Juan Naranjo: "Las personas LGTBI nos enfrentamos a una violencia constante por ser quienes somos".
Irene Hdez. Velasco | El Mundo, 2020-12-26
https://www.elmundo.es/papel/lideres/2020/12/26/5fe37e10fc6c833b2c8b458b.html
1983, Málaga. Profesor de instituto, en la novela ilustrada ‘Mariquita’ (Sapristi) revela las agresiones físicas y verbales que soportó de adolescente por su homosexualidad y cómo logró sobreponerse a ellas.
P. ¿Le molesta que le llamen "mariquita" o ya no le importa?
R. Depende de quién, cuándo, cómo y, por supuesto, depende del tono. Por mucho que esa sea una palabra de la que yo me he reapropiado, no deja de ser un vocablo con ciertas connotaciones difíciles de asumir. Es una palabra con un matiz tal vez no tan hiriente como otras, pero aun así sigue siendo una palabra que me pesa.
P. En el pueblo en el que vivía, a usted de adolescente le llamaban 'mariquita' y le hicieron un bullying a atroz. Lo que me ha sorprendido leyendo su libro es que usted llegó a interiorizar la homofobia, trató de hacerse heterosexual...
R. Creo que eso es algo que nos pasa a muchísimas personas LGTBI. Desde pequeños, tanto en nuestro entorno como a través de los medios de comunicación y de la sociedad en general, se nos transmite la idea de que somos algo erróneo, algo que está mal, que no debería ser así, algo pecaminoso. Eso lo vamos asumiendo nosotros mismos y muy a menudo, durante nuestro crecimiento, para tener menos problemas en nuestro entorno intentamos disimularlo o incluso intentamos cambiarlo de forma activa, intentamos modificar nuestros gustos o nuestra propia esencia para tratar de adaptarnos a un mundo que vemos que nos rechaza.
P. Pero la biología se acaba imponiendo, ¿no?
R. Sí, pero es un proceso duro. Porque cuando estás creciendo te das cuenta de que no tienes posibilidad de ser de otra forma, que sólo puedes ser como eres, y al mismo tiempo asimilas que no eres lo que se esperaba de ti. Y eso pesa, pesa en la mochila, y es algo que después tienes que desaprender. Para quitarte de encima ese peso que el mundo te ha impuesto diciéndote que no eres lo adecuado, tú te tiene que decir que no vas a intentar cambiar ni tienes por qué hacerlo, porque lo que eres es tan válido y tan correcto como lo es cualquiera.
P. En "Mariquita" llega a contar que su primera masturbación se la hizo frente a la serie de televisión los "Vigilantes de la playa", pensando que si esa primera eyaculación se la inspiraba Pamela Anderson podría dejar de ser gay y convertirse en heterosexual. Pero se abrió paso su naturaleza y acabó masturbándose mirando a David Hasselhoff...
R. Es que cuando estás creciendo y todos a tu alrededor te dicen que lo que tú eres no es lo correcto, llegas a creer que si te esfuerzas lo suficiente podrás cambiarlo. Pero te das cuenta de que no, de que al campo no se le pueden poner puertas y de que lo que tú eres no se puede cambiar ni se puede frenar. Lo curioso es que yo pensaba que eso era una cosa mía, una locura juvenil que se me pasó a mí por la cabeza. Pero al salir el libro me han escrito varios lectores diciéndome que ellos tenían la misma idea en la cabeza, esa especie de pensamiento mágico de que si conseguían las primeras veces hacer algo así, se les pasaría lo otro. Hasta ese punto la sociedad nos hace creer que tenemos que intentar cambiar, hasta el punto de intentar trastocar nuestra propia naturaleza.
P. Su padre fue el primero en negar su homosexualidad y tratar de "convertirle" en heterosexual, y de un modo además brutal...
R. Fue terrible, muy duro. Pero, de nuevo, creo que es algo que está mucho más generalizado de lo que podríamos pensar. A menudo eso de tratar de "masculinizar" a un hijo que tiene mucha pluma o a un hijo que empieza a dar signos de homosexualidad es mucho más común de lo que se pueda pensar, porque a menudo muy sutil y algo que se vive desde la primera infancia, cuando se intentan canalizar los gustos, los intereses, los juguetes, la actitud y las maneras de los niños para que acaben encajando en las expectativas de género que se tiene de ellos.
P. Además de las agresiones de su padre, aguantó un bullying salvaje en el colegio y el instituto. ¿Cómo logró superar todo eso y ser usted mismo?
R. No sé si en realidad eso se supera del todo o si simplemente se actúa como si se hubiera superado. Afortunadamente, yo siempre he tenido la presencia constante y el apoyo incondicional de mi madre, y eso para mí ha sido esencial para convertirme en la persona que soy hoy. Por desgracia, muchísimos adolescentes LGTBI en España y en el mundo siguen viviendo situaciones como la que yo viví y no todos tienen la suerte de tener un apoyo, una roca a la que aferrarse durante el resto de sus vidas. De hecho, este libro quiere ser una pequeña llamada de atención, porque estas cosas le han pasado no a gente de la posguerra sino a gente que nació en los años 80, y desgraciadamente estas cosas siguen pasando. Tenemos que ponernos las pilas como sociedad para intentar que esto mejore y para intentar que estas situaciones no le vuelvan a pasar a nadie.
P. ¿Cree que los chavales que hoy tienen 15 o 16 años, que nacieron en el año 2005 o 2004, siguen sufriendo cosas tan terribles como las que paso usted?
R. Por desgracia no es una opinión, es un hecho, lo vemos en las noticias. Por desgracia no hay semana en la que no haya un ataque homófobo, y eso que sólo salen en las noticias aquellos ataques homófobos que consisten en darle una paliza a alguien en la calle. En las noticias nunca sale la violencia constante a la que nos tenemos que enfrentar las personas LGTBI por el hecho de ser quienes somos. Una violencia que es constante y que tiene muchos rostros. Sólo hablamos de violencia cuando hay por medio sangre o una paliza, pero el que una persona crezca y se desarrolle entre burlas, comentarios, chismes e insultos, siendo marginada y con su libertad coartada, también es violencia. Esa violencia hoy sigue totalmente vigente y no hablamos de ella porque casi hemos asumido que es una parte más del crecimiento, y eso es algo terrible. No es normal crecer rodeado de violencia, lo normal sería crecer rodeado de apoyo.
P. Hoy es profesor de instituto. ¿Todavía hay quien se ríe del chaval más sensible, más amanerado?
R. Sí, por supuestísimo. En los institutos trabajamos muchísimo el tema de la lucha contra la LGTBI-fobia, igual que trabajamos la lucha contra el machismo y la lucha contra el racismo. Pero por mucho que nosotros persigamos esas actitudes, por mucho que trabajemos este asunto, la homofobia sigue existiendo. Lo que pasa es que, como siempre, los agresores saben perfectamente a quién pueden atacar, cuándo y dónde le pueden atacar y, por supuesto, delante del profesorado no hacen nada que les pueda acarrear una expulsión, una regañina o un parte. Pero esto sigue existiendo y es una realidad. Quiero pensar que a un nivel más bajo que hace 10 o 20 años, pero que sigue existiendo.
P. ¿Y qué tendría que cambiar para que dejaran de ocurrir esas cosas?
R. La respuesta fácil sería decir que la educación. Pero llevamos años trabajando este asunto y sin embargo sigue sin cambiar. También sería muy fácil hablar de la representación en los medios de comunicación, en las series y en el cine. Pero desde hace unos años en casi todas las series, y especialmente en las juveniles, hay personas LGTBI, y sin embargo las personas LGTBI en la vida real siguen sufriendo violencia. Así que no lo sé. Creo que el camino contra la homofobia no es una línea recta: a veces hay grandes pasos, pero que a veces se estanca y a veces incluso puede haber pasos hacia atrás. Creo que lo que se necesita es que madure la sociedad y se dé cuenta de que todos los miembros de la misma son igual de valiosos e igual de respetables. Pero no sé cuándo va a pasar eso ni cómo podemos ayudar a que pase.
P. ¿Se imaginaba cuando era un chaval de 15 años que vería la legalización del matrimonio homosexual?
R. No sólo no me lo imaginaba, sino que me parecía literalmente impensable. Ahora hablamos con mucha naturalidad de cosas que en los años 90 ni se nombraban. En los 90, por ejemplo, la palabra gay todavía ni siquiera era muy normal. Durante mi adolescencia la imagen de la homosexualidad estaba todavía muy vinculada a la enfermedad, al vicio, a la marginación, y en los medios de comunicación estaba vinculada al hazmerreír, la ridiculez, el chiste. A los adolescentes LGTBI de mi generación se nos metió en la cabeza tanto odio hacia nosotros mismos que era muy difícil que pensáramos en un mundo en el que hubiese leyes que nos protegiesen y que persiguiesen a nuestros agresores, en el que se considerase que éramos merecedores de ser representados en la ficción televisiva o cinematográfica. Ciertos avances sociales han sido grandiosos y muchos de nosotros los vivimos desde la sorpresa, porque jamás nos los imaginamos.
P. Salió del armario a los 18 años y ahora tiene 37 años. ¿Todavía hoy nota miradas burlonas, algún tipo de comentario hiriente, alguna forma de violencia?
R. Sí, y estoy seguro de que eso seguirá sucediendo durante el resto de mi vida. Por supuesto hoy son cosas mucho más sutiles, yo he tenido por ejemplo la suerte de no sufrir ningún episodio de violencia callejera, nunca me han pegado por la calle siendo un hombre adulto por tener pluma o ser amanerado, pero a otras personas les pasa, hay noticias constantes de eso. Esa violencia la seguimos padeciendo durante nuestra vida adulta, de una forma mucho más sutil.
P. ¿Por ejemplo?
R. Por ejemplo en entrevistas de trabajo, o cuando pasas por delante de cierto tipo de grupos de personas, o cuando tienes que relacionarte con personas que muestran hostilidad. Es una realidad. Mucho más sutil que antes, por supuesto, porque tampoco yo permitiría que fuera de otra forma, respondería. Aunque si voy por la calle a las 2.00 de la mañana y un grupito empieza a insultarme, no respondería, me quedaría callado. Desde el privilegio que supone ser un hombre de 1,85 metros, sigo recibiendo ciertos tipos de violencia, seguramente incomparables con las que pueda recibir otra persona que físicamente parezca más indefensa.
P. ¿Hay que reivindicar la 'pluma'? Mucha gente dice que no tiene absolutamente nada contra los gais pero que le molestan las personas con 'pluma'...
R. Eso es una ridiculez, porque es lo que están diciendo en realidad es que las personas gais sólo les molestan si se les nota que son gais, si pasan por heterosexuales no pasa nada. Es una manera muy chusca de enmascarar la homofobia. La homofobia hacia los hombres gais tiene mucho más que ver con el odio a su amaneramiento que con el odio hacia sus relaciones sexo-afectivas. Y la prueba es que los insultos a los niños empiezan a darse mucho antes de que esos niños tengan relaciones sexo-afectiva o sepan incluso cuál es su identidad sexual. Hay que luchar contra eso, porque además responde a un tipo de masculinidad tremendamente encorsetada, porque la 'plumo-fobia', por decirlo de alguna manera, no sólo afecta a los varones gais, sino que puede afectar a cualquiera varón heterosexual que simplemente se salga de los cánones de masculinidad de la sociedad. Un tío, independientemente de que sea gay o no, que es un poco más sensible, un poco más amanerado o un poco más llamativo de la cuenta, puede sufrir esas dificultades. Y con las mujeres pasa exactamente lo mismo. Hay mujeres, ya sean lesbianas o no, a las que se les echa en cara que no responden al estereotipo tradicional de feminidad porque son un poco más rudas o un poco más masculinas o por llevar a cabo el actividades o trabajos tradicionalmente masculinos, ya sea en el mundo del deporte, de la empresa... Eso es "lesbofobia' y es otra forma de 'plumofobia'.
P. A usted los libros y la cultura pop le salvaron en gran medida del calvario por el que pasó, ¿verdad?
R. Sí, totalmente. En un mundo en el que para mí era muy difícil tener gente de mi edad con la que relacionarme, con la que con la que compartir experiencias, los libros fueron una balsa, una válvula de escape y una forma de conocer otras realidades. A mí los libros me salvaron y por eso siguen siendo mi hobby favorito tres décadas después, porque sigo encontrando en ello un refugio que me recuerda además mucho a esa época. La adolescencia es una época en la que empiezas a experimentar en sentido afectivo y de amistad, y cuando no tienes esa oportunidad tienes que buscar alternativas. Y en mi caso fueron los libros, donde encontré historias que me apasionaron y donde poco a poco encontré historias parecidas a las mías.
P. ¿Todavía se cruza de vez en cuando por la calle con alguno de los que le hicieron ese bullying tan salvaje?
R. Claro. Yo vivo en Torremolinos, un pueblo grande pero que no deja de ser un pueblo. Además, muchos de los que nacimos aquí seguimos viviendo aquí, así que sí, sigo viendo a veces a alguna de esas personas.
P. ¿Alguna le ha pedido perdón?
R. No. No, no, no. Es muy curioso: gente que conocí en el instituto y con la que me sigo relacionando, que no son amigos íntimos pero con los que hablo de vez en cuando, después de haber leído el libro me han escrito diciéndome que no sabían si de alguna forma participaron en eso y que, si así había sido, querrían disculparse conmigo. Todas las personas que han hecho eso no tuvieron nada que ver con esos asuntos de mi adolescencia. Pero quienes sí tuvieron que ver con eso no me han dicho nada, ni ahora ni años atrás. A veces pienso que simplemente no se acuerdan porque actuaron con lo que consideraban que era la normalidad. Y otras veces pienso que han tenido que convertirse en personas adultas, reflexionar sobre lo que hicieron y darse cuenta de que aquello no era normal. No lo sé. No tengo una respuesta para eso.
P. ¿Y cuándo se los cruza por la calle esa gente baja la cabeza, le rehúyen la mirada?
R. Sí. Como si no existiera.
P. ¿Le molesta que le llamen "mariquita" o ya no le importa?
R. Depende de quién, cuándo, cómo y, por supuesto, depende del tono. Por mucho que esa sea una palabra de la que yo me he reapropiado, no deja de ser un vocablo con ciertas connotaciones difíciles de asumir. Es una palabra con un matiz tal vez no tan hiriente como otras, pero aun así sigue siendo una palabra que me pesa.
P. En el pueblo en el que vivía, a usted de adolescente le llamaban 'mariquita' y le hicieron un bullying a atroz. Lo que me ha sorprendido leyendo su libro es que usted llegó a interiorizar la homofobia, trató de hacerse heterosexual...
R. Creo que eso es algo que nos pasa a muchísimas personas LGTBI. Desde pequeños, tanto en nuestro entorno como a través de los medios de comunicación y de la sociedad en general, se nos transmite la idea de que somos algo erróneo, algo que está mal, que no debería ser así, algo pecaminoso. Eso lo vamos asumiendo nosotros mismos y muy a menudo, durante nuestro crecimiento, para tener menos problemas en nuestro entorno intentamos disimularlo o incluso intentamos cambiarlo de forma activa, intentamos modificar nuestros gustos o nuestra propia esencia para tratar de adaptarnos a un mundo que vemos que nos rechaza.
P. Pero la biología se acaba imponiendo, ¿no?
R. Sí, pero es un proceso duro. Porque cuando estás creciendo te das cuenta de que no tienes posibilidad de ser de otra forma, que sólo puedes ser como eres, y al mismo tiempo asimilas que no eres lo que se esperaba de ti. Y eso pesa, pesa en la mochila, y es algo que después tienes que desaprender. Para quitarte de encima ese peso que el mundo te ha impuesto diciéndote que no eres lo adecuado, tú te tiene que decir que no vas a intentar cambiar ni tienes por qué hacerlo, porque lo que eres es tan válido y tan correcto como lo es cualquiera.
P. En "Mariquita" llega a contar que su primera masturbación se la hizo frente a la serie de televisión los "Vigilantes de la playa", pensando que si esa primera eyaculación se la inspiraba Pamela Anderson podría dejar de ser gay y convertirse en heterosexual. Pero se abrió paso su naturaleza y acabó masturbándose mirando a David Hasselhoff...
R. Es que cuando estás creciendo y todos a tu alrededor te dicen que lo que tú eres no es lo correcto, llegas a creer que si te esfuerzas lo suficiente podrás cambiarlo. Pero te das cuenta de que no, de que al campo no se le pueden poner puertas y de que lo que tú eres no se puede cambiar ni se puede frenar. Lo curioso es que yo pensaba que eso era una cosa mía, una locura juvenil que se me pasó a mí por la cabeza. Pero al salir el libro me han escrito varios lectores diciéndome que ellos tenían la misma idea en la cabeza, esa especie de pensamiento mágico de que si conseguían las primeras veces hacer algo así, se les pasaría lo otro. Hasta ese punto la sociedad nos hace creer que tenemos que intentar cambiar, hasta el punto de intentar trastocar nuestra propia naturaleza.
P. Su padre fue el primero en negar su homosexualidad y tratar de "convertirle" en heterosexual, y de un modo además brutal...
R. Fue terrible, muy duro. Pero, de nuevo, creo que es algo que está mucho más generalizado de lo que podríamos pensar. A menudo eso de tratar de "masculinizar" a un hijo que tiene mucha pluma o a un hijo que empieza a dar signos de homosexualidad es mucho más común de lo que se pueda pensar, porque a menudo muy sutil y algo que se vive desde la primera infancia, cuando se intentan canalizar los gustos, los intereses, los juguetes, la actitud y las maneras de los niños para que acaben encajando en las expectativas de género que se tiene de ellos.
P. Además de las agresiones de su padre, aguantó un bullying salvaje en el colegio y el instituto. ¿Cómo logró superar todo eso y ser usted mismo?
R. No sé si en realidad eso se supera del todo o si simplemente se actúa como si se hubiera superado. Afortunadamente, yo siempre he tenido la presencia constante y el apoyo incondicional de mi madre, y eso para mí ha sido esencial para convertirme en la persona que soy hoy. Por desgracia, muchísimos adolescentes LGTBI en España y en el mundo siguen viviendo situaciones como la que yo viví y no todos tienen la suerte de tener un apoyo, una roca a la que aferrarse durante el resto de sus vidas. De hecho, este libro quiere ser una pequeña llamada de atención, porque estas cosas le han pasado no a gente de la posguerra sino a gente que nació en los años 80, y desgraciadamente estas cosas siguen pasando. Tenemos que ponernos las pilas como sociedad para intentar que esto mejore y para intentar que estas situaciones no le vuelvan a pasar a nadie.
P. ¿Cree que los chavales que hoy tienen 15 o 16 años, que nacieron en el año 2005 o 2004, siguen sufriendo cosas tan terribles como las que paso usted?
R. Por desgracia no es una opinión, es un hecho, lo vemos en las noticias. Por desgracia no hay semana en la que no haya un ataque homófobo, y eso que sólo salen en las noticias aquellos ataques homófobos que consisten en darle una paliza a alguien en la calle. En las noticias nunca sale la violencia constante a la que nos tenemos que enfrentar las personas LGTBI por el hecho de ser quienes somos. Una violencia que es constante y que tiene muchos rostros. Sólo hablamos de violencia cuando hay por medio sangre o una paliza, pero el que una persona crezca y se desarrolle entre burlas, comentarios, chismes e insultos, siendo marginada y con su libertad coartada, también es violencia. Esa violencia hoy sigue totalmente vigente y no hablamos de ella porque casi hemos asumido que es una parte más del crecimiento, y eso es algo terrible. No es normal crecer rodeado de violencia, lo normal sería crecer rodeado de apoyo.
P. Hoy es profesor de instituto. ¿Todavía hay quien se ríe del chaval más sensible, más amanerado?
R. Sí, por supuestísimo. En los institutos trabajamos muchísimo el tema de la lucha contra la LGTBI-fobia, igual que trabajamos la lucha contra el machismo y la lucha contra el racismo. Pero por mucho que nosotros persigamos esas actitudes, por mucho que trabajemos este asunto, la homofobia sigue existiendo. Lo que pasa es que, como siempre, los agresores saben perfectamente a quién pueden atacar, cuándo y dónde le pueden atacar y, por supuesto, delante del profesorado no hacen nada que les pueda acarrear una expulsión, una regañina o un parte. Pero esto sigue existiendo y es una realidad. Quiero pensar que a un nivel más bajo que hace 10 o 20 años, pero que sigue existiendo.
P. ¿Y qué tendría que cambiar para que dejaran de ocurrir esas cosas?
R. La respuesta fácil sería decir que la educación. Pero llevamos años trabajando este asunto y sin embargo sigue sin cambiar. También sería muy fácil hablar de la representación en los medios de comunicación, en las series y en el cine. Pero desde hace unos años en casi todas las series, y especialmente en las juveniles, hay personas LGTBI, y sin embargo las personas LGTBI en la vida real siguen sufriendo violencia. Así que no lo sé. Creo que el camino contra la homofobia no es una línea recta: a veces hay grandes pasos, pero que a veces se estanca y a veces incluso puede haber pasos hacia atrás. Creo que lo que se necesita es que madure la sociedad y se dé cuenta de que todos los miembros de la misma son igual de valiosos e igual de respetables. Pero no sé cuándo va a pasar eso ni cómo podemos ayudar a que pase.
P. ¿Se imaginaba cuando era un chaval de 15 años que vería la legalización del matrimonio homosexual?
R. No sólo no me lo imaginaba, sino que me parecía literalmente impensable. Ahora hablamos con mucha naturalidad de cosas que en los años 90 ni se nombraban. En los 90, por ejemplo, la palabra gay todavía ni siquiera era muy normal. Durante mi adolescencia la imagen de la homosexualidad estaba todavía muy vinculada a la enfermedad, al vicio, a la marginación, y en los medios de comunicación estaba vinculada al hazmerreír, la ridiculez, el chiste. A los adolescentes LGTBI de mi generación se nos metió en la cabeza tanto odio hacia nosotros mismos que era muy difícil que pensáramos en un mundo en el que hubiese leyes que nos protegiesen y que persiguiesen a nuestros agresores, en el que se considerase que éramos merecedores de ser representados en la ficción televisiva o cinematográfica. Ciertos avances sociales han sido grandiosos y muchos de nosotros los vivimos desde la sorpresa, porque jamás nos los imaginamos.
P. Salió del armario a los 18 años y ahora tiene 37 años. ¿Todavía hoy nota miradas burlonas, algún tipo de comentario hiriente, alguna forma de violencia?
R. Sí, y estoy seguro de que eso seguirá sucediendo durante el resto de mi vida. Por supuesto hoy son cosas mucho más sutiles, yo he tenido por ejemplo la suerte de no sufrir ningún episodio de violencia callejera, nunca me han pegado por la calle siendo un hombre adulto por tener pluma o ser amanerado, pero a otras personas les pasa, hay noticias constantes de eso. Esa violencia la seguimos padeciendo durante nuestra vida adulta, de una forma mucho más sutil.
P. ¿Por ejemplo?
R. Por ejemplo en entrevistas de trabajo, o cuando pasas por delante de cierto tipo de grupos de personas, o cuando tienes que relacionarte con personas que muestran hostilidad. Es una realidad. Mucho más sutil que antes, por supuesto, porque tampoco yo permitiría que fuera de otra forma, respondería. Aunque si voy por la calle a las 2.00 de la mañana y un grupito empieza a insultarme, no respondería, me quedaría callado. Desde el privilegio que supone ser un hombre de 1,85 metros, sigo recibiendo ciertos tipos de violencia, seguramente incomparables con las que pueda recibir otra persona que físicamente parezca más indefensa.
P. ¿Hay que reivindicar la 'pluma'? Mucha gente dice que no tiene absolutamente nada contra los gais pero que le molestan las personas con 'pluma'...
R. Eso es una ridiculez, porque es lo que están diciendo en realidad es que las personas gais sólo les molestan si se les nota que son gais, si pasan por heterosexuales no pasa nada. Es una manera muy chusca de enmascarar la homofobia. La homofobia hacia los hombres gais tiene mucho más que ver con el odio a su amaneramiento que con el odio hacia sus relaciones sexo-afectivas. Y la prueba es que los insultos a los niños empiezan a darse mucho antes de que esos niños tengan relaciones sexo-afectiva o sepan incluso cuál es su identidad sexual. Hay que luchar contra eso, porque además responde a un tipo de masculinidad tremendamente encorsetada, porque la 'plumo-fobia', por decirlo de alguna manera, no sólo afecta a los varones gais, sino que puede afectar a cualquiera varón heterosexual que simplemente se salga de los cánones de masculinidad de la sociedad. Un tío, independientemente de que sea gay o no, que es un poco más sensible, un poco más amanerado o un poco más llamativo de la cuenta, puede sufrir esas dificultades. Y con las mujeres pasa exactamente lo mismo. Hay mujeres, ya sean lesbianas o no, a las que se les echa en cara que no responden al estereotipo tradicional de feminidad porque son un poco más rudas o un poco más masculinas o por llevar a cabo el actividades o trabajos tradicionalmente masculinos, ya sea en el mundo del deporte, de la empresa... Eso es "lesbofobia' y es otra forma de 'plumofobia'.
P. A usted los libros y la cultura pop le salvaron en gran medida del calvario por el que pasó, ¿verdad?
R. Sí, totalmente. En un mundo en el que para mí era muy difícil tener gente de mi edad con la que relacionarme, con la que con la que compartir experiencias, los libros fueron una balsa, una válvula de escape y una forma de conocer otras realidades. A mí los libros me salvaron y por eso siguen siendo mi hobby favorito tres décadas después, porque sigo encontrando en ello un refugio que me recuerda además mucho a esa época. La adolescencia es una época en la que empiezas a experimentar en sentido afectivo y de amistad, y cuando no tienes esa oportunidad tienes que buscar alternativas. Y en mi caso fueron los libros, donde encontré historias que me apasionaron y donde poco a poco encontré historias parecidas a las mías.
P. ¿Todavía se cruza de vez en cuando por la calle con alguno de los que le hicieron ese bullying tan salvaje?
R. Claro. Yo vivo en Torremolinos, un pueblo grande pero que no deja de ser un pueblo. Además, muchos de los que nacimos aquí seguimos viviendo aquí, así que sí, sigo viendo a veces a alguna de esas personas.
P. ¿Alguna le ha pedido perdón?
R. No. No, no, no. Es muy curioso: gente que conocí en el instituto y con la que me sigo relacionando, que no son amigos íntimos pero con los que hablo de vez en cuando, después de haber leído el libro me han escrito diciéndome que no sabían si de alguna forma participaron en eso y que, si así había sido, querrían disculparse conmigo. Todas las personas que han hecho eso no tuvieron nada que ver con esos asuntos de mi adolescencia. Pero quienes sí tuvieron que ver con eso no me han dicho nada, ni ahora ni años atrás. A veces pienso que simplemente no se acuerdan porque actuaron con lo que consideraban que era la normalidad. Y otras veces pienso que han tenido que convertirse en personas adultas, reflexionar sobre lo que hicieron y darse cuenta de que aquello no era normal. No lo sé. No tengo una respuesta para eso.
P. ¿Y cuándo se los cruza por la calle esa gente baja la cabeza, le rehúyen la mirada?
R. Sí. Como si no existiera.
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