Valeria Vegas condensa en ‘Libérate' la cultura LGTBIQ+ que abrió camino en España.
Tras el fenómeno surgido por la serie que adapta su imperdible biografía de La Veneno, la escritora y periodista traza en este manual de consulta un colosal arco de personajes del cine, la música y el espectáculo de nuestro país que merecen ser recordados, dignificados o, simplemente, celebrados.
Mario Ximénez | Vogue, 2020-12-16
https://www.vogue.es/living/articulos/valeria-vegas-liberate-libro-veneno-lgtbi
Tras el fenómeno surgido por la serie que adapta su imperdible biografía de La Veneno, la escritora y periodista traza en este manual de consulta un colosal arco de personajes del cine, la música y el espectáculo de nuestro país que merecen ser recordados, dignificados o, simplemente, celebrados.
Mario Ximénez | Vogue, 2020-12-16
https://www.vogue.es/living/articulos/valeria-vegas-liberate-libro-veneno-lgtbi
En la última década, Valeria Vegas (Valencia, 1985) lleva inmersa en una misión que le ha quitado hasta el último aliento: contar las historias de aquellas personas relegadas históricamente a los márgenes. A los vértices sociales de lo corriente y lo ‘normal’ que tantas veces –y tantas más en un país como este– la sociedad ha rechazado en base a algo tan absurdo como el desconocimiento. Tras un debut bautizado ‘Grandes actrices del cine español’ (2015) donde desgranaba las biografías de idolátras intérpretes del celuloide patrio, su voz tomó fuerza con las memorias de Cristina Ortiz Rodríguez, La Veneno, que en 2020 han mutado de novela a serie de televisión –Javis mediante– hasta el punto de aparecer reflejada como la columna vertebral de la mujer trans más célebre de España. Y aún con la resaca de un fenómeno que ha probado las mieles de Estados Unidos –ahí están, desde la crítica de Vulture a la espléndida MJ Rodríguez, aplaudiendo feroces–, Vegas se ha atrevido con un coloso literario que ella misma define como un manual de consulta adaptado a gustos. Una suerte de ‘Rayuela’ a leer sin orden ni concierto que rinde un acto de justicia poética a los personajes, películas, canciones y lugares –físicos o emocionales– que abrieron camino a la cultura LGTBIQ+ en España. O como bien dice Lola Rodríguez (en el papel de Valeria en ‘Veneno’), la historia colectiva de “aquellas que caminaron para que hoy, nosotras, podamos correr”.
P. ¿De qué idea nace condensar en un libro la cultura LGTBIQ+ que abrió camino en España?
R. Siempre había querido crear o escribir una especie de abecedario de iconos queer de nuestro país, algo que rindiera tributo –e hiciera justicia– a muchísimos nombres que han existido antes de llegar adonde estamos. Cuando pensé por primera vez en escribir el libro, de hecho, la idea es que este se titulara ‘ABC Queer’, pero acabé dándome cuenta de que te hacía pensar en un diccionario más internacional y más amplio del que yo tenía en mente. Hay retales de aquí y allá, de cosas que ya había escrito y temáticas que ya había desarrollado, pero fue en junio cuando me lancé a investigar y recopilar todo lo que me faltaba, y estos seis meses he estado metida de lleno en ello. Hay gente que aún piensa que es poco tiempo pero ojo, que no he estado escribiendo novela. Eso sí, he estado bastantes horas sumergida como una loca en hemeroteca.
P. Algo que me parece importante resaltar del tomo es que se centra en personajes del espectáculo, por lo que hay, deliberadamente, ausencia de algunos nombres en ámbitos como el activismo o la literatura. ¿Qué propició que cercaras así la búsqueda?
R. Quería que fuera una suerte de manual de consulta, y que no tuviera que ser leído necesariamente desde la primera hasta la última página. Lo que me parece interesante del libro es que puedas abrirlo por el índice y ahí empiece tu propia lectura personal. Tú ves el listado de nombres y dices: ‘Uy, me apetece ver lo que ha puesto sobre Carla Antonelli’. Y un nombre del que muchos conocen su versión política y activista, pues descubres que encierra mucho más. Como, por ejemplo, espectáculos en la sala Ladies, que estaba al lado de Gran Vía, o películas como ‘Pepe, no me des tormento’ (José Mª Gutiérrez Santos, 1981) o ‘Corridas de alegría’ (Gonzalo García Pelayo, 1982). Y de repente te puedes ir a la ‘M’ para enterarte un poco de ‘Mi querida señorita’, la película de Jaime de Armiñán de 1972. Es un libro para ir saltándotelo, para ir picoteando a tu antojo.
P. Tal y como vemos en la serie ‘Veneno’, tu obra sobre Cristina Ortiz fue un esfuerzo colosal que, tras meses de buscar editorial y no dar con una que quisiera invertir, se acabó convirtiendo en un libro autoeditado. ¿Cómo ha funcionado la experiencia, en esta ocasión, junto a la editorial Dos Bigotes?
R. Pues afortunadamente, con una libertad absoluta. Creo recordar que, cuando firmamos por ‘Libérate’, me pidieron que el texto estuviera listo para principios de octubre, lo cual me vino muy bien porque me conozco y si no, lo habría ido retrasando. Pero lo cierto es que esa fecha límite me dio bastante ritmo para organizarme bien. Lo positivo es que ya tuviera cierta información por muchos de los personajes que aparecen, a quienes admiro profundamente, y en algunos casos era una cuestión de pura autorreferencia a artículos que he escrito estos años. Se me ocurren ejemplos como el del Gay Club de Madrid, del que hablé en la cadena SER con Macarena Berlín hace unos meses, o de Coccinelle, de la que escribí en ‘Vanity Fair’ en 2017.
P. Me contabas cómo habías descartado ese título de ‘ABC Queer’, y finalmente el tomo se titula ‘Libérate’. ¿Por qué esta palabra?
R. Porque me parece simple, sencillo y además apela directamente al lector. Es un guiño a la canción de Rafael Conde 'El Titi’, o al espectáculo de La Otxoa, una transformista de Bilbao que bautizó así su propio espectáculo en 1980. ‘Libérate’ puede hacer referencia a que lo hagas con tu condición sexual, tu identidad o cualquier otro aspecto. Mira que hay muchos himnos, como el ‘Noa Noa’, ‘La Noche Es Guy’ de Martirio, ‘A Quién Le Importa’, o incluso ‘Sobreviviré’. Pero me gustaba esa idea de que busques tu momento y te liberes, como reza la canción original.
P. En el libro figuran nombres como Alaska, Susana Estrada o Paco Clavel, más reconocibles en la retina colectiva, pero también personajes olvidados o relegados por una u otra circunstancia, como Paco España o Dolly Van Doll. ¿Cómo has equilibrado la selección para que no se decantara por la reivindicación de los segundos o la mera celebración de los primeros?
R. La verdad es que tuve que establecerme a mí misma un patrón desde el principio, porque sino iba a ser imposible abarcar todos los nombres que se merecen estar en un manual sobre referentes LGTBIQ+. Desde la primera reflexión, tuve claro que este libro no va de personas que son gais y lesbianas, porque, por ejemplo, un gran actor como podría ser Vicente Parra, que luego es sabido dentro de la industria que era homosexual, yo no tengo que ponerlo solo porque era homosexual, lo pondría en un libro de actores excelentes, pero no en este libro. ¿Por qué? Porque Vicente Parra, desgraciadamente, no se liberó, no habló abiertamente de eso. A diferencia de Antonio Amaya, de El Titi, de Miguel de Molina. Para mí un patrón es que la persona estuviera liberada, que se posicionase dentro de esa libertad sexual. Ahí te quitas a muchísima gente, igual que en las divas, por ejemplo. Dices: “¿y por qué Rocío Jurado y no Isabel Pantoja?” Porque Isabel Pantoja no se ha posicionado nunca pública ni activamente al respecto. El patrón era que la persona se posicionase en torno a condición o identidad y que un poco, abriese camino. Y obviamente, no todas las personas que están en el libro me gustan, hay gente de la que no soy admiradora.
P. En el libro vemos cómo hace 20 años, la figura musical más importante de este país, que era la folclórica, solía alabar y defender a la comunidad LGTB. Esa defensa, sin embargo, ha ido menguando con el tiempo en pos de posturas más políticamente correctas. ¿Por qué crees que ocurre así, teniendo en cuenta que pasamos de una etapa que priva la libertad a otra que la permite?
R. Creo que fundamentalmente las artistas de antes eran políticamente incorrectas con toda su mejor intención, sin ser conscientes de ello, y eso les permitía posicionarse, o incluso decir algo erróneamente y cometer fallos como cualquier ser humano. Y eso es lo que hoy hace que las veamos como más libres. Las artistas de ahora tienen miedo de hablar, de dar entrevistas, de mojarse en asuntos de sexo o de política, e incluso de cómo vestir, porque se sienten más juzgadas, y parece que sólo sea correcto seguir el modelo imperante.
P. También es importante la cuestión de la visibilidad. Muchas de las mujeres trans de los años 70 u 80 no eran activistas, ni defendían públicamente su lucha en los medios. Se me viene a la cabeza, por ejemplo, que en la placa dedicada a La Veneno en el Parque del Oeste no se apele a ella como un icono de la lucha LGTBIQ+, sino que la frase escrita sea: ‘Valiente mujer transexual visible en los 90’. De alguna manera, ser visible como mujer trans en esta época ya era una declaración en sí misma.
R. Exacto. He tenido ese debate con mujeres no solo con Cristina o con Bibiana Fernández, de las que muchas personas hoy no conocen su verdadera historia. Pero era clave incluirlas porque todas esas mujeres, hace 30 o 40 años, no hacían activismo, pero eran ellas mismas. Y ser ellas mismas, en ese momento, era un acto de valentía.
P. ¿Por qué crees que sigue habiendo ignorancia, en la juventud actual, de muchos de esos referentes?
R. Creo que ha habido mucho silencio, que afortunadamente tú o yo estamos convencidos y dedicados a romperlo. Y creo que es un silencio estrechamente relacionado a la vergüenza que nos caracteriza en este país. Es decir, nos viene muy bien que una ‘drag queen’ imite a Madonna, pero que un transformista imitase a Lola Flores nos parecía cutre. Y nos viene muy bien un ‘striptease’ de Dita Von Teese, que es divina, pero un ‘striptease’ de Yeda Brown, la vedette brasileña que se cita en el libro, era algo sonrojarte o mediocre. Y no era culpa de la vedette, es que la sala era cutre y la mentalidad del público lejana a su espectáculo. Ojalá hubiese tenido Yeda Brown la copa de Martini que tiene Dita Von Teese. Creo que ese es el complejo español que arrastramos. Creo que de ahí viene que las nuevas generaciones no se enteren de quien vino antes de todas nosotras: porque las anteriores tampoco lo valoraron, y jamás se lo inculcaron a las que venían después.
P. El punto de partida en la selección de ‘Libérate’ está en los finales de los años 60, con España sumergida aún en la dictadura franquista. ¿Por qué decides que empiece aquí?
R. Porque en estos años tiene lugar en la Gran Vía madrileña el estreno de una película, ‘Diferente’, que sortea los obstáculos de la censura y muestra algo que poco o nada tenía que ver con lo que ofrecía la gran pantalla en esa época. Digo sortea porque, veladamente, burla la censura y hace que los censores no sean conscientes de la historia real. Me parecía que un momento de germen para esa visibilidad de la que hablábamos antes. No he incluido, sin embargo, ‘No desearás al vecino del quinto’ (Tito Fernández, 1970) un film posterior en el que Alfredo Landa interpreta a un hombre que se hace pasar por gay para que los machotes llevaran a sus mujeres a vestirse al piso de arriba. ¿Por qué no está? Porque simplemente, esa película no estaba visibilizando a favor de nuestro colectivo. No era una cuestión de ser moralista en la selección, pero creo que debía primeramente poner en valor de forma positiva. Y hay muy pocos casos en la dictadura en los que la homosexualidad se visibilizase de alguna manera abierta. Miguel de Molina, que tuvo que exiliarse, por ejemplo. Y también decidí no incluir a literarios y dramaturgos, por la razón que te decía antes. Podría haber dedicado capítulos enteros a Federico García Lorca, Eduardo Mendicutti, Terenci Moix... pero tuve que cercarlo por algún vértice, y esos vértices fueron el cine, la música y el espectáculo.
P. Hablabas de visibilizar en positivo, y me viene a la cabeza el documental ‘Disclosure’ de Netflix, donde se ve perfectamente cómo el colectivo LGTBIQ+, en el cine, siempre ha estado ligado a conceptos terribles. De la asociación constante con el VIH, las hormonas o a trastornos mentales que suelen derivar en psico o sociopatía. Llevándolo al ámbito españoles, ¿qué directores españoles consideras que han hecho una labor por salir de esos lugares comunes?
R. Si tuviera que reducirlo a dos o tres, creo que por un lado estaría Eloy de la Iglesia, porque tocó temas que eran incómodos como el proxenetismo, los chulos, los chaperos, los urinarios… Tocaba un mundo gay, que, además, no iba solo enfocado al público LGTB: las películas de Eloy de la Iglesia las veía todo el mundo. También ‘El Pico’ o ‘Navajeros’, donde también hay todo el rato ese homoerotismo de los chicos en los billares. Lo estaba poniendo muy de frente porque era su mundo. Y hablando del cine marginal, lo veía el gran público. También, por descontado, Pedro Almodóvar. Si vuelves a ver ‘La ley del deseo’ es muy probable que pienses: ‘Qué manera tan natural de abordar el sexo entre dos hombres. ‘Amantes’ (Vicente Aranda, 1991) que es una película maravillosa que está llena de sexo entre Victoria, Maribel y Jorge Sanz, y lo vemos como tiene que ser, con ese naturalismo. Pues Almodóvar hizo lo mismo con ‘La ley del deseo’, pero seis años antes. No existe ninguna película que previamente hubiese hecho algo parecido; las de Eloy de la Iglesia no contienen ese sexo tan explícito.
P. Otro nombre que aparece en el libro, y que con el anuncio de la llegada de ‘RuPaul’s Drag Race’ a España ha vuelto a sonar como posible candidata a presentar el formato, es Deborah Ombres.
R. Era obligatoria esa referencia, sí. La figura de Deborah Ombres se ha reafirmado aún más con el paso del tiempo. Al final tenía un programa propio en MTV España y aunque el fenómeno duró solo unos años, para una generación entera fue el referente más cercano. Y lo mismo ocurría con alguien como Falete. Creo que nos hemos ido olvidando, pero hace 16 años cuando su nombre comenzó a sonar y su rostro comenzó a aparecer en televisión, el murmullo siempre era: ‘¿Es hombre?’ ‘¿Es mujer?’. Todas las entrevistas que se le hicieron en esa década de los 2000 tenían una pregunta que giraba en torno a su identidad, a tener que sentirse una cosa u otra. Simplemente por morbo o curiosidad. Casi inconscientemente, lo que Falete estaba haciendo era romper con el género binario en un país bien distinto al de hoy.
P. ¿De qué idea nace condensar en un libro la cultura LGTBIQ+ que abrió camino en España?
R. Siempre había querido crear o escribir una especie de abecedario de iconos queer de nuestro país, algo que rindiera tributo –e hiciera justicia– a muchísimos nombres que han existido antes de llegar adonde estamos. Cuando pensé por primera vez en escribir el libro, de hecho, la idea es que este se titulara ‘ABC Queer’, pero acabé dándome cuenta de que te hacía pensar en un diccionario más internacional y más amplio del que yo tenía en mente. Hay retales de aquí y allá, de cosas que ya había escrito y temáticas que ya había desarrollado, pero fue en junio cuando me lancé a investigar y recopilar todo lo que me faltaba, y estos seis meses he estado metida de lleno en ello. Hay gente que aún piensa que es poco tiempo pero ojo, que no he estado escribiendo novela. Eso sí, he estado bastantes horas sumergida como una loca en hemeroteca.
P. Algo que me parece importante resaltar del tomo es que se centra en personajes del espectáculo, por lo que hay, deliberadamente, ausencia de algunos nombres en ámbitos como el activismo o la literatura. ¿Qué propició que cercaras así la búsqueda?
R. Quería que fuera una suerte de manual de consulta, y que no tuviera que ser leído necesariamente desde la primera hasta la última página. Lo que me parece interesante del libro es que puedas abrirlo por el índice y ahí empiece tu propia lectura personal. Tú ves el listado de nombres y dices: ‘Uy, me apetece ver lo que ha puesto sobre Carla Antonelli’. Y un nombre del que muchos conocen su versión política y activista, pues descubres que encierra mucho más. Como, por ejemplo, espectáculos en la sala Ladies, que estaba al lado de Gran Vía, o películas como ‘Pepe, no me des tormento’ (José Mª Gutiérrez Santos, 1981) o ‘Corridas de alegría’ (Gonzalo García Pelayo, 1982). Y de repente te puedes ir a la ‘M’ para enterarte un poco de ‘Mi querida señorita’, la película de Jaime de Armiñán de 1972. Es un libro para ir saltándotelo, para ir picoteando a tu antojo.
P. Tal y como vemos en la serie ‘Veneno’, tu obra sobre Cristina Ortiz fue un esfuerzo colosal que, tras meses de buscar editorial y no dar con una que quisiera invertir, se acabó convirtiendo en un libro autoeditado. ¿Cómo ha funcionado la experiencia, en esta ocasión, junto a la editorial Dos Bigotes?
R. Pues afortunadamente, con una libertad absoluta. Creo recordar que, cuando firmamos por ‘Libérate’, me pidieron que el texto estuviera listo para principios de octubre, lo cual me vino muy bien porque me conozco y si no, lo habría ido retrasando. Pero lo cierto es que esa fecha límite me dio bastante ritmo para organizarme bien. Lo positivo es que ya tuviera cierta información por muchos de los personajes que aparecen, a quienes admiro profundamente, y en algunos casos era una cuestión de pura autorreferencia a artículos que he escrito estos años. Se me ocurren ejemplos como el del Gay Club de Madrid, del que hablé en la cadena SER con Macarena Berlín hace unos meses, o de Coccinelle, de la que escribí en ‘Vanity Fair’ en 2017.
P. Me contabas cómo habías descartado ese título de ‘ABC Queer’, y finalmente el tomo se titula ‘Libérate’. ¿Por qué esta palabra?
R. Porque me parece simple, sencillo y además apela directamente al lector. Es un guiño a la canción de Rafael Conde 'El Titi’, o al espectáculo de La Otxoa, una transformista de Bilbao que bautizó así su propio espectáculo en 1980. ‘Libérate’ puede hacer referencia a que lo hagas con tu condición sexual, tu identidad o cualquier otro aspecto. Mira que hay muchos himnos, como el ‘Noa Noa’, ‘La Noche Es Guy’ de Martirio, ‘A Quién Le Importa’, o incluso ‘Sobreviviré’. Pero me gustaba esa idea de que busques tu momento y te liberes, como reza la canción original.
P. En el libro figuran nombres como Alaska, Susana Estrada o Paco Clavel, más reconocibles en la retina colectiva, pero también personajes olvidados o relegados por una u otra circunstancia, como Paco España o Dolly Van Doll. ¿Cómo has equilibrado la selección para que no se decantara por la reivindicación de los segundos o la mera celebración de los primeros?
R. La verdad es que tuve que establecerme a mí misma un patrón desde el principio, porque sino iba a ser imposible abarcar todos los nombres que se merecen estar en un manual sobre referentes LGTBIQ+. Desde la primera reflexión, tuve claro que este libro no va de personas que son gais y lesbianas, porque, por ejemplo, un gran actor como podría ser Vicente Parra, que luego es sabido dentro de la industria que era homosexual, yo no tengo que ponerlo solo porque era homosexual, lo pondría en un libro de actores excelentes, pero no en este libro. ¿Por qué? Porque Vicente Parra, desgraciadamente, no se liberó, no habló abiertamente de eso. A diferencia de Antonio Amaya, de El Titi, de Miguel de Molina. Para mí un patrón es que la persona estuviera liberada, que se posicionase dentro de esa libertad sexual. Ahí te quitas a muchísima gente, igual que en las divas, por ejemplo. Dices: “¿y por qué Rocío Jurado y no Isabel Pantoja?” Porque Isabel Pantoja no se ha posicionado nunca pública ni activamente al respecto. El patrón era que la persona se posicionase en torno a condición o identidad y que un poco, abriese camino. Y obviamente, no todas las personas que están en el libro me gustan, hay gente de la que no soy admiradora.
P. En el libro vemos cómo hace 20 años, la figura musical más importante de este país, que era la folclórica, solía alabar y defender a la comunidad LGTB. Esa defensa, sin embargo, ha ido menguando con el tiempo en pos de posturas más políticamente correctas. ¿Por qué crees que ocurre así, teniendo en cuenta que pasamos de una etapa que priva la libertad a otra que la permite?
R. Creo que fundamentalmente las artistas de antes eran políticamente incorrectas con toda su mejor intención, sin ser conscientes de ello, y eso les permitía posicionarse, o incluso decir algo erróneamente y cometer fallos como cualquier ser humano. Y eso es lo que hoy hace que las veamos como más libres. Las artistas de ahora tienen miedo de hablar, de dar entrevistas, de mojarse en asuntos de sexo o de política, e incluso de cómo vestir, porque se sienten más juzgadas, y parece que sólo sea correcto seguir el modelo imperante.
P. También es importante la cuestión de la visibilidad. Muchas de las mujeres trans de los años 70 u 80 no eran activistas, ni defendían públicamente su lucha en los medios. Se me viene a la cabeza, por ejemplo, que en la placa dedicada a La Veneno en el Parque del Oeste no se apele a ella como un icono de la lucha LGTBIQ+, sino que la frase escrita sea: ‘Valiente mujer transexual visible en los 90’. De alguna manera, ser visible como mujer trans en esta época ya era una declaración en sí misma.
R. Exacto. He tenido ese debate con mujeres no solo con Cristina o con Bibiana Fernández, de las que muchas personas hoy no conocen su verdadera historia. Pero era clave incluirlas porque todas esas mujeres, hace 30 o 40 años, no hacían activismo, pero eran ellas mismas. Y ser ellas mismas, en ese momento, era un acto de valentía.
P. ¿Por qué crees que sigue habiendo ignorancia, en la juventud actual, de muchos de esos referentes?
R. Creo que ha habido mucho silencio, que afortunadamente tú o yo estamos convencidos y dedicados a romperlo. Y creo que es un silencio estrechamente relacionado a la vergüenza que nos caracteriza en este país. Es decir, nos viene muy bien que una ‘drag queen’ imite a Madonna, pero que un transformista imitase a Lola Flores nos parecía cutre. Y nos viene muy bien un ‘striptease’ de Dita Von Teese, que es divina, pero un ‘striptease’ de Yeda Brown, la vedette brasileña que se cita en el libro, era algo sonrojarte o mediocre. Y no era culpa de la vedette, es que la sala era cutre y la mentalidad del público lejana a su espectáculo. Ojalá hubiese tenido Yeda Brown la copa de Martini que tiene Dita Von Teese. Creo que ese es el complejo español que arrastramos. Creo que de ahí viene que las nuevas generaciones no se enteren de quien vino antes de todas nosotras: porque las anteriores tampoco lo valoraron, y jamás se lo inculcaron a las que venían después.
P. El punto de partida en la selección de ‘Libérate’ está en los finales de los años 60, con España sumergida aún en la dictadura franquista. ¿Por qué decides que empiece aquí?
R. Porque en estos años tiene lugar en la Gran Vía madrileña el estreno de una película, ‘Diferente’, que sortea los obstáculos de la censura y muestra algo que poco o nada tenía que ver con lo que ofrecía la gran pantalla en esa época. Digo sortea porque, veladamente, burla la censura y hace que los censores no sean conscientes de la historia real. Me parecía que un momento de germen para esa visibilidad de la que hablábamos antes. No he incluido, sin embargo, ‘No desearás al vecino del quinto’ (Tito Fernández, 1970) un film posterior en el que Alfredo Landa interpreta a un hombre que se hace pasar por gay para que los machotes llevaran a sus mujeres a vestirse al piso de arriba. ¿Por qué no está? Porque simplemente, esa película no estaba visibilizando a favor de nuestro colectivo. No era una cuestión de ser moralista en la selección, pero creo que debía primeramente poner en valor de forma positiva. Y hay muy pocos casos en la dictadura en los que la homosexualidad se visibilizase de alguna manera abierta. Miguel de Molina, que tuvo que exiliarse, por ejemplo. Y también decidí no incluir a literarios y dramaturgos, por la razón que te decía antes. Podría haber dedicado capítulos enteros a Federico García Lorca, Eduardo Mendicutti, Terenci Moix... pero tuve que cercarlo por algún vértice, y esos vértices fueron el cine, la música y el espectáculo.
P. Hablabas de visibilizar en positivo, y me viene a la cabeza el documental ‘Disclosure’ de Netflix, donde se ve perfectamente cómo el colectivo LGTBIQ+, en el cine, siempre ha estado ligado a conceptos terribles. De la asociación constante con el VIH, las hormonas o a trastornos mentales que suelen derivar en psico o sociopatía. Llevándolo al ámbito españoles, ¿qué directores españoles consideras que han hecho una labor por salir de esos lugares comunes?
R. Si tuviera que reducirlo a dos o tres, creo que por un lado estaría Eloy de la Iglesia, porque tocó temas que eran incómodos como el proxenetismo, los chulos, los chaperos, los urinarios… Tocaba un mundo gay, que, además, no iba solo enfocado al público LGTB: las películas de Eloy de la Iglesia las veía todo el mundo. También ‘El Pico’ o ‘Navajeros’, donde también hay todo el rato ese homoerotismo de los chicos en los billares. Lo estaba poniendo muy de frente porque era su mundo. Y hablando del cine marginal, lo veía el gran público. También, por descontado, Pedro Almodóvar. Si vuelves a ver ‘La ley del deseo’ es muy probable que pienses: ‘Qué manera tan natural de abordar el sexo entre dos hombres. ‘Amantes’ (Vicente Aranda, 1991) que es una película maravillosa que está llena de sexo entre Victoria, Maribel y Jorge Sanz, y lo vemos como tiene que ser, con ese naturalismo. Pues Almodóvar hizo lo mismo con ‘La ley del deseo’, pero seis años antes. No existe ninguna película que previamente hubiese hecho algo parecido; las de Eloy de la Iglesia no contienen ese sexo tan explícito.
P. Otro nombre que aparece en el libro, y que con el anuncio de la llegada de ‘RuPaul’s Drag Race’ a España ha vuelto a sonar como posible candidata a presentar el formato, es Deborah Ombres.
R. Era obligatoria esa referencia, sí. La figura de Deborah Ombres se ha reafirmado aún más con el paso del tiempo. Al final tenía un programa propio en MTV España y aunque el fenómeno duró solo unos años, para una generación entera fue el referente más cercano. Y lo mismo ocurría con alguien como Falete. Creo que nos hemos ido olvidando, pero hace 16 años cuando su nombre comenzó a sonar y su rostro comenzó a aparecer en televisión, el murmullo siempre era: ‘¿Es hombre?’ ‘¿Es mujer?’. Todas las entrevistas que se le hicieron en esa década de los 2000 tenían una pregunta que giraba en torno a su identidad, a tener que sentirse una cosa u otra. Simplemente por morbo o curiosidad. Casi inconscientemente, lo que Falete estaba haciendo era romper con el género binario en un país bien distinto al de hoy.
P. El papel de los medios de comunicación también es esencial como motor de cambio y de conciencia social. ¿Crees que a este agente también le quedan tareas pendientes en su labor?
R. Sí, la información es clave y los medios no siempre se han comprometido con la causa. Creo que sobre todo queda mostrar pluralidad, porque la visibilidad ya está ahí desde hace mucho tiempo. De hecho casi todas las personas que salen en el libro fueron visibles en algún momento dado, pero lo que le ha faltado sobre todo a la televisión, y también al cine, es mostrar diversidad dentro de la propia diversidad.
P. ¿Cuándo empezaste a escribir, y por qué crees que lo hiciste?
R. De manera profesional, hace seis años. Pero es algo que siempre he hecho por gusto, de empezar a escribir con 15 años lo que podía haber sido una novela y de pronto dejarlo cuando llevaba cuarenta páginas. Así, muy a menudo. Incluso Alaska, hace poco, me recordó que todavía conserva una especie de libritos, que eran simplemente unos folios impresos y encuadernados en anillas, en los que hablaba sobre artistas y películas y luego le enviaba un ejemplar, por su afinidad con el tema en cuestión. De esto hace ya casi quince años, y aquellos escritos obviamente no iban a ningún lado, pero ya me daba por reivindicar y ponerme ensayística.
P. Empezaste escribiendo ‘Grandes actrices del cine español’ (2015), después vino ‘¡Digo! Ni puta ni santa. Las memorias de La Veneno’ (2016), ‘Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición española’ (2019) y hemos aterrizado en ‘Libérate’. Curiosamente, prácticamente todas las personas de las que has escrito en esos libros aparecen ahora reflejadas en este libro. ¿No es cerrar, de alguna manera, el círculo?
R. Claro. En este libro, por ejemplo, salen esas mujeres, que también salían en el de las actrices, como Esperanza Roy, Sara Montiel… A la vez, vuelve a salir La Veneno porque, fíjate que yo pensaba no iba a poner la Veneno porque ya hice un libro, pero luego lo pensé y dije: ‘Tú olvídate de que has hecho ese libro’. Si yo tengo que ser objetiva, como bien pone en la placa, fue visible en los años 90. Por eso Estados Unidos está alucinando con ella: a esta mujer la cogieron de un parque, se fue a una especie de ‘reality’ y contaba que la maltrataban en su pueblo. Eso era visibilizar en los 90, más allá de que ella lo contara con un falso Versace y con el pecho medio fuera. Dejando mi primer libro a un lado, creo que este libro cierra una trilogía: ‘Veneno’, ‘Vestidas de azul’ y ‘Libérate’.
P. ¿Qué te ha sorprendido más del fenómeno que se ha formado en torno a la serie?
R. Me ha sorprendido la implicación de todos, que hoy en día los políticos se acuerden de la placa. Hace cinco años, dignificar a La Veneno era simplemente impensable. Y por supuesto, la reacción de personajes internacionales como Janet Mock, las actrices de Pose o RuPaul, que están fascinadas. Me alucina porque no tendrían que rendir pleitesía a un país que la mayoría no sabrían ni ubicar en un mapamundi. Que estén hablando de una serie de otro continente, y concretamente de España con ese cariño y aprecio, y de una historia que no la viven con la misma pasión que la vivimos aquí… es mágico.
P. Hace unas semanas leí que no habías sido capaz de ver la serie completa, por la implicación emocional que implica. ¿Has conseguido hacerlo finalmente?
R. Llegué a ver el capítulo siete hace poco, pero con el octavo no he podido todavía. Sé de qué va porque leí el guion en su día, y por eso mismo he tenido tanto recelo a verlo. Pero creo que ahora estoy preparada. Con los otros capítulos te juro que sentí un profundo pudor. Creo que soy una persona que tiene el ego muy controlado, podría estar meses en los que no subo fotos mías y apenas sé manejar filtros. Y esto, en cambio, era darme de bruces conmigo misma. Solo escuchar a Paca [La Piraña] diciendo: ‘¡Ven aquí, Valeriana!’ Ya me daba escalofríos, por la intimidad del asunto. Y si con la última media hora de la serie lloré como loca leyendo el guion, no quiero ni pensar cómo será el día que la vea. No solo por la llorera, sino porque no puedo evitar pensar qué habría sido de Cristina si aún estuviera aquí.
R. Sí, la información es clave y los medios no siempre se han comprometido con la causa. Creo que sobre todo queda mostrar pluralidad, porque la visibilidad ya está ahí desde hace mucho tiempo. De hecho casi todas las personas que salen en el libro fueron visibles en algún momento dado, pero lo que le ha faltado sobre todo a la televisión, y también al cine, es mostrar diversidad dentro de la propia diversidad.
P. ¿Cuándo empezaste a escribir, y por qué crees que lo hiciste?
R. De manera profesional, hace seis años. Pero es algo que siempre he hecho por gusto, de empezar a escribir con 15 años lo que podía haber sido una novela y de pronto dejarlo cuando llevaba cuarenta páginas. Así, muy a menudo. Incluso Alaska, hace poco, me recordó que todavía conserva una especie de libritos, que eran simplemente unos folios impresos y encuadernados en anillas, en los que hablaba sobre artistas y películas y luego le enviaba un ejemplar, por su afinidad con el tema en cuestión. De esto hace ya casi quince años, y aquellos escritos obviamente no iban a ningún lado, pero ya me daba por reivindicar y ponerme ensayística.
P. Empezaste escribiendo ‘Grandes actrices del cine español’ (2015), después vino ‘¡Digo! Ni puta ni santa. Las memorias de La Veneno’ (2016), ‘Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición española’ (2019) y hemos aterrizado en ‘Libérate’. Curiosamente, prácticamente todas las personas de las que has escrito en esos libros aparecen ahora reflejadas en este libro. ¿No es cerrar, de alguna manera, el círculo?
R. Claro. En este libro, por ejemplo, salen esas mujeres, que también salían en el de las actrices, como Esperanza Roy, Sara Montiel… A la vez, vuelve a salir La Veneno porque, fíjate que yo pensaba no iba a poner la Veneno porque ya hice un libro, pero luego lo pensé y dije: ‘Tú olvídate de que has hecho ese libro’. Si yo tengo que ser objetiva, como bien pone en la placa, fue visible en los años 90. Por eso Estados Unidos está alucinando con ella: a esta mujer la cogieron de un parque, se fue a una especie de ‘reality’ y contaba que la maltrataban en su pueblo. Eso era visibilizar en los 90, más allá de que ella lo contara con un falso Versace y con el pecho medio fuera. Dejando mi primer libro a un lado, creo que este libro cierra una trilogía: ‘Veneno’, ‘Vestidas de azul’ y ‘Libérate’.
P. ¿Qué te ha sorprendido más del fenómeno que se ha formado en torno a la serie?
R. Me ha sorprendido la implicación de todos, que hoy en día los políticos se acuerden de la placa. Hace cinco años, dignificar a La Veneno era simplemente impensable. Y por supuesto, la reacción de personajes internacionales como Janet Mock, las actrices de Pose o RuPaul, que están fascinadas. Me alucina porque no tendrían que rendir pleitesía a un país que la mayoría no sabrían ni ubicar en un mapamundi. Que estén hablando de una serie de otro continente, y concretamente de España con ese cariño y aprecio, y de una historia que no la viven con la misma pasión que la vivimos aquí… es mágico.
P. Hace unas semanas leí que no habías sido capaz de ver la serie completa, por la implicación emocional que implica. ¿Has conseguido hacerlo finalmente?
R. Llegué a ver el capítulo siete hace poco, pero con el octavo no he podido todavía. Sé de qué va porque leí el guion en su día, y por eso mismo he tenido tanto recelo a verlo. Pero creo que ahora estoy preparada. Con los otros capítulos te juro que sentí un profundo pudor. Creo que soy una persona que tiene el ego muy controlado, podría estar meses en los que no subo fotos mías y apenas sé manejar filtros. Y esto, en cambio, era darme de bruces conmigo misma. Solo escuchar a Paca [La Piraña] diciendo: ‘¡Ven aquí, Valeriana!’ Ya me daba escalofríos, por la intimidad del asunto. Y si con la última media hora de la serie lloré como loca leyendo el guion, no quiero ni pensar cómo será el día que la vea. No solo por la llorera, sino porque no puedo evitar pensar qué habría sido de Cristina si aún estuviera aquí.
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