Imagen: Pikara / Fragmento de la portada de 'La política de todes' |
La política de todes. Feminismo, teoría queer y marxismo en la intersección.
«No hay relaciones productivas ‘independientes’ de las relaciones de género y de la producción de sexualidades, sino que el capitalismo necesita organizar los cuerpos para su supervivencia, y la resistencia a esta organización altera el capitalismo», dice el traductor al castellano del libro de Holly Lewis.
Javier Sáez | Pikara, 2020-12-09
https://www.pikaramagazine.com/2020/12/la-politica-de-todes-feminismo-teoria-queer-y-marxismo-en-la-interseccion/
Cuando Bellaterra me ofreció traducir 'La política de todes', de Holly Lewis, pensé que se trataba de un milagro. El subtítulo del libro no podía ser más interesante: “Feminismo, teoría ‘queer y marxismo en la intersección”. Como marxista, feminista y activista queer, era como un regalo a medida. ¡Y encima con un enfoque interseccional! Y en efecto, este libro es un milagro.
La autora se plantea un ambicioso proyecto: no solo poner en contacto y diálogo la tradición marxista, los diversos feminismos y la teoría ‘queer’, sino explicar que estos tres enfoques están interrelacionados de forma estructural. Como un nudo borromeo, parecen tres esferas diferentes, pero en realidad se constituyen mutuamente, y el nudo solo se sostiene por la articulación necesaria de esos tres enfoques. Por la misma razón, el libro muestra que cualquier política de cambio social radical o revolucionario pasa por entender que esas tres perspectivas son indisociables. Dicho en términos más concretos: el sistema de producción capitalista influye y determina la organización de sexos y géneros, y a su vez las políticas feministas ‘queer’ son productoras de cambios profundos y modifican las relaciones de producción. Es decir, no hay relaciones productivas “independientes” de las relaciones de género y de la producción de sexualidades, sino que el capitalismo necesita organizar los cuerpos para su supervivencia, y la resistencia a esta organización altera el capitalismo. Del mismo modo que el colonialismo fue clave en el origen del capitalismo, el sexismo y la opresión de las mujeres y las minorías sexuales es algo imprescindible para esa organización del trabajo que es el capitalismo. Fue el colonialismo el que generó el racismo moderno, y con ello el concepto de raza. El racismo no es un accidente, es algo necesario. La destrucción ecológica no es un accidente, es algo necesario. Del mismo modo, la regulación del cuerpo de las mujeres por el capital no fue un accidente, fue una necesidad (re)productiva. Como dice la feminista marxista Silvia Federici, también citada en el libro de Lewis, la primera máquina que creó el capitalismo fue el cuerpo de la mujer.
El libro rastrea con asombrosa claridad y rigor intelectual la preocupación de Marx y Engels por la relación entre el capitalismo y la posición de las mujeres en el siglo XIX (y el papel de la familia en este sistema), que continúa en el siglo XX con autoras clave como Aleksándra Kollontai y Rosa Luxemburg, hasta el feminismo marxista de los años 70 y 80, que a su vez inspiró en los 90 parte de los movimientos ‘queer’ y su interés por la lucha de clases y el racismo, en relación con la diversidad sexual y de género (Wittig, Butler, Spade, Halberstam, etc.). Este movimiento por supuesto no ha sido solo estadounidense; en España contamos desde los años 90 con una rica tradición de movimientos y activistas queer como Fefa Vila, Carmen Romero, Lucas Platero, Gracia Trujillo, Sejo Carrascosa, etc.
El libro es especialmente actual porque también recoge y analiza la polémica de los años 80 con las llamadas TERF contra los derechos de las mujeres trans (un debate que ha resurgido en España recientemente, con sospechosas similitudes con aquella polémica de los 80 en Estados Unidos), y los malentendidos sobre los movimientos ‘queer’, que a veces se critican como si fueran un mero juego liberal e individualista de elección de identidades, como el que elige un preciado bolso de Gucci cada mañana.
El libro también es actual por otro debate que lleva dando vueltas en los foros de la izquierda desde hace años, la polémica sobre la llamada “política de las identidades diversas” y sus peligros (o su valor) para las luchas políticas, un debate cuya obra más conocida es 'La trampa de la diversidad', de David Bernabé, quien entiende las identidades como algo “individual” que desactiva el conflicto capital-trabajo. El libro de Lewis presenta un enfoque mucho más profundo sobre esta cuestión, mostrando que esas identidades no son esencias inmutables ni posiciones individuales, sino producto de relaciones sociales complejas, relaciones de poder, algo que ha explicado brillantemente el feminismo, y especialmente una de sus corrientes actuales, la teoría ‘queer’.
Pero el libro de Lewis además es un libro incómodo. Es incómodo para ciertos marxistas tradicionales y para ciertos sectores del socialismo y del comunismo, que no han sabido ver el potencial transformador del feminismo, ni han querido reconocer la brutal homofobia de muchas de sus tradiciones como ya señalaban Paco Vidarte y Ricardo Llamas en los años 90, o que despreciaban las demandas de las minorías sexuales como algo “meramente cultural”, en oposición a lo verdaderamente importante, la lucha de clases (como si el feminismo no fuera precisamente eso, una forma de entender que el capitalismo genera subjetividades y “clases” de cuerpos). Es incómodo para cierto feminismo que ha sido indiferente a las opresiones de clase y racistas, y que sobrevivía en espacios de privilegio sin querer abordar las dificultades de las mujeres racializadas (gitanas, negras, latinas, indígenas), pobres, migrantes, obreras, o con diversidades funcionales, sexuales y de género (como el ejemplo citado de las TERF). Y es incómodo para ciertos aspectos de los movimientos LGTBI y de la propia teoría ‘queer’: desde el homonacionalismo que privilegia a las personas LGTBI occidentales y que sustenta el racismo y la xenofobia, hasta el exceso de ciertos enfoques ‘queer’ en lo discursivo y en una visión del poder demasiado abstracta y alejada de las condiciones materiales de la opresión (por ejemplo, las críticas de Lewis a Foucault y al post-estructuralismo, y a ciertos aspectos de la teoría decolonial son interesantes y complejas).
Pero además el libro no deja de recordarnos una y otra vez que son esas «relaciones materiales» las que generan tanto dolor, desigualdad y violencia. Es decir, que el trabajo productivo es el punto estratégico desde el cual se desmonta el capitalismo. Eso no deja de lado a las personas «no productivas», todo lo contrario, el libro explica que son todas esas personas subalternas, excluidas del mercado laboral y oprimidas las que son clave para acabar con ese sistema, ya que juegan un papel de alianzas con las clases trabajadoras, y son un producto de ese mismo sistema. Lo que ahora llamamos “personas vulnerables” no son esencias a priori vulnerables, son productos de un sistema que les hace vulnerables. De hecho muchas personas trabajadoras pueden pasar rápidamente a formar parte de ese lumpen-proletariado «no productivo» (como se ha visto en la crisis de la Covid-19), y pueden ser a la vez migrantes, y LGTB, y tener una discapacidad, y sin duda han experimentado el machismo y la violencia patriarcal si son mujeres.
Por todas estas razones, celebramos la aparición de este libro, una herramienta política de transformación social, que nos recuerda que el machismo, el racismo, la homofobia y la explotación laboral no son fenómenos separados, sino manifestaciones de un mismo sistema, encarnado en cada cuerpo, cuerpos que no son individuales, sino colectivos. La revolución por tanto no pasa por la idea de la liberación “individual”, sino por la de cambiar esa forma de «relación material». Aquí tenemos las pistas para hacerlo.
La autora se plantea un ambicioso proyecto: no solo poner en contacto y diálogo la tradición marxista, los diversos feminismos y la teoría ‘queer’, sino explicar que estos tres enfoques están interrelacionados de forma estructural. Como un nudo borromeo, parecen tres esferas diferentes, pero en realidad se constituyen mutuamente, y el nudo solo se sostiene por la articulación necesaria de esos tres enfoques. Por la misma razón, el libro muestra que cualquier política de cambio social radical o revolucionario pasa por entender que esas tres perspectivas son indisociables. Dicho en términos más concretos: el sistema de producción capitalista influye y determina la organización de sexos y géneros, y a su vez las políticas feministas ‘queer’ son productoras de cambios profundos y modifican las relaciones de producción. Es decir, no hay relaciones productivas “independientes” de las relaciones de género y de la producción de sexualidades, sino que el capitalismo necesita organizar los cuerpos para su supervivencia, y la resistencia a esta organización altera el capitalismo. Del mismo modo que el colonialismo fue clave en el origen del capitalismo, el sexismo y la opresión de las mujeres y las minorías sexuales es algo imprescindible para esa organización del trabajo que es el capitalismo. Fue el colonialismo el que generó el racismo moderno, y con ello el concepto de raza. El racismo no es un accidente, es algo necesario. La destrucción ecológica no es un accidente, es algo necesario. Del mismo modo, la regulación del cuerpo de las mujeres por el capital no fue un accidente, fue una necesidad (re)productiva. Como dice la feminista marxista Silvia Federici, también citada en el libro de Lewis, la primera máquina que creó el capitalismo fue el cuerpo de la mujer.
El libro rastrea con asombrosa claridad y rigor intelectual la preocupación de Marx y Engels por la relación entre el capitalismo y la posición de las mujeres en el siglo XIX (y el papel de la familia en este sistema), que continúa en el siglo XX con autoras clave como Aleksándra Kollontai y Rosa Luxemburg, hasta el feminismo marxista de los años 70 y 80, que a su vez inspiró en los 90 parte de los movimientos ‘queer’ y su interés por la lucha de clases y el racismo, en relación con la diversidad sexual y de género (Wittig, Butler, Spade, Halberstam, etc.). Este movimiento por supuesto no ha sido solo estadounidense; en España contamos desde los años 90 con una rica tradición de movimientos y activistas queer como Fefa Vila, Carmen Romero, Lucas Platero, Gracia Trujillo, Sejo Carrascosa, etc.
El libro es especialmente actual porque también recoge y analiza la polémica de los años 80 con las llamadas TERF contra los derechos de las mujeres trans (un debate que ha resurgido en España recientemente, con sospechosas similitudes con aquella polémica de los 80 en Estados Unidos), y los malentendidos sobre los movimientos ‘queer’, que a veces se critican como si fueran un mero juego liberal e individualista de elección de identidades, como el que elige un preciado bolso de Gucci cada mañana.
El libro también es actual por otro debate que lleva dando vueltas en los foros de la izquierda desde hace años, la polémica sobre la llamada “política de las identidades diversas” y sus peligros (o su valor) para las luchas políticas, un debate cuya obra más conocida es 'La trampa de la diversidad', de David Bernabé, quien entiende las identidades como algo “individual” que desactiva el conflicto capital-trabajo. El libro de Lewis presenta un enfoque mucho más profundo sobre esta cuestión, mostrando que esas identidades no son esencias inmutables ni posiciones individuales, sino producto de relaciones sociales complejas, relaciones de poder, algo que ha explicado brillantemente el feminismo, y especialmente una de sus corrientes actuales, la teoría ‘queer’.
Pero el libro de Lewis además es un libro incómodo. Es incómodo para ciertos marxistas tradicionales y para ciertos sectores del socialismo y del comunismo, que no han sabido ver el potencial transformador del feminismo, ni han querido reconocer la brutal homofobia de muchas de sus tradiciones como ya señalaban Paco Vidarte y Ricardo Llamas en los años 90, o que despreciaban las demandas de las minorías sexuales como algo “meramente cultural”, en oposición a lo verdaderamente importante, la lucha de clases (como si el feminismo no fuera precisamente eso, una forma de entender que el capitalismo genera subjetividades y “clases” de cuerpos). Es incómodo para cierto feminismo que ha sido indiferente a las opresiones de clase y racistas, y que sobrevivía en espacios de privilegio sin querer abordar las dificultades de las mujeres racializadas (gitanas, negras, latinas, indígenas), pobres, migrantes, obreras, o con diversidades funcionales, sexuales y de género (como el ejemplo citado de las TERF). Y es incómodo para ciertos aspectos de los movimientos LGTBI y de la propia teoría ‘queer’: desde el homonacionalismo que privilegia a las personas LGTBI occidentales y que sustenta el racismo y la xenofobia, hasta el exceso de ciertos enfoques ‘queer’ en lo discursivo y en una visión del poder demasiado abstracta y alejada de las condiciones materiales de la opresión (por ejemplo, las críticas de Lewis a Foucault y al post-estructuralismo, y a ciertos aspectos de la teoría decolonial son interesantes y complejas).
Pero además el libro no deja de recordarnos una y otra vez que son esas «relaciones materiales» las que generan tanto dolor, desigualdad y violencia. Es decir, que el trabajo productivo es el punto estratégico desde el cual se desmonta el capitalismo. Eso no deja de lado a las personas «no productivas», todo lo contrario, el libro explica que son todas esas personas subalternas, excluidas del mercado laboral y oprimidas las que son clave para acabar con ese sistema, ya que juegan un papel de alianzas con las clases trabajadoras, y son un producto de ese mismo sistema. Lo que ahora llamamos “personas vulnerables” no son esencias a priori vulnerables, son productos de un sistema que les hace vulnerables. De hecho muchas personas trabajadoras pueden pasar rápidamente a formar parte de ese lumpen-proletariado «no productivo» (como se ha visto en la crisis de la Covid-19), y pueden ser a la vez migrantes, y LGTB, y tener una discapacidad, y sin duda han experimentado el machismo y la violencia patriarcal si son mujeres.
Por todas estas razones, celebramos la aparición de este libro, una herramienta política de transformación social, que nos recuerda que el machismo, el racismo, la homofobia y la explotación laboral no son fenómenos separados, sino manifestaciones de un mismo sistema, encarnado en cada cuerpo, cuerpos que no son individuales, sino colectivos. La revolución por tanto no pasa por la idea de la liberación “individual”, sino por la de cambiar esa forma de «relación material». Aquí tenemos las pistas para hacerlo.
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