas.

‘Up or out’
En realidad, este tipo de empresas pertenece a una categoría complicada para derecha e izquierda. Ambas las ven con desconfianza porque piensan que son poco eficientes y nada productivas, y por más que en su retórica estén siempre presentes, las medidas que toman cuando están en el poder ayudan muy poco a su desarrollo y mucho más a sus competidores de mayor tamaño. Unos las ven como un residuo del pasado que no ha sabido innovar y adaptarse, empresas zombis que generan más problemas que soluciones, y otros las ensalzan en sus discursos mientras las perjudican con sus políticas económicas. El taxi o los pequeños agricultores son ejemplos que reflejan bien una forma de abordar el problema por parte de la derecha: toda la simpatía, pero luego permitían y fomentaban el uso de Uber o Cabify, o apuntalaban una estructura comercial que arruinaba las pequeñas empresas del campo. Más a la izquierda, tampoco gustan mucho, porque son puro clasemedianismo, y esa es una de las características que mayor rechazo les provoca, y más a la derecha todavía es peor, porque Vox es un partido mucho más enfocado hacia lo financiero en sus propuestas. De modo que el mensaje que reciben por un lado y por otro es el de ‘up or out’.

A pesar de todas estas animadversiones, autónomos, microempresas y pymes resultan esenciales en un momento como este. En lo puramente pragmático desde luego, porque son la principal vía de los españoles para ganarse la vida y el principal puntal de nuestra economía. Además, tienen algo de refugio: durante mucho tiempo fueron un camino de ascenso social, una vía para la mejora económica, pero cada vez más son un mero mecanismo de subsistencia, la manera de buscarse la vida cuando no hay trabajo ahí fuera.

El ejemplo de las sucursales
Son importantes también porque constituyen la vía para evitar que el trabajo asalariado se convierta en lo que hemos visto durante la pandemia. Las empresas de mayor tamaño van a despedir, y acelerarán esa tendencia con la crisis del virus: lo que va a pasar con las sucursales bancarias es una muestra del movimiento general. En segundo lugar, se avanzará en la arquitectura laboral construida alrededor de la economía del contenedor y, cada vez más, iremos hacia situaciones fragilizadas en las que, bajo el paraguas de una marca, se agolparán empleos precarios, como teleoperadores, reponedores y cajeras de supermercados, empleados de almacén y repartidores, o conductores de Uber y Cabify.

En este plano, las pymes son más necesarias que nunca, pero también por algo que suele ignorarse, ya que ponemos mucho énfasis en el poder político pero se nos olvida fácilmente el económico. Se habla mucho de productividad, crecimiento y demás, pero el impulso hacia la prosperidad llegó en épocas en las que las posiciones en la cadena de mercado estaban repartidas, en que había una pluralidad grande de productores, distribuidores y centros de venta al público que ejercían cierto balance. Cuando la concentración se acelera, los participantes en la cadena pasan a ser dependientes de quien detenta el poder en ese canal, lo que empeora mucho las cosas.

A pesar de todos estos elementos, todo apunta a que la crisis golpeará fuerte a microempresas, autónomos y pymes. Y más en un país como España. Según afirma Fedea, las economías nacionales en las que tengan mayor peso el sector servicios y las pymes serán las menos recuperables, y la nuestra reúne ambas características.

Aumento del déficit
En estas circunstancias, hay muchos sectores de las pymes que están pidiendo ayuda al Estado, e insisten en que deben ser tomados en cuenta. Pero llevan las de perder: el modelo Trump, que es el alemán, el de aquellos que tienen recursos, apuesta por salvar las grandes empresas nacionales, introduciendo el dinero que sea necesario. Después, habrá que introducir más dinero en el sistema para cubrir las situaciones personales más débiles, así como los gastos derivados del paro. Y en medio quedan las pequeñas firmas, que reciben avales para préstamos que tendrán que devolver. El resultado será un incremento sustancial del déficit público, lo que en el caso español puede tener consecuencias muy graves, salvo que haya una respuesta de la UE a la altura.

Todos quieren dinero para soportar la crisis, todos se vuelven hacia el Estado y este no se lo puede dar a menos que ponga en cuestión las bases fundamentales del funcionamiento del sistema. Y con la paradoja de que quienes están reclamando ahora grandes cantidades a espuertas son aquellos, como los directivos y accionistas de las grandes empresas o los económicos y expertos del sector financiero, que habían renegado por completo de estas prácticas y que, una vez se cierre esta situación de excepción, volverán a reclamar al Estado estabilidad presupuestaria y criticarán amargamente el elevado déficit público. De modo que si queremos salvar las empresas, y especialmente las pequeñas, no podemos ser hipócritas: tendremos que cambiar el sistema, no hacer un paréntesis.

El auge antisistema
Normalmente, estas épocas se han solventado, y lo hemos visto durante los últimos años, repercutiendo hacia abajo las pérdidas que se sufrían por arriba. Si todo se organizara en forma de pirámide, y esa estructura se parece mucho a la realidad, la parte superior presionaría a las intermedias recortándoles recursos y estas trasladarían la misma acción a las de abajo. Así fue en 2008, y ese camino llevamos. Esto no ha producido en España grandes cambios en lo político. Ha habido desencanto e indignación, hay posturas más radicales, pero había una sustancial mayoría prosistema repartida en distintas opciones políticas. Pero esto no dura siempre, y llega un momento en que la tendencia se invierte, y en lugar de mirar hacia abajo, todos comienzan a fijarse en la parte de arriba. Esta tendencia ha comenzado ya, y si el paro sigue siendo elevado dentro de unos meses y las partes intermedias de la sociedad, y autónomos, microempresas y pymes forman parte de ellas, se ven más fragilizadas todavía, la mayoría antisistema (vaya hacia un lado u otro del espectro político) estará muy cerca. La pandemia puede cambiar muchas cosas.

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